martes, agosto 15, 2023

María se pone en camino

La propuesta que nos hace la liturgia en esta hermosa celebración de María Asunta a los cielos tiene una enorme profundidad y repercusión en todos nosotros.

María se puso en camino. En Adviento leemos otro texto, en el que María recibe la visita del ángel de Dios. Configura su casa como lugar de oración. Hace de su hogar un santuario, un espacio sagrado, donde se relaciona íntimamente con Dios. En su corazón, desde el silencio más profundo, María contempla, silenciosa.

Ahora vemos a María como una mujer que sale de su casa y se pone en camino. Pasa de la oración a la acción. Desde el silencio, María entiende que su prima Isabel necesita ayuda y se va para estar cerca de ella. Si la oración y el silencio no nos llevan al amor, ese silencio no es del todo profundo. Quizás no está lo bastante conectado con la trascendencia.

El silencio no es simplemente callar; es dejar que otro te hable. El silencio es escucha. María sabe escuchar y deja que Dios le hable al corazón. Y se pone en marcha hacia la montaña. Es decir, un camino ascendente, no fácil, cuesta arriba.

María nos enseña que en la Iglesia hemos de salir, incluso de nuestro propio templo, de nuestras propias limitaciones, de nuestras barreras. Hemos de salir a atender, acoger, ayudar, ser solidarios con personas que lo necesiten.

Un cristiano que ora y no actúa no hace suficiente. Con Santiago, diríamos que la oración nos ha de llevar a la acción, la fe se traduce en obras.

María se pone en marcha para atender a su prima Isabel.

Los niños lo perciben todo

¿Qué ocurre en este contexto familiar, hogareño, hermoso? Tan sólo ver a María, el niño de Isabel saltó en su vientre. Qué debía tener María que esta conexión espiritual llegó hasta el bebé, hasta el que sería primo de su hijo, Juan. Hoy hablamos de la sororidad, la hermandad entre mujeres, que va más allá de la cuestión ideológica. La amistad entre estas dos mujeres hebreas propicia un entorno extraordinario para el futuro armónico de este niño.

Los niños lo reciben todo desde el vientre de su madre. Todo. Perciben si está triste, si está contenta, si está emocionada, su tiene experiencias intensas, de todo tipo. Esto va configurando al niño dependiente de su madre. Qué importante es que cuando sale del hogar interno al hogar externo, a la familia el niño sienta: ¡Qué bien se está aquí! Que no haya una ruptura entre el vientre materno, envuelto en el líquido amniótico, y el espacio precioso de cariño y ternura en el hogar.

Cuando esto no se produce, algo pasará en el niño, porque el bebé necesita afecto, calor y seguridad. Todo cuanto podamos hacer parte de la experiencia cercana, cálida, hogareña, de sentirse querido. Ayer, en un bautizo, decía a los padres: El mejor regalo que podéis hacer los papás a vuestro hijo es que él sienta que os queréis. No sólo que lo queráis a él, que también, sino que perciba que los padres se quieren. Esto es la mejor terapia, la más potente que hay: encontrarse tranquilo, abandonado, sereno, porque sabe que en ese hogar será profundamente amado.

Por eso Juan, el profeta de fuego, sería una voz convincente ante su pueblo y lo daría todo para trabajar en la viña del Señor y ser precursor del Mesías.

Isabel reconoce la amistad con María, y expresa su alegría dos veces: el niño salta en su vientre. El futuro profeta se siente ya contento por la cercanía de Jesús. ¿Por qué salta de alegría? Porque sabe que su hogar será la fuente de su misión futura.

Después del elogio de María a su prima, le dice: «Porque has creído, lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Porque has creído, serás la madre de Dios. Porque has creído, el proyecto de Dios para la humanidad será posible. Porque María ha creído, puede llevarlo en sus entrañas.

Dios hace cosas grandes en nosotros

María reconoce la obra de Dios en su vida y canta: «Mi alma proclama la grandeza del Señor».

Esta canción seguramente afectó espiritualmente al niño. Es un canto hermoso.  «Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.» María se siente pequeña y agradece a su salvador porque ha mirado la humildad de su sierva.

Somos poquita cosa. Aunque veamos que el mundo evoluciona tecnológica, médica y culturalmente, no somos nada. Por mucho que creamos realizar grandes gestas. Dios nos sustenta a cada momento. Lo más importante no es lo que podamos llegar a ser, ni dejar una huella en la historia, en la cultura, en la sociedad. Lo más importante es reconocer que, en el fondo, no somos nada. Pero, no siendo nada, somos capaces de amar, y esto es algo grande. Porque Dios no nos pide que seamos grandes personajes ni emprendamos grandes hazañas. Dios nos pide que nos abramos a él. Que sintamos esa brisa suave en el corazón, su presencia discreta.

Fijaos en María. Hay muchas santas en el calendario que han hecho mucho más que María: Teresa de Jesús, santa Clara y otras santas de vidas impresionantes. Pero María, ¿qué hizo? Rezar. Sólo rezar. Y es la reina de las reinas, la santa de las santas. ¿Qué hizo? Dejarse querer por Dios, dejarse amar. Tan sólo dejarse envolver por la presencia misteriosa de Dios. Y cuando pudo, hizo algo por los demás. María salió a visitar a su prima, y seguramente su estancia con ella fue extraordinaria.

Y ella canta las grandezas del Señor. Los cristianos tenemos que cantar, porque, pequeñitos como somos, Dios hace cosas grandiosas en cada uno de nosotros. ¿Por qué creéis que estamos vivos? ¿Por qué creéis que tenemos fe? ¿Por qué creéis que estamos aquí? Porque ha hecho algo en nosotros. Sólo por nosotros mismos, por mucha inteligencia que tuviéramos, no podríamos acceder a la trascendencia. Llegaríamos al límite de la experiencia sublime, pero no podríamos trascender.

Hagamos cielo en la tierra

Hagamos de nuestro hogar un lugar precioso de convivencia. Porque la gente está muy necesitada de ello. Uno de los grandes problemas de este mundo son las enormes dificultades que hay en las familias: grietas, resentimientos, violencia contenida (y a veces no tan contenida), soledad, abandono… No hay suficiente ternura, calor, dulzura. Como la que vemos entre estas dos mujeres.

Ojalá María nos ayude a ir experimentando el cielo en la tierra. Ella fue asunta, los ángeles se la llevaron al cielo, dice la tradición. Nosotros podemos hacer un cielo aquí, en la tierra. Será la mejor manera de iniciar el viaje al cielo. María y su prima hicieron un cielo de su casa, de su hogar. El mundo necesita hogares de cielo, para que la familia crezca con alegría, con armonía, con felicidad plena. Si no es así, habrá tensiones conyugales, con los hijos, problemas de identidad, dolor inmenso en el alma… Construyamos espacios de cielo en la familia. La familia de Nazaret fue un cielo. Por eso los dos, María y Jesús, fueron al cielo: uno resucitando y la madre subiendo. Sólo así, haciendo cielo en la tierra, estaremos mereciendo el cielo en el más allá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustaria que muchos padres y muchas madres leyeran y asumieran en sus familias los consejos que usted da en la homilia de hoy. La sociedad cambiaria y feliz.