domingo, agosto 01, 2021

San Félix, pasión por Cristo


Nació en el norte de Africa, en la ciudad llamada Scilitana, donde hoy está Túnez.

De joven estudió lenguas y filosofía, y fue en su época de estudiante cuando conoció a los cristianos y se convirtió a la nueva fe que se iba expandiendo por el Imperio Romano.

Lo dejó todo, familia, trabajo, hogar y patria, para ir a apoyar a los cristianos de la Hispania Tarraconense, que entonces estaban sufriendo una despiadada persecución por decreto del emperador Diocleciano. Viajó por mar hasta las tierras catalanas para animar y dar fuerzas a las comunidades de Girona.

Tras un tiempo de intensa evangelización, San Félix fue detenido por las autoridades romanas y sufrió toda clase de vejaciones y torturas, hasta llegar a dar la vida por su fe. Padeció hasta el límite, sin importarle perderlo todo, porque para él Cristo era su gran perla, su riqueza y su amor. La vida, sin él, carecía de valor.

El gobernador romano le ofreció toda clase de comodidades, cargos y favores si renunciaba a su fe. Félix pudo gozar de una vida larga y próspera, viviendo en palacios y sin sobresaltos si hubiera elegido adorar al emperador y a los dioses romanos. Pero se mantuvo firme y prefirió pasar por las torturas y el dolor más insoportable antes que traicionar a Jesús. Aún en los peores suplicios, azotado, ensangrentado, casi sin fuerzas, resistió con firmeza, erguido y sin doblar la rodilla ante el tirano. Ni el zarpazo de la muerte lo detuvo: esperaba encontrarse, definitivamente, con su Señor.

La alegría del encuentro con Cristo era mayor que todo el sufrimiento que estaba soportando. Cuando falleció, exhausto, lo hizo con una gran certeza en su corazón: que la semilla de su martirio había de dar su fruto.

El universo se encoge ante un alma tan grande, que no tiembla ante la impotencia y que está dispuesta a morir por Aquel en el que cree y al que ama. Félix se unió al sufrimiento y martirio de Cristo con total abandono en Dios. Por eso participa, como tantos otros, de la gloria de Dios.

Los mártires, hoy

Los mártires nos recuerdan que, en un mundo descreído y autosuficiente, si queremos vivir una íntima amistad con Dios, hemos de responder con firmeza, valentía y coraje sin esconder nuestra fe. No estamos en aquel momento histórico de los primeros siglos de la Iglesia, en que los cristianos eran arrojados a los leones. Hoy, al menos en los países democráticos, más o menos se respeta la libertad religiosa y no se encarcela a nadie por ser cristiano. Pero sí es verdad que en algunos países del mundo se muere por ser cristiano, y las iglesias sufren ataques y destrucciones violentas. El cristianismo es la religión más perseguida del mundo. No podemos quedarnos indiferentes cuando hermanos nuestros de otros países están sufriendo tanto. San Félix no se hubiera quedado impasible.

En Occidente se vive otro tipo de persecución: mediática, social e incluso política. Los valores de la Iglesia se menosprecian o se atacan; no se respeta nuestra fe y se ridiculizan nuestras creencias.

Una fe nacida de una persecución es recia, vital. Una fe que brota del sufrimiento y del testimonio, que ha sido probada hasta el límite, hasta dar la vida, no podemos dudar que sea auténtica, firme y sólida.

Aquellos cristianos tenían un entusiasmo tan extraordinario que sólo puede entenderse sabiendo que tenían una certeza: que Jesús resucitado estaba con ellos. De aquí la intrepidez de aquellos judíos y gentiles de las primeras comunidades. ¿De dónde sacaban su fuerza expansiva, su vigor, su capacidad organizativa para anunciar la buena nueva, a tiempo y a destiempo? Sólo era posible a partir de un auténtico gozo pascual, una vivencia real de la presencia de Cristo en medio de ellos.

Sin esta experiencia personal y comunitaria, difícilmente nuestro mensaje llegará con la misma onda expansiva a todos aquellos que, hoy, viven a nuestro alrededor. El mundo de hoy sufre un gran vacío y desorientación. Lo sucedido en los dos últimos años ha contribuido a fragmentar la sociedad y encerrar a las personas en sí mismas, en sus miedos y soledades. Los cristianos tenemos mucho que decir y mucho que hacer. Pero hoy, todo ese entusiasmo creativo parece que se nos ha apagado. Vivimos de una herencia cultural y religiosa que poco a poco ha ido perdiendo vitalidad. Hemos olvidado que cada nueva generación debe ser convertida. Cada nueva generación ha de conocer y enamorarse de Cristo, debe encender una llama y mantenerla viva con el mismo esfuerzo y alegría con que los primeros la llevaron por todo el mundo. Los mártires de los primeros tiempos, como San Félix, nos recuerdan que tenemos esta hermosa y gran misión.

2 comentarios:

José Añez Sánchez dijo...

Es evidente que a la Historia la hemos de ver siempre con ojos del pasado en que sucedieron los hechos, pues hoy día no se entendería, tal vez, muy bien el sacrificio de algunos santos/as para no renunciar a su fe, aunque fuera solo en apariencia o para salvar la vida, pues estoy convencido que Jesús no quisiera un sacrificio porque Él ya lo hizo por todos nosotros y sabe que Su creencia es irrenunciable porque debemos seguir viviendo para propagar la fe en vida, no sacrificándola.
Tomemos el ejemplo de los judíos sefardíes (pueblo culto e inteligente donde los haya) con los decretos de expulsión que hubo en España (o Sefarad para ellos), muchos optaron por renunciar a su fe para salvarse del exilio o salvar la hacienda, aunque por dentro siguieron creyendo y practicando la fe judía.
Hoy día se sigue castigando, en muchos países, al cristiano pero veo que el castigo lo infringen a las iglesias y en grupos como los nazis hicieron con ellos. Desconozco casos en los que se les haga renunciar individualmente para salvar su vida... pues tal vez optasen por el "sistema sefardí"... solo en apariencia.
Pero claro la Iglesia primitiva, como cualquier incipiente religión necesita mártires para ante los ojos de los demás se vea su fuerza cuando hay personas dispuestas al sacrificio.
Siento no compartir tantos sacrificios inútiles.

Montse de Paz dijo...

Los martirios de los primeros siglos pueden parecer algo lejano y exagerado. Pero si vemos lo que está pasando con tantos cristianos hoy, en Siria, en China y en países de Africa, nos daremos cuenta de que las cosas no han cambiado tanto. Claro que Dios no quiere que muera nadie, y la Iglesia NO necesita mártires, de ningún modo. Pero Jesús también dejó claro que sus seguidores tendrían que afrontar dificultades. "El discípulo no es menos que el maestro..." Llega un momento en que hay que optar, y a veces la decisión no comporta una muerte física, pero sí social, mediática, cultural. Ser coherente con tu fe a veces pasa por el martirio, y es justamente este valor y esta coherencia lo que despierta más adhesiones. No creo que los mártires fueran a morir por hacer "propaganda" de la Iglesia; más bien el crecimiento de la Iglesia fue consecuencia de ese enorme coraje y testimonio. No, no fueron muertes inútiles, como tampoco lo fue la muerte de Cristo.