domingo, abril 20, 2025

Cristo vive


Sábado Santo – Vigilia Pascual

Lucas 24, 1-12

¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

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Hoy es un día hermoso. Después de estos tres días en que hemos acompañado a Jesús en su cruz, hasta la muerte, ocurre algo extraordinario que nadie podía imaginar. De la noche oscura, en su sentido místico, como lo entendía san Juan de la Cruz, pasamos a un cambio histórico: y es que Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Para los judíos era inconcebible; los fariseos, los únicos que creían en una resurrección de los muertos, la esperaban al final de los tiempos. Los saduceos, como sabemos, no creían en ella.

De buena mañana unas mujeres, algunas de las que estuvieron al pie de la cruz, viendo el tormento de Jesús, salen. Salen, mientras los varones, por miedo, están escondidos. ¿Quizás porque albergaban algo de esperanza? Una historia tan maravillosa no podía terminar así.

La historia de Jesús tiene sentido porque ha resucitado. De no ser así, sería la vida de un mártir más, que creía en lo que decía, pero se quedaba ahí. Cuántos personajes históricos han surgido y han hecho cosas extraordinarias. Pero la carta escondida que tenía Dios Padre desconcertó a todo el mundo judío.

Las mujeres, llenas de dulzura y ternura, van al sepulcro porque quieren embalsamar el cuerpo de Jesús con los aromas que han preparado para darle una merecida sepultura a aquel que lo había sido todo para ellas. Los discípulos, desorientados, tienen miedo a las consecuencias de la muerte de Jesús. Como seguidores suyos, corren el mismo riesgo de ser detenidos y crucificados. Temen a la muerte. Jesús no tuvo miedo.

Se encuentran con la sorpresa de que una piedra inmensa ha sido desplazada ante la oscuridad del sepulcro. Esto, de entrada, no significa necesariamente que Jesús haya resucitado. Pero para un judío es importante: el cuerpo ya no está en la tumba.

Y aparecen dos jóvenes vestidos de blanco que les dicen: «¿A quién buscáis? ¡Ha resucitado!» ¿Cuándo? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo atravesó la piedra, o cómo la desplazó? No lo sabemos, pero algo nuevo se atisba, algo nace tras la oscuridad del Viernes Santo.

La vida estalla en su plenitud: Jesús ha resucitado de entre los muertos, tal como lo había anunciado.

Este acontecimiento es fundante de la fe cristiana. Porque si Jesús no hubiera resucitado, como dice san Pablo, ¡vana sería nuestra fe! Estaríamos haciendo teatro. Pero, porque ha resucitado, después de dos mil años seguimos reviviendo el acontecimiento que marca la historia de la humanidad. Tanto, que hablamos de la era cristiana a partir del siglo I.

Este acontecimiento no es baladí, ni absurdo. Tiene toda la importancia para nuestra vida espiritual. Si Jesús hizo el milagro de levantar a Lázaro de su tumba, y de resucitar a la hija de Jairo, ahora Dios levanta a su hijo. Pero no para volver a morir, como Lázaro o la niña. Jesús no vuelve a morir. Su vida ya no es una vida corriente. Su cuerpo está transformado y es luminoso, está en otra dimensión diferente. Tanto, que, como veremos, Jesús atravesará puertas y muros. Conserva su parte espiritual, pero su parte física adquiere otro sentido.

Nadie puede quitarnos jamás la alegría, porque este hecho marca, no sólo la historia de la humanidad, sino nuestra historia personal. Tiene consecuencias enormes a nivel humano, social y cultural. Estamos atisbando nuestra propia vida resucitada aquí, en la tierra. Aquí, ya, empezamos a saborear la eternidad.

A partir de ahora, somos cristianos pascuales. No nos quedamos en el Viernes Santo. Están muy bien las procesiones y la devoción popular, pero esta noche, y mañana, las iglesias tendrían que rebosar. Porque la Pascua es el gran acontecimiento. El dolor de Cristo queda atrás. La cruz tiene sentido a la luz de la resurrección. Estos días hemos visto hermosas procesiones con pasos magníficos en muchos lugares de España, pero ¡cuidado! No podemos quedarnos en el Cristo sufriente del Viernes Santo. Nos estaría faltando algo.

¿Qué es la eucaristía? Estamos delante de esta experiencia luminosa, una promesa que se culminará en nosotros. La eucaristía es el centro de la vida cristiana. Y sí, recordamos y actualizamos la pasión y muerte, pero también la resurrección. Si Jesús no hubiera resucitado, no tendríamos eucaristía, ni sacerdotes, ni comunidad.

Y la comunidad fue creciendo hasta llegar a hoy. ¡Somos dos mil millones de cristianos, contando todas las confesiones! No seguimos sólo al Cristo que sube al Gólgota; seguimos a Cristo resucitado. Este salto cambia la historia.

Fuera barreras, fuera tristeza, fuera angustias, porque justamente él ha podido con todo esto. Pasamos de las tinieblas de la tristeza, de la oscuridad, del dolor y del sinsentido, al hecho pascual que justifica toda nuestra fe cristiana.

Por tanto, cuando volváis a casa, id con el corazón ardiente. Hemos entrado aquí con unas velitas encendidas en el cirio pascual. Pequeñas, sí, pero suficientes para romper la oscuridad del templo. Aunque nos sintamos poca cosa, qué hermoso es sentir que nuestra luz interior puede iluminar a tanta gente. Pero también hemos visto que, con el viento, las velas se pueden apagar y hay que encenderlas de nuevo. Esos vientos son el egoísmo, las ideologías, los miedos y el sinsentido, que apagan nuestro corazón. Pero volvemos a encenderlo, ¿dónde? En el cirio que es Cristo. No sólo por nuestras capacidades voluntaristas, que ya está bien; quien nos infunde, empuja y da sentido a nuestra vida es Cristo resucitado. Sintamos hoy esta resurrección en nuestra vida y os aseguro que la tristeza y el sufrimiento no podrán apagar nuestra fe y podremos alumbrar a nuestros hermanos.

viernes, abril 18, 2025

El pálpito de un corazón roto


La otra noche, antes de tu muerte, tu alma estaba agitada, sentía una tristeza que presagiaba tu final. Solo, en Getsemaní, tu alma agonizaba.
El mundo se tambaleaba. Tal vez te preguntaste si todo había valido la pena. Hundido en tu soledad, no deseabas beber el amargo cáliz de un vino que te llevaba a la muerte.
Solo, te enfrentaste a una terrible decisión. Tu libertad chocó frontalmente con la de aquellos que rechazaban abrirse a tu novedad, aquellos que querían acabar con tu vida. Se obstinaban en su ceguera: no querían ver, en ti, el rostro de Dios.
En el desespero más absoluto luchabas por no quebrantar los lazos tan fuertes que te unían con Dios, tu Padre. Y en medio de aquella noche oscura, tu lucha no era solo dolor, por sentirte abandonado por Él. En el abandono, tampoco te alejaste de Aquel en el que siempre habías confiado, Aquel a quien horas antes, en la cena con tus amigos, pediste la unidad. Les hablaste de una unidad tan fuerte, que nada hacías por tu cuenta, sino por el que te había enviado. Les hablaste de un amor tan sólido que hacía imposible alguna duda. El Padre y tú erais uno. Latíais con un solo corazón.
La tentación en Getsemaní fue cuestionarlo todo. Dudar del amor del Padre. Vacilar ante su plan salvífico. Romper la confianza en Él. Todo podía desaparecer en un instante, todos los planes de Dios en tu vida podían venirse abajo.
Tu corazón se estremeció ante el vértigo del abismo. Tu rostro, siempre sereno y de mirada cálida, se tornó en un rostro inquieto, de mirada angustiada. Tus pasos firmes se volvieron tambaleantes. «Si es posible, que no tenga que beber este cáliz.» En ese instante, todo quedó suspendido en una terrible incerteza.
Pero tu amor a Dios era tan grande que, cuando parecía que el cielo dejaba de brillar, sobre tu agonía de sudor y sangre, realizaste tu último acto de libertad. Con el corazón flaqueando, pero con entera confianza, terminaste tu oración: «Pero que se haga tu voluntad y no la mía».
La redención comienza aquí. Tu nuevo sí a seguir la voluntad del Padre era el primer paso hacia la muerte, ya asumida. Abandonado en sus brazos, tu voluntad se fraguó con la suya. Fue, también, el primer paso hacia la glorificación.
En medio de la congoja, volviste a sentir su presencia, tan real como tu propio dolor. Él estaba ahí, contigo, cuando te envió el ángel para consolarte.
Esa noche en Getsemaní empieza a brillar, tenuemente, la luz de la resurrección. Ya estabas dispuesto a todo, a entregar tu vida. Tu soledad no era tal, aunque los tuyos te habían abandonado por miedo. Inseguros, vacilantes, cansados, dormidos, te dejaron a solas en la intemperie. Pero esto no rompió la hermosa historia de amor jamás contada.
Desde ese momento, paso a paso, con docilidad, caminaste hacia la muerte. En esa trágica noche la historia escribió un capítulo más de torturas, que terminó en la cruz.
Cuánto amor había entre tú y el Padre, que asumiste subir al patíbulo. Cuánto amor hacia los hombres, para ofrecer tal oblación. Solo un acto tan generoso, aceptado con humildad, podía rescatarnos y salvarnos. Tu paso firme hacia el Gólgota manifestaba que, pese al dolor de tu largo vía crucis, tu confianza en el Padre era absoluta.
Tu ida hacia la  cruz era tu ida hacia la resurrección, este era el premio a tanto dolor. No todo se acaba en el jueves, ni en el viernes. Con el vacío del sepulcro empieza a destellar la claridad de la resurrección.
Tu agonía del jueves era necesaria para que, de una vez por todas, el dolor, el sacrificio y la muerte no tuvieran la última palabra. Tú eres el Señor de la Vida.
Esta noche, cerca de ti, susurrando a tu palpitante corazón, he descubierto que la esperanza nunca se desvanece, por muy oscura que sea la noche, si tú estás aquí, conmigo. Tú, Jesús, nos enseñas que en la soledad más angustiosa, en el abismo más profundo, uno puede sacar fuerzas insospechadas para seguir confiado, pese a la distancia, la soledad y el silencio.
Estás ahí, tan presente como el aire que respiramos. Ayúdanos a no caer en la tentación de la desconfianza. Ayúdanos a renovar nuestro sí a Ti cada día.

