domingo, septiembre 28, 2014

Pon a Dios en tu agenda

La incerteza ante el futuro nos crea preocupaciones. Cuanto antes resolvamos nuestras inquietudes, mejor. Dedicamos mucho tiempo, llenamos nuestras agendas de compromisos y nos lanzamos a la vorágine para encontrar salidas con el deseo legítimo de estabilizarnos económicamente, laboral y socialmente, aunque a un precio muy alto. El frenesí marca la angustia a la que estamos sometidos. Y más cuando en la sociedad, en la cultura y en la educación, se sobrevalora en exceso el voluntarismo: soy dueño de mi historia. Es verdad que se ha de tener la autoestima bien puesta para saber hacer frente a los desafíos personales. Pero también es necesaria la calma, el silencio, el sosiego, para justamente saber discernir por dónde hemos de ir. El equilibrio entre el silencio sereno y la actividad es esencial para no caer en una huída hacia adelante, sin rumbo. Cuántas agendas llenas de reuniones y compromisos. Es alarmante, desde un punto de vista psicológico, cómo en tan poco tiempo intentamos zambullirnos, hora tras hora, en una enorme cantidad de tareas sin dejar respiro a la mente ni al alma.

Así llegamos inevitablemente al estrés, que afecta a tantas y tantas personas sometidas a un ritmo fuerte. La tensión acaba afectando a su sistema inmunológico y terminan sufriendo muchas patologías físicas y psíquicas que pueden derivar en graves enfermedades. Nos han educado para ser superhombres que no podemos fallar a la sociedad, al precio que sea necesario. Los patrones educativos familiares y de nuestras amistades nos empujan a ser mejores que nadie, a ser los primeros, cueste lo que cueste. Cuántas secuelas ha causado este culto exagerado a uno mismo. La psicología está desvelando datos altamente preocupantes. Hay generaciones de jóvenes y adultos marcadas por esos modelos y prototipos. Hombres y mujeres complacientes que quieren llegar a todo y a todos, sufriendo mucho cuando no pueden atender todos sus deberes. Hoy se habla de las generaciones ni-ni, pero también podríamos hablar de las generaciones de los bulímicos laborales, que llegan a convertirse en adictos al trabajo. ¿Qué ha pasado? Tanta agenda repleta de compromisos, sin un solo espacio en blanco para descansar, respirar, mirar hacia el horizonte o hacia el cielo… ¿Qué nos falta, en esta sociedad lanzada vertiginosamente, sin norte? Justamente esto: tiempo y espacio para el cultivo interior.

Tiempo para Dios, para lo esencial, para el ser, no tanto para el hacer. Tiempo para la calma, para la oración, para encontrarse con uno mismo. Tiempo y lugar para abrazar con paz la propia realidad, tal como es. Tiempo para cambiar de paradigmas. Tiempo para soñar, para ser libre, para construir desde el silencio, para crear. Tiempo para los demás. Tiempo para perderlo, si es necesario.

Dios ha dedicado mucho tiempo, con enorme generosidad, para hacer posible nuestra existencia. Podríamos decir que Dios ha invertido parte de su eternidad para que nosotros fuéramos, desde la creación del universo hasta la última forma de vida biológica. ¿Podemos regatearle tiempo a él, que es la fuente del ser?

¿Por qué enfermamos? Porque vamos perdiendo calidad de vida física, psíquica y espiritual. Porque el frenesí no nos permite valorar quiénes somos y hacia dónde vamos. Solo pasando el tiempo serenos, conscientes de nuestro presente, evitaremos ir dando vueltas sin saber hacia dónde vamos. El ser se empequeñece y el hacer se va haciendo más grande, como una bola de nieve, hasta que nos engulle.

Hagamos un esfuerzo para agendar a Dios en nuestra vida. Ya no solo en un papel que te ayude a organizar tu vida; llévalo en tu corazón, porque así lo llevarás en la agenda de tu alma.

Mi consejo es que dediques una hora al silencio, cada día. Entre trabajo y trabajo,  haz cinco minutos de respiración, dando gracias y ofreciendo a Dios tus tareas. A partir de las siete de la tarde, llega el tiempo del cultivo interior: lecturas, paseos, amistad, voluntariado, fiesta, encuentro con los seres queridos… Y, cómo no, el fin de semana es el momento de poner orden interno y externo, hacer la compra, pasear, intensificar la convivencia con los tuyos, dedicar un tiempo a la oración comunitaria.

Si dejas que Dios entre, no solo en tu agenda, sino en tu vida, todo será fecundo, suave, sereno. La paz invadirá tu mente, porque habrás vencido a la prisa y al vértigo. Te convertirás en dueño de tu tiempo, y esto significa que serás dueño de tu vida, libre del frenesí. Descubrirás la importancia del ser por encima del tener y del hacer. Y te darás cuenta de que no te falta nada, porque tienes un gran aliado: Dios, tanto en la agenda como en tu corazón.

domingo, agosto 03, 2014

La eucaristía, ¿consumo particular o celebración comunitaria?

Hace algunos años salió publicado en la prensa que en Barcelona la práctica religiosa es de un 10 % de la población, es decir, que cada domingo unas trescientas mil personas acuden a misa. El porcentaje de bautizados, sin embargo, es mucho mayor. Pero lo que me parece más preocupante la falta de implicación. De todos los que participan en la celebración muy pocos están comprometidos con la parroquia y la comunidad. La implicación pastoral es bajísima y arroja un panorama muy sombrío. Tanto, que nos estamos jugando el futuro del relevo generacional en nuestras parroquias.

Los sociólogos cristianos están alarmados ante el enfriamiento religioso cada vez mayor. Se está convirtiendo en un reto al que urge dar una respuesta inmediata.

De la doctrina al testimonio

¿Dónde podrían estar las causa de esta reducida participación? Hay cambios en la educación.  Se han promovido ideologías y filosofías que niegan la dimensión religiosa del hombre o la reducen a un fenómeno psicológico o cultural. También se ha dado un desencanto ante las instituciones tradicionales. Hay un problema de lenguaje: la sociedad civil no entiende el lenguaje religioso. Por parte de la Iglesia, a veces se ha dado un talante duro, demasiado apologético y doctrinal. En algunos sectores eclesiásticos hay un miedo terrible a reconocer que la teología no está acabada, miedo a perder la seguridad en lo que siempre hemos creído, pánico a dialogar con las ciencias y su visión cosmológica. Pero la causa más profunda quizás no es tanto la cuestión intelectual de nuestra fe como el testimonio de nuestra experiencia vital. Nos encorsetamos en la doctrina porque hemos fundamentado la fe en el intelecto, más que en una experiencia viva de adhesión a Cristo. Sin quitarle importancia a la formación intelectual, no podemos reducir la fe a un concepto teológico bien estructurado. No podemos convertir nuestra fe en entelequias mentales. Tenemos miedo a salir de nuestra formación académica y de nuestras instituciones para enfrentarnos a la realidad de una sociedad que rechaza la excesiva rigidez. Nos da pánico salirnos de las fórmulas de siempre. O aprendemos a evangelizar en la intemperie, tirando de nuestra creatividad pedagógica, o esta era glacial congelará el potencial extraordinario que tenemos.

Hemos de aprender a hablar de la verdad no solo como un concepto filosófico y abstracto, sino en el sentido bíblico de la verdad como experiencia, como vida, como persona: la persona de Jesús. La verdad nos hará libres, dice san Juan en su evangelio. Y Benedicto XVI dice que no puedes poseer la verdad, sino que la luz de la verdad es la que te posee.

Gelidez interior

Aunque sea duro reconocerlo, peor que la frialdad social y de la gente que no cree es la gelidez de dentro, la de los que creemos y venimos a misa. Mirar la apatía de la gente de afuera es triste, pero es mucho más inquietante ver la frialdad de la que está dentro de la barca de la Iglesia. Que en una demarcación parroquial de treinta mil habitantes solo asistan a misa unas cuatrocientas personas es muy poco. Pero que, de estas cuatrocientas, solo se impliquen en la comunidad de un 3 a un 5 % está revelando la dramática situación que vive la Iglesia y su incierto futuro. Las causas de esta deserción no están fuera, ni siquiera en la falta de credibilidad en que han caído algunas instituciones eclesiásticas. El problema es la coherencia personal de los cristianos. Para mí esto es lo que realmente está empobreciendo a la Iglesia. ¡Muchos de los que están dentro no vibran!

Falta pasión, entusiasmo, compromiso, adhesión y pertenencia. Si reducimos la fe al ritual del cumplimiento, al precepto por obligación y a la excesiva teoría, nos estamos perdiendo la alegría de una invitación a vivir un encuentro festivo. Mientras que la eucaristía no se entienda como un encuentro gozoso con Cristo estaremos mercadeando con Dios, dándole nuestro escaso tiempo para conseguir algo.

Sorprende ver cómo, una vez acabada la celebración, el templo queda vacío en cuestión de minutos. La gente se marcha a toda velocidad. ¿Dónde está el sentido de pertenencia, de fraternidad, de comunidad? ¿A qué han venido? ¿Cómo no son capaces de quedarse aunque solo sea un rato para compartir y saborear esos momentos eucarísticos con los demás?

Sentirse comunidad viva

Necesitamos salir de esa zona de confort y movernos hacia afuera. Hemos de sacudirnos la rutina y la desidia de cumplir por obligación. Es de la esencia de la eucaristía vivirla y celebrarla no como una actividad de autoconsumo sacramental para acallar la conciencia. Es más, si no nos sentimos parte de una comunidad no entenderemos que lo que da sentido profundo a la Iglesia es el ofrecimiento de Cristo en la eucaristía, y que este don se nos hace como comunidad, como Iglesia. Este regalo no tendría sentido fuera de ella. Estamos hablando de Cristo, que se nos da como don gratuito.

Me entristece percibir que muchas personas que vienen a misa ni siquiera se saludan. Con prudencia me atrevería a afirmar que toda la potencia de la eucaristía solo penetra en el corazón de cada uno cuando este se siente parte de los otros, formando una comunidad viva y comprometida. No digo que el sacramento no tenga valor en sí mismo, pero el no sentirse parte de un todo puede reducir los efectos de su gracia. El futuro de la Iglesia depende del vigor de una comunidad que realmente se lo cree y vive la eucaristía tomando conciencia de la dimensión social y pastoral de su vida cristiana. Ahí está el futuro de la Iglesia: que cada uno, desde el banco donde participa en la misa, vibre de tal manera que se convierta en un impulsor de oxígeno; así toda la comunidad, por ósmosis, respirará y crecerá. Busquemos tiempo para que la Iglesia siga dando buenas razones de esperanza en una vida plena y gozosa. Solo así el aliento del Espíritu soplará con toda su fuerza. Nosotros somos parte de ese aliento. Ojala aprendamos a regalar nuestro tiempo, como mínimo un diezmo, a la Iglesia, a los demás y, sobre todo, al Dios que nos ha regalado todo el tiempo.

domingo, junio 22, 2014

Corpus, un misterio de amor

El domingo pasado celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. A través de la liturgia, nos asomamos al misterio de un Dios que se relaciona y se despliega en toda su potencia amorosa. Celebramos que Dios se revela y se comunica en la segunda persona, el Verbo Encarnado.

Hoy celebramos que este Verbo de la Trinidad, la persona de Jesús, se hace presente para siempre en el cuerpo y la sangre del Señor.

El Corpus es la fiesta de la donación de Jesús, hecho eucaristía. Es el mejor regalo que Dios nos puede hacer: darnos de comer a su propio hijo para que tengamos vida eterna.

Hoy, la Iglesia celebra el culmen de esa entrega con la procesión del Corpus. Mirar, contemplar, seguir a aquel que lo dio todo por amor, pasear con el amor de todos los amores, adorarlo y reconocerlo como la fuente de nuestra existencia es la mejor manera de agradecerle tanta entrega y tanto amor hacia su indigente criatura, a quien ha dado una vida sobrenatural. Con el primer sacramento, el bautismo, nuestra vida mortal quedó sumergida para siempre en la vida de Dios.

Ojalá los que hoy le seguimos en esta procesión, unidos al Padre, reproduzcamos en nosotros la misma vida de Cristo. Que siempre sepamos encarnar el amor en el mundo, que sepamos ser palabra de Dios, que sepamos culminar esa palabra en un compromiso de acción apostólica y caritativa. Que sepamos acompañar a todos los que sufren y se sienten solos. Que sepamos hacer la voluntad de Dios, asumiendo el sacrificio como expresión suprema de amor. Que sepamos morir a todo aquello que nos aleja de Dios. Pero, sobre todo, que sepamos confiar y amar sin condiciones al que hoy recordamos en esta liturgia del Corpus Christi: aquel que murió perdonando, amando, un cuerpo entregado por amor y una sangre derramada para nuestra salvación.

Vivir el Corpus contemplando la custodia elevada hacia el cielo es anhelar con toda nuestra alma que nuestro corazón también se convierta en custodia viva, que irradie la fuerza de su amor. El culmen de nuestra vida cristiana es llegar a vivir de una manera eucarística toda nuestra existencia.

Cuando entendamos que el Cristo de la cruz es el mismo Cristo de la eucaristía, una mirada contemplativa a este misterio de amor nos ayudará a entender mejor la humanidad sufriente. Aprenderemos así a entender la liturgia de hoy. Adornemos al pobre, elevemos la dignidad del que sufre, cantemos al que se siente solo, contemplemos la imagen de Dios en el marginado, carguemos sobre nuestros hombros a aquel que lo ha perdido todo, hasta su dignidad. Solo así estaremos adorando de verdad el cuerpo de Cristo, porque el sufrimiento de los demás es el suyo.


Hoy, cuando miremos a la custodia, pidamos al Señor coraje y fuerza para poder entregarle nuestra vida entera y saber encontrar su presencia entre los pobres que viven a nuestro lado.

domingo, mayo 25, 2014

Cuidarse

Hace unos meses leí una carta pastoral del arzobispo de Boston, pidiendo a los sacerdotes de su diócesis que se cuidaran. Entre los curas diocesanos ha aumentado la obesidad de manera alarmante, y el arzobispo advierte sobre la necesidad de ser moderados en la comida, ya que una mala alimentación, con un exceso de comidas poco sanas, causa patologías en el organismo y compromete seriamente su labor pastoral.

La OMS nos habla de una pandemia en Europa y en los Estados Unidos: la obesidad. Conozco y he conocido a muchas personas que, por no moderarse y comer cualquier cosa en cualquier momento, es decir, por mal alimentarse, han terminado enfermando gravemente y sufriendo todo tipo de trastornos: coronarios, cerebrales, circulatorios, neurológicos… En algunos casos, los achaques sufridos los han reducido a un estado casi vegetal, en otros, han limitado sus actividades y otros han quedado completamente dependientes de los demás.

Personas brillantes intelectualmente, profesores, empresarios, sacerdotes, médicos, que rebosaban vitalidad y disfrutaban de enormes capacidades humanas e intelectuales, caen en la invalidez.  Sus órganos, deteriorados, van declinando a marchas forzadas. Sobrecoge verlos en su estado actual. Esto produce un gran impacto psicológico y te lleva a comparar lo que fueron y lo que han llegado a ser.

Es verdad que hay otras razones, a parte de la alimentación, que pueden afectar a la salud. Existen también factores psicológicos, emocionales, el estrés, una tendencia genética a ciertas patologías…  Pero a menudo pienso si no estaremos rindiendo un excesivo culto a la intelectualidad, dejando de lado el valor del cuerpo y del cuidarse. Valoramos el trabajo, pero no tanto el descansar, meditar, rezar. Priorizamos lo que tiene proyección social o intelectual. ¿No habrá un orgullo, una soberbia escondida, que nos lleva a ignorar y sobrepasar nuestros límites? Existe una bulimia intelectual que lleva a querer saber más, querer absorber más conocimientos. No lo queremos reconocer, pero uno va idolatrándose a sí mismo y por algún sitio hay que canalizar las ansiedades, los miedos y los vacíos internos. Si no brillas en el mundo intelectual, parece que no eres nadie.

Entonces, cuando sobreviene la enfermedad, cuántas cosas quedan fulminadas, por no darse cuenta de que tenemos que ser más humildes, reconocer lo que somos y hacer menos. ¿Por qué intentamos hacer más de lo que nuestro cuerpo físico y nuestra psique nos pueden permitir? ¿No seremos también bulímicos del hacer? Nos sentimos un poco superman, nos cuesta dejar de hacer mil cosas y nos vamos adentrando en un laberinto de compromisos hasta llegar a perder la paz. Queremos quedar tan bien con todo el mundo que nos secamos por dentro. Pero las caras reflejan nuestra realidad. Detrás de una apariencia amable y un discurso bien construido, con una buena retórica llena de frases bonitas, nuestro lenguaje no verbal delata una vida estresada, agotada, llena de ironía y amargura. No podemos escapar de nuestra realidad interior, por muchas pantallas que pongamos.

¿Qué hacer? Para muchos, la enfermedad es un golpe, un castigo, un sin sentido doloroso que hay que evitar y superar lo antes posible. Quizás podríamos afrontar la dolencia de una manera más trascendida, aprendiendo a ver qué mensaje nos trae esta fragilidad.

Dios nos ha creado corporales. El cuerpo es bueno y bello, como afirma el Génesis. Es nuestra realidad física, la que nos permite expresarnos, relacionarnos, comunicarnos, amar, sentir, disfrutar… Pero también nos marca unos límites, espaciales y temporales. ¿Sabemos encontrar la sabiduría que hay en estas limitaciones físicas? Dicen que la enfermedad es el grito del cuerpo llamando nuestra atención. Nos pide cuidado, pero también nos pide revisar nuestra vida. Nos exige parar, detenernos, reflexionar. Nos recuerda que hemos de ser humildes y respetuosos con nosotros mismos. También nos hace salir del egocentrismo, pues nuestra enfermedad siempre afecta a los que nos rodean. ¿Queremos causar dolor y preocupación a nuestros seres queridos?

La verdadera curación llegará cuando no sólo resolvamos el problema físico, sino cuando aprendamos a cambiar nuestra vida. Y un gran cambio empieza, como recordaba al principio, con la alimentación. Cuidemos lo que entra en nuestro cuerpo, y también lo que entra en nuestra mente y nuestro corazón. Porque todas nuestras dimensiones están relacionadas, y una nutrición sana también reforzará nuestro espíritu. Es importante cuidarse para poder servir y amar mejor.

domingo, mayo 18, 2014

¿Devoción mariana o vírgenes a la carta?

Con motivo del mes de mayo, dedicado a la Virgen María, publico otra reflexión sobre la devoción mariana y algunos riesgos en los que se puede caer.

La elegida de Dios

María, hogareña y contemplativa, supo estar en el lugar donde le tocó vivir. Asombrada ante el anuncio de su maternidad, tuvo miedo, pero se fió. Su comunicación con Dios partía de un abandono total en sus manos. Aunque abrumada, tuvo la certeza de que su maternidad formaba parte de un plan divino para ella. Calló e interiorizó, asimilando en su corazón, poco a poco, la grandeza de aquella elección.

Seguramente se sintió muy pequeña. Pero su deseo profundo era hacer la voluntad de Dios. El Espíritu Santo fecundó sus entrañas: la entrada de Dios en el mundo fue a través de una jovencita sencilla de Nazaret. Dios no quiso una mujer madura ni bien posicionada, de buen linaje, con poder y bienes. No eligió a la reina de un imperio, ni a una princesa de sangre real. Tampoco quiso aparecer en una gran ciudad o en un palacio. Buscó un lugar pequeño, insignificante, escondido, en el último rincón de la provincia judía, bajo el poder imperial romano.

En los evangelios María aparece muy poco, pero lo justo para que podamos intuir su enorme trascendencia como prototipo y modelo de mujer cristiana, dócil al designio de Dios. Ella vivió oculta, no tuvo una relevancia especial en su pueblo. El magisterio de la Iglesia, considerando su papel en el misterio de la encarnación, la proclama Madre de Dios. Así, se convierte en co-mediadora del misterio de la salvación. Unida a Cristo, intercede por todos. Pero la Iglesia también ve en ella un modelo de sencillez a imitar. María no aparece en los evangelios como una tenaz evangelizadora, sino como la mujer que no habla o que dice muy poco. Pero lo que hace es suficiente para adivinar su plena comunión con Dios en la oración.

María, modelo de humildad

María nos enseña que su oración no es un hablar por hablar, sino una escucha, un acto de confianza. No se nos presenta como una mujer activista, arrolladora, de discurso convincente. Lo que nos atrae de María no son sus palabras sino su silencio, su docilidad, su abandono. Ella no convence a nadie. Desde su silencio más profundo, está completísimamente volcada a Dios. Sabe que está en sus manos. ¿Hizo algo extraordinario? Lo único que hizo fue decir sí. Dos letras que expresan la grandeza de una libertad abierta a Dios sin reservas y la sencillez de una respuesta que no es un discurso dudoso, sino una palabra breve, inequívoca y rotunda.

A María no le hacía falta decir más que sí a la aventura silenciosa a la que Dios la llamaba. Por ese sí, por su ejemplo, María es bendecida por el pueblo de Dios.

María merece ser venerada y reconocida, y tenida por modelo a imitar, ya que nos acompaña hacia el encuentro con su Hijo. Quedarse solo en María es no entender en profundidad el misterio de la encarnación. Su sí, puerta abierta, es para que vayamos hacia Él. Cristo es el vértice del misterio de la redención. Él es el centro de nuestra vida cristiana, imagen viva de Dios. María está a su lado y en profunda comunión con el Padre. Pero es Cristo quien ocupa el centro de la teología cristiana.

¿Qué ocurre cuando ponemos al mismo nivel a María y a Cristo, o incluso, a veces, ponemos a la Virgen por encima? ¿Hemos captado realmente el papel de María en la Iglesia? Cuánta gente reza más a María que a Jesús. Esta piedad, ¿es adecuada? Cuántas veces vemos enormes colas ante una imagen de la Virgen y nos olvidamos de Cristo en la cruz, o en la resurrección, o en el mismo sagrario.

Rezamos a María, y tenemos que hacerlo, pero lo que ella quiere es que recemos y amemos a su Hijo. En las bodas de Caná dijo a los servidores: «Haced lo que él os diga». Ella intercede, media, pero nos dice: dirigíos a Cristo.

¿Dónde radica la auténtica piedad mariana? A ella, que le gustaba el silencio y la discreción de la vida oculta, ¿no la estaremos abrumando con tantos rezos, letanías y ceremonias? ¿Y si ella lo que quiere, en realidad, es que recemos más en silencio y que aprendamos a escuchar? Pidámosle fuerza y ayuda para amar a Jesús y a los demás. Ella nunca quiso tener protagonismo. ¿No le estaremos dando demasiado? Santa Teresita decía de ella:

¡Oh, cuánto amo a la Virgen María! Nos la presentan inaccesible; debieran presentárnosla imitable. ¡Tiene más de madre que de reina! Se ha dicho que su brillo eclipsa el de todos los santos, como el sol, al aparecer la aurora, hace desaparecer las estrellas. ¡Dios mío, cuán extraño es esto! ¡Una madre que ofusca la gloria de sus hijos! Yo pienso todo lo contrario; creo que aumentará, en mucho, el esplendor de los elegidos… ¡La Virgen María! ¡Cuán sencilla me parece que debió de ser su vida! (Historia de un alma, 12, 30).

Una sola virgen

Aunque ya sabemos que la figura de María posee diferentes advocaciones, en función del entorno geográfico, cultural y religioso donde se la venera, sorprende constatar que muchas personas dan más importancia a una virgen que a otra, como si fueran personas distintas. ¿Tiene la gente claro que la Virgen es la misma, esté donde esté y se llame como se llame? Todas las imágenes, por diferentes que sean, son un intento de representar a una misma Madre de Dios, que es María de Nazaret. Cuántas veces estamos viendo que para ciertos fieles, “su Virgen” es más importante o mejor que las otras. Se puede hablar de una inculturación de María en la tradición de cada lugar, con sus historias y leyendas. Pero ninguna virgen es mejor que otra porque siempre estamos hablando de la misma persona.

La auténtica piedad consiste no solo en rezar a María, sino en escucharla y, sobre todo, en imitarla. Si lo intentamos, os aseguro que la oración será mucho más fecunda.

El auténtico devoto mariano ha de revestirse de su sencillez y discreción. María, como Madre de los cristianos, nos ama a todos. Despreciar a alguien porque es diferente es rechazar a un hijo de María. ¿Creéis que ella se alegraría de ver cómo rechazamos a un hijo suyo?

Nuestra vocación mariana pasa por aprender de ella su dulzura y su docilidad, su amor generoso y tierno hacia todos sus hijos, sin excepción. El auténtico devoto mariano es el que brilla en la caridad.

domingo, mayo 11, 2014

Manos que se convierten en altar

El domingo nació gris. Las nubes tapaban el sol, pero poco a poco un viento fresco fue limpiando el cielo de un día que hacía temer la falta de color. A medida que avanzaba la mañana las nubes se fueron apartando y dejaron que el sol luciera con fuerza. Cuando tocó la campana a las doce y media el cielo estaba totalmente despejado.

En procesión, con los niños delante, iniciamos la celebración del día del Señor. Siete niños estaban a punto de recibir a Jesús por primera vez. Mientras sonaba el canto de entrada los niños se dirigieron hacia el altar, hacia la mesa del anfitrión, Jesús, que los iba a acoger en su banquete eucarístico. Con nervios contenidos, eran muy conscientes de que era un día grande para ellos.

Fue una ceremonia festiva, con el acompañamiento de sus padres, atentos y visiblemente emocionados, que asistían a esos momentos milagrosos en la vida de sus hijos. Padres y familiares fueron testigos de ese momento tan especial para los niños: estaban a punto de abrir su corazón a Jesús, a punto de convertirse en custodias vivas. La hostia sagrada iba a alojarse en el hogar de sus corazones.

La celebración, dinámica, entre cánticos, lecturas, oraciones y tiempo de recogimiento, se revistió de un brillo especial. La belleza del entorno, con el templo adornado de flores, el perfume, la luz y la alegría que se respiraba, todo anticipaba el cielo aquí en la tierra.

Hubo momentos álgidos y significativos, como el rito de la paz. Los niños se dieron abrazos espontáneos, afectuosos, con el rostro iluminado por sus sonrisas frescas y alegres.  Las niñas, más delicadas, se abrazaban con suavidad, pero no con menos intensidad. Cruzaban miradas cómplices, sinceras, como si quisieran detener el tiempo en esos instantes tan hermosos.

Me di cuenta de que en estos dos cursos de formación los niños han hecho un largo camino juntos, forjando una gran complicidad, hasta convertirse en hermanos y amigos de Jesús. Aquellos abrazos de varios corazones fundidos en profunda amistad hablaban de la presencia real de Cristo, a punto de entrar en sus vidas. Era hermoso verlos entrelazados con aquella fuerza y alegría.

Quizás ellos no llegaron a entender la belleza del momento. El corazón de Cristo estaba a punto de formar parte del suyo.

Más tarde llegó el momento cumbre: la comunión. Con manos temblorosas, que hacían de altar, los niños fueron recibiendo el sagrado cuerpo de Cristo. Lo tomaban con delicadeza y suavidad, mirándolo con ojos vivos. Tenían a Dios mismo en las manos. El milagro estaba sucediendo: estaban tomando trozos de eternidad. Para mí fue un momento muy denso espiritualmente. El brillo de Cristo iluminaba sus rostros.

Me invadió una enorme paz y sentí una emoción indescriptible. Uno de los misterios culmen de la fe, con la fuerza de su luz, estallaba ante mí. Jesús, a través del sacramento, se hacía real y presente en estos niños. Fue un momento sublime: la inmensidad del cielo se abría ante mis ojos. Siete niños empezaban juntos una hermosa historia de camino hacia el cielo, con el compromiso de un sí para siempre.

Como ramas unidas al tronco de Cristo, se podrán hacer más amigos que nunca, porque la sangre de Cristo sella para siempre la amistad, más allá del tiempo. Ojalá estos siete niños sean fieles a Jesús a lo largo de sus vidas. Ojalá nunca olviden este día tan crucial.

A partir de ahora, la vida de Dios comenzará a crecer en ellos para llenarlos de una alegría desbordante. Lo tienen ya dentro, formando parte de su vida. Que sus padres, la comunidad y la Iglesia podamos acompañarlos para que nunca pierdan el rumbo hacia la felicidad plena, que es Dios.

Bajo la tupida morera del patio, en el crepúsculo, cuando el azul del día iba dando paso a la noche, medité sobre el acontecer de la jornada. Posé mi mirada en la cruz, sobre la campana, con el fondo dorado de las hojas de los plataneros, iluminados por el farol, y escuché el suave susurro de Dios, que me invitaba a la oración y al recogimiento. La media luna, suspendida en el cielo, y el último toque de la campana hicieron resonar en mi corazón la grandeza de un día en el que Dios quiso entrar en siete almitas, llamadas a ser testigos de una experiencia de amor inconmensurable en el mundo.

4 mayo 2014 

domingo, abril 27, 2014

El sacerdocio pascual

El jueves santo celebramos la institución sacerdotal. Cristo convierte la cena pascual en la primera eucaristía.

Después de la Pascua, los apóstoles se convierten en misioneros del gran anuncio de Cristo resucitado. Eucaristía, sacerdocio y misión están íntimamente ligados. No puede haber eucaristía sin sacerdocio, pero tampoco puede haber eucaristía sin misión. Forman parte de una unidad compacta que define la identidad y la espiritualidad del sacerdote.

Unidos a Cristo


El sacerdote, desde su ordenación, se une místicamente a esa cena donde Cristo instituyó la eucaristía. Y en la oración sacerdotal se une en profunda comunión al discurso del adiós que Jesús pronunció antes de morir.

La vocación del sacerdote ha de estar fundamentada en la relación íntima con Dios Padre, hasta el abandono total en sus manos. Comparte con Cristo la cena pascual, la agonía en Getsemaní, el sufrimiento en la cruz hasta la entrega total. La cruz es el reverso de una realidad que apunta hacia una vida nueva. En la experiencia del sábado, el silencio expectante hace presentir el acontecimiento que está a punto de estallar.

El domingo es el día definitivo que cambia la historia. La resurrección fundamenta el sacerdocio. El hecho pascual define un modo de ser. El sacerdote, o es pascual o se queda en la visión judía del Antiguo Testamento.

Cristo inaugura un nuevo modo de ser sacerdote. Los ordenados deberían vivir como Jesús resucitado. ¿Y cómo vive Jesús resucitado? Con una vida nueva, anclada en Dios. La comunión del Hijo con el Padre transforma la vida de Jesús. El sacerdote, como otro Cristo, ha de vivir de la misma intimidad y amistad con Dios Padre.

Sin esta comunión plena con Dios los curas no podremos ejercer eficazmente nuestra labor pastoral. Hemos de tener el mismo corazón de Cristo, un corazón puro y resucitado. La comunión plena con él hará que lo que somos y hacemos esté en consonancia. Una vez que se llegue a esa situación de plenitud, viene lo siguiente.

Alegría pascual


El modo de ser de Cristo resucitado marca una forma de evangelizar. Si la eucaristía hemos de unirla al amor, la resurrección hemos de unirla a la alegría. El entusiasmo, la intrepidez y la alegría han de ser el motor que lleve al sacerdote a vivir con gozo el don de su ministerio. Un cura abatido, cansado, agobiado, triste y desconfiado se aleja de lo nuclear de su sacerdocio. Con el testimonio gozoso se convertirá en vector que indique un nuevo talante sacerdotal. Si la gente no ve en el sacerdote el brillo de la resurrección, si la verdad de Jesús vivo no resplandece en sus ojos, difícilmente será capaz de convencer y entusiasmar. Porque la fuerza de la interpelación no solo está en lo que seamos capaces de comunicar, sino en la medida en que vivamos esa verdad que predicamos. Finalmente, lo que más convence es lo que seduce, y aquello que se vive impacta más que lo que se dice. 

Sin entusiasmo sacerdotal no podemos contribuir a crear una comunidad comprometida y alegre. Tampoco será posible la tarea misionera del presbítero y de la comunidad eclesial. La alegría pascual ha de ser nuestro distintivo.

viernes, abril 18, 2014

Paseando contigo hasta tu casa

En la liturgia de ayer, jueves santo, celebramos la institución de la santa eucaristía. En este marco sagrado resuena de modo especial el ministerio del sacerdocio, sobre todo durante la consagración, el momento cumbre del misterio de la entrega de Jesús.

Su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. El sacrificio ya no son animales, como en la tradición judía; el sacrificio es él. Derrama su sangre como precio por nuestro rescate. Con su muerte, nos rescata para salvarnos.

Después de la celebración de la santa cena, iniciamos el recorrido de la reserva hacia el sagrario, en el bello monumento que se prepara para la hora santa. Aunque lo hacemos cada año, el momento en que la comunidad empezó su procesión, acompañando al sacerdote, resonó de una manera especial en mí. Pasear con Cristo eucarístico, caminar junto a él, estar con él, sosteniéndolo en mis manos… Mis ojos eran testigos de una experiencia luminosa.

El Cristo del altar hecho pan se hacía presente con toda la fuerza de su misterio. Una honda alegría invadía mi alma. Sentí un privilegio especial, tanto que no quería llegar al final del camino. Quería gustar y saborear ese encuentro. Mientras caminaba hacia el sagrario, el corazón se me llenaba de una emoción contenida. Con la mirada fija en su rostro sacramentado, sentí un temblor: estaba paseando con él, caminando como si fuéramos hacia el cielo, hacia los brazos del Padre.

A paso lento, meditaba su gesto sublime de amor. Él ha querido permanecer siempre con nosotros. ¡Qué señal de amor tan grande! No ha querido dejarnos huérfanos. No ha querido que nuestro vacío existencial se pierda en el absurdo.

Una vez llegamos a la puerta de su casa, el sagrario, no me di prisa en introducir adentro al Cristo vivo hecho pan. Con profunda reverencia, quise alargar el momento. Mi corazón rezaba, mis manos lo tomaban, mis ojos lo contemplaban, mis labios balbuceaban ante el misterio, mis rodillas se doblaban con adoración ante tanta belleza. La música de su dulce voz llegaba a mis oídos. El silencio era testigo de ese momento sagrado.

Deposité el cuerpo de Cristo en el sagrario, su pequeño hogar en la tierra. Abrir la puerta del sagrario es abrir la puerta del cielo. Allí estará siempre, con su presencia discreta, hasta que la mano de un sacerdote vuelva a abrirlo para darlo de comer a tantas personas que desean alimentarse de su vida.
El cielo y la tierra se unen; lo humano y lo divino se entrelazan. Ya dentro del sagrario, sigue resonando la fuerza de su misterio. Cierro la puerta, pero dentro late su vida, y también late afuera, en cada persona, en la Iglesia. Este es el gran misterio de su resurrección: está aquí y allí, arriba y abajo, dentro y fuera, en cualquier lugar donde sigue haciéndose presente. Pero, de una manera muy especial, está en la eucaristía. Y desde el sagrario nos convoca para que acudamos a pasear con él, a escucharle, a acompañarle, a crecer en amistad con él.

Le pido a Cristo que nunca se canse de expresarnos su dulzura y su paciencia amorosa. Señor, haz que siempre tengamos sed de ti.


Joaquín Iglesias
Jueves santo – 17 abril 2014 

domingo, marzo 16, 2014

No tomarás el nombre de María en vano

El lugar discreto de María


En la teología cristiana María, la madre de Dios, tiene un lugar relevante. Se puede hablar de una teología y una espiritualidad mariana. La Iglesia, a partir del estudio de los evangelios, señala el rasgo fundamental de María: su deseo de hacer siempre la voluntad de Dios.

María tiene también su lugar en la piedad popular. Es un modelo para los cristianos por su apertura al designio de Dios en su vida. Siendo un personaje crucial en la historia de la encarnación, los autores sagrados la hacen aparecer en un segundo plano. Así como la figura de Jesús se explica extensamente, María aparece de forma puntual: en los evangelios de la infancia, de Mateo y Lucas, en las bodas de Caná y en la pasión de San Juan. La discreción de María tiene mucho más sentido del que parece. Jesús es la figura central de la salvación. La fuerza de María está en la humildad. Se pone detrás de Cristo porque se convierte en discípula de su hijo.

María era una mujer sencilla y discreta de Nazaret. Su sí fue decisivo para hacer posible la encarnación. Su apertura de corazón fue necesaria para que se culminara el plan de Dios hacia la humanidad. María siempre nos señala el camino hacia Jesús. No quiere que nos quedemos con ella, sino que vayamos al encuentro de su hijo.

