domingo, diciembre 05, 2021

Mi querida Iglesia


Este escrito es fruto de muchas conversaciones que he mantenido en los últimos años con diversas personas: amigos, feligreses y compañeros sacerdotes. Nos preocupa la Iglesia, a la que amamos, y de aquí surgen estas reflexiones.

Mi querida Iglesia,

Siento en mi alma que lentamente tu vitalidad se va diluyendo. El vigor, el entusiasmo, la convicción de los valores evangélicos se apagan. Hoy, una gran parte del pueblo de Dios ha perdido el rumbo. No sabe a dónde tiene que ir, se siente desorientado.

Querida Iglesia, ¿qué pasó con ese júbilo que invade el corazón del creyente? ¿Cómo se ha perdido? Hoy, muchos referentes han caído y pocos modelos son imitables. ¿Qué pasa, mi querida Iglesia, que tu pueblo ya no siente el gozo y la alegría de la vocación cristiana? Parece que el aliento del Espíritu se ha dormido en muchas miradas que han dejado de brillar. La voz profética ha dejado de oírse. Callas ante situaciones de injusticia lacerante y secundas las decisiones de los poderosos del mundo. Muchos sienten una orfandad como nunca, abandonados en profundas incertezas y desconcertados ante la crisis de tantos líderes, que han convertido su misión en un papel, una apariencia de lo que fueron llamados a ser. Transitan hacia la penumbra, perdidos y sin norte. Sienten que el fundamento de su fe se tambalea como si un parásito estuviera comiendo el ADN de su espiritualidad.

¿Qué pasa, Iglesia mía, que a muchos les tiembla la fe y pierden la esperanza, arrastrándose hacia no saben dónde, sintiendo vértigo ante un futuro vacío y sin sentido?

Cuando te casaste con el poder

¿Qué te pasa, Iglesia mía? ¿Por qué sucede todo esto? Quizás te apartaste del evangelio, de la autenticidad, de la humildad, de la pobreza. Quizás todo empezó cuando te convertiste en la religión oficial del Imperio romano, cuando te casaste con el poder, cuando renunciaste a la atrevida revolución de Jesús de Nazaret y abrazaste el poder político, social y religioso; cuando en el Medioevo acumulaste todos los poderes. Esto, lentamente, te fue debilitando. La historia del papado, llena de corrupción y violencia, asesinatos y luchas, ha vivido etapas terriblemente oscuras. Discusiones, ambiciones, pugnas a todos los niveles: cultural, filosófico, económico... Desde entonces, desde los primeros siglos de nuestra era cristiana, la sombra del mal penetró en ti. Después se sucedieron las divisiones, los conflictos con otras confesiones religiosas, guerras y miles de muertos. La época de la cristiandad y la construcción de los estados pontificios te apartó de tu pueblo. 

Quizás todo empezó cuando creciste, copiando las instituciones y las estructuras del poder civil, actuando más como agente político que representa a un estado o un país. 

Mi Jesús, cercano a los pobres, amigo de sus discípulos, fue fiel a la voluntad de Dios, aunque esto le costó su propia vida. Este fue el sello de la Iglesia que confió a sus apóstoles: una vida entregada sin límites a la causa de Dios. Grandes santos y admirables misiones evangelizadoras han permitido que tu barca siguiera avanzando con el paso de los siglos. 

Hoy, muchos cristianos perciben que su Iglesia ha perdido el norte. Desorientados y solos, se preguntan: ¿qué te pasa, Iglesia?

Desconcierto ante los pastores

Tu historia ha dejado tras de sí rastros de dolor. Pero el gran sufrimiento, hoy, es sentir que muchos de tus responsables ordenados han convertido su misión y su vocación en un mero servicio de funcionariado. Otros actúan totalmente embriagados de sus ideologías. Otros ambicionan controlar las estructuras. Otros viven de la borrachera intelectual y los logros académicos, exhibiendo lo que saben. Otros se arrastran y sobreviven, pues les pesa la vocación y el duro trabajo pastoral. Otros están rebotados, porque quieren imponer una línea de trabajo o unas ideas que no logran llevar a cabo. Otros saben leer con sabiduría los signos de los tiempos y ejercen su labor pacientemente, sin casarse política ni ideológicamente; estos son señalados y tachados de versos sueltos que no están en la línea marcada desde arriba.

