domingo, junio 12, 2011

Jesús, el amigo siempre presente

Como cada año, desde los grupos de Adoración Nocturna de todas las diócesis españolas, se han organizado las cuarenta horas de exposición del Santísimo en las diferentes parroquias, con una buena participación de los feligreses. En la parroquia de san Félix, ha sido responsable de la organización el grupo número 9, llamado de San Francisco de Borja.
Contemplando el misterio del sacramento de la Eucaristía, sentía que me invadía una presencia, por un lado discreta, pero por otro lado penetrante, hasta envolverme en un ambiente casi celestial. El incienso, los cánticos, las oraciones, como signos de un amor intenso a Cristo en la custodia; las voces, recias y armoniosas, iban tejiendo bellas melodías entorno a esa presencia silenciosa que resonaba en el corazón, como una música divina.
Ante la Hostia expuesta, me sentí pequeño y poco merecedor de tanto derroche, de tanta inmensidad de amor. Mi corazón rebosaba recordando el gesto sublime de entrega de Cristo, hasta darse sacramentado y quedarse con nosotros para siempre en el pan eucarístico. Qué poca cosa somos los cristianos, testigos de una gesta suprema de amor.
Jesús se nos ha dado. Cumple con su deseo de no dejar huérfanos a sus discípulos. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¿Somos conscientes de este regalo? ¿Somos capaces de calibrar la hondura de sus palabras? Deberían arder en nuestro corazón, despertando una inmensa gratitud por tanto don recibido. Y recordé a san Felipe Neri, que no le pedía a Dios otra cosa que acrecentara su capacidad de amor, para amarle con mayor intensidad. De él se explica que, tanto amó, que los músculos de su corazón se dilataron hasta deformar y romper algunas costillas. Tanto vibraba que el corazón casi se le salía del pecho. ¡Qué pasión tan desbordante y entusiasmante! Felipe sentía ese amor como hoy lo podemos sentir nosotros.
Los adoradores nocturnos nos recuerdan que Cristo ha de estar en el centro de nuestra vida, y que Él ha de empapar todo aquello que somos, hacemos y vivimos. Si no fuera así, algo sustancial estaría fallando en nosotros. Nunca olvidemos que, aunque callada, su presencia en el Sagrario es real y que Él, en todo momento, nos está esperando para regalar el calor de su amor a nuestro corazón dormido o despistado. Jesús es el amigo que siempre está ahí, esperando que no le fallemos.
Los cristianos tendríamos que estar tan agradecidos que nos convirtiéramos en custodias andantes; que aprendiéramos a amar a la manera de Jesús; que nos convirtiéramos en eucaristía, a imitación de Jesús; que nuestra vida fuera una vocación al servicio de los demás.
Sólo así estaremos respondiendo al regalo de su eterna presencia. La Eucaristía es el momento cumbre de la historia de amor de Dios con la humanidad, encarnada en Jesús y en cada hombre que se ha dejado seducir por su dulce y cálida mirada.
Cada cristiano forma parte de la historia de Dios en Jesús. Seamos conscientes de que esta historia se convierte en meta historia porque vivir aquí esta experiencia espiritual nos lanza más allá del espacio cósmico. La fuerza del amor de Dios es tan grande que atrae hasta su propio corazón, que no cesará de latir hasta que no tenga en sus brazos a toda la humanidad. No dejará de conquistarnos hasta que todos reconozcamos que su último anhelo es la felicidad espiritual de cada criatura y hasta que vivamos para siempre la cercanía de su amor ilimitado.
Demos gracias a Dios por Jesucristo, porque para los creyentes es la única razón de nuestra existencia, llamada a vivir plenamente la vocación del amor.

No hay comentarios: