domingo, julio 05, 2009

Vivir en la esperanza

Este año, la diócesis de Barcelona, dentro de su plan pastoral, nos propone a las parroquias tratar el tema de la crisis. En nuestra comunidad, el lema será “Vivir la esperanza”. No me centraré en algo oscuro, sin solución, sino que quiero hablar de esperanza.

Estamos en una época de crisis y en un estado de desánimo y angustia existencial. La situación del mundo es difícil: hay guerras, hambre, paro y conflictos. Pero hemos de evitar caer en el desánimo. ¿De dónde sacar esperanza cuando parece que no hay motivos?

Para Dios no hay nada imposible. Y para nosotros, si nos abrimos a él, nada será imposible. Sentimos nuestra fragilidad, nuestras inseguridades, nuestros prejuicios y nuestro orgullo. Pero no podemos caer rendidos. ¡No rindamos culto a la desesperación!

La crisis, oportunidad

El Papa Benedicto nos dice que la crisis es una gran oportunidad. Los problemas son retos y ocasiones para crecer y mejorar. Estamos marcados por una psicología del culto al yo: si no sabemos ver más allá de nuestros problemas, de nuestras preocupaciones, nos hundiremos. Muchas patologías tienen su origen en lo que sentimos y hacemos; hemos de trascender nuestro yo.

Las comunidades de la Iglesia somos a veces como una hoguera en brasas. Pero aún queda rescoldo. No dejemos que se apague. El mundo nos va en contra: los medios de comunicación cuentan mentiras y nos engañan, bombardeándonos con publicidad y contenidos falsos; las gentes lo creen y pontifican lo que sale por televisión. Muchas noticias están al servicio de intereses económicos o de poder. Estamos comiendo basura y el cerebro se nos entorpece.

El Papa nos avisa: aprovechad la crisis para hacer un profundo análisis de la economía y de la ética del dinero. Cuando el dinero es el valor más importante, por encima de la misma vida y de Dios, no se buscará nunca el bien de la gente. El mundo necesita líderes que valoren a la persona y su bien por encima del dinero. Revisemos nuestros conceptos sobre la propiedad, el patrimonio, la economía. Necesitamos una política que trabaje para hoy pensando en el mañana, con criterios económicos éticos.

Una llamada a reflexionar

La crisis también nos invita a una reflexión sobre nuestra identidad cristiana y social. Más allá de la depresión económica, la crisis es moral, de valores. Ha entrado en crisis nuestra concepción del mundo. La solución no está solo en legislar y tomar medidas económicas. Si no sabemos leer entre líneas lo que sucede y lo que Dios nos comunica a través de los acontecimientos, nos perderemos. Vivimos en la cultura de la prisa. No meditamos ni reflexionamos lo bastante. En nuestro mundo faltan interiorización, valores. Falta tenacidad y valentía. A partir de aquí, hemos de comenzar a hablar de esperanza.

¿Cómo concebimos la economía, la ecología, los derechos humanos, el trabajo, desde una óptica cristiana? El problema es que no reflexionamos y esperamos que sean los políticos y los empresarios quienes lo solucionen todo.

¿Y si la crisis es una forma en que Dios medirá nuestra capacidad de respuesta? No es que Dios la quiera, por supuesto, pero si permite que esto suceda, ¿no será porque es la única manera de que despertemos y reaccionemos? En situaciones límite hay personas que reaccionan de la mejor manera, y con el tiempo llegan a convertirse en leyenda. Las crisis producen una sacudida profunda que nos hace plantearnos quién somos y qué sentido tiene nuestra vida y nuestra fe. La crisis ha de provocar nuestra reflexión.

Banderas de esperanza

La barca de la Iglesia navega por aguas tempestuosas, pero no se hunde. Si Dios domina el mar –el mal, el egoísmo– también puede hacer que amaine la crisis. Pero cuenta con nosotros para hacer frente al oleaje.

Nosotros, los cristianos, estamos llamados a ser banderas de esperanza. Cada cual ha de aportar algo a la sociedad. Los curas hablamos y planteamos cuestiones teológicas y éticas, pero los laicos no podéis quedaros sentados. Estamos sedados, anestesiados… ¡tenemos que despertar! Gota a gota se forman arroyos, ríos, mares y océanos. Sumando nuestras fuerzas, poco a poco, podemos sacudir el mundo. No lo hacemos, pero tenemos un potencial enorme.

¿Creemos en la fuerza de Dios? Jesús resucitó de entre los muertos. ¿Dudamos que pueda reavivar el corazón maltrecho de la gente?

La acción de la Iglesia

Lo que ocurre en el mundo no nos es ajeno; en la Gaudium et Spes el Papa dijo que los gozos y dolores del mundo son los de la Iglesia. La preocupación de los demás es la nuestra. Si tuviéramos que contabilizar el valor de la obra social de la Iglesia, el gobierno debería estar eternamente agradecido. La Iglesia está afrontando la crisis, está dando respuestas, está trabajando con la gente. Hay gente comprometida que se implica y trabaja para solucionar los problemas. La fuerza del amor es un tsunami más potente que el egoísmo. No somos ilusos, se trata de creerlo de verdad y contribuir al cambio del mundo, con coherencia.

Cuanto más actuemos, mayor será nuestro impacto en la sociedad y mejor irán las cosas. ¿Creemos de verdad que nuestra única esperanza es Cristo y que con él podemos mejorar?

Lo que cambiará el mundo no serán los políticos ni las ideas, sino el corazón humano. Sí, podemos. Podemos ganar la batalla. Eso, si no nos quedamos quietos como espectadores y actuamos. Podemos y queremos. Si cambiamos nuestro corazón cambiará el mundo.

La crítica no arreglará nada. Lo malo siempre estará ahí. Hablemos de lo bueno. La muerte de Jesús tampoco impidió que hubiera egoísmo en el mundo. Pero podremos impedir que se adueñe de nuestro corazón si nos abrimos a Dios. La providencia actuará a través de nosotros.

No hay comentarios: