domingo, abril 23, 2023

Adorar a Jesús vivo


Jesús ha resucitado. Estamos en un tiempo de gracia que la Iglesia nos regala para vivir con más intensidad nuestra fe en un Dios vivo que se hace presente en nuestras vidas. Los cristianos celebramos un acontecimiento crucial que da coherencia y solidez a aquello que creemos: es la verdad fundamental de nuestra fe. Sin esta certeza nos disolveríamos en la nada. Todo tiene sentido a partir de este acontecimiento nuclear que asienta nuestras raíces cristianas.

Y es a partir de aquí que la vida del cristiano adquiere un nuevo matiz. Vivimos aquí, en la tierra, con la certeza de haber iniciado ya una vida nueva. Nos convertimos en hombres y mujeres nuevos, llamados a comunicar la experiencia que configura nuestra identidad cristiana. Si creemos en esta gran verdad, nuestra vida debe quedar transformada.

Siguiendo los pasos de Jesús


Jesús, abierto al Padre, culmina su plan para nosotros. Como seguidores suyos, entramos en su dinamismo: si seguimos sus pasos en los evangelios veremos que su relación con Dios era intensa y profunda. Jesús siempre fue dócil a los designios del Padre: predicó en su nombre, atendió a los pobres y a los enfermos por su misericordia: sanó con sus manos y con su voz, expresión de amor a los más desvalidos y a los que sufren. Fue un incansable anunciador de la bondad y la misericordia de Dios. En todo momento hizo su voluntad, incluso pasando por el sufrimiento y el rechazo, la agonía y la soledad de la cruz. Finalmente, Jesús también se sometió a la muerte. Podríamos decir que el itinerario del cristiano ha de ser el mismo de Jesús: vivir con intensidad, en profunda comunión con el Padre; sentirnos hijos suyos, y a partir de aquí seguir sus pasos hasta vivir lo que él vivió.

Convertidos en agentes misioneros de su palabra, nuestro lugar está cerca de los que sufren, acompañando a tantas gentes angustiadas y perdidas que buscan con ansia calor, dulzura, amor. Estamos llamados a repetir con nuestras manos y con nuestra boca las obras y las palabras de Jesús. Nuestra vida, unida a él, ha de ser la suya. Podemos hacer milagros, dar vida a quien no la tiene, esperanza al alma desesperada, fuerza a quienes flaquean y luz a quienes caminan en la oscuridad¡Cuántas tinieblas hay en el mundo!

Insertados en Jesús podemos levantar a muchos derrotados y caídos. No minimicemos este milagro: hacer que la gente se sienta viva y amada. Sólo así estaremos preparados para dar el salto del martirio. La madurez espiritual consiste en asumir las consecuencias de nuestro sí, abrazando, si fuera necesario, el sufrimiento y la cruz, y sabiendo vivir nuestra propia pasión cuando toque.

Dóciles a Jesús, tendremos tal comunión con él, que podremos repetir, con san Pablo: Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en míEsto es necesario para que se cumpla el plan de Dios en cada uno de nosotros. De esta manera, estaremos viviendo con Jesús nuestra propia resurrección, como leemos también: Si Cristo ha resucitado, nosotros hemos resucitado con él.

Vivir el misterio pascual


Ya aquí, en la tierra, vivimos la antesala del cielo. Aunque todavía estemos sujetos a las leyes de la naturaleza, al tiempo y al espacio, nuestra alma está marcada con el sello de una vida nueva. 

Tenemos 50 días, hasta Pentecostés, para ir penetrando en el misterio pascual y saborear las delicias de este anticipo de una vida plena con él. Hemos de convertirnos en cristianos pascuales, alegres, voceros del gran anuncio y testigos de su misericordia y de su amor.
Jesús no quiere apartarse de nosotros, no nos deja huérfanos y por ello quiere permanecer en el sagrario todos los días, hasta el final de los tiempos.

Antes de habitar en el sagrario, su humanidad se desplegó en el itinerario hacia la cruz, asumiendo el pecado de la humanidad. 
Después, Dios Padre lo resucitó y durante cuarenta días Jesús, hombre-Dios, quiso recuperar a los suyos y reafirmarlos en la fe, comiendo de nuevo con ellos. En estos días tuvo que conquistar a sus discípulos desorientados. Después ascendió a los cielos para volver a bajar en forma de pan, pues quería seguir alimentando a los suyos con su palabra y su presencia.

Hoy contemplamos a Cristo resucitado hecho pan. Como seguidores suyos, podemos seguir alimentándonos de él. 

Hoy estamos aquí porque también nos ha seducido a nosotros. Adorarlo es reconocer que, sin él, deambularíamos perdidos y temerosos. Los rayos de luz de la resurrección iluminan para siempre nuestras vidas.
 

2 comentarios:

Montse de Paz dijo...

Esa hermosa y total comunión con el Padre. Es la fuente de todo y Jesús nos la ofrece. Entonces la docilidad es libertad y podemos aceptarlo todo sacando un bien de todo. ¡Gracias por esta reflexión!

Anónimo dijo...

Gracias Pe. Joaquin! Que Dios ilumine cada día más ese don de escribir que fortalece nuestra fé y nos impulsa à oración, caridad y gratitud!