domingo, septiembre 06, 2009

Los dones de Dios Padre

La catequesis de la Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo concede numerosos dones. Especialmente hablamos de siete, en los que ahondamos cuando celebramos la fiesta de Pentecostés o cuando nos preparamos para la Confirmación. También podríamos hablar de unos dones de Dios Padre hacia nosotros, sus hijos. Son dones que, además del don primero de la vida, acompañan nuestra existencia y nos pueden hacer semejantes a Él.

El don de la paciencia. Dios siempre espera. El tiempo está en sus manos, de manera que jamás tiene prisa ni quiere forzar los acontecimientos. Especialmente, tiene con nosotros una paciencia sin límites. Cuando nos alejamos o incluso lo rechazamos, permanece fiel, esperando que volvamos a Él, que es la fuente de toda felicidad. De la misma manera, nosotros no podemos precipitarnos cuando las personas no responden como quisiéramos. Si Dios es paciente con nosotros, tenemos que ser pacientes con los demás.

El don de la ternura. Juan Pablo I dijo que Dios era padre y madre a la vez. Y es así: su amor entrañable es expresión infinita de ternura. Dios nunca se cansa de querernos. Como hijos suyos, hemos de ser tiernos y buscar la suavidad, el afecto, la dulzura. No se puede amar con dureza. La ternura es una manifestación del amor.

La generosidad. Dios Padre da con esplendidez, sin escatimar nada. Para él somos lo más importante de la Creación y nos da cuanto necesitamos y más. Es tan grande su magnanimidad que para nuestra salvación nos ha entregado a su Hijo Jesús. A imitación de Dios, hemos de ser generosos con los demás. En la generosidad también se incluye la gratitud, especialmente hacia la Iglesia, que es nuestra madre y nos da al mismo Cristo.

El respeto. Un padre que educa a su hijo y quiere que crezca, va enseñándole a decidir responsablemente hasta que ha madurado y le devuelve las riendas de su libertad. Dios, que es profundamente respetuoso con sus criaturas, nos hace libres y respeta totalmente nuestra libertad. Tanto, que incluso permite que podamos rechazarle y alejarnos de él. Jamás nos obliga a amarle. Tampoco nosotros somos quién para obligar a nadie a amar si no es plenamente libre.

El amor. Es la misma esencia de Dios. Por amor, Dios crea y nos da la existencia. Cada persona para Él es única, flor de un ramillete donde no hay dos iguales. A semejanza de Él, nosotros hemos sido creados para amar y ser amados, y es en el amor donde encontramos nuestra plenitud como seres humanos. Dios nos ha dado un corazón sensible para amar, destello de su mismo corazón, que late en nuestro interior.

La esperanza. Dios espera en el hombre. La suya no es una esperanza material, sino una confianza colmada de inmenso amor hacia su criatura. Cuando el hombre se aparta de su lado, Dios siempre espera que vuelva y se reconcilie con él. Nosotros, por nuestra parte, también hemos de tener esperanza en los demás. Nunca podemos darlo todo por perdido. La esperanza cristiana anticipa un deseo de encuentro, de comunión, de gozo.

La libertad. Dios Padre se siente profundamente libre para actuar. Tanta es su libertad, que puede crear a un ser libre, como Él. Nuestra auténtica libertad tiene su raíz en el amor, que brota del mismo Dios. Quien ama sin límites es libre. Nada puede esclavizarnos si nosotros no queremos. Hemos de luchar y alimentar cada día esa libertad, la santa libertad de los hijos de Dios.

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