domingo, marzo 17, 2019

Los pobres

¿Qué hacemos por los pobres en nuestra comunidad? Siguiendo los puntos del plan pastoral diocesano, Sortim! esta vez reflexionamos sobre el segundo tema: los pobres.


Desde sus orígenes, la Iglesia se ha preocupado por los pobres. Los primeros cristianos pronto destacaron porque cuidaban de los más vulnerables y entre ellos no había hambre: todo se compartía y se repartía entre quienes lo necesitaban. Con el paso del tiempo, la administración del imperio romano encargó a la Iglesia la distribución de pan y la atención a los pobres. Y así ha sido a lo largo de los siglos: allí donde ha habido pobreza, la Iglesia ha dado respuesta.

Hoy, en nuestra parroquia, tenemos Cáritas, que reparte alimentos y productos de higiene, y el comedor social. En nuestras mesas comen cada día unas cuarenta personas en situación de extrema pobreza, muchas de ellas sin hogar. Los voluntarios son un grupo valioso, que se esfuerza por atender lo mejor posible a estas personas y darles un poco más que comida: calidez, amabilidad, acogida. También tenemos un servicio para orientar y acompañar a las personas que buscan trabajo. Como nuestra parroquia, son muchas las que tienen diversas obras humanitarias. Hacemos lo que podemos, pero… ¿podríamos hacer más?

La pobreza es una enfermedad social. Además de curar y paliar, es importante prevenir. ¿Cuáles son las causas de la pobreza? Hay algunas causas políticas y económicas, por supuesto. La crisis ha afectado a muchas familias que antes vivían con lo justo y que ahora no llegan a fin de mes. Pero detrás de la crisis y la excesiva presión fiscal hay otras causas más profundas. En el fondo, la pobreza nace de una concepción materialista del ser humano, que sólo valora el consumo y el lucro, sin reconocer la dignidad de la persona por encima de lo que tiene y hace. También el individualismo ha contribuido a la soledad y la pobreza de muchos. Una mala educación falla en promover los talentos personales, la superación y el esfuerzo, fomentando una cultura de la mediocridad. La inestabilidad familiar y los problemas emocionales derivados de rupturas y separaciones es otro factor que arrastra a muchas personas a situaciones desesperadas; se pierde la identidad, caen víctimas de adicciones destructivas y acaban en la calle. Por último, hay causas morales. La avaricia que mueve a empresas y grupos internacionales lleva a un crecimiento insostenible que causa graves daños a los más vulnerables; mientras unos pocos se enriquecen, muchos caen en la miseria.

Vemos que las causas de la pobreza no son tanto la falta de recursos, sino problemas éticos, morales, personales y espirituales. Y en esto, la Iglesia tiene mucho que decir. No habrá soluciones realistas a la pobreza si no dejamos de mirarla como un fenómeno sociológico y no somos capaces de ver al pobre como una persona con un rostro, con un nombre, con un entorno y una familia. Si no aprendemos a hacer nuestro el dolor de una sola persona, desde las instancias políticas y administrativas no se podrá arreglar el problema.

El mensaje de Jesús, que trae una vida digna para todos, nos da las claves para superar estas situaciones injustas y de dolor. Pero, sobre todo, Jesús se identifica con los pobres. Lo que hacemos con un pobre, se lo estamos haciendo a Cristo. Recordemos aquella parábola del fin del mundo. Al final, lo que cuenta es lo que hemos hecho con nuestros hermanos más frágiles y heridos por la sociedad. ¿Cómo respondemos a la pobreza? Seguramente cada uno de nosotros puede hacer algo más de lo que hace. En el marco de la comunidad parroquial tenemos una gran oportunidad.

Ante el hambre


Ante el dolor del mundo, hemos de ser sintónicos y expresar nuestra solidaridad con gestos palpables. Millones de personas sufren pobreza. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo —el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe— no podremos permitir que a alguien a nuestro lado le falte el pan.

No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. Pero la solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o de desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de todos, podríamos aliviar mucho la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Sólo Dios puede saciar el hambre profundo del corazón humano. Uno de los apostolados cristianos y la primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer.

La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a otros.

Algunas preguntas para meditar y compartir


¿Qué estoy haciendo ahora por los pobres?
¿Puedo hacer algo más? ¿Cómo?
¿Estoy dispuesto a dar algo de mis recursos para paliar la pobreza?
¿Puedo colaborar en alguna de las obras humanitarias de la parroquia? ¿De qué manera?
¿Se me ocurre alguna otra acción que podamos emprender, desde la comunidad?

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