Algunas confusiones


A veces me sorprende y me preocupa contemplar el protagonismo exagerado que se da a María por parte de algunos creyentes que la equiparan a Cristo, el único salvador y redentor. Es verdad que ella es co-redentora en cuanto a que está unida su hijo, nunca al margen de él. La piedad mariana está muy extendida en el pueblo de Dios pero a menudo se dan ciertas actitudes y manifestaciones en las que se cae en una peligrosa confusión: convertir a la Madre en una especie de diosa, dándole el mismo rango teológico que a Cristo. Nos estamos enfrentando a una grave desviación sobre la figura de María, que puede empequeñecer el misterio de la redención. Esta confusión nos aleja de la centralidad de Cristo en la Iglesia.

Por Internet y algunas redes sociales se están difundiendo cada vez más noticias de personas que dicen tener locuciones, visiones y experiencias místicas en las que María les habla. No digo que esto sea imposible. Pero hay que ir con mucha cautela porque puede haber falsos testimonios de estas experiencias, por error o con el fin de manipular a las gentes de buena fe. Por eso, aunque nos cueste, es esencial acatar la autoridad del magisterio de la Iglesia, porque sus investigaciones permiten detectar los abusos y exageraciones que pueden responder a causas psíquicas o incluso a intereses económicos. La docilidad al magisterio indica que más allá de nuestra voluntad, por buena que sea, la Iglesia puede depurar nuestras intenciones y las de aquellas personas que dicen tener este tipo de experiencia. Una excesiva publicidad o eco mediático de estos hechos puede tener como consecuencia mover a masas de gente. Detrás de esto puede ocultarse un gran riesgo: la patología religiosa puede convertirse en un modus vivendi para ciertas personas que se erigen en líderes espirituales. La obediencia a la Iglesia y la discreción serán dos señales del grado de autenticidad de estas experiencias.

Todavía es más peligroso cuando los supuestos mensajes marianos se reducen a anuncios catastrofistas y se centran más en el diablo que en el amor de Dios. Utilizan un lenguaje apocalíptico, aluden al final de los tiempos y de la humanidad e insisten en el poder del demonio sobre el mundo. Estos impactos negativos pueden generar neurosis religiosas en muchos seguidores. Por eso la Iglesia alerta, igual que Jesús alertó en su momento sobre los falsos profetas. Hemos de estar atentos ante los que, en nombre de Cristo y de María, se convierten en guías de masas, alejando a la gente del auténtico culto y la auténtica doctrina de la Iglesia, recogida en el Concilio Vaticano II.

Si María no nos acerca a Cristo y a los demás, y los videntes no están en comunión con la Iglesia, esto puede significar que están montando su propia religión amparados bajo el nombre de la Virgen. No niego el valor teológico de María en la fe cristiana, pero sí quiero avisar de los peligros de un politeísmo mariano. Sería caer en una herejía. San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia, en su Subida al Monte Carmelo, advierte sobre ciertas actitudes de manipulación de lo sagrado. Para él, las revelaciones sobrenaturales no son tan importantes como la humildad, la caridad y la fe, sencilla y pura. A veces pueden ser inducidas por engaño o ilusión, y alejan de la fe en Dios. San Juan afirma que, con Jesús, el Padre ya ha dicho su Palabra definitiva, y no hay otro mensaje. Quien desee sabiduría de Dios tan solo tiene que fijar los ojos en Cristo.

Esto no excluye que María pueda enviar sus mensajes a ciertas personas. Su concordancia con el evangelio puede ser una prueba de autenticidad, así como la actitud humilde de los videntes y su obediencia a la autoridad de la Iglesia.

Cristo, solo


Esta reflexión la hice a partir de un hecho que constaté en una de mis peregrinaciones a Lourdes. De buena mañana, una cola inmensa de personas iba hacia la gruta o hacia el santuario a venerar la hermosa imagen de María. El gentío era impresionante, aún de madrugada, cuando todavía era de noche. Al otro lado del río, en un campo enfrente de la gruta, se levantaba una gran carpa, donde se adoraba el Santísimo en un sencillo sagrario. El corazón me dio un vuelco cuando la vi solitaria y vacía. Jesús sacramentado estaba solo. Otra persona de la parroquia de San Pablo de Badalona me acompañaba, y comentamos: ¡qué abandonado está el Señor! Todo aquel gentío que veneraba a María parecía olvidarse de ir a rezar ante su hijo, hecho pan eucarístico.

María nos invita a salir de su regazo para que sigamos a Jesús. No quiere que nos quedemos en ella; en todo caso, nos empuja a salir de la comodidad de la madre para vivir la aventura de un amor que nos llevará al martirio, hasta dar la vida. Aquella madrugada, en Lourdes, sentí tan real la presencia de María como la de Cristo. Pero entendí también que ella era una flecha que me indicaba el camino hacia el corazón de su hijo.

El valor de salir afuera


Le pido a María, dulce remanso de mi alma, que me dé la valentía de seguir a Jesús, hacia la cruz, pero también hacia la alegría de la resurrección. María respetó que su hijo hiciera la voluntad de Dios. Ella también quiere que nosotros abracemos la voluntad del Padre. Todos estamos muy a gusto en casa de nuestra madre y es difícil vivir en la intemperie, lejos del calor del hogar. Pero este es el precio de la evangelización: salir de tu casa y de los tuyos para caminar con Cristo, sin saber dónde vas a reclinar la cabeza.

María siguió guardando las cosas en su corazón cuando Jesús se hizo adulto y empezó su vida pública. Desde el silencio y la lejanía, en la absoluta discreción, María seguía velando por aquel hijo que salió de Nazaret porque tenía que descubrir a los hombres el amor de Dios.


María, madre del silencio, ayúdanos a escuchar más a tu hijo y que tu presencia alentadora nos ayude a identificarnos más con él, razón primera y última de nuestra existencia.

viernes, diciembre 06, 2013

Entrevista en Radio Estel

Roman Jori entrevista a Joaquín Iglesias Aranda en el programa L'accent.
4 diciembre 2013 en Ràdio Estel.

Sacerdote y escritor, nacido fuera de Cataluña, concretamente en Badajoz, ejemplo de integración para todos, ha desarrollado toda su carrera en Barcelona. Fundador de dos organizaciones humanitarias y con una larga trayectoria social y cultural, ha trabajado siempre de cara a los más desfavorecidos. Hoy nos muestra su faceta de escritor.

