Evangelizar hoy
En un mundo lleno de interrogantes e incertezas el cristianismo ofrece valores inspirados en una visión mística y trascendente más allá de la realidad material.
domingo, enero 19, 2025
Vivir lo sagrado en lo cotidiano
lunes, enero 06, 2025
Jesús, el mayor regalo
Jesús, el gran regalo
Celebramos hoy la fiesta
de la Epifanía del Señor, una hermosa fiesta. Porque la Epifanía no es una
explosión del consumo, no. La Epifanía es una explosión inmensa del amor de
Dios. Tres magos de Oriente viajan siguiendo una estrella hasta Belén, donde
encontrarán al Niño Jesús y le ofrecerán sus regalos. Más tarde este niño,
Jesús, por amor, morirá en la cruz, resucitará y nos dará otro regalo: su
presencia en la eucaristía.
Siguiendo esta lógica,
también nosotros tenemos que convertirnos en regalo para los demás. Este es el
auténtico sentido de la Epifanía: un Dios que se nos revela, un Dios que se nos
regala, un Dios que se hace presente en la historia; un Dios que quiere nuestra
felicidad y nuestro gozo. Por eso la Epifanía es un mensaje de universalidad.
Dios ha venido para todo el mundo. Más allá de Israel, el pueblo que esperaba
la venida del Mesías, hoy Jesús se manifiesta a todos los pueblos, no importa
el lugar, la lengua, la cultura, o la historia. Él ha venido a hacerse presente
para toda la humanidad.
¡Qué hermoso regalo! Él
da sentido a nuestra vida. Entiendo que queramos regalar cosas: es un gesto de
cariño y de aprecio a las personas que quieres. Por supuesto tiene un sentido.
Pero detrás de todo regalo tiene que haber una pedagogía. ¿Por qué hoy nos
regalamos cosas? Porque estamos contentos, porque hemos recibido el gran regalo,
que es el mismo Jesús.
La fiesta de los que buscan
Por otra parte, los magos
de oriente ven salir una estrella. ¿Qué representan los magos, estas personas
estudiosas del cosmos y de la filosofía? Son personas que, más allá de encerrarse
en los dogmas de la ciencia, han descubierto porque han buscado. Se han puesto
en camino y por eso han encontrado.
Esta fiesta no sólo es
importante para los cristianos, sino para los agnósticos que están buscando,
que quizás no han encontrado la fe, o no han recibido suficiente testimonio, o
han creído que con la ciencia basta. Unos magos, sabios, se arrodillan ante un
pequeño.
Si queremos descubrir el
sentido de la vida, más allá de lo que las ciencias pueden aportar, la gran
sabiduría, el gran milagro, la gran ciencia, está en este Niño. ¿Por qué?
Porque es la ciencia del amor. Ya no es la cosmología, ni la filosofía. La
filosofía y la razón pueden llegar hasta el misterio, pero si no tengo la
experiencia de la revelación, con la sola razón no puedo captar la
trascendencia de este momento. Por eso debo dar un salto cuántico: la fe. La fe
me revela que en ese niño humano, pequeñito, sencillo, que nace de una mujer
sencilla en un pueblo humilde, en él está concentrada toda la sabiduría. Muchos
científicos de proyección internacional son cristianos. Han sabido separar
ciencia y fe. Han distinguido que, más allá de lo que nos puedan explicar sobre
la posición del sol, las estrellas y las galaxias, resulta que hay algo más,
mejor dicho: alguien más, que es el autor de toda esta belleza y de la
inteligencia del hombre.
El sentido de los regalos
Regalos. Qué importante
es dedicar tiempo a los demás. Amar es un regalo. Cuando te entregas al otro, porque
lo quieres, es un regalo precioso. Qué importante es trascender del concepto
material del regalo, para darnos cuenta de que esto expresa algo mucho más
bello: expresa un amor incondicional del ser humano.
Es un regalo tener unos
voluntarios que se ocupan de nuestros pobres, dándoles de comer cada día. Es un
regalo saber que hay personas solidarias que hacen un gesto precioso en estos
días, como la Comunidad de San Egidio, que cada año, por las fiestas de
Navidad, comen con los pobres en las plazas. Es hermoso reconocer que esto es
un regalo: dedicar tiempo, consejo, experiencia, sabiduría. La música es un
hermoso regalo. La belleza es un regalo; el arte es un regalo. ¡Estamos
respirando regalos cada día! Vemos el sol cada día, o las nubes preciosas, o
unos pájaros cantando, o el mar en calma. ¡Todo son regalos! Seamos conscientes
de que cada día estamos recibiendo regalos de Dios.
