En un mundo lleno de interrogantes e incertezas el cristianismo ofrece valores inspirados en una visión mística y trascendente más allá de la realidad material.
sábado, octubre 11, 2025
Siete hombres de Dios - 1
viernes, junio 27, 2025
Contemplándote bajo la morera
Hoy, día del Corpus, en procesión por el patio, deposito la Custodia sobre el altar, bajo la sombra de este árbol que cada primavera se viste con su verde follaje. Su frescor embellece aún más el clima profundo que se respira en esta fiesta. Salimos caminando en procesión, tras la Custodia elevada, entre cantos y momentos de silencio.
Cuando nos detenemos, la música cesa y somos invitados a una
meditación profunda. ¿Es posible entender tu misterio? Nos sobrepasa, pero al
mismo tiempo siento que es algo vital en nuestra fe cristiana. El sol, con su
luz intensa, baña todo el patio. La morera y las acacias forman una cúpula que
lanza su sombra fresca haciendo más soportable el calor. Las flores amarillas
de las acacias, que caen suavemente, han tapizado el suelo de una alfombra
dorada.
Sombra, luz. Flores y canciones. Bajo la morera, me sumerjo
en la experiencia de sentirte más cerca que nunca. A mi alrededor se agrupa la
comunidad, contemplándote, alabándote con sus voces, admirándote en el silencio.
La liturgia que hoy celebramos nos regala este paseo
contigo, Señor, respirando junto a ti, oyendo tu susurro. La comunidad es
testigo de este momento crucial. El cielo se hace presente entre nosotros a
través del pan sagrado. Así lo quieres, para que podamos alimentarnos de ti y sigamos
caminando rumbo a la plenitud que deseas compartir con todos.
Queremos agradecerte tanto don inmerecido que nos llena de
gozo. Bajo la morera , convertida en una gruta natural, entre la caricia de la
brisa y tu dulce presencia, nos empapamos de ti, de tu amor que nos envuelve en
un cálido abrazo. Quieres que sintamos el latido de tu corazón.
El tiempo se hace corto, querríamos que nunca acabara.
Pisamos un nuevo Tabor, saboreamos un momento íntimo contigo. Un paréntesis en
el ajetreo cotidiano, un sorbo de paz que ilumina nuestra vida.
Tras la íntima contemplación, volvemos en procesión hacia el interior del Templo. Con reverencia, llenos de gratitud, te devolvemos a tu pequeño hogar, el sagrario, tu casa aquí en la tierra. Allí nos esperas... ¡hasta la próxima visita!
domingo, junio 22, 2025
Eterna Presencia
Nos has amado tanto, que diste tu vida por
nosotros.
Con tu amor sin medida, nos enseñas a amar hasta el extremo, hasta dar la vida.
Tu amor no tiene fronteras.
Moriste para salvarnos. Y nos diste nueva vida.
Hoy, en silencio, queremos saborear contigo este momento de paz.
Queremos comprender que la vida cristiana, muchas
veces, pasa por abrazar la cruz.
Por aceptar, con libertad serena, el pequeño o el gran martirio de cada día.
Estamos llamados a darlo todo, incluso el sufrimiento.
Queremos ser valientes como tú.
Ayúdanos a soltar los miedos que nos paralizan.
A ser luz en medio de la penumbra.
A ser testigos tuyos, vivos, auténticos.
Más que nunca, necesitamos de ti.
De tu cercanía, de tu presencia, de tu cálido susurro.
Alimentarnos de ti —pan vivo bajado del cielo— es lo que nos fortalece por dentro, lo que nos hace crecer como personas y como creyentes.
Necesitamos llenarnos de ti.
Reposar en ti, para tomar nuevas fuerzas, y seguir caminando con el pan de tu Cuerpo en nuestro interior.
Hoy venimos aquí a escuchar la melodía de tu silencio y la música suave de tu dulzura.
Este encuentro contigo es un oasis. Un descanso en medio del camino.
Una pausa sagrada en tu presencia.
Queremos descansar en ti, para seguir la carrera —como decía san Pablo— hasta la meta. Queremos correr contigo, no solos.
En la fiesta del Corpus, te nos das como Pan.
Tu Cuerpo, desgarrado en la cruz, se convierte en alimento sagrado: una ofrenda pura, que nos levanta, que nos redime, que nos regala vida plena y eterna.