sábado, marzo 22, 2025

Acompañar en el dolor



En este tiempo de Cuaresma volvemos a tu lado, Señor, con el deseo de adentrarnos en el misterio de tu amor infinito.

La Iglesia nos invita a sumergirnos en el silencio, a caminar contigo en esta travesía hacia la vida plena, hacia la resurrección. Es un tiempo sagrado, un umbral que nos conduce al cumplimiento del sueño de Dios.

Hoy queremos detenernos y vivir la verdadera hondura de este itinerario, preparándonos para el acontecimiento que da sentido a nuestra fe.

Adherirnos a ti, Jesús, llena de luz nuestra existencia. Por eso volvemos a tu lado, para recordarnos que somos amados. Aquí, en este espacio de adoración, nos abandonamos a tu cercanía silenciosa, que todo lo colma. Nos aguardas siempre.
 
Jesús, eres el Amigo que nunca deja de esperar nuestro regreso. Con la dulzura de quien ama sin medida, nos enseñas a descubrir la grandeza oculta en lo pequeño, lo sublime en lo velado. En la custodia brilla el derroche de amor de un corazón que se entrega sin reservas. Cargando con la cruz, abrazaste el dolor extremo, haciéndolo camino de redención.
 
Ahora, en estos días en que nos acercamos a tu Pasión, queremos unirnos a tu padecimiento. La cruz fue tu entrega total, el precio del rescate para que nadie se pierda. ¡Qué don sin medida! ¡Cuánta entrega, cuánto amor desbordante! Derramaste hasta la última gota de tu sangre para abrirnos las puertas del cielo, para hacernos verdaderos hijos de Dios.
 
Hoy, Señor, queremos velar contigo en tu soledad, en tu silencio, en tu dolor… y también en tu obediencia inquebrantable al Padre. Seguiste fiel, aun en la angustia, aun en el desamparo. Nunca dejaste de confiar.

La cruz, ante mis ojos, me sobrecoge. Tu cuerpo, desgarrado sin compasión, clavado en un madero por la injusticia de los hombres. Y aun así, en tu fragilidad, sigues sosteniéndonos. En tu herida, nos sanas. En tu dolor, nos salvas. ¿Cómo no dolernos al comprender que aún hoy seguimos hiriéndote, cada vez que herimos a nuestros hermanos? Pero tú, por amor, todo lo soportas, todo lo ofreces, todo lo perdonas.
 
Señor, queremos pedirte perdón por cada vez que hemos sido indiferentes a tu amor, por cada herida que hemos causado. Danos la inteligencia del espíritu, para comprender y abrazar el misterio de un Dios que se deja crucificar… Locura ante los hombres, pero sabiduría infinita del amor.
 
¡Gracias, Jesús, por tanto amor inmerecido!

domingo, febrero 09, 2025

Retos de futuro en la Iglesia


Crisis de laicos

El Concilio Vaticano II impulsó un florecimiento de movimientos laicales dentro de la Iglesia. Este dinamismo ha evidenciado el compromiso de los laicos y su responsabilidad en la evangelización del mundo. Hoy, más que nunca, son conscientes de su misión en la Iglesia, en la sociedad y en la cultura.

Sin embargo, desde el año 2000, este ímpetu ha comenzado a menguar. La falta de un relevo generacional ha debilitado su continuidad: muchos jóvenes no han seguido los pasos de sus padres. Al mismo tiempo, los movimientos laicales, que crecieron con vigor entre los años 60 y 80, corren el riesgo de encerrarse en sí mismos. En ocasiones, se desconectan de la vida parroquial, perdiendo el contacto con la comunidad eclesial en su conjunto.

Para evitar esta fragmentación, los líderes de estos movimientos deben redescubrir la parroquia como un espacio común de convergencia y comunión, sin perder su identidad. La parroquia no es solo una estructura, sino el hogar donde la vida de fe se alimenta y se comparte. Si los movimientos se aíslan en una autorreferencialidad estéril, su testimonio perderá fuerza y fecundidad.

El desafío está en buscar una auténtica sintonía con la comunidad parroquial, especialmente con los jóvenes comprometidos. Solo así la Iglesia podrá seguir siendo un lugar vivo y fecundo.

Falta de entusiasmo sacerdotal

En paralelo al auge del laicado, la Iglesia ha enfrentado una preocupante crisis vocacional. La identidad sacerdotal ha sido desdibujada y, en muchos casos, desplazada. En el intento de responder a los desafíos de la cultura moderna, algunos sacerdotes han asumido un papel más social que espiritual, corriendo el riesgo de diluir su misión. Es innegable que la Iglesia debe estar al servicio de los más necesitados, pero su labor no puede reducirse a una acción meramente asistencialista.

El ser humano no solo tiene necesidades materiales o psicológicas: en lo más profundo de su ser, ansía sentido, trascendencia y encuentro con Dios. Y aquí es donde el sacerdote debe centrar su misión: alimentar la vida espiritual de los fieles y guiarlos en su camino de fe.

Las parroquias juegan un papel esencial en este proceso. Son lugares de encuentro con Cristo a través de los sacramentos, la formación y la oración. En la Eucaristía, expresión suprema de la fe, el sacerdote debe ser testigo y mediador de la presencia de Dios.

Para ello, se necesitan sacerdotes santos, apasionados por su vocación, que no la vivan como un mero oficio burocrático. Un sacerdote no es un funcionario de lo sagrado; es pastor y padre, llamado a la cercanía y la entrega. Su presencia debe irradiar calidez, empatía y disponibilidad. Su caridad no puede depender de simpatías personales: está llamado a amar y servir a todos, sin excepción.

Este compromiso exige paciencia, humildad y una vida interior arraigada en la oración. Solo desde esa fuente inagotable podrá sostenerse y guiar a su comunidad.

Comunidades sólidas y conectadas

Hoy se habla mucho de comunidades pastorales y de la necesidad de fortalecer la interconexión entre parroquias. Pero esta unidad solo será real si cada parroquia es, en sí misma, una comunidad sólida y cohesionada.

Así como familias fuertes construyen sociedades sanas, parroquias vivas dan origen a una Iglesia diocesana robusta. La cercanía genera vínculos y estos, a su vez, consolidan la comunidad. Ciertamente, pueden ser necesarias nuevas estructuras, pero siempre deben surgir desde la realidad concreta de cada lugar. La Iglesia, como recordaba San Pablo, es diversa en carismas y vocaciones. También lo es en la identidad de sus sacerdotes.

La comunión no significa uniformidad. Construir hermandad en la Iglesia implica respetar la singularidad de cada comunidad y de cada pastor. Sin caridad, cualquier proyecto común se vuelve frágil e insostenible.

