domingo, julio 04, 2010

Hacia un ocio teológico

Entramos de lleno en verano. El acuciante sol que cae sobre nuestras latitudes revela el cambio estacional. El calor azota nuestros cuerpos, volvemos a un tiempo diferente, de días largos y noches cortas. Los rayos de luz que de buena mañana entran por nuestras puertas y ventanas nos avisan que un nuevo día comienza. Dios nos regala un nuevo amanecer para que sigamos surcando con intensidad el mar de nuestra vida, saboreando el hermoso regalo de existir. Cada mañana, insufla su soplo de amor sobre nosotros. Cada mañana nos ofrece una oportunidad nueva, especialmente cuando nos encontramos en situaciones complejas y difíciles. Llueva o luzca el sol; haga fresco o calor, incluso en medio de las tormentas que nos agitan, cada día tenemos la oportunidad de volver a Dios y de agradecer el regalo de la existencia.

¿Cómo agradecerlo? Con una vida llena de gratitud. Pase lo que pase, disgustos, sufrimientos, accidentes, sentimientos de rechazo o incluso la muerte de un ser querido, si estamos donde estamos es porque Dios lo ha querido y la experiencia en el mundo, por dolorosa que sea, siempre será una ocasión para crecer como persona y como cristiano.

Todos anhelamos dar un sentido trascendental a nuestra vida. Las dificultades, antes que alejarnos de Dios, deberían acercarnos más a su corazón entrañable. Nunca olvidemos que tras una noche oscura siempre amanece: esta es la esperanza cristiana. Estamos en manos de Dios y, como Padre, nunca nos dejará. Él nos ama infinitamente. Su amor es ardiente como un largo día de verano.

Este tiempo ha de ser para nosotros una etapa privilegiada para descansar y encontrar momentos de calma, a solas con Dios. La temporada estival nos permite disfrutar de más tiempo libre con amigos, familiares, viajando, visitando lugares, descansando. Nos liberamos de la presión del trabajo y entramos en otro ritmo, con el fin de descansar y encontrar paz y alegría junto a los seres amados. Ojalá sepamos dejar un hueco a Dios en nuestro ocio. Él también se alegra de compartir nuestros momentos de calma, sosiego y recreo. No olvidemos a Dios en nuestras alegrías y en nuestras fiestas. Tengamos tiempo para él. Su deseo es entrar en nuestros corazones y en el de toda la familia. Pasarlo bien no significa que no tengamos estos ratos de intimidad con él.

No olvidemos que Dios es la fuente de nuestra felicidad y que todo lo que somos, tenemos y hacemos es gracias a él, que desea una vida plena para su criatura. El silencio, la oración y la celebración han de marcar todo ocio cristiano. Dios ha de estar en el centro de nuestra vida, tanto en el trabajo como en vacaciones; en casa o cuando viajamos; siempre, hagamos lo que hagamos. Si lo invitamos, hará mucho más bellas y fecundas nuestras vacaciones.