Tu Sangre derramada es vino que purifica.
Sangre de amor, sangre de salvación.
Sangre que nos ofreces, para que vivamos, agradecidos y asombrados, el milagro de nuestra existencia rescatada por ti.
Te pedimos hoy, Señor, coraje y sabiduría para vivir este don sagrado: tu vida, entregada del todo, por tu criatura.
Solo tú puedes ensanchar nuestro horizonte.
Solo tú das sentido a todo lo que somos, a todo lo que hacemos.
Queremos vivir abandonados en ti.
Que la confianza y el sosiego sean la brújula que nos lleve a tu Corazón.
Porque sin ti, todo se oscurece… y contigo, el alma se ilumina.
Solo con un testimonio auténtico y fiel podremos ayudar a otros a encontrarte.
Ojalá que muchos vean, en la lucecita encendida del sagrario, una señal de tu presencia viva, una promesa de que tú estás ahí. Siempre. Esperando. Con los brazos abiertos.
Tú no fuerzas, pero siempre esperas.
Gracias, Señor, por salir un rato del sagrario, para estar más cerca. Para que podamos sentir tan próximo tu aliento divino.
¡Gracias!
domingo, junio 08, 2025
La gracia en la herida
«Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.»
— San Pablo, 2 Corintios 12:9
El sufrimiento, con toda su crudeza, nos confronta con
nuestros límites más profundos. Nos deja al descubierto, frágiles, sin
respuestas fáciles. Sin embargo, es precisamente en esa desnudez del alma donde
puede revelarse algo más grande: la fuerza de un amor que no abandona. Esta
antigua afirmación de San Pablo, nacida del propio dolor, nos invita a mirar la
debilidad no como un fracaso, sino como el lugar donde Dios se hace presente
con más plenitud. A partir de esta perspectiva, se abre el camino para una
reflexión sobre la fragilidad humana y la acción silenciosa de una Providencia
que sostiene, sana y renueva.
La fragilidad humana y el amor providente: una reflexión
sobre el sufrimiento y la esperanza
Desde el inicio de la vida, los seres humanos están dotados
de una vitalidad que impulsa el crecimiento y el desarrollo a lo largo de las
distintas etapas que conforman la existencia. Sin embargo, a medida que el
tiempo avanza, se hace patente la fragilidad propia de la condición humana,
manifestada en la vulnerabilidad física, emocional e intelectual.
La enfermedad y el dolor constituyen elementos inevitables
en la experiencia humana. Estos pueden derivarse de causas diversas, tanto
físicas como psíquicas, y se ven acompañados frecuentemente por circunstancias
que agravan el sufrimiento, como la soledad, la injusticia, la pérdida de
afecto, o las carencias económicas y sociales. Además, la pérdida de seres
queridos o la ruptura de vínculos significativos representan golpes profundos
que desestabilizan el equilibrio personal.
Frente a estas adversidades, las personas suelen
experimentar un cuestionamiento profundo, que muchas veces se traduce en la
búsqueda del sentido y el porqué del sufrimiento. Esta situación las hace más
vulnerables y favorece el desarrollo de diversas patologías, tanto físicas como
mentales.
La fe ofrece una perspectiva singular, basada en la
convicción de que, aun en los momentos más oscuros, no existe abandono por
parte de Dios. Él sigue presente en el interior más profundo del ser humano,
brindando un amor incondicional capaz de llenar los vacíos existenciales y
acompañar en las soledades más hondas.
El sufrimiento de Jesús en la cruz, marcado por un amor que
trasciende el dolor físico y emocional, se convierte en un modelo de entrega y
esperanza. Para aquellos que atraviesan momentos de incertidumbre,
desorientación o abatimiento, la fe en ese amor sostiene y otorga fuerza para
continuar.
La unción con óleo sagrado, en la tradición cristiana,
simboliza la gracia y la ternura de ese amor divino que sana y regenera desde
lo más íntimo. A través de este sacramento, se ofrece consuelo y
fortalecimiento espiritual, para revitalizar y devolver la esperanza a quienes
lo reciben.
Además, esta experiencia no solo tiene un efecto restaurador
individual, sino que invita a quienes la viven a convertirse en agentes de
acompañamiento y solidaridad hacia otros que sufren. El compromiso con el
prójimo, especialmente con aquellos que afrontan dolor físico, psíquico o
espiritual, se convierte así en una expresión concreta del amor recibido.
Una de las formas más profundas de sufrimiento no se limita
al dolor físico, sino que radica en la falta de propósito y sentido en la vida,
una condición que puede generar una profunda desorientación y vacío
existencial. La fe y la apertura a la gracia divina ofrecen una respuesta a
esta enfermedad del espíritu, iluminando el camino hacia la plenitud.
En definitiva, experimentar la fragilidad humana, junto a la
fortaleza de un amor providente, nos hace ver la capacidad del ser humano para
encontrar en la fe un sostén y una esperanza que trasciende el dolor y abre a
la vida renovada.
martes, mayo 27, 2025
Iluminados por Cristo resucitado
Seguimos inmersos en el tiempo pascual: cincuenta días de gozo para saborear la gracia de un Dios que levanta a su Hijo de la muerte, atravesando las tinieblas hacia la luz de la resurrección.
Son días para ahondar en el misterio que da sentido a nuestra vida, y para despertar a la conciencia del don inmenso que es la vida nueva de Jesús.
Creer en la resurrección transforma nuestro rumbo y renueva nuestra mirada. La oscuridad cede ante la luz, la tristeza se torna alegría, la esclavitud se rompe en libertad, el desconsuelo se disuelve en esperanza; el vacío se ilumina con una claridad nueva.
Jesús, vivo, se hace presente en nuestras vidas. Desde este
acontecimiento todo adquiere un matiz distinto: vivimos con la certeza de estar
ya salvados.
Dios, en su misericordia, nos ha abierto de par en par las puertas del cielo. Y en la medida en que aprendemos a amar desde esta certeza, Él penetra en lo más profundo de nuestro ser, anticipando, aquí en la tierra, nuestra resurrección futura.
Vivir iluminados por Cristo es vivir de un modo
trascendente. En un mundo convulso, donde muchos caminan hacia la nada, se
vuelve urgente el testimonio vivo de los cristianos, llamados a vivir como
resucitados.
Somos invitados a ser cristianos pascuales, marcados por la alegría de este hecho decisivo. Esa alegría es nuestro distintivo. Estamos llamados a ser portadores de esperanza. El coraje de una fe vivida con hondura puede ser un oleaje de entusiasmo para quienes deambulan sin rumbo. Para el cristiano, evangelizar es parte de su identidad. Como decía san Pablo: ¡Ay de mí si no evangelizo! Pero no solo con palabras, sino con acciones.
La paz del Resucitado nos da el valor de salir de nosotros
mismos y tender puentes hacia los demás. El nuevo papa, León XIV, en su primera
locución tras ser elegido, evocó las palabras de san Juan Pablo II: ¡No tengáis
miedo! Y añadió con fuerza: Dios nos ama.
Esta certeza profunda ha de impulsarnos a tomar en serio la gran responsabilidad que tenemos. Anunciar a Cristo resucitado es la mejor noticia, la única capaz de llenar el mundo de sentido, de gozo y de paz.
Ésa es nuestra misión como bautizados: vivir y transmitir el valor de nuestra fe. Sobre este pilar gira nuestra vida. Cuando no es así, todo se desvanece en el vacío y el corazón del hombre se llena de temor ante un futuro incierto. Sin esperanza, la oscuridad lo engulle. ¡No lo permitamos!
Tenemos entre las manos un tesoro: un mensaje y unas
palabras capaces de transformar el mundo… y también nuestro propio corazón.
Demos gracias a Dios por el regalo de su Hijo resucitado,
porque se ha compadecido de nosotros. Nos vio errantes, perdidos, hundidos en
el pecado… y nos rescató. Nos ha hecho partícipes de su vida, regalándonos su
amor y su presencia.
Gozar de este rato de silencio junto a Él nos ayuda a entrar
en su órbita divina.
Somos suyos. Formamos parte de su proyecto.
Contemplamos, una vez más, la belleza de su silencio… tan
lleno, tan evocador.
Y ante tanto derroche de amor, sólo cabe una respuesta: el
silencio reverente del corazón que ama.
domingo, abril 20, 2025
Cristo vive
Sábado Santo – Vigilia Pascual
Lucas 24, 1-12
¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
. . .