Por tanto, nos toca universalizar esta hermosa fiesta allí donde estemos, porque hoy, queda claro que Dios se ha manifestado a todo el universo.
domingo, enero 05, 2025
El valor de la palabra
Desde el principio, Jesús
era una realidad en el corazón de Dios. Tanto amó Dios a los hombres que, desde
la eternidad, abrigó un sueño. Dios necesitaba amar a alguien, su propio Hijo,
para así amar a la humanidad.
Esta palabra creadora,
viva, que transforma, Cristo, desde siempre estaba en el corazón de Dios. Y se
encarna en el mismo Jesús para hacer real el proyecto de Dios para la
humanidad.
Palabra creadora
Por ella se hizo todo.
Se hizo la creación, Hágase la
luz, leemos en el Génesis. Cuánta potencia creadora tiene la Palabra de
Dios. Transforma y crea un estado diferente, pero además, es comunicada,
transmitida con amor. Porque el mismo Jesús es el Amor del Padre.
Por tanto, insisto, qué
importante es la palabra. Una palabra muy pensada, reflexionada, que surja de
una profunda meditación, que salga del corazón sincero del hombre. Porque estas
palabras serán para la persona algo extraordinario.
En disciplinas como la
psicología o la pedagogía se da una interacción entre el profesional y el
paciente, o el alumno. La palabra ayuda. Pero también es verdad que el
profesional debe escuchar muy bien el corazón de la persona para acertar y
poder cambiar y transformar su vida.
Palabra transformadora
Esto es lo que quiere la
Iglesia: tenemos un instrumento poderosísimo, la Palabra de Dios. Pero, para
que esta palabra cale, tiene que ser vivida como una experiencia profunda de
Dios.
Primero, los cristianos
debemos preguntarnos: esa Palabra ¿la he digerido bien? ¿La he hecho vida de mi
vida? Si la palabra no va acompañada de algo auténtico y sincero, no podrá
cambiar las personas ni las cosas.
Hay mucha palabrería en
el mundo: los medios vierten palabras y palabras sin sentido alguno. Por eso
hay que rescatar la palabra, porque tiene mucha fuerza: tanto para destruir
como para construir. Por eso la palabra debe estar al servicio de la persona,
una palabra que ayude, que sea pedagógica, que interpele, que toque el corazón
humano.
Palabras vacías
Pero ¿qué ocurre? Lo
vemos en la prensa y en los medios, y lo vimos recientemente, en la fiesta de
fin de año y el programa de televisión de la cadena pública. ¡Cuánta palabra
vacía! La gente no es consciente, pero todo está muy orquestado para apagar el
sentido genuino de nuestra vida cristiana. Con ironías absurdas, lo que
consiguen es rebajar algo tan potente como los medios de comunicación que
utilizan la palabra. Porque esta frivolidad llega a todo el mundo. Cuando las
ideologías convierten la palabra en un veneno, la están aniquilando.
En el proceso evolutivo
del hombre, la articulación del lenguaje en palabras es un hito, un salto
importantísimo. Todo lo que sea manchar la palabra está manchando algo santo. Estamos
prostituyendo algo sagrado y que Dios ha querido que el hombre use para
comunicarse.
Pensemos muy en serio y
despacio lo que tenemos que decir cada día. Si lo pensamos, nos daremos cuenta
de que la mitad de las cosas que decimos no valen la pena o no son necesarias.
Estamos embarrando con una palabra sucia.
Los expertos en la
palabra, desde los poetas, filósofos, sacerdotes, literatos, profesores...
tienen una gigantesca responsabilidad. Santa Teresa lo decía: O hablar de Dios
o no hablar. O hablar de cosas transcendentes, importantes, o mejor no decir
nada.
Si tuviéramos un ratito
para pasar la moviola cada noche, revisando nuestro día: qué he dicho, qué he
hecho, nos daríamos cuenta de las muchas palabras innecesarias, no solo las que
hemos pronunciado, sino las que hemos oído sin necesidad. Esto es lo que nos
vacía y nos deja huecos por dentro. Quizás en el fondo es lo que quieren las
élites que gobiernan el mundo: una sociedad de títeres que se llenen de
tonterías.
