domingo, julio 26, 2009

Luchar contra el hambre

Hay un milagro posible

La pobreza azota el mundo. Millones de personas mueren de hambre. No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. No podemos ser indiferentes ante el dolor del mundo. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo –el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe– no podemos permitir que a alguien a nuestro lado sufra necesidad.

La solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de cada uno de los seres humanos, podríamos resolver la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Hambre de Dios

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Cuánta gente busca saciar su hambre y llenar el vacío interior que siente por dentro. Tiene hambre de Dios, deseos de felicidad, de encontrar un norte en su existencia. Al igual que hizo Jesús, el ministerio de la Iglesia consiste especialmente en esto: predicar y curar a los enfermos. La Iglesia debe estar cerca de los que sufren, fiel al carisma sanador de Jesús.

Sólo Dios puede saciar el hambre profunda del corazón humano. La primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer. Además de nuestro esfuerzo, es preciso rezar y bendecir. La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a los demás.

domingo, julio 19, 2009

Saber escuchar

Soledad en la era de las telecomunicaciones

El ser humano necesita comunicarse, abrirse, relacionarse. Tanto es así, que se han creado nuevas formas de comunicación a partir de diversos soportes tecnológicos. En la era de las telecomunicaciones, constatamos, sin embargo, una profunda soledad. La aceleración de los medios lleva al ser humano a aislarse porque no se da una comunicación afectiva y personal. La velocidad puede parecer eficaz, pero no implica necesariamente una comunicación recíproca, una respuesta.

Asistimos a un frenesí del progreso y a una cultura de la velocidad y nos falta tiempo para una comunicación más profunda. Hemos llegado a comunicarnos a grandes distancias en décimas de segundo, pero nos cuesta la comunicación de tú a tú con los seres más cercanos.

Disponemos de mucha tecnología, pero gozamos de poca comunicación afectiva y emocional. Y la gente necesita ser escuchada.

Escuchar, clave para evangelizar

La actitud de escucha se ha de convertir en un elemento fundamental para la nueva evangelización. Hemos dado mucha importancia a la palabra y al discurso, al saber trasmitir, y todo esto la tiene, pero también es necesario tener la serenidad, la calma, la lucidez de saber escuchar. A veces, es más difícil prestar el oído y el corazón al otro que emitir brillantes ideas y razonamientos. Cuántas veces detrás de nuestro discurso se esconde una enorme manifestación de orgullo y vanidad.

Cuando uno escucha no puede presumir, pero está dando mucho más que palabras. Está regalando su tiempo, su espacio, su vida y su experiencia. Sin decir mucho, o incluso callando, se pueden transmitir muchas más cosas.

Si la gente buscaba a Jesús por todas partes, no era solo porque hablara bien, sino porque sabía atender a las personas y escuchaba las necesidades de su corazón. Jesús de Nazaret es nuestro mejor referente, él nos enseña.

Del silencio a la palabra

En este Año Sacerdotal, declarado por el Papa, hemos de aprender a cultivar en el sacerdocio el valor del silencio y la escucha. Porque sólo así, en el silencio, si sabemos escuchar, saldrán de nosotros las palabras justas y precisas que ayudarán a aquel que nos necesita.

La formación no solo ha de servirnos para expresar unas ideas con elocuencia, sino para saber transmitir lo que creemos testimonialmente, con obras. Entre la formación y la expresión ha de haber un silencio, una oración, para poder generar un discurso que llegue al corazón humano.

La formación y la oración son la base. A continuación, ha de practicarse la escucha. Se ha de dar testimonio con la propia vida y sólo al final, viene el discurso. ¡Lo último es la palabra!

En cambio, solemos recorrer este trayecto al revés. Lo primero que hacemos es hablar, muchas veces irreflexivamente y sin medida. Después, caemos en la cuenta de que nuestras palabras han de ser coherentes y meditamos, intentando que nuestra vida sea testimonial. Como solemos equivocarnos y chocamos con la gente, los conflictos nos hacen ver la importancia de escuchar… y es entonces cuando comenzamos a comprender cuánto necesitamos de la oración, en silencio. Casi siempre lo último que hacemos es formarnos; ser humildes para volvernos como principiantes y dedicar un tiempo a desaprender y a aprender lo que realmente vale la pena.

Hagamos silencio. Como Jesús, busquemos la intimidad con Dios Padre. Escuchemos. Interioricemos aquello que vemos y oímos. Y tengamos el valor de vivir con intensidad aquello que creemos. La palabra viva y auténtica brotará, como un estallido luminoso, de una experiencia plena.

domingo, julio 12, 2009

Dios nos llama

Homilía del P. Michel Djaba, de la diócesis de Ngkonsamba, Camerún.