Lo cierto es que veo en mi Iglesia un letargo y un adormecimiento. Muchos por desconcierto ante sus pastores, otros por una gran apostasía que cada vez se va extendiendo más. 

Resurgir unidos a Jesús

La Iglesia no renacerá si no mira a Jesús, su vida, su misión, sus palabras y hechos. Debe hacer el esfuerzo humilde de reconectar con él, sin prejuicios, sin lacras históricas, sin resentimientos. Volver a Cristo cambia el corazón y lo limpia de tantas capas que han ido estrechando la visión liberadora del evangelio.

Necesitamos generar una mayor complicidad personal con aquel que es el fundamento de nuestra vocación y convertirlo en el centro único de nuestra vida. Si nos abrimos a una nueva experiencia de encuentro con Jesús, renunciando al ego, juntos con él nos reencontraremos con nosotros mismos y él nos hará sacerdotes nuevos, hombres y mujeres nuevos.

Sólo así surgirá la aurora en la Iglesia. El entusiasmo y la alegría de la primitiva Iglesia tiene que volver a instalarse en el corazón de la postrera. El hastío y la indiferencia se diluirán; los cristianos serán hombres y mujeres de esperanza.

El poder se come la vocación, es la antítesis del amor y de la misión. Todo lo que no nazca del silencio, humilde y generoso, nos estará apartando de la razón última por la que fuimos llamados.

Yo creo que, a pesar de todo, hay momentos en que el soplo del Espíritu es como un vendaval. Así fue en la fundación de la Iglesia, pero a veces también es un soplo suave y susurrante, un aliento que sigue ahí, aunque la inercia y el cansancio puedan tapar su sonido.

Estamos en una cultura global y digital. Pero todo empieza por unas brasas, chispas que, alimentadas por pequeños fuegos, se convertirán en una hoguera que desprenda llamaradas de luz para iluminar a muchos.

Sólo desde las pequeñas comunidades podremos seguir alimentando estas brasas para que el fuego nunca se apague. Ni la era de la globalización ni las grandes proyecciones telemáticas pueden suplir una pastoral de la presencia y el testimonio, el contacto y la cercanía. Esto será lo que permitirá a la Iglesia mantenerse viva.

7 comentarios:

Teresa Verges dijo...

Es evidente que ha descendido el numero de personas en la práctica cristiana.Los mayores se acomodan a la televisión, sin recibir los sacramentos y sin relación con los fieles de la parroquia. Los jóvenes por ignorancia total de la vida de fe. A todos perjudica gravenente el que y como se trata el tema religión católica rn los medios de comunicación.

branwen dijo...

Buenas noches.Soy un feligrés de San Félix desde el año 1966 cuando mis padres emigraron desde Burgos aquí. Yo tenía casi 4 años. La parroquia y los feligreses han cambiado bastante desde entonces. En aquella época se seguían las normas establecidas por la iglesia, aparentemente, creo. Había menos libertad y un cierto miedo. Ahora abría que aprovechar esta libertad para explicar la verdad de la Iglesia católica con sus fallos en su origen, como ha comentado usted. Y leer también en las misas los evangelios que no aceptó la iglesia. Como en todo lo bueno que surge en el mundo, en la Iglesia también, los más espabilados y que quieren sacar provecho se unen al nuevo proyecto, que es bueno en su origen, manipulan a la gente buena y humilde que va de buena fe, se hacen con el poder y tergiversan lo que sea necesario para conseguir su objetivo. Esto pasó poco después del origen del cristianismo y luego se multiplicó. Así que para que la gente tenga interés por Jesús habría que explicar toda la verdad.

Montse de Paz dijo...

