domingo, febrero 28, 2010

La oración: diálogo de tú a tú con Dios -1-

La oración es vital para nuestro crecimiento espiritual. Sin el diálogo íntimo de tú a tú con Dios nuestra relación con Él se debilita y se empobrece. Rezar es respirar al unísono con Dios y establecer una ósmosis entre mi yo y su Yo.

De la misma manera que las plantas, animales y el hombre necesitamos respirar, si no moriríamos, lo mismo pasa en el plano espiritual. Sin el oxígeno de Dios muere el alma. Ese oxígeno es el Espíritu Santo. En la oración buscamos nuestra unión con Él, que es fuente de nuestra vida y de la felicidad. Pero para ello es necesario crear un espacio vital y un tiempo adecuado para crear un clima propicio que haga fecundo nuestro contacto con Dios.

Deshacernos de los ruidos internos

Una condición necesaria para establecer una comunicación fluida con Dios es apartar de nosotros todo aquello que dificulta nuestra relación con Él, nuestros ruidos internos y también los externos. La paz y la confianza son necesarias para abandonarnos en sus manos. Los ruidos de las preocupaciones, las angustias, los recelos, nuestras desconfianzas, todo aquello que nos inquieta puede interponerse en este diálogo. Tenemos que eliminar de nosotros los ruidos que nos dificultan oír la voz susurrante de Dios.

Ponerse en manos de Dios supone priorizar lo que es esencial en nuestra vida, confiando plenamente en Él. Solo así descubriremos la importancia de nuestra identidad cristiana, así como la vocación y la misión a la que hemos sido llamados. Dios se ha de convertir para nosotros en motor de nuestra existencia. Somos llamados a ser testimonios de su amor infinito a los hombres.

Dios nos mueve a ir hacia él, esto lo llevamos en nuestros genes espirituales. La búsqueda de la verdad nos lleva a sintonizar plenamente con Él. Dios se convierte en nuestro apoyo y en nuestra fuerza.

Dejar que Dios hable en nosotros

Cuando entramos en la intimidad con Dios, vivimos su cálida proximidad en un diálogo espontáneo, como entre dos amigos. Él es alguien totalmente vinculado a nuestra existencia. Su cercanía nos hace sentir que estamos vivos. Nuestra actitud ante el Padre debería ser dejar que nos hable y aprender a callar y a escuchar.

Estar a solas con Dios no es un monólogo frío y racional sino un acto de libertad y confianza que ha de impregnar toda nuestra vida: lo que hablamos, lo que somos y lo que vivimos. Pero para que la oración sea fecunda y eficaz lo más importante, más allá de lo que podamos decir o recitar de memoria, es lo que Él nos puede llegar a decir. Escuchar en silencio a Dios permite que sus palabras penetren con toda su fuerza en lo más hondo de nuestro corazón. Dios es paciente y sabe esperar y escucharnos. Su voz es suave. En el silencio y el abandono descubriremos lo que realmente es importante en nuestra vida. Él quiere siempre lo mejor para nosotros.