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
—Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies…
Mc 6, 7-13

Dios nos llama

La palabra que hemos escuchado me conmueve siempre, porque se cumple continuamente. Dios llama a hombres y mujeres de buena voluntad para que sean sus colaboradores. Ayer y hoy Dios necesita profetas dispuestos a darle a conocer, de manera libre y generosa. Los cristianos estamos llamados a ser estas voces que anuncien su presencia, cada cual en su entorno: familia, barrio, trabajo, asociaciones… Nuestra misión es propagar su Reino, un reino que es ternura, paz, amor y perdón.

Ante la llamada de Dios, podemos asustarnos y objetar que no estamos preparados. ¡Esta reacción se repite a lo largo de la historia! Pero Dios no nos pide otra cosa que estar abiertos y dispuestos a compartir su don con nuestros compañeros, amigos y personas que nos rodean.

Quizás lo que nos falta, más que preparación, es disponibilidad.

La única seguridad: su amor

Jesús avisa a los suyos que no lleven un gran equipaje para el camino. Con esto, nos está diciendo que no nos preocupemos por la seguridad material, por el dinero, por los recursos. Si nos detiene el ansia de resolver los problemas económicos, esto frenará nuestra generosidad a la hora de anunciar el evangelio.

Jesús les dice que lleven solamente túnica, sandalias y un bastón para el camino. Las sandalias nos protegen de las espinas y las piedras; el bastón es un apoyo en las subidas, y también una defensa ante las fieras salvajes. No precisamos más. Lo importante es tener el ánimo dispuesto para ir en misión.

Él preparará el terreno y el corazón de las personas que nos acogerán. Allá donde vayamos, no nos faltará techo y alimento. ¡Dios se ocupará de nosotros! En otro pasaje del evangelio, Jesús nos recuerda que los pájaros del campo no trabajan ni hilan, y sin embargo Dios les procura su sustento. ¿Cómo no va a hacer lo mismo con nosotros? Dios ha dado al hombre la inteligencia y la fuerza para transformar el mundo, y ciertamente el hombre ha hecho maravillas. Pero todo cuanto ha construido no debe ser nuestra última preocupación. Nuestra razón de vivir no son las obras humanas, sino compartir la alegría de sabernos hijos de Dios con los amigos y con todas las gentes.

Siempre estará con nosotros

Tengamos la libertad de dejarnos llevar por el evangelio, y dejémonos amar por Dios. Las seguridades del mundo no son nada al lado de lo que él nos reserva.

Su mensaje puede llegar a nosotros a través de un amigo, un conocido cercano, el esposo o esposa, una persona que nos llama…

Seamos receptivos a sus mensajes. Jesús nos ayudará a estar dispuestos y a ser generosos y atentos. Su ejemplo nos impulsa.

Como el profeta Amós, podemos sentirnos pequeños e ignorantes. Él era un simple pastor, muy alejado de la casta de los profetas oficiales al servicio del rey. Pero fue llamado para llevar la palabra de Dios, y así lo hizo. Si Dios nos llama a una responsabilidad, también nos dará la fuerza para cumplirla. No nos dejará nunca, siempre estará a nuestro lado a través de las personas que pondrá en nuestro camino.

¡Bendito sea!

domingo, julio 05, 2009

Vivir en la esperanza

Este año, la diócesis de Barcelona, dentro de su plan pastoral, nos propone a las parroquias tratar el tema de la crisis. En nuestra comunidad, el lema será “Vivir la esperanza”. No me centraré en algo oscuro, sin solución, sino que quiero hablar de esperanza.

Estamos en una época de crisis y en un estado de desánimo y angustia existencial. La situación del mundo es difícil: hay guerras, hambre, paro y conflictos. Pero hemos de evitar caer en el desánimo. ¿De dónde sacar esperanza cuando parece que no hay motivos?

Para Dios no hay nada imposible. Y para nosotros, si nos abrimos a él, nada será imposible. Sentimos nuestra fragilidad, nuestras inseguridades, nuestros prejuicios y nuestro orgullo. Pero no podemos caer rendidos. ¡No rindamos culto a la desesperación!

La crisis, oportunidad

El Papa Benedicto nos dice que la crisis es una gran oportunidad. Los problemas son retos y ocasiones para crecer y mejorar. Estamos marcados por una psicología del culto al yo: si no sabemos ver más allá de nuestros problemas, de nuestras preocupaciones, nos hundiremos. Muchas patologías tienen su origen en lo que sentimos y hacemos; hemos de trascender nuestro yo.

