sábado, enero 01, 2011

Un año más para crecer

Cerramos un año y abrimos otro. Y, como cada año que dejamos, uno mira hacia atrás y se da cuenta del cúmulo de experiencias vividas. Los días se suceden, aportando siempre algo nuevo y diferente. Sumado todo, va enhebrando nuestra historia personal, familiar y social. Toda experiencia, por más dura que haya sido, no cabe duda que siempre nos plantea un reto para crecer y madurar humana y espiritualmente.

El hombre está llamado a mirar más allá de sí mismo, es decir, a vivir trascendiendo su propia historia. Por eso tanto la experiencia más dolorosa, como la más bella, añaden densidad a nuestra vida. Hasta lo negativo no es del todo malo si sabemos sacarle provecho. Porque lo más hermoso es saber que vives para alguien, que vives para Dios. Y eso produce una felicidad tan intensa, que incluso las experiencias más penosas, que rozan el abismo, acaban acercándote a Dios y a los demás. Y es que la oscuridad más terrible no puede quitarnos la alegría de la luz cuando hay amor.

El amor supera toda tristeza, todo abismo, toda oscuridad, toda desidia, todo egoísmo. El amor hace que un día de tormenta se convierta en un día plácido donde la luz nos hace descubrir la realidad multicolor que dan brillo a nuestra existencia.

Ha pasado un año y, sumando y restando, solo cabe dar gracias a Dios por todo lo vivido y realizado, pero especialmente por todo lo que hemos aprendido y crecido. Cada minuto exprimido para hacer el bien a los demás es un momento de gracia que recibimos. Dios ha concebido nuestro tiempo como espacio para amar, para dar vida a nuestro corazón. Pero si nuestro tiempo no es para Dios ni para los demás, ni para el amor, poco a poco caeremos en el desinterés, perderemos la alegría, nos alejaremos de lo que nos constituye esencialmente como personas.

El hombre no está concebido para deambular por los caminos del ego. Acabaría cayendo en el precipicio del egoísmo, donde no hay más que vacío. El hombre está hecho para vivir grandes hazañas que le hacen sacar lo mejor que tiene dentro. El hombre está hecho para el amor, esta es su plenitud y allí donde encuentra su finalidad. Somos hijos de Dios y, como tales, tenemos el gen de Dios dentro; somos parte de Dios y como tales, albergamos el deseo infinito de trascendencia.

Pero se nos abre otro año, con toda la experiencia vivida del año que ha pasado. Un año convulso que nos ha agitado hasta lo más profundo del alma. Frente al maremoto mediático de las malas noticias producidas por la crisis, en este año que comienza estamos llamados a convertirnos en apóstoles de la esperanza. Ante el desánimo y el desencanto, los cristianos hemos de transmitir paz, sosiego y confianza. El destino está en manos de Dios. Hagamos que en medio de la tempestad la gente vuelva a confiar, a creer, a luchar. No dejemos que las malas noticias nos dobleguen y nos hagan caer en un miedo paralizante. Cada cual tiene suficiente potencia espiritual como para sacar sus mejores valores. Sepamos hacer frente, con toda nuestra fuerza, a la cultura de la desidia y del miedo.

Tenemos a Dios dentro: él es nuestra fuerza. Con él, no tengamos reparo en luchar el gran combate contra la desesperanza. Tenemos la certeza de que solo un minuto amando ya vale la pena; toda la vida tiene sentido y más cuando Dios nos la ha regalado para convertirla en una aventura apasionante.

Economistas y sociólogos vaticinan que la crisis durará unos años más. Los cristianos tenemos una gran oportunidad para convertir esta experiencia en una escuela humana y espiritual que testimonie lo más genuino de nuestra fe: compartir, ser solidarios y, sobre todo, dar esperanza.

Que Santa María nos dé el coraje para ser apóstoles de la paz y de la alegría en medio de un mundo inquieto y triste. María con su sí cambió el mundo. Si cada uno de nosotros dice sí a Dios, entre todos haremos que nuestro mundo cambie y mejore.

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