sábado, mayo 30, 2020

Una iglesia de puertas abiertas


Estos días de confinamiento he tenido más tiempo para rezar y pensar en mi querida Iglesia, y redescubrir su hermosa misión en el mundo. Para mí, este tiempo de encierro ha significado ahondar en el núcleo fundamental de esta misión. La Iglesia ha formulado una buena teoría sobre eclesiología. Estos días he reflexionado sobre su aplicación pastoral. Es decir, cómo vivir y llevar a cabo las verdades de la fe en el día a día.

Unir teología y pastoral


El papa Francisco es un referente pastoral de un valor extraordinario, y para ello aprovecha no sólo la riqueza del magisterio de la Iglesia, sino que además le añade su profundo conocimiento del hombre, la cultura y la sociedad. El Papa hace engranar muy bien la sabiduría teológica con la humana, utilizando recursos, expresiones y metáforas orientadas a la evangelización. Mezcla teología, sicología y literatura, amasando de manera creativa estas diferentes ciencias para elaborar una fecunda y atractiva pastoral que toca de lleno el corazón humano. Sus homilías, prueba de esta creatividad pedagógica, no dejan a nadie indiferente.

La gran aportación pastoral del papa Francisco me ha inspirado este nuevo escrito. He pasado largo rato en silencio, en oración, intentando ahondar en lo que es genuino de la Iglesia.

La misión de la Iglesia va más allá del culto


Hemos estado dos meses y medio sin celebraciones litúrgicas, con el ardiente deseo de encontrarnos en comunidad con Cristo eucarístico. Y, siendo tan importante, el culto no agota la realidad diversa de la Iglesia. Su misión trasciende el culto. Por eso la Iglesia ha seguido tan viva como siempre en medio de la pandemia. Aunque no se ha podido celebrar, su misión evangelizadora ha continuado. Hemos tenido un largo tiempo para dar testimonio y evangelizar fuera del templo, desde nuestros hogares y trabajos. Por otra parte, si la liturgia y la comunidad no nos espolean, puede ser un signo de debilidad y de pobreza comunitaria.

La Iglesia ha de continuar estando en pie, fuera de sus propios muros. El objetivo es crecer y alimentarnos dentro, y ser misioneros afuera, sin que ninguna circunstancia, por compleja que sea, nos impida llevar a cabo nuestra misión. Siendo el templo un referente, lo es también cada cristiano encarnado en el mundo. Por eso decidí que mi parroquia estuviera siempre abierta durante el confinamiento. No concibo a un Dios cerrado en sí mismo, como tampoco a los primeros cristianos encerrados por miedo a la persecución romana. Ellos no temían a la muerte. Las puertas abiertas de una parroquia son las puertas abiertas del corazón de Cristo. Gracias a que la parroquia se ha mantenido abierta, muchos han podido venir a rezar, a pedir consejo y, algunos, con la protección adecuada y la distancia de seguridad, han recibido la comunión de manera ordenada en horas y días diferentes. Así como confesarse y recibir apoyo y consejo, pues esta situación ha generado mucho sufrimiento y ansiedad. En conciencia, y con la máxima prudencia, no he dejado de ejercer mi ministerio sacerdotal en plena pandemia del coronavirus. Las gentes necesitaban ser escuchadas, rezar y sentirse en paz en este lugar sagrado, fuente de crecimiento espiritual.

Puertas abiertas


Me siento parte de una Iglesia acogedora, en salida, en plena pandemia. Alguien me comentaba que si las tiendas de tabaco son consideradas una actividad esencial, ¿cómo no va serlo aquello que es fundamental para el ser humano, su necesidad incesante de ser escuchado y atendido en estos momentos de tanta incertidumbre?

Para los cristianos es esencial poder vivir en lo posible de aquello que sustenta nuestra fe, el encuentro con el Señor. Además de nuestras necesidades materiales, también las tenemos espirituales. Por eso la parroquia no podía permanecer cerrada, negando lo que es propio de la Iglesia, que es ofrecer el alimento de Cristo a todo el que lo pida. Respetando las normas de seguridad establecidas por las autoridades sanitarias, según el decreto y las fases de desescalada, que he seguido en todo momento, no he celebrado con la comunidad hasta que se ha permitido.

Esta situación me ha llevado a pensar en el enorme valor que tiene el trabajo evangelizador, tarea fundamental de la Iglesia. Para mí ha sido una gran experiencia constatar el bien que se puede hacer, más allá del culto. El corazón de Dios nunca deja de latir. Su amor se derrama con fuerza en los momentos más duros. Él siempre está presente en su Iglesia.

La atención hacia los más vulnerables, la caridad, la acogida, la oración, el silencio, el anuncio de la buena nueva… Todo esto estaba en el centro de la misión de Jesús, y esto es lo que hemos intentado hacer en nuestra parroquia, durante estos tiempos de pandemia.

2 comentarios:

Teresa Verges dijo...

Sí. Estoy muy agradecida de la atención que hemos recibido de su parte durante este largo tiempo de confinsmiento. Daba fuerzas poder visitar al Señor en el Sagrario y poder recibirlo para luego animar a muchas personas. Muchas gracias

Montse de Paz dijo...

Abrir el corazón, abrir las puertas, abrir nuestras mentes... En toda la Biblia, y en especial en el evangelio, el verbo ABRIR tiene un significado crucial. ¡Gracias por recordárnoslo, y por tener la iglesia siempre abierta!