domingo, junio 25, 2023

Pastoral de la escucha

Saber escuchar es un gran reto de la evangelización. Existen innumerables ofertas en el panorama religioso, y se está generando una gran confusión en la sociedad ante la proliferación de sectas y nuevas seudo religiones. Más que nunca hemos de acertar en el diagnóstico para ver exactamente qué podemos ofrecer. Hay opciones muy llamativas, pero vacías de contenido. Muchas veces se cae en la autorreferencia, más que en la nitidez o la coherencia del mensaje. La manipulación sutil y sicológica es un recurso que utilizan algunos grupos, que están más por la labor de captar adeptos que de ofrecer sin imponer. Muchas personas buscan con sinceridad encontrar sentido a sus vidas, pero no se puede aprovechar esta inquietud para inocularles ideas cuya finalidad no es tanto ayudarlas a crecer como hacerlas afines a la causa. En nombre de Jesús, se las invita a seguir al líder de turno, que utiliza su afán de búsqueda para atrapar seguidores.

Desde la libertad y la humildad

¿Cuál sería el antídoto para evitar esto? Frente a las maravillosas ofertas que se nos ofrecen por diferentes canales, a veces desde la autosuficiencia y el deseo de impresionar, no podemos confiar que, por saber mucho, por tener más experiencia o bagaje intelectual, ya estamos capacitados para instruir y guiar.

Esta es una labor compleja y difícil, porque hay que tener muy claros los límites: están marcados por la libertad y la humildad.

A partir de aquí podremos ejercer una labor de apoyo a las personas y ayudarlas a ser ellas mismas, con sus capacidades orientadas a un crecimiento que las lleve a la madurez humana y espiritual. Desde su sagrada libertad, ¿cuál sería la clave para no caer en excesos o desviaciones? ¿Cómo evitar los protagonismos, la sobreactuación y el liderazgo mal enfocado?

La clave está en saber escuchar

Para esto, lo primero que hay que hacer es dedicar tiempo. El sacerdote, en su ministerio, debe priorizar la escucha como un valor intrínseco de su vocación. Es verdad que hay mucho que hacer, pero no podremos ofrecer nada distinto si antes no somos capaces de escuchar. Los que por nuestra función pastoral hemos de hablar mucho, comunicar, instruir, educar, necesitamos un jarabe de humildad: callar más y escuchar más. Puede parecer que, si no predicamos o instruimos, el alcance de nuestra misión queda reducido. Pero yo creo que toda predicación o instrucción ha de partir de una honda y larga escucha. No hace falta demostrar que sabemos mucho o somos los mejores del mundo. Hace falta un oído paciente que no mire al reloj para recoger tantos sufrimientos, tantas dudas, tanta desorientación. El sacerdote que escucha recibe lo más hondo e íntimo de la persona en su búsqueda incesante, que a veces la lleva por callejones sin salida. Es un acto de enorme confianza: está regalando el tesoro de su alma, que requiere de ese acento esencial de nuestra vocación: tener el valor de detenernos y priorizar la oración, el silencio y la escucha.

Aprender a escuchar no es tarea menor, y es crucial que descubramos que en un diálogo no somos el centro: el centro es el otro, aquel que está dispuesto a abrir su corazón, el cofre más preciado de su vida. Si no tenemos tiempo para esto, hemos de plantearnos si el ejercicio de nuestro ministerio está correctamente enfocado. Me decía un amigo sacerdote que, en vez de ser charlatanes, teníamos que ser «escuchatanes»: esta es la primera clave de la nueva evangelización. Sólo así podremos auscultar la enfermedad de tantos jóvenes, que muchas veces consiste simplemente en que no se sienten escuchados, y esto genera patologías en su alma.

El riesgo del activismo

La prisa y la falta de tiempo son peligrosas. Nos alejan de la agonía de muchos que sólo quieren sentirse en paz. Los sacerdotes no podemos caer en el hiperactivismo pastoral, porque esto nos lleva a creer que todo depende de uno mismo. Esto es dejar fuera a Dios, y si se deja a Dios a un lado, el sacerdocio languidece y se empobrece, con el riesgo de que la gracia que hemos recibido por el sacramento del orden se vaya agotando. El riesgo que corre el sacerdote es ir muriendo lentamente, algo que sucede cuando Jesús deja de ser el centro de su vida. Puede llegar a idolatrar las propias capacidades y talentos.

Escuchar, confesar y dirigir grupos es parte de nuestra vocación sacerdotal. La misa, el confesionario, la oración y el apostolado están íntimamente ligados. Si dejamos una de estas partes, el centro de gravedad del sacerdocio se pierde. Escuchar es el gran tesoro de la pastoral.