Si la Iglesia necesita parroquias fuertes, el sacerdote necesita una vida espiritual sólida. Su vocación se sostiene en la oración, en la intimidad con Dios Trinidad, que es comunión perfecta. Jesús se retiraba a orar en soledad con el Padre; del mismo modo, el sacerdote debe reservar espacios para el silencio y el recogimiento. Su vida interior no es un lujo opcional, sino la fuente que alimenta su ministerio y su entrega.

Parroquias vivas como familias sólidas. Sacerdotes arraigados en Cristo y entregados a su pueblo. Así la Iglesia podrá seguir siendo testimonio creíble en el mundo.

domingo, enero 19, 2025

Vivir lo sagrado en lo cotidiano



Tras celebrar el misterio de la encarnación, pasando de la esperanza del Adviento a la alegría del nacimiento de Jesús, retomamos el tiempo ordinario, un momento para descubrir lo sagrado en lo cotidiano. Es el tiempo de cuidar la familia, el trabajo, y las relaciones con los demás, dotando de sentido cada día. Vivir con atención los retos diarios nos transforma, nos enseña a madurar y crecer en generosidad.
 
En el bautismo de Jesús en el Jordán, lo contemplamos asumiendo su misión como Hijo de Dios. Su vida se entrega a anunciar la Buena Nueva, revelando a un Dios que ama y busca nuestra felicidad. Con una constancia diaria, pone al Padre en el centro de todo, dedicando también tiempos de soledad y silencio para encontrarse con él. Esta intimidad con Dios es fuente y razón de su vida.
 
Jesús nos muestra que, en medio del ajetreo, también nosotros necesitamos momentos de quietud para sintonizar con el Padre. Como hijos suyos, encontramos en él la fuerza que nos renueva, nos ayuda a discernir su voluntad y a avanzar hacia la plenitud humana y espiritual. Su amor nos llama a colaborar en la expansión del Reino, tarea central de nuestra vocación cristiana. Sin esta dirección, corremos el riesgo de empobrecernos interiormente y perder la luz que anima nuestra alma.
 
El mandato de Cristo es claro: anunciar con entusiasmo la esperanza que hemos recibido. Estamos llamados a ser reflejo vivo de él, portadores de luz y agua viva para tantos corazones sedientos. El mundo necesita este testimonio de amor y redención, que transforme vidas y oriente corazones hacia la eternidad.
 
Jesús, con su ejemplo, nos revela cómo amar hasta el extremo. Su cruz, gesto sublime de amor incondicional, abrió las puertas al reencuentro de Dios con la humanidad.
 
Hoy, hacemos una pausa para estar con él. Le pedimos que nos llene de su paz, su serenidad y su amor. Que nos dé un corazón como el suyo, capaz de amar incansablemente, valorar el silencio y aprender a escucharle en lo profundo. Le suplicamos que nos libere de la soberbia y del orgullo que nos separan de él y de los demás.
 
Queremos ser como él: humildes y entregados, aunque cueste. Su cruz nos enseña que el amor verdadero exige entrega y sacrificio, pero también que abre el camino a la vida eterna. Confiamos en su gracia para seguir adelante, renovados y con esperanza.

lunes, enero 06, 2025

Jesús, el mayor regalo


Jesús, el gran regalo

Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, una hermosa fiesta. Porque la Epifanía no es una explosión del consumo, no. La Epifanía es una explosión inmensa del amor de Dios. Tres magos de Oriente viajan siguiendo una estrella hasta Belén, donde encontrarán al Niño Jesús y le ofrecerán sus regalos. Más tarde este niño, Jesús, por amor, morirá en la cruz, resucitará y nos dará otro regalo: su presencia en la eucaristía.

Siguiendo esta lógica, también nosotros tenemos que convertirnos en regalo para los demás. Este es el auténtico sentido de la Epifanía: un Dios que se nos revela, un Dios que se nos regala, un Dios que se hace presente en la historia; un Dios que quiere nuestra felicidad y nuestro gozo. Por eso la Epifanía es un mensaje de universalidad. Dios ha venido para todo el mundo. Más allá de Israel, el pueblo que esperaba la venida del Mesías, hoy Jesús se manifiesta a todos los pueblos, no importa el lugar, la lengua, la cultura, o la historia. Él ha venido a hacerse presente para toda la humanidad.

¡Qué hermoso regalo! Él da sentido a nuestra vida. Entiendo que queramos regalar cosas: es un gesto de cariño y de aprecio a las personas que quieres. Por supuesto tiene un sentido. Pero detrás de todo regalo tiene que haber una pedagogía. ¿Por qué hoy nos regalamos cosas? Porque estamos contentos, porque hemos recibido el gran regalo, que es el mismo Jesús.

La fiesta de los que buscan

Por otra parte, los magos de oriente ven salir una estrella. ¿Qué representan los magos, estas personas estudiosas del cosmos y de la filosofía? Son personas que, más allá de encerrarse en los dogmas de la ciencia, han descubierto porque han buscado. Se han puesto en camino y por eso han encontrado.

Esta fiesta no sólo es importante para los cristianos, sino para los agnósticos que están buscando, que quizás no han encontrado la fe, o no han recibido suficiente testimonio, o han creído que con la ciencia basta. Unos magos, sabios, se arrodillan ante un pequeño.

Si queremos descubrir el sentido de la vida, más allá de lo que las ciencias pueden aportar, la gran sabiduría, el gran milagro, la gran ciencia, está en este Niño. ¿Por qué? Porque es la ciencia del amor. Ya no es la cosmología, ni la filosofía. La filosofía y la razón pueden llegar hasta el misterio, pero si no tengo la experiencia de la revelación, con la sola razón no puedo captar la trascendencia de este momento. Por eso debo dar un salto cuántico: la fe. La fe me revela que en ese niño humano, pequeñito, sencillo, que nace de una mujer sencilla en un pueblo humilde, en él está concentrada toda la sabiduría. Muchos científicos de proyección internacional son cristianos. Han sabido separar ciencia y fe. Han distinguido que, más allá de lo que nos puedan explicar sobre la posición del sol, las estrellas y las galaxias, resulta que hay algo más, mejor dicho: alguien más, que es el autor de toda esta belleza y de la inteligencia del hombre.

El sentido de los regalos

Regalos. Qué importante es dedicar tiempo a los demás. Amar es un regalo. Cuando te entregas al otro, porque lo quieres, es un regalo precioso. Qué importante es trascender del concepto material del regalo, para darnos cuenta de que esto expresa algo mucho más bello: expresa un amor incondicional del ser humano.

Es un regalo tener unos voluntarios que se ocupan de nuestros pobres, dándoles de comer cada día. Es un regalo saber que hay personas solidarias que hacen un gesto precioso en estos días, como la Comunidad de San Egidio, que cada año, por las fiestas de Navidad, comen con los pobres en las plazas. Es hermoso reconocer que esto es un regalo: dedicar tiempo, consejo, experiencia, sabiduría. La música es un hermoso regalo. La belleza es un regalo; el arte es un regalo. ¡Estamos respirando regalos cada día! Vemos el sol cada día, o las nubes preciosas, o unos pájaros cantando, o el mar en calma. ¡Todo son regalos! Seamos conscientes de que cada día estamos recibiendo regalos de Dios.

Por tanto, nos toca universalizar esta hermosa fiesta allí donde estemos, porque hoy, queda claro que Dios se ha manifestado a todo el universo.


domingo, enero 05, 2025

El valor de la palabra




En este segundo domingo de Navidad leemos de nuevo el prólogo de San Juan, recogiendo la importancia del Verbo encarnado, la Palabra de Dios. Juan dice que en el principio ya existía la Palabra, que estaba junto a Dios y que era Dios.

Desde el principio, Jesús era una realidad en el corazón de Dios. Tanto amó Dios a los hombres que, desde la eternidad, abrigó un sueño. Dios necesitaba amar a alguien, su propio Hijo, para así amar a la humanidad.

Esta palabra creadora, viva, que transforma, Cristo, desde siempre estaba en el corazón de Dios. Y se encarna en el mismo Jesús para hacer real el proyecto de Dios para la humanidad.

Palabra creadora

Por ella se hizo todo. Se hizo la creación, Hágase la luz, leemos en el Génesis. Cuánta potencia creadora tiene la Palabra de Dios. Transforma y crea un estado diferente, pero además, es comunicada, transmitida con amor. Porque el mismo Jesús es el Amor del Padre.

Por tanto, insisto, qué importante es la palabra. Una palabra muy pensada, reflexionada, que surja de una profunda meditación, que salga del corazón sincero del hombre. Porque estas palabras serán para la persona algo extraordinario.

En disciplinas como la psicología o la pedagogía se da una interacción entre el profesional y el paciente, o el alumno. La palabra ayuda. Pero también es verdad que el profesional debe escuchar muy bien el corazón de la persona para acertar y poder cambiar y transformar su vida.

Palabra transformadora

Esto es lo que quiere la Iglesia: tenemos un instrumento poderosísimo, la Palabra de Dios. Pero, para que esta palabra cale, tiene que ser vivida como una experiencia profunda de Dios.

Primero, los cristianos debemos preguntarnos: esa Palabra ¿la he digerido bien? ¿La he hecho vida de mi vida? Si la palabra no va acompañada de algo auténtico y sincero, no podrá cambiar las personas ni las cosas.

Hay mucha palabrería en el mundo: los medios vierten palabras y palabras sin sentido alguno. Por eso hay que rescatar la palabra, porque tiene mucha fuerza: tanto para destruir como para construir. Por eso la palabra debe estar al servicio de la persona, una palabra que ayude, que sea pedagógica, que interpele, que toque el corazón humano.

Palabras vacías

Pero ¿qué ocurre? Lo vemos en la prensa y en los medios, y lo vimos recientemente, en la fiesta de fin de año y el programa de televisión de la cadena pública. ¡Cuánta palabra vacía! La gente no es consciente, pero todo está muy orquestado para apagar el sentido genuino de nuestra vida cristiana. Con ironías absurdas, lo que consiguen es rebajar algo tan potente como los medios de comunicación que utilizan la palabra. Porque esta frivolidad llega a todo el mundo. Cuando las ideologías convierten la palabra en un veneno, la están aniquilando.

En el proceso evolutivo del hombre, la articulación del lenguaje en palabras es un hito, un salto importantísimo. Todo lo que sea manchar la palabra está manchando algo santo. Estamos prostituyendo algo sagrado y que Dios ha querido que el hombre use para comunicarse.

Pensemos muy en serio y despacio lo que tenemos que decir cada día. Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que la mitad de las cosas que decimos no valen la pena o no son necesarias. Estamos embarrando con una palabra sucia.

Los expertos en la palabra, desde los poetas, filósofos, sacerdotes, literatos, profesores... tienen una gigantesca responsabilidad. Santa Teresa lo decía: O hablar de Dios o no hablar. O hablar de cosas transcendentes, importantes, o mejor no decir nada.

Si tuviéramos un ratito para pasar la moviola cada noche, revisando nuestro día: qué he dicho, qué he hecho, nos daríamos cuenta de las muchas palabras innecesarias, no solo las que hemos pronunciado, sino las que hemos oído sin necesidad. Esto es lo que nos vacía y nos deja huecos por dentro. Quizás en el fondo es lo que quieren las élites que gobiernan el mundo: una sociedad de títeres que se llenen de tonterías.

Palabra que es luz

La palabra es la luz verdadera que alumbra el mundo. Si una palabra no ayuda, no ilumina, no orienta, es una palabra vana y vacía. Pero, al contrario, si es una palabra llena, bien digerida espiritualmente, puede crear una auténtica revolución.

Vemos incluso mucha literatura vacía, es tremendo. ¿Cómo se puede manchar algo tan bello como la poesía? ¿Cómo se pueden utilizar formas poéticas para decir algo vacío? Igual sucede con el arte, hoy cualquier cosa es arte. ¿Cómo es posible, cuando tenemos una magnífica herencia histórica de artistas geniales?

Ojalá creamos que la Palabra de Dios nos transforma de verdad, sinceramente. Si la hacemos vida de nuestra vida, seguro que marcaremos un nuevo paradigma cultural y religioso.

Para ello tenemos que dejarnos interpelar.

Palabra que es verdad

La palabra es la verdad. Cuando la palabra se convierte en mentira, es su fin. Pero cuando la palabra es verdad, puede transformar el mundo. Decir una mentira tras otra nos va aniquilando por dentro. Y lo peor es que nos acostumbramos. La gente miente quizás por miedo, para protegerse, para manipular, para ascender... Los políticos tienen una herramienta potentísima en la palabra. Sin embargo, la mayoría de sus palabras están dirigidas a mantenerse en el poder, agarrados al sillón. Cuando las palabras no responden a la verdad, se producen tragedias, como la que hemos vivido en Valencia en estos últimos meses.

Recordad: la palabra es sagrada. Si es auténtica, cambia nuestras vidas.

domingo, diciembre 29, 2024

La familia de Nazaret, espejo

La liturgia de hoy pone en el centro de nuestra vida cristiana a la familia. La familia de Nazaret es un espejo para mirarse en ella. Nos muestra cuán importante es para nosotros el hogar: los padres, los hijos, el entorno. Dios ha querido que tuviéramos un lugar para crecer y madurar. No se entendería la sociedad sin este elemento vertebrador que es la familia.

María y José, modelos de comunión y confianza

Hemos de mirarnos en la familia de Nazaret. María, la madre, era mujer de oración y de silencio, abierta siempre al plan de Dios en su vida. Supo acoger en sus entrañas a Jesús: He aquí la esclava del Señor, dice al ángel. Ella confió plenamente en Dios ante el acontecimiento que cambiaría nuestra historia.

¡Qué importante es la mujer en el hogar, en la sociedad, en la cultura! Ella es sostén y fundamento de un proyecto familiar.

Pero no menos importante es el padre. En Lucas vemos a José como una figura discreta, humilde, que calla ante el misterio que lo rebasa, y sabe contemplar en silencio lo que está ocurriendo. Qué importante es, en la familia, la sintonía espiritual, la comunión profunda, el abandono en manos de Dios, saber callar cuando hay cosas que no se entienden y nos trascienden. ¡Qué importante es confiar el uno en el otro!

¿Por qué se rompen las familias? Porque se fractura la confianza inicial cuando todo empieza a desplegarse desde la pasión, con amor. El tiempo, el dolor, las experiencias, la desconfianza, pueden llegar a romper la relación. Como Adán y Eva, pierden el paraíso. Perdemos el reino de los cielos si no amamos.

¿Cómo creéis que se instaura el reino? No sólo por una tradición, sino porque somos capaces de amarnos de tal manera que estamos creando cielo en nuestro entorno. Estamos creando un pequeño Nazaret, sí. Gracias a la comunión y a la unidad, surge este regalo de Dios: su hijo, Jesús. La sintonía y el abandono en Dios son fecundos.

El crecimiento espiritual: una tarea y una responsabilidad

Por eso, cuando doy una formación para el sacramento del bautismo, siempre digo que, más allá de los factores biológicos, los hijos no nacen sólo por voluntad humana, sino porque Dios lo quiere. Por tanto, esos hijos, además de proceder de sus padres, son hijos espirituales de Dios Padre. Y tenemos un plus de responsabilidad para que ese niño no sólo sea el mejor deportista, o el mejor de la clase, o consiga un cum laude en medicina. Todo eso está bien, su desarrollo intelectual y cognitivo es necesario. Pero no olvidemos que también hay que custodiar la parte espiritual del niño. Tenemos esa responsabilidad: hacer que en el corazón del niño nazcan valores que le ayuden a madurar. De la misma manera que nos ocupamos de que esté sano, es también importante que esté sano espiritualmente. Es necesario que desde pequeñito frecuente las celebraciones, que reciba catequesis y formación para saber dialogar ante una cultura atea, ante la que es difícil responder. No dejemos de asumir esta parte espiritual, también depende de nosotros.

El niño debe aprender a amar, a escuchar, a atender al pobre, al que sufre, al enfermo. Esta dimensión armoniza al ser humano. No sólo hay que educar en lo material y en lo intelectual. Sí, es necesario que se despliegue social y laboralmente. Pero hay que desplegar también el potencial divino que tiene la criatura. Nos afanamos para que esté bien. Afanémonos también para que aprenda a rezar, para que aprenda a ser solidario, para que empatice con el que sufre, para que esté allí, apoyando a una sociedad que necesita vertebrarse según los valores cristianos.

La familia, ¡claro que es sagrada!

El valor de la palabra

Hoy hemos leído este hermoso texto de Jesús, que con doce años, va a Jerusalén y se pierde allí. Es el momento de empezar a ser adulto y conocer cosas más profundas. Y va a la fiesta de Pascua con sus padres.

Lo que sorprende de Jesús, siendo adolescente, es que dice algo importante, y ojalá algún día los hijos también lo digan: ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?

Jesús escucha. Escucha a estos rabinos, maestros de la Ley. Jesús pregunta. ¡Qué importante es, en una familia, en la cultura y en la sociedad, que aprendamos a escuchar y a hacer preguntas! Jesús tenía el privilegio de haber nacido en el seno de esta familia, María y José, que sembraron en él buena semilla. Era inquieto, capaz de sentarse y escuchar a los adultos. Quizás porque sus padres fueron modelos para él.

