domingo, junio 06, 2010

Corpus Christi, una vida entregada sin límites

Desde el arciprestazgo de Badalona Sud Sant Adrià las parroquias y los movimientos que conforman el consejo arciprestal de los laicos han elaborado un manifiesto de carácter testimonial sobre nuestro posicionamiento ante la crisis. Tema que se nos propone dentro del nuevo trienio pastoral de la diócesis de Barcelona.

Dicho manifiesto recoge fundamentalmente la incansable labor de las Cáritas parroquiales, de los movimientos y de las entidades solidarias vinculadas a las parroquias, con un ideario cristiano. Hablamos de estadísticas y números que revelan que desde Cáritas arciprestal se realiza un trabajo tenaz como respuesta eficaz contra la crisis. Además se establecen una serie de compromisos, como actitudes básicas para hacer frente a la crisis.

Siendo este manifiesto un reflejo de un sincero esfuerzo y de una innegable voluntad de vivir coherentemente nuestra vida cristiana, yo quisiera apostillar algunos aspectos.

Hoy celebramos el Corpus Christi, fiesta litúrgica del cuerpo y la sangre de Cristo. Celebramos el gesto sublime de amor de Jesús, que pasa por entregarse, dando su cuerpo y derramando su sangre, en rescate de nuestra vida. Esta festividad tiene que ver con la forma de amar de Jesús: un amor que es caridad, entrega generosa, sin límites, hasta dar la vida sin esperar nada a cambio. Es evidente que el amor ha de tener una fuerte proyección social y de compromiso por los más desvalidos. Pero no podemos limitarnos a darle un sentido socio político al amor, ya que lo específico del cristiano es el anuncio de la buena nueva de Jesús. Es decir, la revelación de un Dios Padre que es puro amor.

Se han hecho muchas lecturas de la crisis en sus diferentes vertientes: desde una óptica política, financiera, económica, empresarial, cultural y social. Y aunque es verdad que estos factores han contribuido en mayor o menor grado, y entiendo que los gobiernos tomen medidas, que pueden ser más o menos acertadas, me pregunto qué tenemos que hacer los cristianos y las instituciones vinculadas a la Iglesia.

El riesgo totalmente justificado ante la gravedad de la crisis es lanzarse a hacer, hacer y hacer. ¿No estaremos cayendo en el pelagianismo? Dicho de otra manera, ¿no habremos caído en un hiperactivismo que puede esconder un cierto orgullo espiritual ante la incapacidad de hacer más silencio en nuestras vidas? Porque es mucho más duro enfrentarse a uno mismo que buscar culpables afuera. Y es que haciendo y haciendo podemos incluso perder nuestro norte y el sentido último de nuestra esencia cristiana. Quizás nos dé miedo estar a solas con Dios. ¿No podemos haber caído en un activismo pastoral para alardear de que hacemos muchas cosas por los demás? Y no caemos en la cuenta de que lo esencial no es hacer, sino dejar que Dios, con su infinito amor, nos vaya haciendo por dentro cada vez más cristianos.

María no hizo muchas cosas. Tan sólo se dejó amar, convirtiendo su corazón en un hogar para Dios. Cuántos religiosos no han hecho muchas cosas, desde un punto de vista pastoral, pero ¡cuánto han rezado! ¡Cuánto bien han hecho sus oraciones, y qué huella tan profunda han dejado! ¿No creemos que la oración puede cambiar el mundo?

Por eso tenemos que “hacer muchas cosas”. ¿Dónde están la gracia de Dios y su don? ¿Y si la respuesta ante la crisis es no hacer más, sino hacer menos, y en cambio rezar más?

Quizás no hemos de hacer más cosas, sino hacer mejor lo que ya estamos haciendo, y creer más en la Providencia e intentar, no cambiar el mundo y la sociedad, sino cambiar nuestro propio mundo interior y nuestras relaciones con los demás, partiendo de un profundo abandono en manos de Dios.

He leído el manifiesto, sincero y lleno de coraje. Pero he notado la falta, más allá de un cierto voluntarismo, de algunas palabras. No aparece la palabra silencio. Tampoco aparecen el amor, la confianza, la esperanza, la espiritualidad.

Se ha repetido la palabra crisis hasta la saciedad. Y hemos caído en la trampa de ideologizarla, haciendo una lectura sociopolítica y económica que acaba siendo un discurso político. Cuidado con politizar la palabra crisis. En clave cristiana, el origen de la crisis está en el propio corazón humano, en aquello que cree o no cree; en aquello que configura sus valores.

Para un cristiano, el origen de todo valor es Cristo resucitado. ¿No lo habremos dejado olvidado, yaciendo en el sepulcro del sábado santo? ¿Y si el origen de la crisis es haber dejado que se apague el fuego del amor de Dios? ¿Y si nos han anestesiado y nos han convertido en clones de un proyecto de ingeniería social, apartando de nosotros toda dimensión trascendente?

Nos quieren convertir en una sociedad atomizada y manipulada, donde cada persona es una isla, a la que no le importa nada del otro. Una masa de personas solas, solitarias e insolidarias, cerradas en su propio egoísmo.

La salida de la crisis tal vez comience por abrirnos al misterio del amor de Dios en Jesús, que se hace hombre y cuerpo sacramentado para que podamos comerlo. Si nos falla el significado de la mística eucarística, si no centramos nuestra vida en Dios, si no tenemos tiempo para Él en la oración, difícilmente podremos contribuir a salir de la crisis.

Dios, Cristo, la Iglesia, los sacramentos: este es el camino. La oración y la caridad son los pilares. Si tenemos esto claro, dejaremos actuar a Dios y veremos la luz, porque Él solo desea la felicidad de su criatura.

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