―Joaquín, ¿no te parece que ya es normal que el caos se apodere de nosotros? Nos estamos acostumbrando a él...
―Pienso que más bien dejamos que el caos se apodere de nosotros. Si tenemos valores y criterios, si nos queremos abrir a los demás, esta cultura del sinsentido no tiene por qué afectarnos tanto.
―Así que San Juan de la Cruz, ¿no era lo que hoy llamaríamos “un cenizo”?
―No. Sus noches oscuras son más que un análisis sociológico, político o económico. Él tiene una experiencia de anhelo de Dios, de trascendencia, y en su proceso de crecimiento espiritual se encuentra con momentos muy duros, hasta alcanzar esa plenitud del amor de Dios.
―¿Podríamos decir que la esperanza es a largo plazo? Porque hoy día parece que todo el mundo espera a corto plazo… ¿Qué es la esperanza para ti?
―La esperanza es una virtud que va más allá de obtener alguna cosa material. Ahora hay una cultura de obtener lo inmediato rápidamente. La esperanza es tener el corazón abierto a aprender. Y, sobre todo, mirar siempre tu vida desde una perspectiva trascendental.
―¿Se puede decir que no existen los fracasados? ¿Es la sociedad quien hace fracasados?
―Sí, hasta cierto punto, pero todo depende de cada uno, de su potencial, de sus ganas de crecer, de madurar, de abrirse a los demás. Siempre estamos echando las culpas del fracaso a otros: a la familia, a los amigos, a la cultura, a la sociedad, a una forma de vivir… Pienso que cada uno tiene la capacidad interna para romper con los obstáculos y dar un salto en su vida.
―¿Qué es el pecado, hoy? Yo tengo un concepto… ¿Cuál es el tuyo?
―El pecado es romper con el absoluto, con Dios. No hemos de reducir el pecado solo a una cuestión moral, se trata también de la apertura. Cuando rompemos con la fuente de la misma Vida, que es Dios, esto es un pecado.
―¿De qué tenemos que salvarnos?
―Tenemos que salvarnos de todo lo que nos esclaviza, de todo aquello que nos hace pequeños, que nos hace mirarnos el ombligo, del narcisismo puro. Tenemos que salvarnos de todo esto para liberarnos y poder llegar a crecer como personas.
―¿La comunicación es vida? ¿El verbo es vida?
―El verbo es vida porque comunica, y todo lo que comunica es creación y relación. Todo lo que implique apertura a los demás es importante: el Verbo es el amor en acción.
―¿Por qué los curas y religiosos habláis tanto de la familia? ¿Será porque no la tenéis… o tenéis otro concepto?
―Hemos de trascender de la familia biológica. Pero, así y todo, los sacerdotes tenemos padres, hermanos, familiares, sobrinos, abuelos… Yo procedo de una familia, y para mí la familia es fundamental para el crecimiento humano y espiritual.
―¿Qué pasa con los que no han visto a Jesús?
―Que ellos se lo pierden. [Ríen] En esto influye mucho la formación de su entorno. Pero, aunque no lo vean, pienso que Dios es tan misericordioso que los salva también.
―Muchos ven en Dios la belleza. ¿Están equivocados? Yo, en la belleza veo a Dios.
―Dios es la máxima belleza. Es la máxima expresión del amor. Y el amor es igual a belleza, y a verdad.
―El demonio y el infierno, ¿no crees que están en la tierra?
―Ciertamente. Cuando hay ruptura, cuando hay egoísmo, cuando la gente solo piensa en sí misma, esto es una clara manifestación del maligno. Sí, está en medio del mundo.
―Hoy día, ¿existe el pecado del adulterio, sí o no? ¿Qué crees? Porque hay tanta promiscuidad…
―Lo hay, pero es una constatación que las relaciones se rompen, se empobrecen, falta confianza, afectividad, apertura al otro. Cuando esto sucede, la gente busca cómo saciarse y cómo paliar su propia falta de afecto.
―El amor, ¿se busca cuando no te lo dan? Es decir, ¿lo buscan los que están carentes de él?
―Sí. Nosotros tenemos que darlo porque ya lo tenemos. Hemos de ser conscientes de que ya tenemos ese amor. Solo cuando somos capaces de abrirnos podemos darlo y a la vez recibirlo.
―¿Por qué el apóstol Tomás es un reflejo de la humanidad que sufre?
―Porque duda, le falta fe, no cree lo suficiente. Y cuando nos falta el sustento de nuestra felicidad, que es la fe, esto lleva a un cierto desespero.
―¿Por qué la humanidad se renueva en Cristo?
―Porque es creación constante. En la medida que la persona se abre, se comunica, es capaz de compartir, queda renovada interiormente.
―¿Qué nos dices sobre la figura de Jesús?
―Que es apasionante. Es la figura que me hizo replantearme mi vida, a partir de un testimonio. La imagen te viene dada a través del testimonio de otros que son capaces de contagiarte su propia experiencia de una amistad profunda con Jesús.
―¿Quién fue tu testimonio?
―Fue un sacerdote de una comunidad parroquial, entusiasta, creativo, una persona con una fuerza interior muy grande, que amaba a la Iglesia y que era capaz de contagiarte vida. A partir de su experiencia, estuve hablando con él y me planteé el sacerdocio.
―¿Por qué la gente se enamora de la figura de Cristo?
―Porque es el que realmente colma todas tus expectativas. Cuando lees su vida, en los evangelios, te das cuenta de que hay una riqueza que nadie puede darte, más que él, en la medida en que te abres sinceramente en tu corazón.
―O sea, ¿tú lo has encontrado a través de los evangelios?
―A través del testimonio y de los evangelios.
―El testimonio de este señor del que nos has hablado…
―Exacto. Este sacerdote realmente dejaba un destello de luz con su vida. Fue el que me interpeló para dar un paso definitivo. A partir de aquí, profundicé en la palabra de Dios.
―Y has profundizado en ella. Has escrito, has estudiado mucho…
―Sí. En Badalona comencé a preparar con mucho esmero mis homilías. Como tenía que leer a fondo los evangelios fui penetrando en su sentido. Y me di cuenta de que la imagen de Cristo es fascinante, maravillosa. Él es el que te llena y te colma.
―¿Las hacías muy largas, las homilías?
―¡No! Diez minutitos. Y la gente, contenta.
―¿Dónde tenemos que buscar el Reino de Dios?
―Aquí, entre nosotros, en el mundo. Allí donde la gente es capaz de abrirse a los demás y de hacer gestos solidarios. En los gestos caritativos; cuando la gente deja de pensar en sí misma para darse cuenta de que el otro también es manifestación de Cristo.
―Particularmente, yo saboreo más la misa ahora, que voy poco, que antes, cuando asistía a todas las fiestas de guardar, incluso entre semana. ¿Por qué ahora la saboreo más que antes?
―Quizás porque la liturgia hay que adaptarla. Quizás porque a veces los curas hacemos que las misas sean un palo. Quizás también porque a veces no somos capaces de conectar con la gente que tenemos delante. O porque también hay que atreverse a hacer un cambio cultural de la liturgia. Pero lo más importante es que la gente se encuentre bien a través de la experiencia directa de la conexión entre el presbítero y la comunidad, esto es fundamental.
―Cuando dices en tu libro que hemos de ser trinitarios, ¿qué quieres decir?
―Pues que hemos de ser creativos y creadores. La evangelización necesita la creatividad. No me refiero a crear algo de la nada, sino a re-crearlo y a hacer asequible lo que pensamos de Dios. En tanto somos trinitarios en este aspecto de la creación es cuando somos capaces de re-crear incluso nuestro propio cosmos cristiano, nuestro corazón.
―Háblanos un poco de este cosmos cristiano.
―Es esa vida interna, la riqueza de Dios en tu corazón. A veces no se trata de hablar tanto, como de creer en lo que dices y, sobre todo, comunicar con convicción aquello que dices. Esto es fundamental. No vamos a entusiasmar a la gente si no estamos entusiasmados. No vamos a enamorar a la gente si no estamos enamorados. No vamos a hacer que la gente se apunte al proyecto cristiano si no somos capaces de generar ilusión y entusiasmo.
―Debo pensar que crees mucho en la oración…
―¡Fundamental! La oración es crucial para el cristiano. De la misma manera que nos alimentamos del pan físico alimentarse  de Dios pasa por la experiencia de intimar con él, de estar a solas con él, de dejarte abrazar e imbuirte de él. Sin oración estamos perdidos. En la oración es donde nos recolocamos y nos resituamos en el crecimiento espiritual, como personas.
―Cuando era pequeño las iglesias estaban llenas y ahora, muchas veces, veo que no se llega ni a la mitad del aforo. ¿Es una crisis de fe o cartesianismo?
―Pienso que es una crisis de las tres virtudes teologales: crisis de fe, de esperanza y de caridad. Pero, ciertamente, estamos en un mundo en el que la gente quiere pasárselo bien. A la misa, si la gente no se encuentra bien, no se siente implicada, no siente que forma parte de una experiencia común, es difícil que venga. Porque la gente quiere disfrutar, y quiere lo rápido y lo inmediato.
―Tu apostolado, en definitiva, ¿lo diriges a todo el mundo?
―Sí. En la parroquia, a través de mi trabajo ministerial. Pero también utilizo los blogs como una nueva forma de evangelizar, a través de la Red. Cada domingo actualizo el blog (http://homilias.blogspot.com) y explico los contenidos de la homilía.
―Me gustaría que profundizaras un poco más en esto de ser trinitario, que me ha llamado mucho la atención.
―Como decía, hemos de ser como Dios Padre, que es Creador, pero también como el Hijo, que es el Verbo, la Palabra encarnada y la Palabra en acción. Cada cristiano ha de ser palabra encarnada de Dios y transmitir su experiencia de amistad con Dios. La palabra es importante y Cristo es la Palabra, el Logos de Dios. Con esto quiero decir que la palabra es muy potente, es poderosa. La palabra también es creadora. En el Génesis, vemos cómo Dios crea a través de la palabra. Vemos cómo Jesús cura a través de la palabra. Ahora se da mucha importancia a la palabra: lo que tú pienses, lo que digas, lo que sientas, es importante. Si la palabra realmente es transmitida con profundidad, con seriedad, a partir de una experiencia vital, llega y penetra en lo más hondo del corazón. Por tanto, ser buenos comunicadores de la palabra de Dios es fundamental, porque con la palabra podemos cambiar a la gente.
―Háblanos un poco del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el amor de Dios, la explosión de ese amor. Si decimos que hemos de ser comunicación, palabra, también hemos de ser acción misionera. El Espíritu Santo está en medio de nosotros. Es el que nos empuja y nos invita a no rendirnos nunca. La Iglesia necesita fuerza misionera, pero sin el Espíritu Santo es muy difícil. Porque, siendo la palabra muy importante, lo esencial es trabajar con entereza, con fuerza, para poder transmitir a la gente la experiencia de Dios y hacer Iglesia.
―¿Qué piensas del Papa Francisco? No deja de ser curioso que un jesuita piense como un franciscano.
―Esa es la gran riqueza de él. Por un lado este carisma jesuita que le sale por los poros cuando predica, cuando comunica, cuando hace sus exhortaciones… Pero a la vez ese talante franciscano que ya vimos cuando apareció como nuevo pontífice. Ya entonces vimos unos gestos muy simbólicos que expresaban la sencillez franciscana: el gesto de ponerse a la cola y pagar su alojamiento en la casa de Santa Marta, durante las reuniones previas al cónclave; esos detalles, esas “flores franciscanas” de acercarse a la gente sencilla, abrazarla, de llevar el cuatro-latas que conduce por el Vaticano… Son signos de mucha normalidad, y él insiste en que es el obispo de Roma, no dice el Papa, y lo hace para igualarse al resto de los obispos. Incluso te diría que él piensa que es un cristiano como cualquier otro. No es el sucesor de un emperador romano, sino de un pescador, un currante, que diríamos hoy. Esta imagen de proximidad hace mucho bien a la gente.
―¿En qué centras tu apostolado en la parroquia? ¿Prestas más atención a la gente joven, o a todo el mundo por igual?
―Mi parroquia es muy plural. Hay gente joven, gente mayor, adultos, familias. Mi acción es transversal, va dirigida a todos.
―Hemos tenido aquí a Joaquín Iglesias, que a mi modesto entender nos habla de la interpretación del evangelio, donde siempre descubre algo nuevo, una palabra, una luz, alguna novedad. Estamos muy contentos de haber compartido este ratito contigo. Cuando saques otro libro, estaremos encantados de tenerte de nuevo por aquí.
―Gracias por haberme invitado y darme esta oportunidad de explicar mi experiencia.