Palabra que es luz
La palabra es la luz
verdadera que alumbra el mundo.
Si una palabra no ayuda, no ilumina, no orienta, es una palabra vana y vacía.
Pero, al contrario, si es una palabra llena, bien digerida espiritualmente,
puede crear una auténtica revolución.
Vemos incluso mucha
literatura vacía, es tremendo. ¿Cómo se puede manchar algo tan bello como la
poesía? ¿Cómo se pueden utilizar formas poéticas para decir algo vacío? Igual
sucede con el arte, hoy cualquier cosa es arte. ¿Cómo es posible, cuando tenemos
una magnífica herencia histórica de artistas geniales?
Ojalá creamos que la
Palabra de Dios nos transforma de verdad, sinceramente. Si la hacemos vida de
nuestra vida, seguro que marcaremos un nuevo paradigma cultural y religioso.
Para ello tenemos que
dejarnos interpelar.
Palabra que es verdad
La palabra es la
verdad. Cuando la palabra se
convierte en mentira, es su fin. Pero cuando la palabra es verdad, puede
transformar el mundo. Decir una mentira tras otra nos va aniquilando por
dentro. Y lo peor es que nos acostumbramos. La gente miente quizás por miedo,
para protegerse, para manipular, para ascender... Los políticos tienen una
herramienta potentísima en la palabra. Sin embargo, la mayoría de sus palabras
están dirigidas a mantenerse en el poder, agarrados al sillón. Cuando las
palabras no responden a la verdad, se producen tragedias, como la que hemos
vivido en Valencia en estos últimos meses.
Recordad: la palabra es
sagrada. Si es auténtica, cambia nuestras vidas.
domingo, diciembre 29, 2024
La familia de Nazaret, espejo
La liturgia de hoy pone en el centro de nuestra vida cristiana a la familia. La familia de Nazaret es un espejo para mirarse en ella. Nos muestra cuán importante es para nosotros el hogar: los padres, los hijos, el entorno. Dios ha querido que tuviéramos un lugar para crecer y madurar. No se entendería la sociedad sin este elemento vertebrador que es la familia.
María y José, modelos de comunión y confianza
Hemos de mirarnos en la
familia de Nazaret. María, la madre, era mujer de oración y de silencio,
abierta siempre al plan de Dios en su vida. Supo acoger en sus entrañas a Jesús:
He aquí la esclava del Señor, dice al ángel. Ella confió plenamente en Dios
ante el acontecimiento que cambiaría nuestra historia.
¡Qué importante es la
mujer en el hogar, en la sociedad, en la cultura! Ella es sostén y fundamento
de un proyecto familiar.
Pero no menos importante
es el padre. En Lucas vemos a José como una figura discreta, humilde, que calla
ante el misterio que lo rebasa, y sabe contemplar en silencio lo que está
ocurriendo. Qué importante es, en la familia, la sintonía espiritual, la
comunión profunda, el abandono en manos de Dios, saber callar cuando hay cosas
que no se entienden y nos trascienden. ¡Qué importante es confiar el uno en el
otro!
¿Por qué se rompen las
familias? Porque se fractura la confianza inicial cuando todo empieza a
desplegarse desde la pasión, con amor. El tiempo, el dolor, las experiencias,
la desconfianza, pueden llegar a romper la relación. Como Adán y Eva, pierden
el paraíso. Perdemos el reino de los cielos si no amamos.
¿Cómo creéis que se
instaura el reino? No sólo por una tradición, sino porque somos capaces de
amarnos de tal manera que estamos creando cielo en nuestro entorno. Estamos
creando un pequeño Nazaret, sí. Gracias a la comunión y a la unidad, surge este
regalo de Dios: su hijo, Jesús. La sintonía y el abandono en Dios son fecundos.
El crecimiento espiritual: una tarea y una responsabilidad
Por eso, cuando doy una
formación para el sacramento del bautismo, siempre digo que, más allá de los
factores biológicos, los hijos no nacen sólo por voluntad humana, sino porque Dios
lo quiere. Por tanto, esos hijos, además de proceder de sus padres, son hijos
espirituales de Dios Padre. Y tenemos un plus de responsabilidad para que ese
niño no sólo sea el mejor deportista, o el mejor de la clase, o consiga un cum
laude en medicina. Todo eso está bien, su desarrollo intelectual y
cognitivo es necesario. Pero no olvidemos que también hay que custodiar la
parte espiritual del niño. Tenemos esa responsabilidad: hacer que en el corazón
del niño nazcan valores que le ayuden a madurar. De la misma manera que nos
ocupamos de que esté sano, es también importante que esté sano espiritualmente.
Es necesario que desde pequeñito frecuente las celebraciones, que reciba
catequesis y formación para saber dialogar ante una cultura atea, ante la que
es difícil responder. No dejemos de asumir esta parte espiritual, también
depende de nosotros.
El niño debe aprender a
amar, a escuchar, a atender al pobre, al que sufre, al enfermo. Esta dimensión
armoniza al ser humano. No sólo hay que educar en lo material y en lo
intelectual. Sí, es necesario que se despliegue social y laboralmente. Pero hay
que desplegar también el potencial divino que tiene la criatura. Nos afanamos
para que esté bien. Afanémonos también para que aprenda a rezar, para que
aprenda a ser solidario, para que empatice con el que sufre, para que esté
allí, apoyando a una sociedad que necesita vertebrarse según los valores
cristianos.
La familia, ¡claro que es
sagrada!
El valor de la palabra
Hoy hemos leído este
hermoso texto de Jesús, que con doce años, va a Jerusalén y se pierde allí. Es
el momento de empezar a ser adulto y conocer cosas más profundas. Y va a la
fiesta de Pascua con sus padres.
Lo que sorprende de
Jesús, siendo adolescente, es que dice algo importante, y ojalá algún día los
hijos también lo digan: ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?
Jesús escucha. Escucha a
estos rabinos, maestros de la Ley. Jesús pregunta. ¡Qué importante es, en una
familia, en la cultura y en la sociedad, que aprendamos a escuchar y a hacer
preguntas! Jesús tenía el privilegio de haber nacido en el seno de esta
familia, María y José, que sembraron en él buena semilla. Era inquieto, capaz
de sentarse y escuchar a los adultos. Quizás porque sus padres fueron modelos
para él.
El otro día hablábamos de
la importancia de la palabra; hay que rescatar la palabra y su sentido
profundo. Fijaos qué fuerza tiene la palabra. En el Génesis, la palabra de Dios
crea, construye, restaura. ¿Qué hace Jesús con su palabra? Jesús es la palabra
de Dios, y ya desde pequeño supo ejercer la palabra ante estos doctores de la
Ley. Pero también supo escuchar. No despreciemos la importancia de la escucha.
En el texto queda claro: Jesús escucha y pregunta.
En la familia hay que escucharse,
hay que preguntar, hay que crecer y mejorar. ¿De qué hablaban Jesús y esos
doctores? De la importancia de las Sagradas Escrituras. Cuántas palabras huecas
y sin sentido oímos cada día en los medios de comunicación, en las tertulias;
con cuánta frivolidad se usa la palabra. Lo mismo para escuchar. ¿Vale la pena
escuchar necedades, cosas absurdas, sin sentido? Jesús rescata la palabra. A Lázaro
le dirá: ¡Sal de ahí! Y lo resucitará, levantándolo de la muerte. A un ciego le
dirá: ¡Claro que quiero! Y le devolverá la vista.
La palabra que sale de la
comunión, de la certeza de saber que Dios está en nosotros, no es una mera
palabra. Cuando os persigan, no os preocupéis por defenderos, dice Jesús, el
Espíritu Santo os dará las palabras adecuadas.
Se habla mucho de la
autorreferencialidad. En un diálogo de quince minutos, el “yo”, el yo ego, el
yo hinchado, sale veinte veces.
Es el tú el que tiene
importancia. Es el nosotros, el que tiene importancia. Es la comunidad, saber
escuchar. Jesús nos enseña, tan jovencito, a saber escuchar.
Cuántas veces las
palabras malsonantes fragmentan las familias y rompen las relaciones. Cuántas
veces decimos cosas que nos están haciendo daño, o escuchamos cosas que no nos
interesan, que no vale la pena oír. Ojalá que las familias sean un lugar donde
aprendamos a hablar y a escucharnos. La familia es donde cada uno se hace
persona.
domingo, diciembre 01, 2024
Fieles a tu encuentro
Escrito leído durante la Hora de Adoración en San Félix. 21 de noviembre 2024. Festividad de la Presentación de María.
Seguimos deseando estar contigo de nuevo, aliento vigoroso que nos das vida y nos ayudas a descubrir la belleza del silencio.
En la calma serena de estos momentos nuestra alma se
regenera. ¡Qué poco entendemos que el ruido nos aleja de tu oasis! Tu silencio
tiene más fuerza que un discurso, por bien elaborado que esté. Muchas palabras
te cansan, tanto como a los demás, sobre todo cuando tenemos la osadía de creer
que podemos convertir a alguien interfiriendo en tu acción con cada persona.
Tu amor divino es el único que puede convertir el alma para
ti. A veces, con nuestra injerencia, no dejamos que tú hagas a tu manera,
respetando los tiempos para que se dé el momento de gracia y de don. Nuestro
apresuramiento y afán por adoctrinar, aunque sea con buena intención, puede
alejar más que acercar.
La ausencia de palabras puede ser más penetrante que la
misma voz. La palabra transformadora es la que surge del silencio más
primigenio, aquel que envuelve a Dios. Yo creo en tu silencio, Señor, un
silencio que sabe cómo seducirnos para encender la chispa del deseo. Ese fuego
nos empujará a buscarte siguiendo el propósito de nuestra vida, que no es otro
que encontrarte y amarte: para eso nos has concebido.
. . .
En las relaciones humanas hay muchas tensiones porque hay
demasiado ruido interior que impide tener paz y discernimiento. Sin este
sosiego no podremos ver la realidad desde tu mirada. A veces nos empeñamos en
imponer nuestra visión de la realidad y nos rebelamos cuando se da un choque
con la realidad del otro. Esto ocurre porque no hay silencio en nosotros; no
rezamos lo suficiente, no sabemos poner distancia con los demás para ver con
lucidez y acertar en nuestras decisiones. Un excesivo apasionamiento sin
enraizarnos en Dios nos convierte en apisonadoras que avasallan todo cuanto
sale a su paso.
Cuando se miran las cosas desde Dios no necesitamos
máquinas, ni discursos, ni palabras. Si queremos llegar al alma del otro
necesitamos que la caridad brille en nuestros gestos y en nuestra manera de
hacer. Con caridad y un testimonio sereno, podremos despertar y ayudar a salir
del vacío sin sentido a mucha gente que vaga hacia ninguna parte.
. . .
Hoy, Señor, te pedimos que nos ayudes a no ser un obstáculo
para que otros te encuentren, como un día nosotros te encontramos a ti.
Que aprendamos a callar más y hablar menos. Que te
escuchemos más, porque así aprenderemos que lo más importante no es lo que
podamos decirte, sino lo que tú nos puedas decir, no con palabras, sino con tu
silencio elocuente.
Necesitamos entender tu silencio haciendo ayuno de palabras.
Una suave brisa de primavera es mucho más sugerente que un viento desatado.
Flagelar con ideas impide que los otros se acerquen a ti, pero una invitación
llena de coraje y fuerza ayuda a salir del letargo de la oscuridad a personas
que están perdidas en la noche de su corazón.
Sólo así dejaremos que, poco a poco, dulcemente, vayas
penetrando por nuestros poros hasta llegar al fondo de nuestra alma.
Hoy queremos disfrutar de este silencio reparador, bálsamo
que sana las grietas del corazón y regenera por tu misericordia.
Los días que vivimos sólo tienen sentido a la luz de nuestra
relación contigo. Te pedimos que, pese a los vaivenes de nuestra vida, sepamos
seguirte, fieles, y que aprendamos a vivir entre la claridad y el abismo, entre
el ruido y el silencio, entre la paz y la guerra, entre la calma y las
preocupaciones. Que sepamos armonizar nuestras propias contradicciones para
poder vivir en el oleaje amenazante del mar y descansar en tu playa interior.
Abandonarse en ti, Señor, es la garantía de que nunca te
alejarás de nosotros y no permitirás que naufraguemos ni vayamos a merced de
las olas que nos lanzan a la deriva, en medio de la oscuridad.
Queremos que seas nuestro faro. En esta noche estamos aquí, contigo, dejándonos llevar a la orilla por tu dulzura. Tú nos levantas y nos impulsas a seguir hacia adelante.
jueves, agosto 15, 2024
Maestra de la escucha
La Iglesia tiene que ser como María: ha de ponerse siempre
en camino. Hay muchas necesidades que cubrir, de todo tipo. No sólo las obras
de caridad, sino que hemos de ponernos en marcha para evangelizar a tiempo y a
destiempo, porque, más que nunca, es necesario llenar de sentido la vida de las
personas que se deslizan hacia la nada.
La Iglesia ha de tomar como referente la imagen mariana,
siempre abierta a los otros y abierta a Dios, al soplo del Espíritu Santo.
Compartir alegría
Dos mujeres hebreas, parte de ese resto de Israel, el pueblo
escogido, se saludan. ¡Qué importante es la solidaridad basada en algo
auténtico, no en una ideología, sino en la hermandad profunda entre las
personas! María atiende a Isabel. Y el niño salta de alegría en su seno. Dos
veces reitera el autor sagrado la felicidad del bebé ante ese encuentro de las
dos primas. La alegría se esparce en el entorno; cuando hay un ambiente de
afecto, de cariño, de comunicación profunda, los niños perciben, ya desde las
entrañas de la madre, ese amor extraordinario que une a las mujeres.
Canto de gozo
María dirá: Proclama mi alma la grandeza de mi Señor.
Una jovencita, llamada a ser madre de Dios, supo convertir su casa en un
santuario donde tenía espacios hermosos de oración. Por eso llegó a ser la
madre de Dios. ¿Cómo no va a cantar y a
proclamar su alma lo que Dios ha hecho en ella? ¡Así sale de su corazón!
Y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Una
alegría profunda está basada en una íntima relación con Dios en nuestra vida.
¿Por qué a veces no estamos contentos? Quizás porque no nos dejamos llevar por
el soplo amoroso de Dios. Muchas cosas pasan a nuestro alrededor, pero hay algo
que supera estas dificultades: sentir que Dios te quiere y cuenta contigo. El mal
quizás no desaparece, pero lo viviremos de otra manera, mucho más serena y
aceptando la realidad. Por tanto, esa alegría, ese canto, esa alabanza de María
se basa en su apertura total a Dios. ¿Y si, en el fondo, no somos más felices y
gozosos porque no estamos del todo abiertos a Dios? El fundamento de nuestra
alegría no es tener una cosa o hacer otra, o disfrutar de cierta fama. La
alegría viene de la certeza profunda del corazón: Dios anida en mí. Y de esa
certeza, ¡claro que surgirá un canto a Dios por todo lo que recibimos cada día
y quizás no somos conscientes!
Resucitada
Ella reconoce su pequeñez y humildad, pero también dice que
de generación en generación será bendecida. Y es así: todos tenemos a María
como referente. María, la madre de Dios, la que intercede. Hoy celebramos que
ella es asunta, elevada al cielo. Es una resurrección, después de su dormición,
como se dice en la tradición cristiana. Por tanto, participa de la
resurrección de Cristo, como humana que es. Recibe ese don especialísimo de la
resurrección y comparte la amistad santa con Dios, iniciada al quedar
embarazada por obra del Espíritu Santo.
Hoy, muchos lugares de España celebran a María y cantan a
María. Hacemos nuestras proclamas, alabamos a María, porque a través de ella
fue posible nuestra redención. Ella dijo que sí al plan de Dios en su vida,
abrió sus entrañas a la voluntad de Dios para convertirse, nada menos, que en
la Madre de Dios (theotokos en griego).
Maestra de silencio
María convirtió su vida en una escuela de silencio. Cuando
Jesús se fue de su casa para predicar, su hogar continuó siendo una pequeña capilla,
donde seguramente los discípulos, a la vuelta de sus tareas, debían ir a
visitarla. Y María, como madre de todos, también acogería a los apóstoles que
venían con Jesús, su hijo.
María nos enseña a reconocer la trayectoria de Dios en
nuestra vida. Si uno se detiene y sabe hacer silencio, se da cuenta de cómo Dios
lo ha ido cogiendo de la mano hasta llevarlo donde está. Mi experiencia, ya lo
sabéis por mi escrito y mi libro, es que, sin saber por qué, Dios quiso contar
conmigo.
