sábado, mayo 09, 2020

Una Pascua confinada


La Pascua es un tiempo litúrgico importante para la vida del cristiano. En ella celebramos la resurrección de Jesús, acontecimiento crucial donde fundamentamos nuestra fe. Con la resurrección de Jesús, la muerte está vencida. De las tinieblas pasamos a la luz, de la tristeza a la alegría, del miedo a la intrepidez.

Pero, justamente en el marco de esta pandemia, nos podemos sentir desorientados, temerosos, inseguros. Los datos de los fallecidos nos pueden generar dudas, miedo, inquietud y, a muchos, tristeza en el corazón. Una ola de sufrimiento nos invade y nos deja abatidos, con grandes interrogantes dirigidos a Dios. ¿Por qué el Dios de la vida permite la tragedia de tantas muertes por el coronavirus?

El silencio de Dios nos abruma por falta de respuestas. El mal sigue avanzando sin tregua. Todo el planeta contiene el aliento y un horizonte de incerteza aparece en nuestra vida. Muchos no dejan de preguntarse qué está pasando. Querrían obtener respuestas de los científicos, de los políticos, de Dios. Es una reacción muy humana y lógica. Desde la fe, todo tiene una explicación y se nos abre una enorme cortina que nos enfrenta al misterio de Dios, impenetrable para la razón. El Dios cercano de Jesús se hace a veces inaccesible y nos sobrepasa.

Ante ese misterio de su silencio, no podemos rebelarnos. Es posible que quiera decirnos algo que no acabamos de entender, porque queremos soluciones inmediatas. El silencio de Dios no es incomunicación. Es otro tipo de lenguaje que no comprendemos porque quizás no hemos sintonizado lo bastante con él. Nos quedamos en la reacción inmediata de miedo y queremos respuestas rápidas. Dios no para de hablarnos, el problema es que no somos capaces de establecer un diálogo porque todavía no hemos entrado en la profundidad de su realidad divina. Es imposible una comunicación interpersonal si no hay una conexión de corazón a corazón. Así y todo, Dios, por ser como es, guarda una zona en sus entrañas a la que no podemos acceder. Seremos testigos de la revelación total de su misterio cuando nos encontremos definitivamente con él, en el cielo. Allí todo se desvelará. El Dios oculto se hará transparente, luminoso y cercano para siempre.

Mientras tanto, no hemos de vivir asustados ni inquietos. Como él nos dijo: «Estaré siempre con vosotros». Por eso, hemos de afrontar todas las adversidades con esa certeza. Si Dios está con nosotros, como diría san Pablo, ni cumbres, ni abismos, ni profundidades, nada nos apartará de Dios y de su amor. Ni siquiera las pandemias, las tormentas, los terremotos o las erupciones volcánicas. Hoy podríamos decir: ni siquiera el coronavirus nos apartará de él.

Los creyentes entramos en una nueva lógica, que trasciende todo miedo y toda razón. La fe será el fundamento de nuestra vida como cristianos pascuales. Puede parecer una paradoja vivir la Pascua del Señor encerrados en nuestros hogares. Pero esto no tiene por qué ser un contrasentido. La palabra clave del hecho pascual es Shalom, y «Alegraos». ¿Podemos estar contentos mientras el coronavirus arroja una cifra de más de veintiséis mil muertos? Es cierto, no hay respuesta humana ni racional. Pero tan cierto como aquello es lo que Jesús nos dijo: «No os dejaré huérfanos, os enviaré al Espíritu Santo». Y san Pablo nos recuerda: «los que con Cristo hemos muerto, con Cristo hemos resucitado». Son rayos luminosos que nos dan la certeza de una nueva vida y nos convierten en cristianos audaces y valientes. El virus no tiene la última palabra, ni es la antesala de una oscuridad permanente. Todo ha quedado iluminado en Jesús resucitado. Vivamos la Pascua en casa, con actitud gozosa, como si estuviéramos juntos. Cada hogar es un trozo de comunidad viva y hemos de obrar consecuentes con lo que somos y con lo que unos une, más allá de las paredes de nuestro templo. 

Israel tomó conciencia de su identidad en el exilio. También nosotros podemos reforzar nuestra comunidad en el confinamiento.

Ojalá esta Pascua, fuera de nuestro templo, exiliados en nuestras casas, nos ayude a ser conscientes de que somos pueblo de Dios, Iglesia encarnada en nuestra comunidad de San Félix. Ella es parte de nuestra identidad como cristianos.

2 comentarios:

Montse de Paz dijo...

¡Gracias por recordarnos lo más importante!

Anónimo dijo...

Shalom! Alegraos! En oración y en comunidad con la Parroquía. Dios con nosotros.