El otro día hablábamos de la importancia de la palabra; hay que rescatar la palabra y su sentido profundo. Fijaos qué fuerza tiene la palabra. En el Génesis, la palabra de Dios crea, construye, restaura. ¿Qué hace Jesús con su palabra? Jesús es la palabra de Dios, y ya desde pequeño supo ejercer la palabra ante estos doctores de la Ley. Pero también supo escuchar. No despreciemos la importancia de la escucha. En el texto queda claro: Jesús escucha y pregunta.

En la familia hay que escucharse, hay que preguntar, hay que crecer y mejorar. ¿De qué hablaban Jesús y esos doctores? De la importancia de las Sagradas Escrituras. Cuántas palabras huecas y sin sentido oímos cada día en los medios de comunicación, en las tertulias; con cuánta frivolidad se usa la palabra. Lo mismo para escuchar. ¿Vale la pena escuchar necedades, cosas absurdas, sin sentido? Jesús rescata la palabra. A Lázaro le dirá: ¡Sal de ahí! Y lo resucitará, levantándolo de la muerte. A un ciego le dirá: ¡Claro que quiero! Y le devolverá la vista.

La palabra que sale de la comunión, de la certeza de saber que Dios está en nosotros, no es una mera palabra. Cuando os persigan, no os preocupéis por defenderos, dice Jesús, el Espíritu Santo os dará las palabras adecuadas.

Se habla mucho de la autorreferencialidad. En un diálogo de quince minutos, el “yo”, el yo ego, el yo hinchado, sale veinte veces.

Es el tú el que tiene importancia. Es el nosotros, el que tiene importancia. Es la comunidad, saber escuchar. Jesús nos enseña, tan jovencito, a saber escuchar.

Cuántas veces las palabras malsonantes fragmentan las familias y rompen las relaciones. Cuántas veces decimos cosas que nos están haciendo daño, o escuchamos cosas que no nos interesan, que no vale la pena oír. Ojalá que las familias sean un lugar donde aprendamos a hablar y a escucharnos. La familia es donde cada uno se hace persona.

domingo, diciembre 01, 2024

Fieles a tu encuentro

Escrito leído durante la Hora de Adoración en San Félix. 21 de noviembre 2024. Festividad de la Presentación de María.

Seguimos deseando estar contigo de nuevo, aliento vigoroso que nos das vida y nos ayudas a descubrir la belleza del silencio.

En la calma serena de estos momentos nuestra alma se regenera. ¡Qué poco entendemos que el ruido nos aleja de tu oasis! Tu silencio tiene más fuerza que un discurso, por bien elaborado que esté. Muchas palabras te cansan, tanto como a los demás, sobre todo cuando tenemos la osadía de creer que podemos convertir a alguien interfiriendo en tu acción con cada persona.

Tu amor divino es el único que puede convertir el alma para ti. A veces, con nuestra injerencia, no dejamos que tú hagas a tu manera, respetando los tiempos para que se dé el momento de gracia y de don. Nuestro apresuramiento y afán por adoctrinar, aunque sea con buena intención, puede alejar más que acercar.

La ausencia de palabras puede ser más penetrante que la misma voz. La palabra transformadora es la que surge del silencio más primigenio, aquel que envuelve a Dios. Yo creo en tu silencio, Señor, un silencio que sabe cómo seducirnos para encender la chispa del deseo. Ese fuego nos empujará a buscarte siguiendo el propósito de nuestra vida, que no es otro que encontrarte y amarte: para eso nos has concebido.

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En las relaciones humanas hay muchas tensiones porque hay demasiado ruido interior que impide tener paz y discernimiento. Sin este sosiego no podremos ver la realidad desde tu mirada. A veces nos empeñamos en imponer nuestra visión de la realidad y nos rebelamos cuando se da un choque con la realidad del otro. Esto ocurre porque no hay silencio en nosotros; no rezamos lo suficiente, no sabemos poner distancia con los demás para ver con lucidez y acertar en nuestras decisiones. Un excesivo apasionamiento sin enraizarnos en Dios nos convierte en apisonadoras que avasallan todo cuanto sale a su paso.

Cuando se miran las cosas desde Dios no necesitamos máquinas, ni discursos, ni palabras. Si queremos llegar al alma del otro necesitamos que la caridad brille en nuestros gestos y en nuestra manera de hacer. Con caridad y un testimonio sereno, podremos despertar y ayudar a salir del vacío sin sentido a mucha gente que vaga hacia ninguna parte.

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Hoy, Señor, te pedimos que nos ayudes a no ser un obstáculo para que otros te encuentren, como un día nosotros te encontramos a ti.

Que aprendamos a callar más y hablar menos. Que te escuchemos más, porque así aprenderemos que lo más importante no es lo que podamos decirte, sino lo que tú nos puedas decir, no con palabras, sino con tu silencio elocuente.

Necesitamos entender tu silencio haciendo ayuno de palabras. Una suave brisa de primavera es mucho más sugerente que un viento desatado. Flagelar con ideas impide que los otros se acerquen a ti, pero una invitación llena de coraje y fuerza ayuda a salir del letargo de la oscuridad a personas que están perdidas en la noche de su corazón.

Sólo así dejaremos que, poco a poco, dulcemente, vayas penetrando por nuestros poros hasta llegar al fondo de nuestra alma.

Hoy queremos disfrutar de este silencio reparador, bálsamo que sana las grietas del corazón y regenera por tu misericordia.

Los días que vivimos sólo tienen sentido a la luz de nuestra relación contigo. Te pedimos que, pese a los vaivenes de nuestra vida, sepamos seguirte, fieles, y que aprendamos a vivir entre la claridad y el abismo, entre el ruido y el silencio, entre la paz y la guerra, entre la calma y las preocupaciones. Que sepamos armonizar nuestras propias contradicciones para poder vivir en el oleaje amenazante del mar y descansar en tu playa interior.

Abandonarse en ti, Señor, es la garantía de que nunca te alejarás de nosotros y no permitirás que naufraguemos ni vayamos a merced de las olas que nos lanzan a la deriva, en medio de la oscuridad.

Queremos que seas nuestro faro. En esta noche estamos aquí, contigo, dejándonos llevar a la orilla por tu dulzura. Tú nos levantas y nos impulsas a seguir hacia adelante.

jueves, agosto 15, 2024

Maestra de la escucha

En el evangelio de hoy, fiesta de la Asunción de María, vemos cómo esta, después de recibir el anuncio del ángel, se pone en camino hacia la montaña de Judá. Isabel, su prima, que espera a un hijo en su vejez, puede estar necesitando de compañía. María no se detiene, va con paso firme para ofrecer su atención solícita a su prima.

La Iglesia tiene que ser como María: ha de ponerse siempre en camino. Hay muchas necesidades que cubrir, de todo tipo. No sólo las obras de caridad, sino que hemos de ponernos en marcha para evangelizar a tiempo y a destiempo, porque, más que nunca, es necesario llenar de sentido la vida de las personas que se deslizan hacia la nada.

La Iglesia ha de tomar como referente la imagen mariana, siempre abierta a los otros y abierta a Dios, al soplo del Espíritu Santo.

Compartir alegría

Dos mujeres hebreas, parte de ese resto de Israel, el pueblo escogido, se saludan. ¡Qué importante es la solidaridad basada en algo auténtico, no en una ideología, sino en la hermandad profunda entre las personas! María atiende a Isabel. Y el niño salta de alegría en su seno. Dos veces reitera el autor sagrado la felicidad del bebé ante ese encuentro de las dos primas. La alegría se esparce en el entorno; cuando hay un ambiente de afecto, de cariño, de comunicación profunda, los niños perciben, ya desde las entrañas de la madre, ese amor extraordinario que une a las mujeres.

Canto de gozo

María dirá: Proclama mi alma la grandeza de mi Señor. Una jovencita, llamada a ser madre de Dios, supo convertir su casa en un santuario donde tenía espacios hermosos de oración. Por eso llegó a ser la madre de Dios.  ¿Cómo no va a cantar y a proclamar su alma lo que Dios ha hecho en ella? ¡Así sale de su corazón!