Sí. Dios cuenta con cada uno de vosotros. Para que digáis sí
a la vida, para que su Iglesia siga estando en marcha. Pero María nos enseña a
ser contemplativos. La contemplación es esencial. Nos movemos entre estos dos
campos: el trabajo apostólico y la oración en silencio. Cuando en la Iglesia
nos olvidamos de rezar, cuando nos olvidamos de hacer un paréntesis (incluyo
también a los sacerdotes y a los que estamos en primera fila), podemos caer en
tentaciones. Porque cuando se es alguien importante el riesgo siempre aparece.
Por tanto, en la Iglesia tenemos que estar bien atentos. Más allá del
compromiso de la caridad y de la proyección en el mundo es importante la
oración que nace de lo más profundo de nuestro ser. Si la Iglesia cae en el
activismo sociopolítico y religioso, se está apartando de lo esencial. Cuando
uno cree que todo depende de él, se está equivocando. No es verdad. Todo
depende de Dios y de su gracia. Cuidado, que no caigamos en esa
autorreferencia, como avisa el Santo Padre. La Iglesia ha de ser como María, humilde,
al servicio de los demás, atenta a las necesidades de los otros.
Alegría profunda
Pero la humildad no le quita una certeza: que Dios está con
ella. La Iglesia debe tener esto siempre presente. Porque, a veces ciertas,
formas de la piedad religiosa fomentan el sentimiento de culpa y el
sufrimiento. Eso es una parte, pero si solo nos quedamos en esta piedad nos
quedamos antes de la resurrección. Lo que cambia nuestra vida es que Jesús ha
resucitado. Sin esta noticia, la Iglesia no tendría sentido, seríamos gente
estupenda, que viene aquí, que hace cosas. Pero la centralidad de la eucaristía
es que celebramos a Jesús resucitado. Cristo resucitado es el que está
en la Iglesia.
¿Por qué María canta? Porque tiene la experiencia vital de
que Dios está con ella. En la Iglesia hemos de vivir esta certeza: Dios esta en
nuestra vida, en nuestros proyectos y en cada uno de nosotros.
Quizás un día, por su inmensa misericordia, Dios nos asuma a
los cielos, pero lo que está claro es que tenemos una enorme aliada, que es
María. Ella es maestra del silencio y maestra de la escucha.
Maestra de la escucha
Ayer decía que María llegó a donde llegó porque supo
escuchar la palabra de Dios. Supo aplicarla a su vida. Supo cumplirla. Supo
hacerla vida de su vida. Cuando llegamos aquí, es cuando el silencio se
transforma en algo extraordinario. Dejemos que nos hable este bálsamo dulce de
Dios que penetra en nuestra alma. Porque hoy celebramos muchas fiestas, muy
bonitas, en honor a María, pero ¿dedicamos un poquito de tiempo para callar,
hacer silencio y escucharla? Si decimos que ella es tan sencilla y humilde, no
sé si le gustará mucho tanta pandereta, no lo sé. Seguramente le gustará que
nos acurruquemos en ella, como madre nuestra, y que dejemos que su latido
marque nuestro latido. Entonces sentiremos una hermosa sintonía con la Madre de
Jesús, la Madre de la Iglesia.
El aspecto femenino es importante en la Iglesia. La Iglesia
es mucho más que los curas, los obispos y el papa, la Iglesia somos todos los
bautizados, y todos tenemos la enorme misión de evangelizar, una misión tan
importante como cualquier otra, en otros lugares.
Aprendamos a escuchar. Para esto hay que parar y dedicar un
tiempo, sin prisa, a la oración, al silencio, a la escucha.
Ayer comentaba que en la televisión y en las redes sociales
hay una catarata de frivolidad y de palabras vacías. ¿Cómo es posible que
hayamos convertido un don tan hermoso que nos ha dado Dios, como es hablar, en
un medio para decir tantas tonterías? ¡Es un pecado! Un don que nos permite crear
sonidos y palabras, que nos hace capaces de comunicarnos y de llegar al corazón
del otro. ¿Qué hacemos con tanta palabrería?
Un sacerdote decía que, en vez de ser charlatanes, debemos
ser escuchatanes.
domingo, agosto 11, 2024
50 años de un sí
El cielo estaba totalmente despejado. Era agosto, durante unos días de convivencia de los jóvenes del Santuario de Santa Eulalia de Vilapicina. Sucedió en una explanada, junto a un pozo, al pie de las montañas del Montseny.
Una semana antes, el sacerdote amigo que llevaba mi grupo de
jóvenes me había interpelado sobre mi vocación al sacerdocio. ¿Lo has pensado
alguna vez?, me preguntó.
Ahora, día de santa Clara de Asís, a punto de cumplir
dieciocho años, mi vida dio un giro radical. Estaba en plena adolescencia y un
universo nuevo se abría ante mis ojos. Ese día de cielo azul intenso, después
de pasar un torbellino interno y venciendo mis rémoras y temores ante lo
desconocido, salté hacia el vacío, como el saltador de parapente que se lanza a
surcar los cielos.
Al mismo tiempo, sentí que nacía de nuevo. Era consciente de
que estaba dando un paso definitivo que marcaría toda mi trayectoria
existencial y espiritual. Él me llamaba a algo grande y mi corazón no quería fallarle.
Sabía que me lo jugaba todo, y que dejaba atrás muchas cosas bellas. Pero la
experiencia que sentía lo significaba todo para mí y me llenaba de plenitud.
Dije sí junto a un pozo. Mi llamada y la respuesta me
evocaba la vocación de Moisés, ante la zarza ardiente que no se consumía, o la
visita de Dios a Abraham, bajo la encina de Mambré, o el diálogo de Jesús con
la samaritana, junto al pozo de Sicar. También recordé a san Francisco de Asís,
al cura de Ars, cuya fiesta se celebra el día que yo fui llamado, el 4 de
agosto; y tantos otros santos y sacerdotes que fueron fieles y ejemplo para mí.
Por un lado, me sentía muy agradecido; por otro, también
sentía el dulce peso de la responsabilidad que supone abrazar el sacerdocio.
Pero ya estaba decidido y quería iniciar mi aventura con un sí incondicional.
Aquel jovencito que anhelaba conocer y amar a Dios aceptó que este lo llamara
para ser instrumento al servicio de la Iglesia. Ya no bastaba conocer y amar,
Dios me daba la oportunidad de anunciarlo al mundo a través del ministerio del
orden.
Era muy consciente de lo que se me pedía, pero también
confié que él sería mi gran aliado. Y así ha sido, y lo sigue siendo después de
50 años. Tras pasar un largo tiempo de formación llegué a la ordenación
sacerdotal en Barcelona, el 7 de marzo de 1987; este año he cumplido 37 como
sacerdote.
Aquel 11 de agosto de 1974, mi vida cambió de rumbo para
caminar hacia el mismo corazón de la Iglesia. La experiencia ha sido densa,
profunda y comprometida; a veces exigente pero también es verdad que todo lo
que he recibido me llena de gozo y de plenitud. He pasado por diferentes
comunidades parroquiales que han sido para mí el yunque donde me he ido
esculpiendo y reforzando mi compromiso ministerial. Después de 50 años de mi
sí, todo ha sido y sigue siendo un hermoso don que Dios me ha dado, no sé si
merecido o no, pero más allá de todo hoy siento una infinita gratitud a Dios
porque un día confió en mí y me llamó.
Todos necesitamos medios, instituciones y personas que hagan
posible la llamada. Por mi vida han pasado muchas, desde el sacerdote que me
llamó hasta el cardenal Jubany, de cuya mano recibí el orden sacerdotal.
¡50 años ya son años! Llenos de sorpresas y siempre con un
deseo de fidelidad interior. Aquel 11 de agosto de 1974 era muy consciente de
que mi sí era para siempre. Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que lo
importante no es tanto dónde estoy y qué hago, sino procurar que nada ni nadie
me aparte de él. Lo esencial es seguir tan enamorado como el primer día y
mantenerme firme con el paso del tiempo y pese a las dificultades. Que nunca
dude ni un ápice de él; desde mi pequeñez, él confía totalmente en mí. Y aunque
haya pasado por momentos difíciles, él nunca me ha dejado solo. Todas estas
experiencias, a veces dolorosas, me han hecho reafirmar aquel sí que le di
junto al pozo. Y no sólo eso, sino que he crecido, como persona y como
sacerdote.
Es verdad que en la vida de un sacerdote no todo son mieles,
pero lo que recibes es indescriptible. Nadar en el misterio insondable de Dios
va más allá de cualquier sufrimiento.