domingo, marzo 16, 2014

No tomarás el nombre de María en vano

El lugar discreto de María


En la teología cristiana María, la madre de Dios, tiene un lugar relevante. Se puede hablar de una teología y una espiritualidad mariana. La Iglesia, a partir del estudio de los evangelios, señala el rasgo fundamental de María: su deseo de hacer siempre la voluntad de Dios.

María tiene también su lugar en la piedad popular. Es un modelo para los cristianos por su apertura al designio de Dios en su vida. Siendo un personaje crucial en la historia de la encarnación, los autores sagrados la hacen aparecer en un segundo plano. Así como la figura de Jesús se explica extensamente, María aparece de forma puntual: en los evangelios de la infancia, de Mateo y Lucas, en las bodas de Caná y en la pasión de San Juan. La discreción de María tiene mucho más sentido del que parece. Jesús es la figura central de la salvación. La fuerza de María está en la humildad. Se pone detrás de Cristo porque se convierte en discípula de su hijo.

María era una mujer sencilla y discreta de Nazaret. Su sí fue decisivo para hacer posible la encarnación. Su apertura de corazón fue necesaria para que se culminara el plan de Dios hacia la humanidad. María siempre nos señala el camino hacia Jesús. No quiere que nos quedemos con ella, sino que vayamos al encuentro de su hijo.

Algunas confusiones


A veces me sorprende y me preocupa contemplar el protagonismo exagerado que se da a María por parte de algunos creyentes que la equiparan a Cristo, el único salvador y redentor. Es verdad que ella es co-redentora en cuanto a que está unida su hijo, nunca al margen de él. La piedad mariana está muy extendida en el pueblo de Dios pero a menudo se dan ciertas actitudes y manifestaciones en las que se cae en una peligrosa confusión: convertir a la Madre en una especie de diosa, dándole el mismo rango teológico que a Cristo. Nos estamos enfrentando a una grave desviación sobre la figura de María, que puede empequeñecer el misterio de la redención. Esta confusión nos aleja de la centralidad de Cristo en la Iglesia.

Por Internet y algunas redes sociales se están difundiendo cada vez más noticias de personas que dicen tener locuciones, visiones y experiencias místicas en las que María les habla. No digo que esto sea imposible. Pero hay que ir con mucha cautela porque puede haber falsos testimonios de estas experiencias, por error o con el fin de manipular a las gentes de buena fe. Por eso, aunque nos cueste, es esencial acatar la autoridad del magisterio de la Iglesia, porque sus investigaciones permiten detectar los abusos y exageraciones que pueden responder a causas psíquicas o incluso a intereses económicos. La docilidad al magisterio indica que más allá de nuestra voluntad, por buena que sea, la Iglesia puede depurar nuestras intenciones y las de aquellas personas que dicen tener este tipo de experiencia. Una excesiva publicidad o eco mediático de estos hechos puede tener como consecuencia mover a masas de gente. Detrás de esto puede ocultarse un gran riesgo: la patología religiosa puede convertirse en un modus vivendi para ciertas personas que se erigen en líderes espirituales. La obediencia a la Iglesia y la discreción serán dos señales del grado de autenticidad de estas experiencias.

Todavía es más peligroso cuando los supuestos mensajes marianos se reducen a anuncios catastrofistas y se centran más en el diablo que en el amor de Dios. Utilizan un lenguaje apocalíptico, aluden al final de los tiempos y de la humanidad e insisten en el poder del demonio sobre el mundo. Estos impactos negativos pueden generar neurosis religiosas en muchos seguidores. Por eso la Iglesia alerta, igual que Jesús alertó en su momento sobre los falsos profetas. Hemos de estar atentos ante los que, en nombre de Cristo y de María, se convierten en guías de masas, alejando a la gente del auténtico culto y la auténtica doctrina de la Iglesia, recogida en el Concilio Vaticano II.

Si María no nos acerca a Cristo y a los demás, y los videntes no están en comunión con la Iglesia, esto puede significar que están montando su propia religión amparados bajo el nombre de la Virgen. No niego el valor teológico de María en la fe cristiana, pero sí quiero avisar de los peligros de un politeísmo mariano. Sería caer en una herejía. San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia, en su Subida al Monte Carmelo, advierte sobre ciertas actitudes de manipulación de lo sagrado. Para él, las revelaciones sobrenaturales no son tan importantes como la humildad, la caridad y la fe, sencilla y pura. A veces pueden ser inducidas por engaño o ilusión, y alejan de la fe en Dios. San Juan afirma que, con Jesús, el Padre ya ha dicho su Palabra definitiva, y no hay otro mensaje. Quien desee sabiduría de Dios tan solo tiene que fijar los ojos en Cristo.

Esto no excluye que María pueda enviar sus mensajes a ciertas personas. Su concordancia con el evangelio puede ser una prueba de autenticidad, así como la actitud humilde de los videntes y su obediencia a la autoridad de la Iglesia.

Cristo, solo


Esta reflexión la hice a partir de un hecho que constaté en una de mis peregrinaciones a Lourdes. De buena mañana, una cola inmensa de personas iba hacia la gruta o hacia el santuario a venerar la hermosa imagen de María. El gentío era impresionante, aún de madrugada, cuando todavía era de noche. Al otro lado del río, en un campo enfrente de la gruta, se levantaba una gran carpa, donde se adoraba el Santísimo en un sencillo sagrario. El corazón me dio un vuelco cuando la vi solitaria y vacía. Jesús sacramentado estaba solo. Otra persona de la parroquia de San Pablo de Badalona me acompañaba, y comentamos: ¡qué abandonado está el Señor! Todo aquel gentío que veneraba a María parecía olvidarse de ir a rezar ante su hijo, hecho pan eucarístico.

María nos invita a salir de su regazo para que sigamos a Jesús. No quiere que nos quedemos en ella; en todo caso, nos empuja a salir de la comodidad de la madre para vivir la aventura de un amor que nos llevará al martirio, hasta dar la vida. Aquella madrugada, en Lourdes, sentí tan real la presencia de María como la de Cristo. Pero entendí también que ella era una flecha que me indicaba el camino hacia el corazón de su hijo.

El valor de salir afuera


Le pido a María, dulce remanso de mi alma, que me dé la valentía de seguir a Jesús, hacia la cruz, pero también hacia la alegría de la resurrección. María respetó que su hijo hiciera la voluntad de Dios. Ella también quiere que nosotros abracemos la voluntad del Padre. Todos estamos muy a gusto en casa de nuestra madre y es difícil vivir en la intemperie, lejos del calor del hogar. Pero este es el precio de la evangelización: salir de tu casa y de los tuyos para caminar con Cristo, sin saber dónde vas a reclinar la cabeza.

María siguió guardando las cosas en su corazón cuando Jesús se hizo adulto y empezó su vida pública. Desde el silencio y la lejanía, en la absoluta discreción, María seguía velando por aquel hijo que salió de Nazaret porque tenía que descubrir a los hombres el amor de Dios.


María, madre del silencio, ayúdanos a escuchar más a tu hijo y que tu presencia alentadora nos ayude a identificarnos más con él, razón primera y última de nuestra existencia.

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