miércoles, enero 04, 2012

Jesús, regalo de Dios

Recuperar el sentido de la fiesta

Con motivo de la fiesta de los Magos de Oriente, os propongo reflexionar sobre el sentido del regalo, como expresión de amor y de donación a los otros.
La fiebre consumista va calando en la sociedad hasta llegar a despojar esta fiesta de su genuino sentido, eminentemente religioso.
El consumismo estructural por un lado, y el secularismo, que ha penetrado profundamente en la dermis social, han barrido la visión trascendente de la realidad, emancipándola de toda referencia religiosa y anestesiando el yo espiritual de la persona. Así, cada individuo se convierte en una máquina de gastar, lejos de toda instancia ética.
Por eso urge un nuevo modelo pedagógico que eduque sobre el valor del regalo como gesto de donación a los demás. Una pedagogía que ponga en el centro del acto de obsequiar no tanto el objeto en sí, sino a la persona receptora, ya que todo acto generoso debe ser expresión de un deseo de felicidad del otro. Si no tenemos en cuenta este aspecto esencial, nos estaremos sumando a la corriente consumista que invade a la sociedad y estaremos haciendo el juego al liberalismo acérrimo que utiliza a la persona como una pieza más del tejido productivo. Así es como se le quita su valor sagrado y su dignidad. Por eso urge una profunda reflexión pedagógica y teológica para contrarrestar ese terrible culto al tener por encima del ser.
Hoy, en la fiesta de los Magos, tenemos la ocasión reflexionar sobre el sentido cristiano que tiene el hecho de intercambiar regalos.

El gran regalo de Dios

Regalar algo significa pensar en el otro. Pero, además, en el acto de regalar estamos dando una parte de nosotros mismos, de nuestro tiempo, nuestra creatividad, nuestra alegría, nuestra libertad. Teológicamente hablando, Jesús, como manifestación de la presencia de Dios en nuestra vida, es el gran regalo que Dios nos hace. Nos entrega a su Hijo como obsequio a la humanidad. Es un regalo sorprendente e inesperado, que colma de plenitud todos nuestros anhelos. Dios nos ofrece alguien que quiere formar parte de nuestra vida para siempre, un regalo mucho más hermoso que un cielo estrellado o un amanecer; más grande que el inmenso mar y más luminoso que la nieve; más ardiente que el sol y más tierno que la brisa de un atardecer de primavera. Todas las bellezas del mundo creado son poco ante el estremecimiento de un corazón que late, un corazón de carne que arde de amor, que se nos da gratis, sin esperar nada a cambio, porque su locura es amarnos, incluso aunque no lo queramos. Es este un desconcertante amor que va más allá de todo lo que podamos merecer. Como decía san Bernardo, este regalo es aceite que alumbra nuestra lámpara, bálsamo que nos protege y miel que alimenta y da alegría al corazón. Este es el regalo que Dios nos hace en Jesús.

Regalar es salir de nosotros mismos

Por tanto, regalar tiene mucho que ver con lo que somos y pensamos, con lo que creemos y vivimos. No podemos desvincular lo que ofrecemos de nosotros mismos. El regalo tiene que despertar un profundo sentimiento de gratitud, que es la hermana de la generosidad. Y todo regalo ha de favorecer nuestro vínculo con los demás. Pero, sobre todo, nos ha de ayudar a tomar conciencia de que, en cada acto de donación y recepción, Dios está manifestando su amor generoso a través de este gesto providencial.
Pidamos a los Magos que nos ayuden a saber regalar todo aquello que nos acerque al misterio de un Dios amor, que se encarna en un niño. Que nos ayuden a dar todo aquello que nos abra la fuente del gozo, a salir de nosotros mismos, a devolverle tanto derroche de amor, a descubrir que, bajo la capa suave de nuestra piel también palpita Dios; que sepamos regalar todo aquello que nos lance con coraje y esperanza hacia la inmensidad del corazón del otro, porque en cada uno se manifiesta la inmensidad de Dios. El mejor regalo que podemos hacer a los demás, especialmente a aquellos con quienes convivimos, es darnos a nosotros mismos.
Sobre todo, sepamos ofrecer todo aquello que nos haga descubrir, como a los Magos, la estrella que nos lleva hacia Dios. Ellos supieron asombrarse y, con humildad, adoraron al Niño y reconocieron que, más allá de la ciencia y de las estrellas, el gran descubrimiento fue toparse con el amor revelado en aquel pequeño.
La ciencia del amor es la única que nos hará descubrir el sentido último de la existencia. Jesús es la puerta del misterio que nos lleva directamente al corazón de Dios, como respuesta a todas nuestras búsquedas. Con Jesús entramos en otra dimensión: el regalo de la eternidad.