sábado, agosto 20, 2011

El sacerdocio, vocación del amor

Sesenta años de servicio a la Iglesia

Este año, la Iglesia ha tenido el gozo de celebrar el 60 aniversario de la ordenación sacerdotal del Papa. La comunidad católica ha vivido con especial interés el aniversario del don de su sacerdocio. Benedicto XVI es una figura gigante que no deja indiferente a nadie, ni a ateos, ni a creyentes. El mundo de la cultura y de la política tiene los ojos fijos en él. Su capacidad de síntesis teológica, su extraordinaria clarividencia pedagógica y su discurso doctrinal ayudan a entender con claridad su labor pastoral. La trayectoria de su papado está consolidando los fundamentos de la Iglesia. Está ejerciendo su ministerio como buen Pedro.

Justamente estos días hemos tenido la alegría de recibir su visita en España, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. La respuesta de tantos miles de jóvenes de todo el mundo nos muestra a Benedicto XVI como un líder único. Nadie en el mundo es capaz de movilizar a tantas personas, con ese entusiasmo y fervor. Como él lo expresa en su libro Luz del mundo, sabe muy bien que quien convoca, a través de su persona, en realidad es Cristo. Y como mensajero de Cristo se siente y habla a las multitudes. No desaprovechemos la ocasión de seguir sus discursos y sus mensajes en estos días.
Benedicto XVI es un revulsivo para el mundo intelectual, así como para los diferentes líderes religiosos, pues tiene la capacidad de plantear los temas cruciales que afectan al hombre de hoy con un análisis riguroso, profundo y a la vez asequible. Su autoridad moral a nivel mundial está sobradamente demostrada. Su finura pedagógica lo convierte en un interlocutor con una actitud de apertura y acogida.

Amigos de Cristo

El humilde servidor de la viña de la Iglesia tiene muy claro que el fundamento del ejercicio del Papado está en el amor profundo a su sacerdocio, entendido como una vida dedicada al servicio de los demás. Y este no se entiende sin un pacto íntimo de fidelidad y de amistad con Jesús. Los que recibimos el don sagrado del orden sacerdotal, desde el primer momento de la llamada hasta la recepción del sacramento, hemos sellado para siempre una alianza de amistad con Cristo, orientada a la culminación de un plan de Dios en nuestras vidas. Esto pasa por ser conscientes de que Dios nos entrega un pueblo al que hemos de ayudar a descubrir las razones últimas de su existencia, para llevarle a la plena felicidad. El ministerio del sacerdocio radica en acercar a las gentes a Dios, provocando un cambio radical en sus vidas de manera que sepan priorizar lo esencial. El sacerdote acompaña a los fieles en ese camino para que se dé en ellos un auténtico encuentro con Jesús. Esta es la razón de ser del sacerdote: propiciar la conversión e iniciar la aventura de amor de Dios con su criatura. Por eso es necesario que viva intensamente su relación con Dios y que sea un hombre de oración y silencio, para poder captar los planes de Dios en su vida y vivir con intensidad la eucaristía, expresión de la misma donación de Cristo a su Iglesia. El sacerdote se ha de convertir en otro Cristo que viva anclado en la eucaristía para repetir el gesto de entrega de Dios en la santa cena.

Testimonios creíbles

Otro aspecto fundamental es que, además de tener un carisma locuaz para la predicación, el sacerdote ha de ser un testimonio creíble y entusiasta que despierte nuevas vocaciones cristianas en los diferentes ámbitos de la vida civil, política, empresarial, cultural, económica, médica, etc. No habrá familias cristianas si no se realiza un trabajo evangelizador transversal que afecte a toda la sociedad.
El sacerdote se convierte en pastor doctorado en humanidad que sabe distinguir los momentos clave de la historia. Si desea ejercer el ministerio de la caridad con eficacia, ha de saber moverse en un mundo confuso y oscuro para poder arrojar luz al corazón de tantas personas que buscan a Dios.

Superar la tentación del poder

Además de tener dotes humanas para una mayor comprensión antropológica, necesita humildad para ser servicial y no caer en la sutil tentación del poder. Porque, ¡es tan fácil resbalar por ese tobogán cuando se ejerce una autoridad! Convertirse en referente para mucha gente puede conllevar esta tentación. Jesús renuncia a todos los subterfugios y formas del poder. En la multiplicación de los panes y los peces, huye porque la multitud lo quiere hacer rey. Nos enseña a escapar de esta trampa. Por eso es bueno recordar la humildad del santo cura de Ars, o la de santa Teresita del Niño Jesús, que decía que no era más que un lapicerito en manos de Dios.
La humildad es la que blindará al sacerdote de esas tentaciones y le permitirá elevarse para surcar el auténtico camino de su ministerio: el que lleva a la cruz y a la resurrección. Estas son las dos caras de una misma moneda. El sacerdote despojado de todo poder vive su vocación como un regalo inmerecido y, a la vez, con la alegría de saber que tiene que vivir como un Cristo resucitado. Aunque sienta sus propias limitaciones, humanas y espirituales, está llamado a vivir, aquí y ahora, trascendido y resucitado.  Es decir, ha de convertirse en otro Cristo Pascual que vive instalado en el corazón eterno de Dios.

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