Estamos a las puertas de la Semana Santa, un tiempo que culmina la Cuaresma con la entrada de Jesús en Jerusalén.
El año litúrgico cristiano culmina en estas fiestas. En el
Triduo Pascual se despliega todo el misterio de Jesús, dispuesto a dar su vida
como expresión de amor a la humanidad. Son los tres días más importantes del
año litúrgico, donde se condensa la misión de Jesús, fiel a la voluntad del
Padre.
Está dispuesto a morir en la cruz para rescatarnos de
nuestras esclavitudes y hasta de la propia muerte.
. . .
Señor, estos días, meditando el Vía Crucis, hemos sido más
conscientes de la magnitud de tu amor. Has dejado que te señalen, te golpeen,
te flagelen, te insulten y atraviesen tu cabeza con una corona de espinas. Han
ironizado sobre tu realeza, comparándote con los reyes de este mundo, y una
lanza ha traspasado tu corazón, dispuesto a asumir el máximo dolor, hasta la
agonía, con las manos y los pies desgarrados por los clavos.
Esto solo se puede hacer si se ama de manera total e
intensa. Esto revela tu entrega incondicional hasta el límite de lo soportable.
Hoy, desde tu silencio en la Custodia, queremos ser
conscientes de que, para hacerte presente para siempre con nosotros tuviste que
pasar por ese itinerario que te llevó a la cruz. Cada estación, hasta llegar a
la cruz, revela tu docilidad al plan de Dios y tu derroche de amor, gracia para
todos aquellos que han descubierto que Dios, en Ti, se ha dado por completo
para rescatarnos del pecado.
¡Un Dios que tuvo que sacrificar a su hijo! Era el único
plan para salvarnos de nuestras miserias. Señor, ¡cuánto pasaste por nosotros!
Quizás un esfuerzo que no merecíamos. Pero era tu única baza para
conquistarnos.
Hoy queremos agradecer tanta donación, con dolor por lo que
te ha hecho la humanidad: colgar al mismo Dios en la cruz. ¡Cuánta insolencia
por nuestra parte y cuánto amor desbordante por la tuya!
Una entrega incondicional y sin medida: esta es la forma de
tu amor, de la que hemos de aprender, asumiendo que cuando amamos a la manera
de Jesús, también hemos de estar dispuestos a abrazar las consecuencias, hasta
el martirio.
Jesús, con tu testimonio nos enseñas que el amor auténtico
consiste en ser imagen tuya. Sólo así todo cuanto hagamos y seamos será
fecundo. Sólo si estamos dispuestos a enterrar el grano de trigo, es decir, si
estamos dispuestos a darlo todo de verdad, emergerán un hombre y una mujer
nuevos. Tu cruz nos restaura y nos hace renacer de nuevo.
Unidos a tu amor, seremos discípulos tuyos y estaremos
dispuestos a todo. Esta será la garantía de que sigues vivo en cada uno de
nosotros.
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La cruz no es otra cosa que el preludio de la vida nueva de
Jesús resucitado. Desde esta perspectiva, el dolor tiene aún más sentido. Su
muerte en cruz es el anticipo de un nuevo amanecer.
La lógica del misterio de Jesús pasa por cuatro fases:
- Una vida volcada al anuncio del reino de los cielos, esta es su misión.
- Una pasión y muerte como consecuencia de una auténtica libertad. Jesús desea culminar el plan de Dios.
- La resurrección: Dios levanta a su hijo del abismo de la muerte: este hecho se convierte en fundamento de nuestra fe cristiana.
- El deseo de permanecer con nosotros en el sagrario. La eucaristía es el sacramento de su presencia real a lo largo de los siglos.
De la cruz a la custodia: es la dinámica amorosa de un Dios
que da su vida y quiere permanecer siempre con nosotros.