domingo, febrero 21, 2016

Oración, ayuno y limosna en Cuaresma

El Papa Francisco nos sigue inspirando a vivir de firme este tiempo de Cuaresma.
La oración
«Ante las heridas que nos hacen daño y nos podrían endurecer el corazón, estamos llamados a sumergirnos en el mar de la oración, que es el mar inmenso de Dios, para gustar su ternura. La Cuaresma es tiempo de oración, de una oración más intensa, más prolongada, más asidua, capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos.»
El ayuno
«El ayuno comporta la elección de una vida sobria, un estilo de vida que no derrocha, que no descarta. Ayunar nos entrena el corazón en la esencialidad y en el compartir. Es un signo de responsabilidad ante las injusticias, los atropellos, especialmente hacia los pobres y los pequeños. El ayuno es signo de confianza en Dios y en su Providencia.»
La limosna
«La limosna nos ayuda a vivir la gratuidad del don, que es libertad de la obsesión del poseer, del miedo a perder lo que tenemos, de la tristeza de quien no quiere compartir con los demás el propio bienestar.»
¡Qué certeras son estas palabras! Con la reflexión sobre el ayuno y la limosna el Papa nos recuerda que la conversión lleva a romper la dureza del corazón. No se trata tanto de privarse de comida o hacer régimen, como de vivir con sobriedad y ser sensibles a las necesidades de los demás. El Papa nos invita a ser misericordiosos y generosos. En la parroquia vemos a personas pobres que vienen a Cáritas, al comedor, a pedir apoyo… La parroquia misma está necesitada de ayuda para funcionar. ¿Nos dejaremos tocar el corazón? Este tiempo de Cuaresma nos llama no aferrarnos a nuestro dinero, a no cerrarnos ni a obsesionarnos por quedarnos sin recursos. Confiemos en la Providencia y seamos providentes con los demás. Abramos el corazón y abramos nuestra mano para ayudar a la comunidad.


domingo, febrero 14, 2016

Cómo vivir la Cuaresma - consejos del Papa Francisco


El miércoles de Ceniza leemos una lectura muy conocida. Jesús habla de unas prácticas piadosas muy extendidas en el judaísmo, que también ha adoptado el cristianismo especialmente en tiempo de Cuaresma. Son la oración, el ayuno y la limosna. En sí, son excelentes, pero Jesús advierte que es importante el cómo las practicamos. Una acción llena de misericordia puede convertirse en un acto de orgullo y autoafirmación; podemos pasar de la solidaridad a la hipocresía muy fácilmente. ¿Cómo no caer en estas actitudes? El Papa Francisco nos da pistas muy valiosas.

La primera condición para que el ayuno, la oración y la limosna sean limpios y sinceros es el secreto. Es decir, que se hagan sin llamar la atención, con discreción. ¿Haces un donativo? Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda, para que nadie pueda alabarte ni hablar bien de ti. ¿Rezas? Ora en el secreto de tu habitación, a solas con Dios, en la intimidad, para no presumir de piedad y devoción. ¿Ayunas y te sacrificas? Hazlo con alegría y mostrando al mundo una sonrisa y buena cara, no exhibas tu martirio ni juegues a despertar la compasión o la admiración de los demás.

Una segunda condición es que estas prácticas nos han de costar. Oración, ayuno y limosna, dice el Papa, han de servir para desinstalarnos, quitarnos seguridades, dejarnos desnudos ante Dios y hacernos más humildes. Si estas prácticas nos reafirman y aumentan nuestro sentimiento de ser más perfectos, ¡qué peligro! El orgullo ha hecho su aparición y les quitará todo valor. En cambio, si nos cuesta rezar, pero perseveramos y buscamos tiempo para Dios; si ayunamos de algo que de verdad nos cuesta, como las críticas o la murmuración, y si hacemos una donación que nos duele un poco en el bolsillo, pero que sabemos que va a una buena causa, sin hacer ostentación, estaremos realmente depurando nuestro corazón. Cara a cara con nuestras debilidades y fallos podremos dirigirnos a Dios con la confianza de hijos y dejarnos amar y ayudar por su gracia.

Por último, miremos que nuestra oración, nuestro ayuno y nuestra limosna ayuden realmente a los demás. Que estén enfocados no tanto en nosotros y nuestra perfección, sino en el bien de los que nos rodean.