Hoy es un día hermoso.
Después de estos tres días en que hemos acompañado a Jesús en su cruz, hasta la
muerte, ocurre algo extraordinario que nadie podía imaginar. De la noche
oscura, en su sentido místico, como lo entendía san Juan de la Cruz, pasamos a
un cambio histórico: y es que Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Para los judíos era
inconcebible; los fariseos, los únicos que creían en una resurrección de los
muertos, la esperaban al final de los tiempos. Los saduceos, como sabemos, no
creían en ella.
De buena mañana unas mujeres, algunas de las que
estuvieron al pie de la cruz, viendo el tormento de Jesús, salen. Salen,
mientras los varones, por miedo, están escondidos. ¿Quizás porque albergaban
algo de esperanza? Una historia tan maravillosa no podía terminar así.
La historia de Jesús
tiene sentido porque ha resucitado. De no ser así, sería la vida de un mártir
más, que creía en lo que decía, pero se quedaba ahí. Cuántos personajes
históricos han surgido y han hecho cosas extraordinarias. Pero la carta
escondida que tenía Dios Padre desconcertó a todo el mundo judío.
Las mujeres, llenas de
dulzura y ternura, van al sepulcro porque quieren embalsamar el cuerpo de Jesús
con los aromas que han preparado para darle una merecida sepultura a aquel que
lo había sido todo para ellas. Los discípulos, desorientados, tienen miedo a
las consecuencias de la muerte de Jesús. Como seguidores suyos, corren el mismo
riesgo de ser detenidos y crucificados. Temen a la muerte. Jesús no tuvo
miedo.
Se encuentran con la
sorpresa de que una piedra inmensa ha sido desplazada ante la oscuridad del
sepulcro. Esto, de entrada, no significa necesariamente que Jesús haya
resucitado. Pero para un judío es importante: el cuerpo ya no está en la tumba.
Y aparecen dos jóvenes
vestidos de blanco que les dicen: «¿A quién buscáis? ¡Ha resucitado!»
¿Cuándo? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo atravesó la piedra, o cómo la desplazó? No lo
sabemos, pero algo nuevo se atisba, algo nace tras la oscuridad del Viernes
Santo.
La vida estalla en su
plenitud: Jesús ha resucitado de entre los muertos, tal como lo había
anunciado.
Este acontecimiento es
fundante de la fe cristiana. Porque si Jesús no hubiera resucitado, como dice
san Pablo, ¡vana sería nuestra fe! Estaríamos haciendo teatro. Pero, porque ha
resucitado, después de dos mil años seguimos reviviendo el acontecimiento que
marca la historia de la humanidad. Tanto, que hablamos de la era cristiana a
partir del siglo I.
Este acontecimiento no es
baladí, ni absurdo. Tiene toda la importancia para nuestra vida espiritual. Si
Jesús hizo el milagro de levantar a Lázaro de su tumba, y de resucitar a la
hija de Jairo, ahora Dios levanta a su hijo. Pero no para volver a morir, como
Lázaro o la niña. Jesús no vuelve a morir. Su vida ya no es una vida
corriente. Su cuerpo está transformado y es luminoso, está en otra dimensión
diferente. Tanto, que, como veremos, Jesús atravesará puertas y muros. Conserva
su parte espiritual, pero su parte física adquiere otro sentido.
Nadie puede quitarnos
jamás la alegría, porque este hecho marca, no sólo la historia de la humanidad,
sino nuestra historia personal. Tiene consecuencias enormes a nivel humano,
social y cultural. Estamos atisbando nuestra propia vida resucitada aquí,
en la tierra. Aquí, ya, empezamos a saborear la eternidad.
A partir de ahora, somos
cristianos pascuales. No nos quedamos en el Viernes Santo. Están muy bien
las procesiones y la devoción popular, pero esta noche, y mañana, las iglesias
tendrían que rebosar. Porque la Pascua es el gran acontecimiento. El dolor de
Cristo queda atrás. La cruz tiene sentido a la luz de la resurrección. Estos
días hemos visto hermosas procesiones con pasos magníficos en muchos lugares de
España, pero ¡cuidado! No podemos quedarnos en el Cristo sufriente del Viernes
Santo. Nos estaría faltando algo.
