domingo, septiembre 11, 2011

Hacia una renovación parroquial

San Félix, hacia una renovación de su identidad

El título quiere expresar la necesidad de un replanteo de los fundamentos pastorales de la parroquia, como lugar de continua renovación que sirva para mejorar nuestra vivencia cristiana y nuestra configuración como comunidad creyente, en un contexto social que requiere de una enorme creatividad para adaptarse a los cambios y a los signos de los tiempos.
Un teólogo decía que Dios es eternamente joven. Es decir, su corazón nunca envejece. Los cristianos hemos de hacer un gran esfuerzo para no envejecer en le fe. Esto requiere ilusión y apertura a la novedad en la liturgia y en la pastoral. No podemos quedarnos en un pasado que creíamos mejor, añorando ciertas formas por encima del espíritu. Abrirse puede causar vértigo y, por miedo, nos quedamos anclados en el pasado.
El presente quizás nos provoca desconcierto, porque no estamos acostumbrados a los cambios acelerados y porque quizás no entendemos las razones de un tiempo que depura nuestras concepciones religiosas. Tenemos miedo a lo desconocido porque nos cuesta encajarlo en nuestra mente. Para la Iglesia es una gran oportunidad.

Hablar un nuevo lenguaje

Hemos de aprender de las crisis. Esto nos exige un esfuerzo por traducir a un lenguaje adaptado y nuevo las verdades de la fe. La sociedad, en el fondo, necesita descubrir a Cristo, que ayer, hoy y mañana, es el mismo. Pero si queremos que su mensaje cale, tenemos que hablar un lenguaje que entienda nuestro mundo de hoy. Más allá de lo abstracto, lo esencial es el testimonio vivo y entusiasta de nuestra experiencia de fe. Hoy nos toca vivir la fe en la intemperie, al raso, donde las gentes viven alejadas de la religión y necesitan urgentemente una palabra que les interpele.
El Papa, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, llamaba a los jóvenes a ser valientes en la difusión de la fe. Las parroquias han de salir hacia fuera si no quieren empequeñecerse y quedarse cerradas en sí mismas, reducidas a un templo donde únicamente se celebran las liturgias.

¡Ay si no evangelizamos!

Hoy, ser cristiano y ser auténticamente Iglesia es sumarse al trabajo de evangelización, y esto pasa por no tener miedo a salir afuera, a adentrarnos en nuestro mundo, el mundo de los demás. San Pablo diría que ¡ay de nosotros si no evangelizamos! No podemos reducir nuestra fe al mero cumplimiento preceptual. En todo caso, esto nos ha de llevar a ser conscientes de que la autenticidad de nuestra fe se concreta en un compromiso de mayor implicación en nuestra vida cristiana, convirtiéndonos, a todos, en apóstoles entusiastas. Pero muchas veces preferimos reducir nuestra vida cristiana a la asistencia a misa. Esto es lo fundamental, pero es insuficiente si queremos crecer espiritualmente.
Si deseamos avanzar, hemos de buscar tiempo para dedicarnos a la expansión del evangelio. Cristo necesita nuevos discípulos que, con valentía, lo pongan en el centro de su vida y se lancen a anunciar su Reino. Recibimos tanto que no podemos limitar nuestro encuentro semanal con él a un tiempo pobre y rutinario, un rito más dentro de nuestra cultura, que cumplimos por inercia.

Tener tiempo para Dios

De aquí viene la falta de vitalidad de las parroquias. Tenemos tiempo para muchas cosas, pero no lo tenemos para lo esencial, para Dios. Estamos lanzados a la vorágine del día a día y nos falta tiempo. El activismo nos arrastra y no sabemos ni respirar el aire de Dios, el Espíritu Santo.
Hoy las parroquias estamos en una encrucijada. Teólogos y expertos en pastoral se plantean su razón de ser y los nuevos rumbos que pueden tomar. La vida parroquial ha sido el espacio donde muchas familias han crecido y donde han encontrado su referencia vital, contribuyendo a su dinamismo pastoral.
Pero las parroquias se han convertido en un lugar donde se consume la eucaristía y poco más. Participamos de la celebración como si fuera un ritual que no tiene nada que ver con nuestra vida cotidiana, y que tampoco nos empuja a implicarnos en la comunidad creyente. Recibir los sacramentos sin más, cayendo en un utilitarismo litúrgico y sacramental, es rebajar la fuerza del misterio eucarístico. No se puede vivir la fe aisladamente. Si nuestra celebración no nos lleva a vivir y a estar en comunión con los demás, como ha señalado el Santo Padre, nuestra fe se enfría y se congela. Le falta el calor del hogar de Dios, que es la comunidad parroquial.
Para que la parroquia sea creíble, ha de replantearse su razón última de ser, y esto pasa por una serie de reflexiones que nos ayuden a descubrir el formato de una nueva evangelización, de la cual se derive un nuevo proyecto pastoral.

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