domingo, octubre 14, 2018

Dios en lo cotidiano


El hombre quiere hacerse grande


El hombre necesita de grandes hazañas para sentirse alguien importante. Si no sobresale entre los demás o no vive experiencias sublimes, no es nadie, se siente poca cosa o que no vale nada. Si tu nombre no ha dejado huella en la sociedad, en la cultura, en la política, en tu entorno, no tienes identidad. Nos pasamos la vida haciendo cosas con la intención de dejar nuestra huella en el futuro.

Esto sucede en el campo social y familiar. Pero en el religioso se respira también el deseo de tener experiencias que supongan un terremoto interior, una gran conversión. Necesitamos estímulos poderosos que nos hagan sentir algo diferente para impulsar un cambio en nuestra vida. Las súper-producciones de Hollywood, con un fuerte carácter protestante, han marcado mucho la psicología religiosa de los últimos tiempos. Con grandes puestas en escena, casi endiosando al personaje, vemos retratados a los grandes héroes bíblicos: Moisés, Josué, David. Las conquistas y batallas ganadas son signo de que Dios está de su parte. Ante estos relatos, todos soñamos en convertirnos en protagonistas de algún hecho inaudito, algo espectacular donde todos puedan ver que Dios actúa en nuestra vida y la cambia totalmente.

Entre muchos grupos religiosos se está fomentando un tipo de experiencia donde se crea un intenso ambiente emocional y espiritual. Utilizan un lenguaje sugerente, música y repetición de frases que impactan en la psique, generando un estado de conciencia que llena a las personas de fuerza. Dejan a un lado su fragilidad, sus inseguridades, y se sienten invencibles. En esos momentos, sus personas cambian.

No voy a negar la bondad y la autenticidad de muchos de estos líderes. En muchas ocasiones, se producen verdaderas y profundas conversiones: los participantes sienten que Dios los habita y que está con ellos, y cambian el rumbo de su vida. Para algunos, que se hallaban en situaciones límites, un encuentro de esta índole ha supuesto un giro radical y una enorme regeneración.

El riesgo de este tipo de espiritualidad es que, después del gran evento, hay que volver a la vida ordinaria, a la cotidianidad, y es allí donde se demuestra si realmente ha habido una conversión o solamente un impacto emocional intenso pero efímero.

Dios está en lo pequeño


Dios también se manifiesta en lo sencillo, en lo cotidiano. Santa Teresa hizo célebre esta frase: «Entre pucheros también anda el Señor». La presencia de Dios no siempre es arrebatadora. Puede ser una brisa suave y delicada. En la religiosidad existe la conciencia de un Dios que hace uso de todas sus potencias. Lo vemos, especialmente en el Éxodo, cuando se relata la liberación del pueblo de Israel de manos del imperio egipcio, mostrando su poderío frente a la obstinación del faraón. Pero también lo vemos en la brisa tenue que envolvió al profeta Elías, en la cueva.

El espíritu de Dios actúa en el devenir de cada día, en el trabajo, en la familia, con los amigos. Para crecer no necesitamos muestras continuas de su poder, sino de su amor misericordioso.

Dios también se manifiesta en lo sencillo y humilde. Quiere que lo descubramos no sólo por su fuerza. En lo pequeño también está su poder y su gloria.

Aprendamos a saber ver a Dios en el cónyuge, en los niños, en los ancianos, en los pobres, en el que sufre, en el extranjero, en el otro diferente a mí… incluso en el enemigo. Aprendamos a ver a Dios en el sufrimiento. Y también en el hermoso cambio de las estaciones, en la naturaleza, en la capacidad creativa del hombre, en su deseo de trascender. Dios está en un bebé indefenso y en el delicado vuelo de una mariposa. Dios está en los entresijos del alma. Cuando miramos el cielo y nos asombran las miríadas de estrellas, Dios está allí. Pero también está dentro de ti, en el propio aire que respiras. Dios no deja de hacerse presente. Jesús nos lo revela cercano, asequible, compasivo. La novedad no es que sea grande como Creador y fuente de la vida, sino que, siendo lo que es, omnipotente, se haga bebé, hombre y más tarde trocito de pan.

Aquí está la grandeza de Dios, que se hace tan asequible que lo podemos comer. El Dios de Jesús no es un Dios de rayos y truenos. Es una presencia delicada que no necesita de todas sus fuerzas para conquistarnos y producir un cambio en nuestra vida. Sólo necesita de una mirada compasiva, llena de amor, para decir que nos ama.

No necesitamos hacer algo grande para ser alguien. Dios sabe de nuestra fragilidad y nos ama igual, con nuestros límites. Dios hace lo contrario que el hombre; este quiere llegar a ser como Dios. En cambio, Jesús renuncia a su rango y se abaja, como dice san Pablo, haciéndose hombre. La carrera de Dios es hacia atrás, mientras que el hombre corre hacia adelante hasta estrellarse en su propia identidad.

No hay que sentirse alguien o algo importante para saber que Dios nos quiere inmensamente. Lo único que tenemos que hacer es bajar de las ruedas de la egolatría para ponernos en camino, paso a paso, hacia el abrazo de Dios. Él sólo quiere abrazarte, así de sencillo. Lejos de grandes experiencias, él siempre está allí, aunque no puedas verlo. Allí donde tú estás, vives y trabajas, en tu vida cotidiana. Tú eres su mejor santuario.

1 comentario:

Teresa Verges dijo...

Gracias por hacer tan asequible la cercania de Dios para cada persona que lo bisque.