lunes, abril 22, 2019

La resurrección, fundamento de nuestra fe


La resurrección es la definitiva y gran noticia para el hombre. Es el acontecimiento que sostiene las razones más profundas de nuestra vida. Sin ella nuestro horizonte se oscurece; con ella se amplía y se ilumina. Es el motor de la vida cristiana. En ella todo recobra sentido: la historia, la vida, los otros, el futuro, la eternidad. Nos empuja a mirar más allá de lo racional, de lo intelectual y de lo empírico. Nos abre a una visión trascendente de la realidad. Nos enseña que en la realidad física no se agota todo.

La resurrección de Jesús está inserta en la historia, pero va más allá de ella, trascendiendo el plano físico y entrando en otra dimensión: la dimensión de Dios. Su cuerpo ya no está sometido a las leyes físicas, aunque sigue siendo material, y por eso come pescado con sus amigos. Pero en él la materia se transforma. Dios, fuente de la vida, puede darle otras propiedades, y así es como le permite atravesar paredes, o desplazarse de un lugar a otro de manera inmediata. Jesús resucitado sigue siendo corpóreo, pero no ha vuelto a la vida de antes, limitada y mortal, sino que vive en un plano espiritual, que le permite participar de la vida de Dios, sin dejar su corporeidad. Y esto es lo absolutamente novedoso de Jesús. No resucita como Lázaro o como el hijo de la viuda de Naín. Estos volverán a su vida anterior y de nuevo morirán, cuando llegue el momento. Lo de Jesús es un salto cuántico. Desde entonces, estará para siempre en el regazo de Dios Padre.

Esta noticia nos lleva a un cambio de paradigma cultural y social. Nunca antes se ha producido un hecho igual en la historia. Por eso no es lo mismo creer que no creer en este acontecimiento fundamental para los cristianos.

Pero hemos de ir más allá de una mera adhesión intelectual. Creer no basta. De la afirmación de nuestra fe hemos de hacer vida. Este evento, que marca todo el devenir del mundo, debe cambiarnos.

Dejemos que los rayos luminosos de la resurrección penetren en nuestras entrañas; dejemos que Cristo entre de lleno en nuestra vida, la ilumine y la plenifique. Sólo así, siendo reflejos vivos de esta gran experiencia, podremos contribuir a que el sol de Cristo atraviese y empape todos los poros de la humanidad y de la creación. Con Cristo resucitado, participamos aquí y ahora de este gran acontecimiento que envuelve toda nuestra existencia. Que la resurrección de Jesús nos ayude a descubrir el don sagrado de la vida sobrenatural y que, a la vez, nos convirtamos en apóstoles entusiastas que anunciemos esta gran verdad.

Salgamos, como leemos en todos los relatos de las apariciones de Jesús; salgamos corriendo a anunciar esta gran y buena nueva. Quizás a veces con temor, pero con alegría de saber que participamos de esta resurrección. Salgamos ardiendo en ese fuego de amor. Salgamos vibrantes a anunciar este acontecimiento, yendo más allá de nuestros miedos e inseguridades, para convertirnos en auténticos voceros de este sorprendente anuncio. Jesús vive ya para siempre. Esta verdad ha de ser nuestra bandera, y la hemos de agitar a los cuatro vientos. Sólo tenemos que dejarle entrar en nosotros para que siga siendo nuestro aliento y nuestra fuerza y para no decaer en esta urgente misión. Cristo vive y sólo el encuentro con él cambia verdaderamente nuestra vida. ¡Seamos testimonios de este encuentro luminoso!

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