lunes, septiembre 11, 2017

El mal disfrazado de bien

La teología cristiana afirma la existencia de un ente maligno al que llama Satán o diablo. Esto ha impregnado la cultura religiosa y la piedad popular, en algunos casos de forma exagerada. Y es verdad que él nunca para y siempre está al acecho para hacer naufragar a mucha gente, o desviarla, haciéndole perder su rumbo moral. De hecho, hay una consciencia alerta, en muchos cristianos, de los constantes ataques del diablo. Sobre esto querría hacer algunas consideraciones.

El diablo tiene muchas formas de manifestarse en los diferentes ámbitos. Pero mucha gente tiene conceptos un poco equivocados. Por ejemplo, hay quienes piensan que los ateos son legiones de personas conquistadas por el demonio. Si entramos en teología, la fe es un don de Dios, y el hecho de no tenerla no quiere decir que una persona esté atrapada por el diablo, y menos que se convierta en una manifestación de este. Pensar así es una auténtica barbaridad, porque Dios ha hecho libre a la persona para que tenga la capacidad de decidir, y no se puede abrazar la fe si no es desde el don de la libertad. Dios siempre respeta la libertad que nos ha dado a todos, para que libremente elijamos. De no ser así, estaríamos destruyendo uno de los fundamentos de la fe cristiana. 

Tampoco podemos quedarnos con las escenas morbosas e impactantes de las posesiones, como vemos en el cine. Reducir la presencia del diablo a síntomas como cambios en el rostro y el lenguaje, ruidos guturales y ojos salidos de sus órbitas también es insuficiente, porque aparte de las posesiones demoníacas, él tiene otras estrategias para debilitar, no tanto al que está fuera de la Iglesia, sino al que está dentro.

Los disfraces preferidos del diablo


Hoy muchas personas se quedan sólo con las manifestaciones sobrenaturales del demonio, que cambian la psique del poseído, cuando lo más común es que el demonio utilice tácticas mucho más sutiles y de mayor alcance. Podríamos afirmar que el campo preferido para su acción destructora es la misma Iglesia, y las personas diana de su ataque somos los llamados creyentes, incluso los que estamos más comprometidos. 

¿Cómo detectar esa presencia maligna tan sutil e insidiosa, que lentamente hace estragos dentro de las mismas comunidades? 

Al diablo le gusta disfrazarse. Y esto lo saben todos los santos. ¿Sus disfraces preferidos? El disfraz de devoto, de místico, de teólogo. Un disfraz de «buena persona», de perfecto ciudadano, incluso de activista humanitario. San Juan de la Cruz señala otro: el demonio se suele disfrazar de «ángel de luz».

Pero hoy quisiera centrarme en otra forma que tiene de infiltrarse en nuestras vidas.

Escondiéndose detrás de la «verdad»


Hay quienes quieren imponer su voluntad en un grupo. El poder, el afán de control y la difamación forman parte de la estrategia diabólica, cuya finalidad es envenenar las relaciones y destruir a las personas. Para lograrlo estas personas utilizan unas formas que, aparentemente, son de indudable moralidad y, sobre todo, de una incuestionable religiosidad. Están por la labor de defender la doctrina y las verdades de la fe, y se mostrarán intachables en su conducta. Poco a poco, de manera casi imperceptible, van socavando el corazón de la comunidad, mientras consiguen el reconocimiento de los demás. Como se consideran moral y religiosamente mejores, emiten juicios letales sobre las personas que no piensan ni actúan como ellos. Se valdrán del descrédito y generarán correveidiles en su entorno social para ir manchando la dignidad de sus víctimas. Jugarán con una sutileza increíble, entre la verdad y la mentira, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre los sentimientos de bondad y la dureza sin paliativos, todo con el pretexto de salvar almas. Se mueven entre la oscuridad y la luz, entre lo claro y lo ambiguo, entre el celo apostólico y la autosuficiencia espiritual. De estas actitudes no están exentos ni los laicos ni el clero.

Este tipo de personas suelen mostrar un concepto equivocado de Dios, ya sea por su educación o por su perfil psicológico, tendente a sobrevalorar una autoridad jerarquizada basada en la religión del miedo, el castigo y la obediencia. Desfiguran el rostro misericordioso de Dios Padre y se aferran a una visión fundamentalista de la fe, que todo el mundo tiene que acatar si no quiere ser señalado o maldecido. Ven a Dios como un juez justiciero, con su espada levantada para someter a sus criaturas. La religión se convierte en una relación de sumisión, privada de libertad, que despoja al hombre de todo vínculo de amistad y afecto. Utilizan las palabras de las Sagradas Escrituras para condenar en nombre de Dios y se sienten en posesión de la verdad. Defienden su seudo-verdad minando la buena fama de los que no piensan como ellos.

Esta es la jugada más inteligente del demonio: utilizar la palabra de Dios como espada. El talibanismo dentro de la Iglesia es también presencia maligna, porque le ha quitado el corazón a Dios y le ha puesto una guillotina. A esto se le puede llamar sacrilegio. Ya no es sólo utilizar el nombre de Dios en vano, sino utilizarlo como arma ideológica que justifica la muerte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Dónde está el talibanismo dentro de la Iglesia?
En la historia de nuestra denostada Iglesia Católica la palabra Talibán no se ha utilizado nunca. Y si en la actualidad dicha palabra la hemos vista y oída repetidas veces hasta la saciedad, es para referirse a aquellas creencias y movimientos ---ajenos a la Verdad con mayúsculas---, de integristas fanáticos e intransigentes, tristemente protagonistas de algunas de las persecuciones más sangrientas de nuestro tiempo. Además, por desgracia, la cristianofobia no se circunscribe a los talibanes "D.O.C." sino también a nuestros "hermanos progres", los cuales, unidos a otras lindezas ideológicas revestidas de un profundo odio a lo cristiano, y armadas de inicuas leyes, atentan contra la libertad religiosa y de conciencia.
Por si lo antedicho no fuera suficiente a minar los cimientos de nuestras Creencias (con mayúscula), el hedor de satanás ya se a introducido dentro de la Iglesia; y una de sus jugadas inteligentes es el buenismo que lleva aparejado el relativismo y por ende el caos, la desorientación en un mundo relativista donde una cosa vale otra y los "nuevos valores relativos" se pueden intercambiar a voluntad.
No, el talibanismo no se ha introducido en nuestra Iglesia. La palabra del orden subyacente es buenismo; el buenismo sí que atenta contra la Iglesia de Cristo:

“Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16).

La persona que se encuentra en el estado “frío”, es la que no distingue entre lo bueno ni lo malo (2 Corintios 4:4).

La persona tibia es la que se interesa más por la carne y no el Espíritu (Romanos 8:5).

Muchas gracias por su tiempo, dedicación y atención,
En Cristo,
JC

Joaquín Iglesias Aranda dijo...

Muchas gracias por tu comentario y apreciaciones, J.C.