Y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Una alegría profunda está basada en una íntima relación con Dios en nuestra vida. ¿Por qué a veces no estamos contentos? Quizás porque no nos dejamos llevar por el soplo amoroso de Dios. Muchas cosas pasan a nuestro alrededor, pero hay algo que supera estas dificultades: sentir que Dios te quiere y cuenta contigo. El mal quizás no desaparece, pero lo viviremos de otra manera, mucho más serena y aceptando la realidad. Por tanto, esa alegría, ese canto, esa alabanza de María se basa en su apertura total a Dios. ¿Y si, en el fondo, no somos más felices y gozosos porque no estamos del todo abiertos a Dios? El fundamento de nuestra alegría no es tener una cosa o hacer otra, o disfrutar de cierta fama. La alegría viene de la certeza profunda del corazón: Dios anida en mí. Y de esa certeza, ¡claro que surgirá un canto a Dios por todo lo que recibimos cada día y quizás no somos conscientes!

Resucitada

Ella reconoce su pequeñez y humildad, pero también dice que de generación en generación será bendecida. Y es así: todos tenemos a María como referente. María, la madre de Dios, la que intercede. Hoy celebramos que ella es asunta, elevada al cielo. Es una resurrección, después de su dormición, como se dice en la tradición cristiana. Por tanto, participa de la resurrección de Cristo, como humana que es.  Recibe ese don especialísimo de la resurrección y comparte la amistad santa con Dios, iniciada al quedar embarazada por obra del Espíritu Santo.

Hoy, muchos lugares de España celebran a María y cantan a María. Hacemos nuestras proclamas, alabamos a María, porque a través de ella fue posible nuestra redención. Ella dijo que sí al plan de Dios en su vida, abrió sus entrañas a la voluntad de Dios para convertirse, nada menos, que en la Madre de Dios (theotokos en griego).

Maestra de silencio

María convirtió su vida en una escuela de silencio. Cuando Jesús se fue de su casa para predicar, su hogar continuó siendo una pequeña capilla, donde seguramente los discípulos, a la vuelta de sus tareas, debían ir a visitarla. Y María, como madre de todos, también acogería a los apóstoles que venían con Jesús, su hijo.

María nos enseña a reconocer la trayectoria de Dios en nuestra vida. Si uno se detiene y sabe hacer silencio, se da cuenta de cómo Dios lo ha ido cogiendo de la mano hasta llevarlo donde está. Mi experiencia, ya lo sabéis por mi escrito y mi libro, es que, sin saber por qué, Dios quiso contar conmigo.

Sí. Dios cuenta con cada uno de vosotros. Para que digáis sí a la vida, para que su Iglesia siga estando en marcha. Pero María nos enseña a ser contemplativos. La contemplación es esencial. Nos movemos entre estos dos campos: el trabajo apostólico y la oración en silencio. Cuando en la Iglesia nos olvidamos de rezar, cuando nos olvidamos de hacer un paréntesis (incluyo también a los sacerdotes y a los que estamos en primera fila), podemos caer en tentaciones. Porque cuando se es alguien importante el riesgo siempre aparece. Por tanto, en la Iglesia tenemos que estar bien atentos. Más allá del compromiso de la caridad y de la proyección en el mundo es importante la oración que nace de lo más profundo de nuestro ser. Si la Iglesia cae en el activismo sociopolítico y religioso, se está apartando de lo esencial. Cuando uno cree que todo depende de él, se está equivocando. No es verdad. Todo depende de Dios y de su gracia. Cuidado, que no caigamos en esa autorreferencia, como avisa el Santo Padre. La Iglesia ha de ser como María, humilde, al servicio de los demás, atenta a las necesidades de los otros.

Alegría profunda

Pero la humildad no le quita una certeza: que Dios está con ella. La Iglesia debe tener esto siempre presente. Porque, a veces ciertas, formas de la piedad religiosa fomentan el sentimiento de culpa y el sufrimiento. Eso es una parte, pero si solo nos quedamos en esta piedad nos quedamos antes de la resurrección. Lo que cambia nuestra vida es que Jesús ha resucitado. Sin esta noticia, la Iglesia no tendría sentido, seríamos gente estupenda, que viene aquí, que hace cosas. Pero la centralidad de la eucaristía es que celebramos a Jesús resucitado. Cristo resucitado es el que está en la Iglesia.

¿Por qué María canta? Porque tiene la experiencia vital de que Dios está con ella. En la Iglesia hemos de vivir esta certeza: Dios esta en nuestra vida, en nuestros proyectos y en cada uno de nosotros.

Quizás un día, por su inmensa misericordia, Dios nos asuma a los cielos, pero lo que está claro es que tenemos una enorme aliada, que es María. Ella es maestra del silencio y maestra de la escucha.

Maestra de la escucha

Ayer decía que María llegó a donde llegó porque supo escuchar la palabra de Dios. Supo aplicarla a su vida. Supo cumplirla. Supo hacerla vida de su vida. Cuando llegamos aquí, es cuando el silencio se transforma en algo extraordinario. Dejemos que nos hable este bálsamo dulce de Dios que penetra en nuestra alma. Porque hoy celebramos muchas fiestas, muy bonitas, en honor a María, pero ¿dedicamos un poquito de tiempo para callar, hacer silencio y escucharla? Si decimos que ella es tan sencilla y humilde, no sé si le gustará mucho tanta pandereta, no lo sé. Seguramente le gustará que nos acurruquemos en ella, como madre nuestra, y que dejemos que su latido marque nuestro latido. Entonces sentiremos una hermosa sintonía con la Madre de Jesús, la Madre de la Iglesia.

El aspecto femenino es importante en la Iglesia. La Iglesia es mucho más que los curas, los obispos y el papa, la Iglesia somos todos los bautizados, y todos tenemos la enorme misión de evangelizar, una misión tan importante como cualquier otra, en otros lugares.

Aprendamos a escuchar. Para esto hay que parar y dedicar un tiempo, sin prisa, a la oración, al silencio, a la escucha.

Ayer comentaba que en la televisión y en las redes sociales hay una catarata de frivolidad y de palabras vacías. ¿Cómo es posible que hayamos convertido un don tan hermoso que nos ha dado Dios, como es hablar, en un medio para decir tantas tonterías? ¡Es un pecado! Un don que nos permite crear sonidos y palabras, que nos hace capaces de comunicarnos y de llegar al corazón del otro. ¿Qué hacemos con tanta palabrería?

Un sacerdote decía que, en vez de ser charlatanes, debemos ser escuchatanes.

domingo, agosto 11, 2024

50 años de un sí

Con un grupo de jóvenes del Santuario de Vilapicina, de convivencia. En mis años de formación.


El cielo estaba totalmente despejado. Era agosto, durante unos días de convivencia de los jóvenes del Santuario de Santa Eulalia de Vilapicina. Sucedió en una explanada, junto a un pozo, al pie de las montañas del Montseny.

Una semana antes, el sacerdote amigo que llevaba mi grupo de jóvenes me había interpelado sobre mi vocación al sacerdocio. ¿Lo has pensado alguna vez?, me preguntó.

Ahora, día de santa Clara de Asís, a punto de cumplir dieciocho años, mi vida dio un giro radical. Estaba en plena adolescencia y un universo nuevo se abría ante mis ojos. Ese día de cielo azul intenso, después de pasar un torbellino interno y venciendo mis rémoras y temores ante lo desconocido, salté hacia el vacío, como el saltador de parapente que se lanza a surcar los cielos.

Al mismo tiempo, sentí que nacía de nuevo. Era consciente de que estaba dando un paso definitivo que marcaría toda mi trayectoria existencial y espiritual. Él me llamaba a algo grande y mi corazón no quería fallarle. Sabía que me lo jugaba todo, y que dejaba atrás muchas cosas bellas. Pero la experiencia que sentía lo significaba todo para mí y me llenaba de plenitud.

Dije sí junto a un pozo. Mi llamada y la respuesta me evocaba la vocación de Moisés, ante la zarza ardiente que no se consumía, o la visita de Dios a Abraham, bajo la encina de Mambré, o el diálogo de Jesús con la samaritana, junto al pozo de Sicar. También recordé a san Francisco de Asís, al cura de Ars, cuya fiesta se celebra el día que yo fui llamado, el 4 de agosto; y tantos otros santos y sacerdotes que fueron fieles y ejemplo para mí.

Por un lado, me sentía muy agradecido; por otro, también sentía el dulce peso de la responsabilidad que supone abrazar el sacerdocio. Pero ya estaba decidido y quería iniciar mi aventura con un sí incondicional. Aquel jovencito que anhelaba conocer y amar a Dios aceptó que este lo llamara para ser instrumento al servicio de la Iglesia. Ya no bastaba conocer y amar, Dios me daba la oportunidad de anunciarlo al mundo a través del ministerio del orden.

Era muy consciente de lo que se me pedía, pero también confié que él sería mi gran aliado. Y así ha sido, y lo sigue siendo después de 50 años. Tras pasar un largo tiempo de formación llegué a la ordenación sacerdotal en Barcelona, el 7 de marzo de 1987; este año he cumplido 37 como sacerdote.

Aquel 11 de agosto de 1974, mi vida cambió de rumbo para caminar hacia el mismo corazón de la Iglesia. La experiencia ha sido densa, profunda y comprometida; a veces exigente pero también es verdad que todo lo que he recibido me llena de gozo y de plenitud. He pasado por diferentes comunidades parroquiales que han sido para mí el yunque donde me he ido esculpiendo y reforzando mi compromiso ministerial. Después de 50 años de mi sí, todo ha sido y sigue siendo un hermoso don que Dios me ha dado, no sé si merecido o no, pero más allá de todo hoy siento una infinita gratitud a Dios porque un día confió en mí y me llamó.

Todos necesitamos medios, instituciones y personas que hagan posible la llamada. Por mi vida han pasado muchas, desde el sacerdote que me llamó hasta el cardenal Jubany, de cuya mano recibí el orden sacerdotal. 

¡50 años ya son años! Llenos de sorpresas y siempre con un deseo de fidelidad interior. Aquel 11 de agosto de 1974 era muy consciente de que mi sí era para siempre. Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que lo importante no es tanto dónde estoy y qué hago, sino procurar que nada ni nadie me aparte de él. Lo esencial es seguir tan enamorado como el primer día y mantenerme firme con el paso del tiempo y pese a las dificultades. Que nunca dude ni un ápice de él; desde mi pequeñez, él confía totalmente en mí. Y aunque haya pasado por momentos difíciles, él nunca me ha dejado solo. Todas estas experiencias, a veces dolorosas, me han hecho reafirmar aquel sí que le di junto al pozo. Y no sólo eso, sino que he crecido, como persona y como sacerdote.

Es verdad que en la vida de un sacerdote no todo son mieles, pero lo que recibes es indescriptible. Nadar en el misterio insondable de Dios va más allá de cualquier sufrimiento.

Os pido que recéis por mí, por vuestro sacerdote, para que siga siendo fiel a mi vocación y para que os pueda seguir sirviendo, atendiendo y orientando en vuestro deseo de seguir a Jesús. Sobre todo, que pueda ayudaros a descubrir que él os ama mucho, y que su deseo es que formemos una comunidad bien unida, al servicio de la evangelización. 

domingo, junio 02, 2024

Corpus, misterio de amor hecho pan


Hoy quiero darte gracias, Señor, porque has hecho de tu entrega y sacrificio en la cruz nuestra libertad y redención.

Te damos gracias porque después de encarnarte en tu Hijo, Jesús, quisiste permanecer para siempre con nosotros, en el sagrario. Te damos gracias porque tu vida hecha sacramento se convierte para nosotros en lluvia de gracia sobre gracia. Te damos gracias porque la eucaristía no solo es recuerdo y memoria, sino actualización viva y constante de tu presencia real.

Te damos gracias porque tu Santa Hostia se convierte en alimento y es vida para aquellos que te seguimos y hemos entendido que la celebración eucarística es la cumbre y centro de nuestra existencia. Es la razón de nuestra esperanza, el sentido de nuestra vida. La caridad y la fe nos ayudan a centrar la vida en ti y nos conducen a la plenitud.

Te damos gracias cada vez que te tomamos, porque un rayo de eternidad penetra en nuestro corazón y nos anticipa el encuentro definitivo en el cielo. Te damos gracias porque asumiste tu dolor en la cruz. Con tu cuerpo desgarrado y tu sangre derramada por amor nos salvaste de las sombras del pecado y te has convertido en sacramento de vida. Abriéndonos tus brazos y reconciliándonos con Dios nos diste la oportunidad de empezar de nuevo.

Te damos gracias porque, a pesar de que nos sentimos limitados y débiles, tu pan bendito nos da las fuerzas necesarias para tirar adelante. Al sufriente lo conviertes en otra presencia tuya, que nunca se rinde porque sabe que estás con él.

Te damos gracias por los sacerdotes que consagraste a ti, que te bendicen y reparten con sus manos tu cuerpo y tu sangre.

Te damos gracias porque los sacerdotes, en la mesa del sacrificio, no solo consagran el pan y el vino, sino que actúan en tu lugar, convirtiéndose por la gracia del Espíritu Santo en presencia real tuya, actualizando tu memoria y tu entrega.

Gracias por el don del sacerdocio, sin él no habría eucaristía. No tendríamos la oportunidad de tomarte ni tener la experiencia sublime de tu donación.

Gracias por la Iglesia, tu pueblo universal, fiel, que consagraste para asistir y participar del gran milagro de tu entrega.

Te damos gracias desde la comunidad de San Félix, pequeño rebaño tuyo, porque nos quieres y cada semana podemos celebrar tu resurrección. Se abre la puerta de tu sagrario, tu tabernáculo aquí en la tierra, para que podamos saborear la plenitud del encuentro contigo en el cielo. Gracias porque inundas nuestro corazón de un amor inconmensurable. Cada domingo somos testigos de este gesto silencioso pero auténtico y real.

Gracias, Jesús, porque ya no solo decides quedarte en el sagrario para que podamos contemplarte en adoración, sino que deseas que nuestro propio cuerpo se convierta en sagrario, en custodia, y permaneces siempre en nosotros.

Gracias porque cuando te tomamos pasas a formar parte de nuestra vida, de nuestra sangre, de nuestro ADN.

Contigo tenemos la misma fuerza de Dios adentro, una energía espiritual que nunca se acaba. Contigo tenemos la vida en mayúsculas, aquí en la Tierra. Y esto nos da fuerza y entusiasmo para vivirla con auténtica pasión.

1 junio 2013
Fiesta del Corpus Christi

domingo, abril 21, 2024

Un salto hacia la luz


Llevamos dos años de adoración. Mes tras mes, ahondando y meditando en el profundo significado de tu presencia real en el pan sagrado.

Durante todos estos momentos hemos podido contemplarte en el misterio de la encarnación.

Hemos visto cómo tu divinidad se humaniza en un pequeño establo, en Belén. Hemos contemplado cómo la máxima belleza se manifiesta en lo pequeño y en lo sencillo.

Hemos comprendido que en lo pequeño y en lo humilde está la grandeza de un Dios que despliega toda su potencia amorosa en lo cotidiano de la historia. Creciste en una familia, con María y José, en un tiempo y un lugar, Nazaret. Los evangelios de la infancia revelan cómo María acogió el proyecto divino: ser madre de Dios.

También te hemos admirado en el niño que, con solo doce años, hablaba con los maestros de la Ley en el templo de Jerusalén. Ya a esa temprana edad tenías la certeza de que Dios era tu padre. La sabiduría divina iba calando en tu corazón, abierto a esa hermosa relación con Dios.

Hemos contemplado tu momento decisivo, cuando diste el paso vocacional en el desierto, ya adulto, luchando por mantenerte fiel a la voluntad del Padre, venciendo las tentaciones en el desierto. Allí tomaste plena conciencia de tu mesianidad y del inicio de tu misión. Emprendiste tu tarea de anunciar a Dios a todos los hombres, pese al rechazo progresivo de tu pueblo.

Hemos contemplado tu gloria en el monte Tabor, antes de emprender el camino hacia tu propia muerte.

Tu pasión empezó cuando te llevaron huyendo a Egipto, porque el malvado Herodes quería matarte. Le asustaba la fuerza del niño de Nazaret.

Otro momento cumbre de tu vida fue cuando, con absoluta libertad, decidiste asumir las consecuencias de tu entrega hasta el martirio.

La cruz se convirtió en el símbolo de tu docilidad extrema. Aceptaste el máximo dolor, la terrible soledad y un profundo sentimiento de abandono por parte de todos.

Solo ante la cruz, agonizaste, tu cuerpo desgarrado, maltrecho y llagado, casi sin poder respirar, atravesado por los clavos en la madera.

Pero tu historia no acabó en la cruz, ni con la muerte. En tu último grito, lanzado al cielo, la misericordia de Dios se derramó como una catarata de gracia.

Dios, tu padre, te levantó de la muerte y de la oscuridad. Tu gemido presagiaba una humanidad que renacería por tu gracia: el hombre nuevo rescatado por tu sangre derramada.

En la historia se produce un giro: un hombre, por primera vez, resucita. Este acontecimiento cambia la historia humana para siempre. La muerte ha sido superada, la vida eterna alborea.

De tu mano, Jesús resucitado, se nos abre un nuevo horizonte, el de un reencuentro contigo en la eternidad.

