domingo, agosto 14, 2016

Desidia espiritual

¿Qué pasa con los jóvenes?


Hoy se habla mucho de la crisis que viven las personas que se alejan de la Iglesia y de sus prácticas religiosas. Incluso en aquellas familias en que los padres iban a misa cada domingo con sus hijos, cuando estos han llegado a la adolescencia, poco a poco se han alejado de los valores religiosos. Ellos dicen que para ser buenas personas no necesitan cumplir con las prácticas litúrgicas.

¿Qué ocurre con estas familias, que siempre han practicado y cuyos padres siguen viniendo a misa, pero cuyos hijos ya no seguirán? Los padres han dejado de ser modelos para sus hijos, que han desconectado de su religiosidad. ¿Qué ha pasado? Esta es una pregunta que quizás nos da miedo hacer por las enormes consecuencias que tiene. ¿Cómo es que los padres han dejado de ser referentes para sus hijos? ¿Qué se nos ha escapado? Si queremos buscar respuestas y encontrar el motivo que los alejó no podemos eludir la pregunta y una reflexión muy honda.

Es verdad que las modas, las ideologías, la sociedad de consumo y las dependencias tecnológicas nos han sumergido en una cultura donde todo se puede comprar y tener. Nada escapa al deseo desenfrenado de poseer sin medida. Pulsando una tecla, vía Internet, podemos tener acceso a casi todo. La inmediatez, lo rápido, el «lo quiero ya» están marcando la mentalidad de nuestros jóvenes. Un elaborado marketing nos hace comprar hasta lo que no queremos. El neuro-marketing es una nueva ciencia que estudia cómo estimular el deseo enfermizo de tener cada vez más. Distraídos con todo esto nos vamos alejando de nuestra auténtica naturaleza y abandonamos la búsqueda del sentido último de la existencia.

Hablamos de una crisis de secularización en toda Europa y de una crisis de la identidad cristiana en Occidente. Apartamos a Dios de nuestra vida porque nos dicen que la Iglesia nos manipula, pero el joven universitario es inoculado con ideologías que calan en su mente y en la de toda la sociedad. La frivolidad invade la prensa, los debates y los shows televisivos. Los padres se han vuelto «carcas» y su forma de creer ha pasado.

Las plataformas de televisión digital a la carta están modelando nuestra conducta social y moral. Presumimos de hacer lo que queremos pero somos víctimas y esclavos de la publicidad, orientados a consumir de forma bulímica y sin control. Sometidos a las leyes del mercado, somos teledirigidos hasta que nos roban nuestra propia identidad. ¿Qué pasa?

Una sociedad distraída, que pierde sus referencias y sus valores, nos va arrastrando hacia un relativismo moral que deja vacío al hombre. Nuestros hijos viven en la caducidad permanente. No sólo caducan los alimentos: las cosas, las ideas, una cierta manera de entender la vida, la familia, los amigos, las relaciones… Todo se hace efímero, hasta las personas y los compromisos. Parece que hay que vivir la vida sin perder tiempo y nos agobiamos, nos cansamos y nos exponemos a la manipulación por parte de las grandes empresas. Somos auténticas marionetas y presumimos de haber llegado a unas cuotas de libertad como nunca hemos tenido. Sin embargo, estamos completamente orquestados por manos invisibles.

Pero vayamos más allá. ¿Y si el problema no es que ellos dejen de creer, sino más bien preguntarnos en qué creemos los que seguimos creyendo?

¿Qué significa creer para los creyentes?


¿Y si ciertas prácticas religiosas son precisamente la causa del alejamiento de los jóvenes?  
¿Y si nuestra fe la hemos convertido en un culto litúrgico vacío de sentido?
¿Y si en realidad hay un divorcio entre lo que creo y mi vida social?

Puede dar miedo ir al fundamento de nuestra fe, porque otros nos la pueden cuestionar. Preferimos dejar de lado este cuestionamiento porque sabemos que, en el fondo, la fe no tiene nada que ver con lo que somos y hacemos, y de aquí esta bipolaridad entre lo que soy y hago y lo que digo creer.

Hoy los templos ven cómo la asistencia de feligreses se reduce. Pero lo preocupante no es que venga poca gente, sino el escaso sentido de pertenencia de los que vienen. La pertenencia no es al templo como edificio, sino a la comunidad como familia de Cristo. Un templo puede estar lleno a rebosar, pero si no hay encuentro personal no entraremos en el misterio de la eucaristía.

Por aquí podemos encontrar respuestas. La desidia espiritual de los que decimos ser cristianos puede llevar a una terrible confusión a los jóvenes, desorientándolos y alejándolos de la Iglesia. No es lo mismo saber de Dios que conocer a Dios; y no es lo mismo conocer que amar a Dios y vivir de Dios.
No basta conocer a Cristo conceptualmente; hay que conocerlo vitalmente, tratar con él, ser amigo de él. Sólo así se producirá el encuentro que marca toda una vida y puede entusiasmar a otros.

Una vida en Dios genera un profundo sentido de pertenencia, y este da como fruto un compromiso con la comunidad y un anhelo misionero que te hace testigo vivo de la experiencia del encuentro con Cristo.

El antídoto: la pasión


Como dice el P. Raniero Cantalamessa, la primera misa se celebró a los pies de la cruz. Cristo se entrega. La misa es donación pura. ¿Entendemos qué significa que haya muerto por nosotros? En la eucaristía entramos en comunión profunda con el misterio de su amor. Tendríamos que conmovernos y salir de otra manera. ¡Él ha entregado su vida por nosotros! ¿Qué hacemos? ¿Permanecemos allí sentados, recordando, sabiendo? ¿O decidimos llenar toda nuestra vida, empapándola de este misterio de amor?

El antídoto de la desidia es la pasión. La pasión de Jesús llevó al límite su amor para redimirnos y salvarnos. ¿Seremos capaces de entrar en la órbita de este misterio? ¿Vibramos ante la inmensidad de este gesto sublime?

Jesús se hace un trozo de pan para que siempre lo llevemos adentro, impreso en nuestro ADN. No quiere dejarnos huérfanos. El sagrario y el altar son lugares sagrados, preludio del banquete celestial. Ante la desidia, seamos conscientes de esta locura, este derroche de amor que no merecemos. Él se nos da para que nuestra vida esté llena de sentido. Sin dejar de ser lo que somos, sedientos de trascendencia, podemos colmar nuestros anhelos. Sólo así alcanzaremos la libertad de aquellos que han descubierto que la libertad real es Cristo.