Escucha la entrevista en Radio Estel:


domingo, noviembre 24, 2013

La luz disipa las tinieblas

Hablar más de Dios y menos del diablo

Siempre ha habido corrientes en la Iglesia que han insistido más en la fuerza del mal que en la del bien, y que se han centrado más en la terrible oscuridad que en la alegría de la luz. Su pedagogía se basa en la desconfianza del diablo, en el miedo obsesivo a pecar y en la lucha contra la fuerza arrolladora de un mal que nos va esclavizando. Se llega así a la angustia y al sometimiento psicológico ante la presencia constante del Maligno y se olvida la confianza en un Dios benévolo, lleno de compasión y de misericordia, que nos acoge en sus brazos cálidos.

Creo que deberíamos insistir más en la alegría de creer que en el miedo a ser tentado o caer en la tentación. La buena nueva del Resucitado es más potente que la debilidad de un ángel caído. Los que nos dedicamos a la pedagogía pastoral hemos de anunciar la presencia de un Dios vivo más que la constatación de una sombra que nunca llegará a tener la entidad de Dios. El diablo fue vencido con la resurrección de Jesús y todos nuestros esfuerzos tienen que estar orientados a hacer ver a la gente que Jesús, el Señor, reina en el mundo, y no el diablo.

El reino de Dios está inmerso en la historia y tiene la fuerza para apartar de nosotros las tinieblas. Con esto no niego que la presencia del mal en el mundo sea real. Es evidente, y se manifiesta de muchas maneras. Pero cuidado: no vayamos a ver al diablo en todas partes, en todas las situaciones adversas, en todas las personas que chocan con nosotros. Ojo, no vayamos a pensar que todo está envuelto en el mal. En algunos casos, esto puede tener consecuencias psicológicas y psiquiátricas que afecten a la persona. Depende del perfil de cada uno, pero ver al diablo detrás de todo puede ser síntoma de alguna patología psico-religiosa, generada por el sufrimiento o por un sentimiento de culpa muy profundo. Hay que saber distinguir entre el dolor moral y psicológico y el mal.

No podemos poner al diablo en el mismo plano de Dios. Sería darle la misma fuerza. Y el diablo no es un dios. Estaríamos cuestionando el mismo núcleo de nuestra fe, que es la resurrección de Cristo. Tras su muerte en cruz, ha resucitado y ha vencido el mal para siempre. En realidad, el demonio hace menos daño de lo que creemos. Existe pero está vencido. No soporta asumir que Dios lo creó ―como ángel― y que, además, respeta su libertad. El diablo no soporta tener que deber algo a Dios: que lo mantenga en la existencia, aunque ya derrotado. Esta es su rabia y su infierno: reconocer que Dios lo sostiene y lo deja libre, como ha hecho libres a todos los hombres y a los ángeles.

El demonio no tiene tanta fuerza… pero sí puede engañarnos, apartarnos de la luz y arrastrarnos hacia el abismo, hacia el sinsentido y la nada. Es entonces cuando sentimos un vacío existencial y nos vamos debilitando. Pero solo porque nos hemos alejado de la luz, no porque la oscuridad tenga más fuerza. Dejamos de ejercer nuestra libertad para el bien y nos convertimos en el centro de nuestro mundo, sin que nada ni nadie nos importe más que nosotros mismos. Poco a poco nos vamos deslizando hacia el absurdo.

Hemos de creer que desde nuestro bautismo la gracia de Dios nos ha penetrado y, desde ese instante, estamos protegidos con el óleo santo. La luz de Dios entra en nosotros y nos invita a acercarnos a él. Su claridad borra toda tiniebla causada por el pecado. Estamos en el camino de la salvación. Dios es nuestro escudo y nos sostiene en la debilidad. En la eucaristía, hecho pan, nos alimenta y nos refuerza. ¡Viene a habitar en nosotros! Y siempre nos protegerá.

domingo, noviembre 10, 2013

La oración y la libertad del consagrado


Después de más de 25 años de sacerdocio, con una experiencia pastoral en varias parroquias en Badalona y Barcelona, he descubierto que el eje central del ministerio sacerdotal es la oración.

La oración es el espacio vital donde, desnudo ante Dios, el hombre se da cuenta de que lo más importante es el diálogo íntimo con Aquel que lo ha creado. Teniendo mucho valor la pastoral, todo cuanto pueda hacer no tendría sentido si no parte y se alimenta del encuentro personal con Dios.

La dimensión contemplativa es consustancial a la vocación evangelizadora y misionera. Del encuentro en la plegaria nació, y de ella se nutre cada día. La misión no es de Dios si no parte de él.

Hiperactivismo pastoral


Me preocupa percibir en muchos sacerdotes un exceso de celo pastoral. Y por exceso me refiero a un activismo frenético que los lleva al cansancio y a la falta de alegría. Esta es una actitud pelagiana: actuar como si todo cuanto se hace dependiera de uno mismo y no del diálogo sosegado y abandonado con Dios. Así, es fácil convertirse no tanto en un apóstol de la buena nueva como en un activista de su propia causa que necesita mantener su autoridad y su liderazgo espiritual.

La hiperactividad pastoral puede  desembocar en una terrible angustia, porque no siempre salen las cosas como uno desea, y no siempre se puede comunicar el entusiasmo a otros, de modo que se unan a la causa. Esto sucede en parroquias, comunidades religiosas y movimientos. Cuando nos desviamos del camino contemplativo nos perdemos en la afirmación de nuestro propio ego. Del agotamiento pasamos a la rutina, y nos vamos arrastrando paulatinamente hasta llegar al desencanto de la propia y hermosa vocación.

El misterio y la verdad


Durante cuatro semanas seguidas hemos visto cómo el tema central del evangelio de Lucas, en las lecturas dominicales, era la oración. En Jesús y en nosotros, consagrados y laicos, la oración es la palanca de toda actividad misionera.

Sin ella vamos dando tumbos de un sitio a otro, sin rumbo fijo. Ya podemos ser grandes oradores, o tener una inteligencia privilegiada, o una aguda penetración en los misterios de Dios. Ya podemos conocer la teología tomista o las constituciones dogmáticas, todo el corpus doctrinal de la Iglesia. Podemos estructurar de manera brillante un discurso teológico, que nunca se agotará. La verdad no es una entelequia, ni un discurso filosófico o científico bien elaborado. Ni siquiera una metafísica. Para que la verdad sea igual a Dios hemos de trascender la retórica intelectual y penetrar en el misterio del corazón. Y para ello necesitamos algo tan sencillo como un diálogo personal, de tú a tú.

Hablar en la intimidad, en el silencio, puede arrojar una luz extraordinaria sobre Dios. En el silencio se nos da la revelación auténtica de su propia identidad. ¿Qué nos falta a los curas? No nos ordenaron para ser grandes académicos y teólogos, sino para ser pastores entusiasmados, valientes, con una única meta: que el rebaño confiado a nosotros, la parroquia, la comunidad, se sienta familia de Cristo, parte de la Iglesia universal donde el ejercicio de la caridad es el indicador de autenticidad y coherencia.

Los cristianos son los brazos de Cristo en medio del mundo. Sin quitarle importancia a la doctrina, porque la tiene, ni a la catequesis y la formación, así como a la vida sacramental, no olvidemos que el punto que equilibra nuestras acciones y nuestro mundo interior es la soledad y el silencio. Sin prisa, sin distracciones, en la oración está el sentido último de nuestra vocación. Cuando concebimos a Jesús como un amigo personal, él mantendrá nuestro aliento vital, porque Jesús es una persona. De persona a persona se puede establecer una comunicación profunda que nos da la fuerza necesaria para estar en las trincheras sin desfallecer. En el encuentro de tú a tú está la clave del crecimiento espiritual.

Libertad y caridad


Una característica crucial del presbítero es la libertad. Dios en Jesús es la máxima verdad. Y Jesús es la máxima expresión de libertad de Dios. En la oración, en la medida que vamos entrando en la órbita de Dios, nos vamos configurando con Cristo y vamos sintonizando con su libertad. El aire de libertad de un consagrado lo identifica con Cristo.

Hablamos de libertad interior y de libertad en la institución, sin que el compromiso pastoral sea un obstáculo. La docilidad a Dios pasa sin ninguna rémora por ese trabajo dentro de la estructura diocesana. Nuestro sí a Dios pasa por un compromiso y una exigencia: cuando nos entregamos, se nos pedirá todo.

Pero también está la libertad de la conciencia que, sin anular el compromiso, es tan sagrada como este. Y es que una libertad que no lleva al amor no es verdadera. Es de crucial importancia trabajar porque la gente descubra el amor desde la libertad.

Para muchos es más fácil convertirse en parte de una maquinaria dentro de una estructura que invitar a la gente a descubrir el amor a Dios y a los demás, arriesgándose y a veces rayando lo políticamente incorrecto. Pero la verdad, la libertad y el amor han de ir unidos. Si no es así, el pastor de una  comunidad pierde el horizonte de lo esencial. Porque Dios es la única verdad, la única libertad y el amor absoluto que da sentido a nuestra vida.

domingo, noviembre 03, 2013

¿Se equivoca el Espíritu Santo?

Un Papa con nuevo estilo

Desde su elección, el Papa Francisco se ha convertido en una figura mediática, quizás más allá de lo que él hubiera esperado. Su primer gesto de agacharse ante los fieles fue un acto simbólico que cautivó a todos los que estaban aquella tarde en la plaza de San Pedro y a quienes lo vimos por televisión. Desde entonces, han pasado ocho meses y no deja de sorprendernos por los continuos gestos que nos hablan, no de una estructura doctrinal ortodoxa, sino de una iglesia que quiere estar próxima a la gente. Gusten o no, nadie se queda indiferente. 

En la Iglesia hay distintas sensibilidades, movimientos y órdenes religiosas; una rica proliferación de grupos con tendencias espirituales diferentes. Las palabras del Papa, sus discursos, las entrevistas, sus catequesis… todo esto sobrepasa las estructuras mentales de ciertos grupos, que se han apalancado en una visión doctrinal demasiado conceptual, a veces alejada de la realidad social y pastoral. Desde un minucioso análisis doctrinal y teológico, el Papa no se aparta en nada de la ortodoxia de la Iglesia. Diría que está en la misma línea que Benedicto XVI, y en la línea del Vaticano II. La diferencia no está en el contenido de sus gestos y discursos, sino en el estilo de llevar a cabo su pontificado. Hasta diría que ambos Papas, el emérito y el actual, se complementan, no se oponen. Están en una misma sintonía. Y por muy Papa que uno u otro sean, cada uno tiene su modo especial de ser, que se refleja en su manera de ejercer el papado. Podríamos decir que el Papa Francisco, por su personalidad y su vocación jesuita, tiene una forma de hacer y decir que es propia del talante de esta institución. Su fidelidad al magisterio está probada día a día en sus discursos y predicaciones, muy pedagógicos y con una carga moral y social muy fuerte. Así lo ha vivido en la espiritualidad ignaciana, donde el evangelio se vive teniendo como preferencia a los pobres y los humildes del planeta. Esto no se opone al magisterio de la Iglesia; es más, lleva al límite la Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia. 

Un Papa que sorprende 


Por ser argentino, jesuita y devoto de San Francisco su estilo arriesgado ante los medios puede parecer muy atrevido, especialmente cuando defiende la libertad de la conciencia y el respeto a los homosexuales, o cuando habla de la Verdad. Sorprende porque el lenguaje que utiliza es muy directo y su forma de hacer rompe con un estilo muy formal que tenía al papado preso en toda una red protocolaria. 

¿Qué nos sorprende del Papa? Su libertad. Su fortaleza. Que esté por encima de las críticas y haga lo que considere adecuado. Pero, sobre todo, nos asombra ese estilo franciscano, su deseo de trabajar con todas sus fuerzas por una Iglesia pobre y enamorada, que renuncia al poder y a la pompa, a la gloria terrena. No teme dialogar con nuestra cultura relativista. No le dan miedo la prensa, la sociedad, los lobbies de presión. No lo detiene la rigidez que ha convertido el evangelio en un formalismo legal y paralizante, dando más importancia al contenido doctrinal que al anuncio de la buena noticia de Jesús, transmitida con parábolas didácticas que ayudan a la gente sencilla a comprender el núcleo de su mensaje. 

La humildad de la fe


En el examen final de nuestras vidas la buena nueva del amor de Dios y su salvación siempre pesará más que los conocimientos. Jesús no nos examinará de la Summa Teologica de santo Tomás de Aquino, ni nos pedirá si hemos leído las Confesiones de san Agustín, ni nos preguntará sobre el argumento ontológico de san Anselmo, ni sobre la teología patrística o los tratados de eclesiología, ni sobre la teología de la Trinidad. En el cielo tenemos a una santa Teresita del Niño Jesús, que rezaba solo con la Biblia, dirigiéndose a Dios con palabras sencillas y confiadas. Su Historia de un alma fue el libro de cabecera del Papa Juan XXIII. Esta joven, sin haber estudiado teología, es hoy doctora de la Iglesia. 

Las preguntas serán: ¿has amado?, ¿has perdonado?, ¿has sido humilde y has trabajado por la paz y la unidad? 

Doctrina y salvación


Cuántas veces caemos en la petulancia de creernos mejores que nadie. Y nos atrevemos a hacer juicios porque no nos gusta lo que dice el Papa y cómo actúa. Nos convertimos en jueces sin medida, porque nos hemos anclado en la ortodoxia doctrinal, paralizante y esclavizadora Y, sobre todo, hemos caído en el error de convertir la figura de Jesús en una idea, lejos de verlo como persona humana. Reducir a Cristo a una entelequia es la anti-teología. Se aleja del tono de oferta salvífica que hay en el núcleo de su mensaje: liberación, misericordia, perdón, alegría, reencuentro, plenitud y promesa de un cielo. 

No estoy diciendo nada que se oponga a la teología de la encarnación y a la teología pascual. Esto es esencial y está en el corazón de la doctrina cristiana. Es verdad que el lenguaje del Papa es diferente, es pastoral y vivencial, y así llega más a la gente, facilitando que entiendan y abracen a Cristo, y se sumen a la labor misionera de la Iglesia. 

Un Papa controvertido 


¿Es el Papa una figura controvertida? Sí, como lo fue Jesús. Para la religiosidad judía y las instituciones de su época, que habían convertido el amor a Dios en un culto a la ley y a los preceptos, Jesús huía del legalismo religioso y venía a hablar de un Dios Padre, lleno de bondad y de misericordia. Claro que este Papa es controvertido, porque no encaja en ciertos modelos asfixiantes que viven la religión como un sistema doctrinal en cuyo centro no está Dios, sino una idea de Dios que se han fabricado para encajarla en su propia espiritualidad, fruto de la tradición, de la ciencia teológica, sin pasión vital por la persona de Jesús de Nazaret. 

En las redes sociales y en diversos medios no dejan de aparecer críticas demoledoras contra el Papa. Censuran sus zapatos, su decisión de permanecer en la casa de Santa Marta, sus discursos, las entrevistas… Cuánto tiempo inútil y perdido en críticas estériles. Lo sorprendente es que estas reacciones beligerantes vienen del corazón de la Iglesia. Y lo triste es que las críticas a veces son despiadadas. ¿Qué les pasa a estas personas? ¿Se creen en posesión absoluta de la verdad? ¿Están cuestionando la asistencia del Espíritu Santo en la elección de los cardenales? ¿No creen que los dos tercios de cardenales que votaron al Papa lo hicieron inspirados por el Espíritu Santo y que si ha salido elegido, aunque rompa nuestros esquemas, quizás es porque será un mayor bien para la Iglesia? ¿Tanto les cuesta entender que quizás en esta coyuntura histórica Francisco es el vicario de Cristo que necesita la Iglesia? 

Creer que el Espíritu Santo se ha equivocado porque no nos gusta el nuevo pontífice es de mucha arrogancia. ¿Hemos dejado de creer en el Espíritu Santo o estamos enfadados con él porque no ha salido nuestra quiniela? 

Miedo al soplo del Espíritu


Nos recluimos en la tradición porque nos da miedo la novedad del soplo del Espíritu Santo, que quiere rejuvenecer la Iglesia desde sus fundamentos. Nos da vértigo un replanteo, no de lo esencial, porque esto no cambia, sino de nuestra forma de transmitirlo. ¿Cómo podemos cuestionar la sabiduría y la oración de setenta padres conciliares, pastores, muchos de ellos al frente de grandes diócesis? Son hombres sabios y preparados, por esto están en el colegio cardenalicio. La Iglesia pasa por aguas turbulentas y necesita de una profunda regeneración. La radicalización y la beligerancia de algunos sectores conducen a la fragmentación y amenazan la unidad y la comunión con el Papa. Algunas tendencias fundamentalistas están idolatrando la tradición y tachan de poco menos que herejes a todos los que no piensan como ellos. Son los nuevos inquisidores de la Iglesia. Si pudieran hacer callar al Papa, lo harían. No lo quemarían en una hoguera, como a Juana de Arco, pero con sus comentarios y mensajes, propagados en los medios y en Internet, están incendiando la Red con la gasolina del orgullo religioso. 

El Papa, pescador y libre


El Papa ha decidido renunciar a la pompa de un emperador romano y ponerse la túnica de un pescador de hombres, que es lo propio de su misión petrina. Ponerse al lado de los pobres, de las prostitutas, de los gays, de los pecadores, de los que sufren, puede que esté muy lejos de la tradición, pero no del evangelio ni del corazón de Jesús. Como jesuita, conoce muy bien el profundo sentido teológico de la cruz. Lo ha vivido en su propia institución. Conoce también el precio de la libertad. Como bien dijo Jesús, no os preocupéis por los que matan el cuerpo, tampoco por los que os calumnian mediáticamente, añadiría yo; la libertad nunca os la matarán, porque es sagrada y es de Dios: él es la suprema libertad y Jesús la encarnación de su libertad. El Papa, como vicario suyo, nunca ha de renunciar a esa libertad preciosa del alma y la conciencia. Al que es libre no le importan los ataques, ya que son fruto del precio a pagar. 

Para mí, el Papa no es un huracán, es una brisa de primavera que ayudará a reverdecer los prados y bosques secos y desérticos del mismo corazón de la Iglesia. Más que pensar en un guerrero que lo quiere cambiar todo, me gusta pensar en él como en un jardinero que quiere embellecer su jardín y está trabajando, con tesón, por una nueva aurora de la Iglesia.