¿Qué es la eucaristía?
Estamos delante de esta experiencia luminosa, una promesa que se culminará en
nosotros. La eucaristía es el centro de la vida cristiana. Y sí,
recordamos y actualizamos la pasión y muerte, pero también la resurrección. Si
Jesús no hubiera resucitado, no tendríamos eucaristía, ni sacerdotes, ni comunidad.
Y la comunidad fue
creciendo hasta llegar a hoy. ¡Somos dos mil millones de cristianos, contando
todas las confesiones! No seguimos sólo al Cristo que sube al Gólgota; seguimos
a Cristo resucitado. Este salto cambia la historia.
Fuera barreras, fuera
tristeza, fuera angustias, porque justamente él ha podido con todo esto.
Pasamos de las tinieblas de la tristeza, de la oscuridad, del dolor y del
sinsentido, al hecho pascual que justifica toda nuestra fe cristiana.
Por tanto, cuando volváis
a casa, id con el corazón ardiente. Hemos entrado aquí con unas velitas
encendidas en el cirio pascual. Pequeñas, sí, pero suficientes para romper
la oscuridad del templo. Aunque nos sintamos poca cosa, qué hermoso es sentir
que nuestra luz interior puede iluminar a tanta gente. Pero también hemos visto
que, con el viento, las velas se pueden apagar y hay que encenderlas de nuevo.
Esos vientos son el egoísmo, las ideologías, los miedos y el sinsentido, que
apagan nuestro corazón. Pero volvemos a encenderlo, ¿dónde? En el cirio que es
Cristo. No sólo por nuestras capacidades voluntaristas, que ya está bien; quien
nos infunde, empuja y da sentido a nuestra vida es Cristo resucitado. Sintamos
hoy esta resurrección en nuestra vida y os aseguro que la tristeza y el
sufrimiento no podrán apagar nuestra fe y podremos alumbrar a nuestros
hermanos.
viernes, abril 18, 2025
El pálpito de un corazón roto
sábado, marzo 22, 2025
Acompañar en el dolor
domingo, febrero 09, 2025
Retos de futuro en la Iglesia
Crisis de laicos
El Concilio Vaticano II impulsó un florecimiento de
movimientos laicales dentro de la Iglesia. Este dinamismo ha evidenciado el
compromiso de los laicos y su responsabilidad en la evangelización del mundo.
Hoy, más que nunca, son conscientes de su misión en la Iglesia, en la sociedad
y en la cultura.
Sin embargo, desde el año 2000, este ímpetu ha comenzado a
menguar. La falta de un relevo generacional ha debilitado su continuidad:
muchos jóvenes no han seguido los pasos de sus padres. Al mismo tiempo, los
movimientos laicales, que crecieron con vigor entre los años 60 y 80, corren el
riesgo de encerrarse en sí mismos. En ocasiones, se desconectan de la vida
parroquial, perdiendo el contacto con la comunidad eclesial en su conjunto.
Para evitar esta fragmentación, los líderes de estos
movimientos deben redescubrir la parroquia como un espacio común de
convergencia y comunión, sin perder su identidad. La parroquia no es solo una
estructura, sino el hogar donde la vida de fe se alimenta y se comparte. Si los
movimientos se aíslan en una autorreferencialidad estéril, su testimonio
perderá fuerza y fecundidad.
El desafío está en buscar una auténtica sintonía con la
comunidad parroquial, especialmente con los jóvenes comprometidos. Solo así la
Iglesia podrá seguir siendo un lugar vivo y fecundo.
Falta de entusiasmo sacerdotal
En paralelo al auge del laicado, la Iglesia ha enfrentado
una preocupante crisis vocacional. La identidad sacerdotal ha sido desdibujada
y, en muchos casos, desplazada. En el intento de responder a los desafíos de la
cultura moderna, algunos sacerdotes han asumido un papel más social que
espiritual, corriendo el riesgo de diluir su misión. Es innegable que la
Iglesia debe estar al servicio de los más necesitados, pero su labor no puede
reducirse a una acción meramente asistencialista.
El ser humano no solo tiene necesidades materiales o
psicológicas: en lo más profundo de su ser, ansía sentido, trascendencia y
encuentro con Dios. Y aquí es donde el sacerdote debe centrar su misión:
alimentar la vida espiritual de los fieles y guiarlos en su camino de fe.