Las comunidades de la Iglesia somos a veces como una hoguera en brasas. Pero aún queda rescoldo. No dejemos que se apague. El mundo nos va en contra: los medios de comunicación cuentan mentiras y nos engañan, bombardeándonos con publicidad y contenidos falsos; las gentes lo creen y pontifican lo que sale por televisión. Muchas noticias están al servicio de intereses económicos o de poder. Estamos comiendo basura y el cerebro se nos entorpece.

El Papa nos avisa: aprovechad la crisis para hacer un profundo análisis de la economía y de la ética del dinero. Cuando el dinero es el valor más importante, por encima de la misma vida y de Dios, no se buscará nunca el bien de la gente. El mundo necesita líderes que valoren a la persona y su bien por encima del dinero. Revisemos nuestros conceptos sobre la propiedad, el patrimonio, la economía. Necesitamos una política que trabaje para hoy pensando en el mañana, con criterios económicos éticos.

Una llamada a reflexionar

La crisis también nos invita a una reflexión sobre nuestra identidad cristiana y social. Más allá de la depresión económica, la crisis es moral, de valores. Ha entrado en crisis nuestra concepción del mundo. La solución no está solo en legislar y tomar medidas económicas. Si no sabemos leer entre líneas lo que sucede y lo que Dios nos comunica a través de los acontecimientos, nos perderemos. Vivimos en la cultura de la prisa. No meditamos ni reflexionamos lo bastante. En nuestro mundo faltan interiorización, valores. Falta tenacidad y valentía. A partir de aquí, hemos de comenzar a hablar de esperanza.

¿Cómo concebimos la economía, la ecología, los derechos humanos, el trabajo, desde una óptica cristiana? El problema es que no reflexionamos y esperamos que sean los políticos y los empresarios quienes lo solucionen todo.

¿Y si la crisis es una forma en que Dios medirá nuestra capacidad de respuesta? No es que Dios la quiera, por supuesto, pero si permite que esto suceda, ¿no será porque es la única manera de que despertemos y reaccionemos? En situaciones límite hay personas que reaccionan de la mejor manera, y con el tiempo llegan a convertirse en leyenda. Las crisis producen una sacudida profunda que nos hace plantearnos quién somos y qué sentido tiene nuestra vida y nuestra fe. La crisis ha de provocar nuestra reflexión.

Banderas de esperanza

La barca de la Iglesia navega por aguas tempestuosas, pero no se hunde. Si Dios domina el mar –el mal, el egoísmo– también puede hacer que amaine la crisis. Pero cuenta con nosotros para hacer frente al oleaje.

Nosotros, los cristianos, estamos llamados a ser banderas de esperanza. Cada cual ha de aportar algo a la sociedad. Los curas hablamos y planteamos cuestiones teológicas y éticas, pero los laicos no podéis quedaros sentados. Estamos sedados, anestesiados… ¡tenemos que despertar! Gota a gota se forman arroyos, ríos, mares y océanos. Sumando nuestras fuerzas, poco a poco, podemos sacudir el mundo. No lo hacemos, pero tenemos un potencial enorme.

¿Creemos en la fuerza de Dios? Jesús resucitó de entre los muertos. ¿Dudamos que pueda reavivar el corazón maltrecho de la gente?

La acción de la Iglesia

Lo que ocurre en el mundo no nos es ajeno; en la Gaudium et Spes el Papa dijo que los gozos y dolores del mundo son los de la Iglesia. La preocupación de los demás es la nuestra. Si tuviéramos que contabilizar el valor de la obra social de la Iglesia, el gobierno debería estar eternamente agradecido. La Iglesia está afrontando la crisis, está dando respuestas, está trabajando con la gente. Hay gente comprometida que se implica y trabaja para solucionar los problemas. La fuerza del amor es un tsunami más potente que el egoísmo. No somos ilusos, se trata de creerlo de verdad y contribuir al cambio del mundo, con coherencia.

Cuanto más actuemos, mayor será nuestro impacto en la sociedad y mejor irán las cosas. ¿Creemos de verdad que nuestra única esperanza es Cristo y que con él podemos mejorar?

Lo que cambiará el mundo no serán los políticos ni las ideas, sino el corazón humano. Sí, podemos. Podemos ganar la batalla. Eso, si no nos quedamos quietos como espectadores y actuamos. Podemos y queremos. Si cambiamos nuestro corazón cambiará el mundo.

La crítica no arreglará nada. Lo malo siempre estará ahí. Hablemos de lo bueno. La muerte de Jesús tampoco impidió que hubiera egoísmo en el mundo. Pero podremos impedir que se adueñe de nuestro corazón si nos abrimos a Dios. La providencia actuará a través de nosotros.