Se agradece esta sinceridad y valentía en un sacerdote, que señala los fallos de la Iglesia, no sólo de antes, sino de ahora. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI pidieron perdón en varias ocasiones por los errores históricos de la Iglesia. Pero quizás hoy hace falta algo más. También creo que los laicos, no sólo los curas, deberíamos hacer autocrítica. Nuestra actitud y falta de compromiso está contribuyendo mucho a esta aridez que vemos... La Iglesia no son solo los jerarcas; la mayoría somos cristianos de a pie que, por el motivo que sea, por comodidad o por inconsciencia, no arrimamos el hombro como podríamos (o deberíamos). ¡El escrito da qué pensar!

José Añez Sánchez dijo...

Querido padre Joaquín,

Me uno a la preocupación que sientes por la Iglesia, sin embargo, veo como tu vigor y entusiasmo logran aumentar la vitalidad que te aflige aunque un velo de tristeza empañe, en cierta medida, tu vocación sacerdotal de ver cómo decae el júbilo de muchos creyentes o abandonan el ministerio tantos presbíteros.

Creo que tienes razón, pues a ti el árbol no te impide ver el bosque, y las estadísticas que expuso Chris Lowney en la obra “El liderazgo de los jesuitas” en 2003 así lo confirman:

“El número de vocaciones en todas las órdenes religiosas ha caído en picado. En 1965 había en el mundo cerca de 230.000 sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas. Hoy día no llegan a 150.000, y ello a pesar de que la población católica a la que atienden ha seguido creciendo. Y la demografía no augura un brillante futuro: la edad media del clero en los EE.UU. roda los 60 años.”

O este otro de Guillermo Céspedes del Castillo quien aseguraba que, “al iniciarse la segunda mitad del siglo XVII, había en España 9.088 monasterios de varones. El número total de eclesiásticos españoles en dicho siglo, según los diversos cálculos, oscila alrededor de los 175.000 o 200.000 individuos.”. ¿Cuántos quedan hoy día? (?).

Produce grima y pena a la vez ¿verdad? que una institución como la Santa Madre Iglesia esté decayendo sin que nos preguntemos qué podemos hacer o el camino que hay que tomar para evitar tal descalabro.

El pueblo sigue sintiendo emociones, pues el gozo y la alegría forma parte de los sentimientos como humanos que somos, pero lo estamos enfocando hacia otros derroteros que no siempre son sanos ni ayudan como sí lo podría hacer y ha hecho la Iglesia si desarrollara (bajo mi humilde criterio) unas sencillas preguntas: Porqué, cuándo, cómo, dónde… a través de una macro estadística abierta pues, aunque doctores tiene la Iglesia, el doctor también enferma.

La sinceridad, humildad o el mea culpa ayudan mucho cuando se expone con la gracia, el sentimiento o la preocupación con la que tú escribes. Ya lo dijo Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.” Claro que se estaba refiriendo a los políticos como vemos que así está ocurriendo en nuestro país.

Debemos invocar a la gracia de tantos mártires cristianos que han trabajado y sen han sacrificado para levantar el Templo que Dios nos ha legado como bien de la Humanidad. Fijémonos en ese pequeño/gran país de la felicidad como es Bhután que ha sabido aunar religiosidad con laicidad en un solo camino que conduce al reino de Dios y rogemos por que así sea.

Pilar Alonso dijo...

La Iglesia prevalecera a traves de los siglos..necesita formas nuevas que respetando la verdad y la doctrina..sacie la inquietud de los jovenes..aprovechando la tecnologia en su formacion

Joaquín Iglesias Aranda dijo...

¡Gracias por vuestras aportaciones! Para mí son muy valiosas pues me hacen pensar y ampliar mi perspectiva.

Santiago Vilá dijo...

Creo que es importante que las celebraciones eucarísticas, la Santa Misa, sean un estímulo para los creyentes, en este sentido que se celebren con entusiasmo, hablando para que la persona del fondo de la iglesia pueda escuchar casi lo mismo que el que está sentado en las primeras filas. Quisiera saber, qué pasaba antiguamente cuando el sacerdote se subía al púlpito para hablar, entonces su palabra debía ser más emotiva.