Las parroquias juegan un papel esencial en este proceso. Son
lugares de encuentro con Cristo a través de los sacramentos, la formación y la
oración. En la Eucaristía, expresión suprema de la fe, el sacerdote debe ser
testigo y mediador de la presencia de Dios.
Para ello, se necesitan sacerdotes santos, apasionados por
su vocación, que no la vivan como un mero oficio burocrático. Un sacerdote no
es un funcionario de lo sagrado; es pastor y padre, llamado a la cercanía y la
entrega. Su presencia debe irradiar calidez, empatía y disponibilidad. Su
caridad no puede depender de simpatías personales: está llamado a amar y servir
a todos, sin excepción.
Este compromiso exige paciencia, humildad y una vida
interior arraigada en la oración. Solo desde esa fuente inagotable podrá
sostenerse y guiar a su comunidad.
Comunidades sólidas y conectadas
Hoy se habla mucho de comunidades pastorales y de la
necesidad de fortalecer la interconexión entre parroquias. Pero esta unidad
solo será real si cada parroquia es, en sí misma, una comunidad sólida y
cohesionada.
Así como familias fuertes construyen sociedades sanas,
parroquias vivas dan origen a una Iglesia diocesana robusta. La cercanía genera
vínculos y estos, a su vez, consolidan la comunidad. Ciertamente, pueden ser
necesarias nuevas estructuras, pero siempre deben surgir desde la realidad
concreta de cada lugar. La Iglesia, como recordaba San Pablo, es diversa en
carismas y vocaciones. También lo es en la identidad de sus sacerdotes.
La comunión no significa uniformidad. Construir hermandad en
la Iglesia implica respetar la singularidad de cada comunidad y de cada pastor.
Sin caridad, cualquier proyecto común se vuelve frágil e insostenible.
Si la Iglesia necesita parroquias fuertes, el sacerdote
necesita una vida espiritual sólida. Su vocación se sostiene en la oración, en
la intimidad con Dios Trinidad, que es comunión perfecta. Jesús se retiraba a
orar en soledad con el Padre; del mismo modo, el sacerdote debe reservar
espacios para el silencio y el recogimiento. Su vida interior no es un lujo
opcional, sino la fuente que alimenta su ministerio y su entrega.
Parroquias vivas como familias sólidas. Sacerdotes
arraigados en Cristo y entregados a su pueblo. Así la Iglesia podrá seguir
siendo testimonio creíble en el mundo.
domingo, enero 19, 2025
Vivir lo sagrado en lo cotidiano
lunes, enero 06, 2025
Jesús, el mayor regalo
Jesús, el gran regalo
Celebramos hoy la fiesta
de la Epifanía del Señor, una hermosa fiesta. Porque la Epifanía no es una
explosión del consumo, no. La Epifanía es una explosión inmensa del amor de
Dios. Tres magos de Oriente viajan siguiendo una estrella hasta Belén, donde
encontrarán al Niño Jesús y le ofrecerán sus regalos. Más tarde este niño,
Jesús, por amor, morirá en la cruz, resucitará y nos dará otro regalo: su
presencia en la eucaristía.
Siguiendo esta lógica,
también nosotros tenemos que convertirnos en regalo para los demás. Este es el
auténtico sentido de la Epifanía: un Dios que se nos revela, un Dios que se nos
regala, un Dios que se hace presente en la historia; un Dios que quiere nuestra
felicidad y nuestro gozo. Por eso la Epifanía es un mensaje de universalidad.
Dios ha venido para todo el mundo. Más allá de Israel, el pueblo que esperaba
la venida del Mesías, hoy Jesús se manifiesta a todos los pueblos, no importa
el lugar, la lengua, la cultura, o la historia. Él ha venido a hacerse presente
para toda la humanidad.
¡Qué hermoso regalo! Él
da sentido a nuestra vida. Entiendo que queramos regalar cosas: es un gesto de
cariño y de aprecio a las personas que quieres. Por supuesto tiene un sentido.
Pero detrás de todo regalo tiene que haber una pedagogía. ¿Por qué hoy nos
regalamos cosas? Porque estamos contentos, porque hemos recibido el gran regalo,
que es el mismo Jesús.