Sigues con nosotros

Pero no todo acaba aquí. Hemos contemplado cómo tú quisiste permanecer en la tierra un tiempo para ir devolviendo la esperanza a los tuyos. Frustrados y desorientados, los fuiste despertando. Con tus apariciones les abriste el entendimiento y el corazón para que pudieran reconocerte como su Maestro. Y ellos se llenaron de alegría.

Tus encuentros les permitieron seguir adelante con tu proyecto: crear una comunidad con ellos. En las hermosas escenas de los evangelios se vislumbra la emoción del encuentro con el Maestro y el amanecer de la futura Iglesia.

También hemos contemplado tu ascensión al cielo, para reunirte con tu Padre para siempre. Pero tu historia, Señor, no acaba aquí, sino en tu promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.»

En tu nueva naturaleza estás aquí y ahora con nosotros, en el sagrario a través del pan.

Jesús, no te has ido lejos. Estás a nuestro lado, cumpliendo tu promesa. Tu historia sigue, en nosotros y en todos los bautizados que formamos la Iglesia. Esta es el sacramento de tu presencia.

Y de nuevo, hoy, nos convocas para seguir saboreando el misterio de tu presencia. La custodia luminosa es reflejo de un corazón que no para de latir jamás. Dicen que un corazón humano late millones de veces durante su vida. El tuyo, Jesús, no ha dejado de latir durante dos milenios.

¡No podemos imaginar la potencia de tu corazón sagrado! Miles de millones de latidos en un corazón concebido para amar siempre.

No puedes dejar de amarnos. Esta es la historia de un bebé que nació en Belén de Judea y vivió gran parte de su vida en Nazaret. Cada uno de nosotros es recreado por un hombre que murió en la cruz y resucitó un domingo. Este es el sentido último de nuestra vida: abrirse a una nueva dimensión, la trascendencia.

domingo, abril 07, 2024

De la cruz a la custodia

Estamos a las puertas de la Semana Santa, un tiempo que culmina la Cuaresma con la entrada de Jesús en Jerusalén.

El año litúrgico cristiano culmina en estas fiestas. En el Triduo Pascual se despliega todo el misterio de Jesús, dispuesto a dar su vida como expresión de amor a la humanidad. Son los tres días más importantes del año litúrgico, donde se condensa la misión de Jesús, fiel a la voluntad del Padre.

Está dispuesto a morir en la cruz para rescatarnos de nuestras esclavitudes y hasta de la propia muerte.

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Señor, estos días, meditando el Vía Crucis, hemos sido más conscientes de la magnitud de tu amor. Has dejado que te señalen, te golpeen, te flagelen, te insulten y atraviesen tu cabeza con una corona de espinas. Han ironizado sobre tu realeza, comparándote con los reyes de este mundo, y una lanza ha traspasado tu corazón, dispuesto a asumir el máximo dolor, hasta la agonía, con las manos y los pies desgarrados por los clavos.

Esto solo se puede hacer si se ama de manera total e intensa. Esto revela tu entrega incondicional hasta el límite de lo soportable.

Hoy, desde tu silencio en la Custodia, queremos ser conscientes de que, para hacerte presente para siempre con nosotros tuviste que pasar por ese itinerario que te llevó a la cruz. Cada estación, hasta llegar a la cruz, revela tu docilidad al plan de Dios y tu derroche de amor, gracia para todos aquellos que han descubierto que Dios, en Ti, se ha dado por completo para rescatarnos del pecado.

¡Un Dios que tuvo que sacrificar a su hijo! Era el único plan para salvarnos de nuestras miserias. Señor, ¡cuánto pasaste por nosotros! Quizás un esfuerzo que no merecíamos. Pero era tu única baza para conquistarnos.

Hoy queremos agradecer tanta donación, con dolor por lo que te ha hecho la humanidad: colgar al mismo Dios en la cruz. ¡Cuánta insolencia por nuestra parte y cuánto amor desbordante por la tuya!

Una entrega incondicional y sin medida: esta es la forma de tu amor, de la que hemos de aprender, asumiendo que cuando amamos a la manera de Jesús, también hemos de estar dispuestos a abrazar las consecuencias, hasta el martirio.

Jesús, con tu testimonio nos enseñas que el amor auténtico consiste en ser imagen tuya. Sólo así todo cuanto hagamos y seamos será fecundo. Sólo si estamos dispuestos a enterrar el grano de trigo, es decir, si estamos dispuestos a darlo todo de verdad, emergerán un hombre y una mujer nuevos. Tu cruz nos restaura y nos hace renacer de nuevo.


Unidos a tu amor
, seremos discípulos tuyos y estaremos dispuestos a todo. Esta será la garantía de que sigues vivo en cada uno de nosotros.

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La cruz no es otra cosa que el preludio de la vida nueva de Jesús resucitado. Desde esta perspectiva, el dolor tiene aún más sentido. Su muerte en cruz es el anticipo de un nuevo amanecer.

La lógica del misterio de Jesús pasa por cuatro fases:

  • Una vida volcada al anuncio del reino de los cielos, esta es su misión.
  • Una pasión y muerte como consecuencia de una auténtica libertad. Jesús desea culminar el plan de Dios.
  • La resurrección: Dios levanta a su hijo del abismo de la muerte: este hecho se convierte en fundamento de nuestra fe cristiana.
  • El deseo de permanecer con nosotros en el sagrario. La eucaristía es el sacramento de su presencia real a lo largo de los siglos.

De la cruz a la custodia: es la dinámica amorosa de un Dios que da su vida y quiere permanecer siempre con nosotros.

domingo, febrero 18, 2024

La conversión, un camino


Hemos iniciado el tiempo de Cuaresma con la imposición de las cenizas como signo penitencial. La Iglesia marca un tiempo para ahondar en el proceso de reencuentro con Dios: un itinerario necesario para reflexionar en todo aquello que nos separa de él. Un recorrido que todo hombre debe iniciar para recomponer su relación con Dios y con los demás; sendero para mantener la brújula de nuestra vida orientada hacia Él, como fuente de nuestra existencia.

Oración ante el Santísimo


Pero será preciso reconocer cuán lejos estamos todavía de ti, Señor. Seamos conscientes de que hemos de emprender un camino de retorno.

La humildad es el primer escalón para superar el orgullo de creer que ya estamos convertidos y ser conscientes de nuestros límites y pecados. Sólo desde el abandono en manos de Dios, reconociendo que necesitamos restaurarnos, daremos el primer paso para iniciar el regreso hasta el abrazo pleno contigo.

Tú, desde el silencio primigenio, sabes esperar con infinita paciencia porque no quieres que nadie se pierda. Con tu pedagogía amorosa, nos alientas a seguir en el proceso de búsqueda de aquello que da sentido pleno a nuestra vida, que no es otro que entrar en una profunda comunión contigo, abriendo nuestra inteligencia para meditar en los misterios de tu corazón.

Tú eres el incansable que no desespera porque tu Ser divino no concibe la vida si no es desde el amor. Tu bondad y misericordia hacia tus criaturas es lo que fundamenta tu amor hacia los hombres.

Nos has dado la libertad para que respondamos con gratitud y alcancemos nuestra propia felicidad. Es nuestra obstinación la que nos aparta de esta hermosa intimidad contigo, pero tú nunca te rindes en esta conquista de nuestro corazón. 

En esta Cuaresma, queremos ser más conscientes del misterio de tu presencia, convertido en pan para nuestro alimento espiritual en este combate en el mundo. Tu vida es una historia de amor hacia la humanidad, que expresa su momento álgido en la cruz, en tu agonía como prueba de una vida entregada por amor. Han pasado más de dos mil años de tu eterna presencia a través de la eucaristía. Nunca quisiste romper los vínculos con tus amigos y permaneces en el sagrario, siempre esperando. Aunque caigamos mil veces, tu paciente silencio y tu discreta acogida nos esperan.

Quieres que encontremos un momento para venir a verte, pues deseas sentirnos cerca de ti y escucharnos con ternura. A ti también te gusta estar con nosotros, porque con tu cruz y resurrección renacemos de nuevo. Esta es tu locura amorosa: levantarnos mil veces de nuestras caídas.

Venimos hoy a pedirte que nos des fuerza para seguir adelante y que nunca dejemos de mirar hacia el cielo. Danos el coraje y la valentía para seguir en la brecha y que nunca nos separemos de ti.

Que esta Cuaresma que acabamos de iniciar nos prepare para el encuentro crucial que da sentido pleno a nuestra vida: la Pascua, el encuentro con Jesús resucitado.