domingo, marzo 10, 2019

Jesús en el centro

Inicio una serie de escritos basados en el Plan Pastoral Diocesano de Barcelona, que nos propone trabajar sobre cinco temas: Jesús, los pobres, los jóvenes, la fraternidad y el discernimiento.
Durante las cinco semanas de Cuaresma en mi parroquia lo iremos trabajando. Son cinco puntos que pueden ayudarnos a todos a crecer en nuestro compromiso evangelizador.



Jesús en el centro de nuestra vida


No podemos salir a evangelizar si no tenemos a Jesús en el centro de nuestra vida. Es decir, que Jesús sea la fuente de todo aquello que hacemos y somos. Porque sólo viviendo de él, de su palabra, de su vida y su mensaje, nos iremos poco a poco configurando con él. Sin el aliento de su espíritu poca cosa podríamos hacer.

¿Cómo vivir esta centralidad de Jesús en nosotros? Dejándote poco a poco habitar por él. San Pablo decía: Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí. Después de un tiempo de ir profundizando en su mensaje, hay que dar un paso definitivo. Convertir su vida en mi vida es dejar que vaya calando en lo más íntimo de nosotros el misterio de un hombre que se revela como amor de Dios a la humanidad.

De esta manera, entrando en el misterio de su órbita divina, haciéndolo nuestro, estamos preparados para salir, no hacia ninguna parte, y no para quedarnos en el aspecto humanitario y su solidaridad con los más pobres. Jesús no fue un filántropo, Jesús es el hijo de Dios que nos propone un nuevo mensaje, que tiene que ver de lleno con nuestra realidad humana, con nuestras esperanzas y nuestro deseo de búsqueda de lo infinito.

Estamos concebidos para anhelar una realidad que nos trasciende. Pero para que no demos vueltas sobre nosotros mismos, para evitar perdernos en nuestro laberinto interior, hemos de ser muy claros con el mensaje evangélico, que tiene que ver con la acogida, el perdón, la misericordia, la generosidad y la compasión. Si no vivimos de la palabra de Dios y no la hacemos nuestra no seremos creíbles. La pasión, el vigor, el convencimiento, pero a la vez el respeto y la delicadeza van de la mano.

A Jesús tenemos que mostrarlo con nuestra vida, no con una buena retórica o un buen discurso teológico y doctrina. La mejor manera de proponer a Jesús como la opción de tu vida es que lleguemos a vivir tanto de él que, como dice la liturgia, nos transformemos en él. No podemos ir de académicos. La formación es un paso posterior. La primera base del cometido evangelizador es que los demás vean que hay mucha gente entusiasmada y emocionada con la figura de Jesús, que vive una profunda relación personal con él. Convertir a Jesús en el amigo de todos los amigos, y que por él hemos encontrado la fuente de nuestra felicidad.

Cuando decimos “Jesús en el centro” estamos diciendo en el centro, donde la vida de un cristiano gira en torno a él, y eso significa vivir movido por el soplo de su espíritu hasta respirar con él y vivir de él a través de los sacramentos.

Tener a Jesús en el centro es hacer lo que él hizo, decir que él dijo y vivir de lo que él vivió, es decir, unido íntimamente a Dios Padre.

¿Qué dijo, qué hizo y cómo vivió Jesús? Hacer sus palabras nuestras, hacer nuestras sus obras, y vivir encarnado como él, atentos siempre a la voluntad de Dios, asumiendo que esta pasa por buscar en el fondo del corazón su designio o su plan para nosotros.

Entra en esta dinámica de comunicación con el Padre ayuda además a discernir cuál es nuestra misión. Para Jesús, la soledad y el silencio eran claves para luego anunciar su buena nueva, su mensaje de liberación y a la vez asumir con libertad las consecuencias de un plan que pasaba por la cruz.

Hemos de anunciar el Cristo de las parábolas del banquete de bodas, pero también el Cristo que lo da todo por la misión que se le ha encomendado.

Como vemos en el bautismo en el Jordán, no hemos de evangelizar a un Cristo indulgente, pero tampoco a un Cristo que sólo es dolor y sufrimiento. Para evangelizar tenemos que tener claro que ya formamos parte de su discipulado y que cada uno, de alguna manera u otra, hemos sido llamados a la vocación de anunciar la buena noticia de un Dios que nos ama y quiere nuestra felicidad.

Desde esta rotunda certeza, con humildad y con tenacidad, salgamos a testimoniar la grandeza de Dios, que con obstinación quiere que salgamos de nosotros mismos para ir a su encuentro y al encuentro de los demás. Porque Jesús no es una idea, su mensaje tampoco es un conjunto de normas morales. Jesús es una persona, no una doctrina. Es un amigo, y como tal, de persona a persona, podemos establecer un profundo lazo de amistad con él que nos lleva a vivir con gozo la gran aventura de nuestra vida, aquella que me hace descubrir la grandeza que hay en el corazón del hombre y su capacidad de amar. El hombre, cuando ama, vive la esencia que lo constituye como hombre porque está ligado al deseo infinito de amor. Sólo así se encontrará con uno mismo y se abrirá a la trascendencia, a un ser divino que sostiene toda nuestra existencia. Para Jesús, Dios era su sostén. Llevar a Jesús a los hombres es dar a conocer lo esencial de él, su bella relación con Dios fue el motor que lo empujó a ser fiel a su misión, a su muerte y a su resurrección. Vivir la centralidad de Jesús es vivir de su vida resucitada. Por eso hemos de anunciar que él vive en cada uno, en la comunidad, en la Iglesia y en el mundo. No podríamos anunciar a un Cristo muerto, esto no sería una buena noticia. Hemos de anunciar a un Cristo vivo, presente en la historia y en nuestra vida.

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