La fiesta de los que buscan
Por otra parte, los magos
de oriente ven salir una estrella. ¿Qué representan los magos, estas personas
estudiosas del cosmos y de la filosofía? Son personas que, más allá de encerrarse
en los dogmas de la ciencia, han descubierto porque han buscado. Se han puesto
en camino y por eso han encontrado.
Esta fiesta no sólo es
importante para los cristianos, sino para los agnósticos que están buscando,
que quizás no han encontrado la fe, o no han recibido suficiente testimonio, o
han creído que con la ciencia basta. Unos magos, sabios, se arrodillan ante un
pequeño.
Si queremos descubrir el
sentido de la vida, más allá de lo que las ciencias pueden aportar, la gran
sabiduría, el gran milagro, la gran ciencia, está en este Niño. ¿Por qué?
Porque es la ciencia del amor. Ya no es la cosmología, ni la filosofía. La
filosofía y la razón pueden llegar hasta el misterio, pero si no tengo la
experiencia de la revelación, con la sola razón no puedo captar la
trascendencia de este momento. Por eso debo dar un salto cuántico: la fe. La fe
me revela que en ese niño humano, pequeñito, sencillo, que nace de una mujer
sencilla en un pueblo humilde, en él está concentrada toda la sabiduría. Muchos
científicos de proyección internacional son cristianos. Han sabido separar
ciencia y fe. Han distinguido que, más allá de lo que nos puedan explicar sobre
la posición del sol, las estrellas y las galaxias, resulta que hay algo más,
mejor dicho: alguien más, que es el autor de toda esta belleza y de la
inteligencia del hombre.
El sentido de los regalos
Regalos. Qué importante
es dedicar tiempo a los demás. Amar es un regalo. Cuando te entregas al otro, porque
lo quieres, es un regalo precioso. Qué importante es trascender del concepto
material del regalo, para darnos cuenta de que esto expresa algo mucho más
bello: expresa un amor incondicional del ser humano.
Es un regalo tener unos
voluntarios que se ocupan de nuestros pobres, dándoles de comer cada día. Es un
regalo saber que hay personas solidarias que hacen un gesto precioso en estos
días, como la Comunidad de San Egidio, que cada año, por las fiestas de
Navidad, comen con los pobres en las plazas. Es hermoso reconocer que esto es
un regalo: dedicar tiempo, consejo, experiencia, sabiduría. La música es un
hermoso regalo. La belleza es un regalo; el arte es un regalo. ¡Estamos
respirando regalos cada día! Vemos el sol cada día, o las nubes preciosas, o
unos pájaros cantando, o el mar en calma. ¡Todo son regalos! Seamos conscientes
de que cada día estamos recibiendo regalos de Dios.
Por tanto, nos toca universalizar esta hermosa fiesta allí donde estemos, porque hoy, queda claro que Dios se ha manifestado a todo el universo.
domingo, enero 05, 2025
El valor de la palabra
Desde el principio, Jesús
era una realidad en el corazón de Dios. Tanto amó Dios a los hombres que, desde
la eternidad, abrigó un sueño. Dios necesitaba amar a alguien, su propio Hijo,
para así amar a la humanidad.
Esta palabra creadora,
viva, que transforma, Cristo, desde siempre estaba en el corazón de Dios. Y se
encarna en el mismo Jesús para hacer real el proyecto de Dios para la
humanidad.
Palabra creadora
Por ella se hizo todo.
Se hizo la creación, Hágase la
luz, leemos en el Génesis. Cuánta potencia creadora tiene la Palabra de
Dios. Transforma y crea un estado diferente, pero además, es comunicada,
transmitida con amor. Porque el mismo Jesús es el Amor del Padre.
Por tanto, insisto, qué
importante es la palabra. Una palabra muy pensada, reflexionada, que surja de
una profunda meditación, que salga del corazón sincero del hombre. Porque estas
palabras serán para la persona algo extraordinario.
En disciplinas como la
psicología o la pedagogía se da una interacción entre el profesional y el
paciente, o el alumno. La palabra ayuda. Pero también es verdad que el
profesional debe escuchar muy bien el corazón de la persona para acertar y
poder cambiar y transformar su vida.
Palabra transformadora
Esto es lo que quiere la
Iglesia: tenemos un instrumento poderosísimo, la Palabra de Dios. Pero, para
que esta palabra cale, tiene que ser vivida como una experiencia profunda de
Dios.
Primero, los cristianos
debemos preguntarnos: esa Palabra ¿la he digerido bien? ¿La he hecho vida de mi
vida? Si la palabra no va acompañada de algo auténtico y sincero, no podrá
cambiar las personas ni las cosas.
Hay mucha palabrería en
el mundo: los medios vierten palabras y palabras sin sentido alguno. Por eso
hay que rescatar la palabra, porque tiene mucha fuerza: tanto para destruir
como para construir. Por eso la palabra debe estar al servicio de la persona,
una palabra que ayude, que sea pedagógica, que interpele, que toque el corazón
humano.
Palabras vacías
Pero ¿qué ocurre? Lo
vemos en la prensa y en los medios, y lo vimos recientemente, en la fiesta de
fin de año y el programa de televisión de la cadena pública. ¡Cuánta palabra
vacía! La gente no es consciente, pero todo está muy orquestado para apagar el
sentido genuino de nuestra vida cristiana. Con ironías absurdas, lo que
consiguen es rebajar algo tan potente como los medios de comunicación que
utilizan la palabra. Porque esta frivolidad llega a todo el mundo. Cuando las
ideologías convierten la palabra en un veneno, la están aniquilando.
En el proceso evolutivo
del hombre, la articulación del lenguaje en palabras es un hito, un salto
importantísimo. Todo lo que sea manchar la palabra está manchando algo santo. Estamos
prostituyendo algo sagrado y que Dios ha querido que el hombre use para
comunicarse.
Pensemos muy en serio y
despacio lo que tenemos que decir cada día. Si lo pensamos, nos daremos cuenta
de que la mitad de las cosas que decimos no valen la pena o no son necesarias.
Estamos embarrando con una palabra sucia.
Los expertos en la
palabra, desde los poetas, filósofos, sacerdotes, literatos, profesores...
tienen una gigantesca responsabilidad. Santa Teresa lo decía: O hablar de Dios
o no hablar. O hablar de cosas transcendentes, importantes, o mejor no decir
nada.
Si tuviéramos un ratito
para pasar la moviola cada noche, revisando nuestro día: qué he dicho, qué he
hecho, nos daríamos cuenta de las muchas palabras innecesarias, no solo las que
hemos pronunciado, sino las que hemos oído sin necesidad. Esto es lo que nos
vacía y nos deja huecos por dentro. Quizás en el fondo es lo que quieren las
élites que gobiernan el mundo: una sociedad de títeres que se llenen de
tonterías.
Palabra que es luz
La palabra es la luz
verdadera que alumbra el mundo.
Si una palabra no ayuda, no ilumina, no orienta, es una palabra vana y vacía.
Pero, al contrario, si es una palabra llena, bien digerida espiritualmente,
puede crear una auténtica revolución.
Vemos incluso mucha
literatura vacía, es tremendo. ¿Cómo se puede manchar algo tan bello como la
poesía? ¿Cómo se pueden utilizar formas poéticas para decir algo vacío? Igual
sucede con el arte, hoy cualquier cosa es arte. ¿Cómo es posible, cuando tenemos
una magnífica herencia histórica de artistas geniales?
Ojalá creamos que la
Palabra de Dios nos transforma de verdad, sinceramente. Si la hacemos vida de
nuestra vida, seguro que marcaremos un nuevo paradigma cultural y religioso.
Para ello tenemos que
dejarnos interpelar.
Palabra que es verdad
La palabra es la
verdad. Cuando la palabra se
convierte en mentira, es su fin. Pero cuando la palabra es verdad, puede
transformar el mundo. Decir una mentira tras otra nos va aniquilando por
dentro. Y lo peor es que nos acostumbramos. La gente miente quizás por miedo,
para protegerse, para manipular, para ascender... Los políticos tienen una
herramienta potentísima en la palabra. Sin embargo, la mayoría de sus palabras
están dirigidas a mantenerse en el poder, agarrados al sillón. Cuando las
palabras no responden a la verdad, se producen tragedias, como la que hemos
vivido en Valencia en estos últimos meses.
Recordad: la palabra es
sagrada. Si es auténtica, cambia nuestras vidas.

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