domingo, julio 19, 2009

Saber escuchar

Soledad en la era de las telecomunicaciones

El ser humano necesita comunicarse, abrirse, relacionarse. Tanto es así, que se han creado nuevas formas de comunicación a partir de diversos soportes tecnológicos. En la era de las telecomunicaciones, constatamos, sin embargo, una profunda soledad. La aceleración de los medios lleva al ser humano a aislarse porque no se da una comunicación afectiva y personal. La velocidad puede parecer eficaz, pero no implica necesariamente una comunicación recíproca, una respuesta.

Asistimos a un frenesí del progreso y a una cultura de la velocidad y nos falta tiempo para una comunicación más profunda. Hemos llegado a comunicarnos a grandes distancias en décimas de segundo, pero nos cuesta la comunicación de tú a tú con los seres más cercanos.

Disponemos de mucha tecnología, pero gozamos de poca comunicación afectiva y emocional. Y la gente necesita ser escuchada.

Escuchar, clave para evangelizar

La actitud de escucha se ha de convertir en un elemento fundamental para la nueva evangelización. Hemos dado mucha importancia a la palabra y al discurso, al saber trasmitir, y todo esto la tiene, pero también es necesario tener la serenidad, la calma, la lucidez de saber escuchar. A veces, es más difícil prestar el oído y el corazón al otro que emitir brillantes ideas y razonamientos. Cuántas veces detrás de nuestro discurso se esconde una enorme manifestación de orgullo y vanidad.

Cuando uno escucha no puede presumir, pero está dando mucho más que palabras. Está regalando su tiempo, su espacio, su vida y su experiencia. Sin decir mucho, o incluso callando, se pueden transmitir muchas más cosas.

Si la gente buscaba a Jesús por todas partes, no era solo porque hablara bien, sino porque sabía atender a las personas y escuchaba las necesidades de su corazón. Jesús de Nazaret es nuestro mejor referente, él nos enseña.

Del silencio a la palabra

En este Año Sacerdotal, declarado por el Papa, hemos de aprender a cultivar en el sacerdocio el valor del silencio y la escucha. Porque sólo así, en el silencio, si sabemos escuchar, saldrán de nosotros las palabras justas y precisas que ayudarán a aquel que nos necesita.

La formación no solo ha de servirnos para expresar unas ideas con elocuencia, sino para saber transmitir lo que creemos testimonialmente, con obras. Entre la formación y la expresión ha de haber un silencio, una oración, para poder generar un discurso que llegue al corazón humano.

La formación y la oración son la base. A continuación, ha de practicarse la escucha. Se ha de dar testimonio con la propia vida y sólo al final, viene el discurso. ¡Lo último es la palabra!

En cambio, solemos recorrer este trayecto al revés. Lo primero que hacemos es hablar, muchas veces irreflexivamente y sin medida. Después, caemos en la cuenta de que nuestras palabras han de ser coherentes y meditamos, intentando que nuestra vida sea testimonial. Como solemos equivocarnos y chocamos con la gente, los conflictos nos hacen ver la importancia de escuchar… y es entonces cuando comenzamos a comprender cuánto necesitamos de la oración, en silencio. Casi siempre lo último que hacemos es formarnos; ser humildes para volvernos como principiantes y dedicar un tiempo a desaprender y a aprender lo que realmente vale la pena.

Hagamos silencio. Como Jesús, busquemos la intimidad con Dios Padre. Escuchemos. Interioricemos aquello que vemos y oímos. Y tengamos el valor de vivir con intensidad aquello que creemos. La palabra viva y auténtica brotará, como un estallido luminoso, de una experiencia plena.

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