domingo, abril 17, 2011

La esperanza, oxígeno del alma

El hombre, en su constitución más genuina, quiere dar sentido a su vida y necesita motivos para la esperanza. Sin ella, se pierde en el laberinto de su propia existencia y muchas veces la llena de cosas que le alejan de la realidad. A veces la vida se presenta con tanta dureza que preferimos desviar nuestra atención de la complejidad de cada día por miedo a asumir nuestra propia miseria. Y nos lanzamos en una huida hacia delante, sin rumbo y sin referentes. Nuestra estructura mental crea realidades paralelas en las que nos perdemos, porque nos asusta mirarnos al espejo y aceptar con humildad nuestros límites, nuestros profundos agujeros existenciales; nos cuesta aceptar que nuestro pasado está lleno de lagunas y contradicciones. A veces queremos aparentar ser superhéroes y nos damos cuenta de que el pasado, la familia, nuestro entorno y nuestra propia psique han determinado una manera de ser que no nos queda más remedio que aceptar con humildad. No podemos renunciar a nuestra propia historia, por muy compleja que sea, ni rechazar aquello que nos ha hecho ser lo que somos. Sólo aceptándola evitaremos los resentimientos y ese buscar culpables, haciendo responsables a los demás de lo mal que nos ha ido en la vida.
Cuando uno llega a sincerarse con su propio corazón, es cuando empieza a aparecer en el horizonte de la vida una nueva razón que nos hará vivir de otra manera, con no menos problemas que antes, pero con la paz interior necesaria para asumir con valentía un nuevo reto que va más allá de la calma psicológica y emocional. Este coraje nos hace sentirnos dueños y conductores de nuestra vida, abrazando el pasado con humildad, abriéndonos al presente con sereno realismo, y proyectando el futuro con esperanza.
Así encontraremos nuevas razones para vivir plenamente esta vida única, apeándonos de la tristeza y la amargura, de la ambigüedad y del victimismo. A partir de aquí, todo cuanto uno sueña, anhela y desea puede ser alcanzado. El corazón enquistado vuelve a esponjarse porque ha decidido ser dueño de sí y de su libertad; porque ha sabido poner la distancia justa entre la historia del pasado y la realidad presente; porque ha sabido salir del encierro y liberarse de las ataduras del temor y de la amargura que lo envolvía. Podremos marcar un nuevo rumbo en nuestra vida y será entonces cuando habremos aprendido que podemos tener esperanza y motivos para levantarnos cada mañana sin que el día se nos haga tedioso y el tiempo transcurra lento y pesado. Y descubriremos que la razón de cada nuevo día está más allá de nosotros mismos. Está en las personas que nos rodean: familia, hijos, amigos, compañeros de trabajo, profesores, alumnos… Está en el trabajo hecho con entusiasmo, en el ocio compartido con aquellos que amas, en una buena lectura, un sosegado descanso… Pero, especialmente, la razón última que nos hace levantarnos cada mañana es el amor a los demás y el amor a Dios. Cuando el amor nos mueve, podremos decir que la esperanza deja de ser un reto para convertirse en una experiencia vital que nos colma de gozo. Cuando desde la esperanza se pasa al amor, el futuro se hace presente y lo esperado se hace real, aquí y ahora. El amor es la plenitud de la esperanza.

No hay comentarios: