domingo, octubre 23, 2022

Tú en mí, yo en Ti

Contemplarte de nuevo es un don inmenso. Es bañarnos en tu gracia, es reconocer que la vida sin ti se apaga, pierde color y la oscuridad aparece en el horizonte. Sin embargo, tú brillas en lo más hondo de mi corazón, iluminando el cielo de mis anhelos. La trascendencia se derrama ante la finitud de mi ser; el misterio se revela.

Sí, mi Dios, allí estás, esperando con impaciencia a tus hijos creados por tu infinito amor. De nuevo siento la grandeza de tu dulce presencia, hoy tan cercana, tan asequible, tan real como mis ojos contemplándote.

Allí estás, sostenido y elevado en la custodia. Siento tu respiración con la mía, yo en ti y tú en mí. Sobrecogido ante tu presencia luminosa, el mayor acto de evangelización se da sin ruido, sin aspavientos, sin imponer una doctrina. Es estar, simplemente, sin prisa, a tu lado y paladear tu compañía, que nos sabe a manjar del cielo. No sólo hay que hablar o predicar, sino irradiar la experiencia del encuentro, invitando a otros a que descubran lo que tú has experimentado con tu vida, con tu testimonio, con tu forma de ser y hacer.

Lo que convencerá no será nuestra elocuencia, comunicando lo que sabemos, sino que los demás vean en nosotros la imagen de un hombre que, diciendo tantas cosas bellas de Dios, tuvo un gesto más allá del valor de la palabra: su entrega por amor. Lo que nos salva no será aprender todo el catecismo; una pizquita de amor como el tuyo ya sería suficiente.

En tu camino hacia la cruz, no te defendiste, ni intentaste convencer a nadie. Humilde y discreto, avanzaste hacia el patíbulo, sin gestos de autosuficiencia, callando ante tu muerte inminente, sin rebelarte frente a tu agonía. Tu cuerpo flaqueaba, pero tú seguías firme en tu fidelidad al Padre. Desarmado y desnudo, no sólo te dejaste abofetear, girando la otra mejilla, sino que te dejaste coronar de espinas, te dejaste azotar por los látigos y los insultos, y finalmente atravesar por una lanza. Pero tu Padre Dios quería que estuvieras con nosotros: te resucitó. El amor venció a la muerte, y luego quisiste permanecer para siempre en la eucaristía, en el trocito de pan consagrado para ser tomado. Ya no sólo quieres estar presente en el sagrario, sino en nosotros, pues cada vez que te comulgamos, nuestro corazón queda iluminado por tu presencia. Nos conviertes en otros sagrarios, por eso cada persona es imagen tuya y dignísima de ser amada.

¡Cuánto nos cuesta verte y amarte en los demás! Eso es llevar a cabo tu mandamiento: amaos como yo os he amado. Y esto implica un cambio cualitativo en nuestra forma de amar.

A lo largo de mi sacerdocio he ido descubriendo que lo que más me atrapa es este conocimiento íntimo de ti.

Además de la sagrada escritura, además de tu mensaje, está lo que no dijiste con tus profundos silencios, cuando orabas ante el Padre. Y además de tus silencios, lo que hiciste y cuánto amaste. Tu palabra no se entendería sin ese corazón que rezuma pasión por el hombre, hasta el límite de dar tu vida por él. Tu palabra y tu mensaje tienen fuerza porque las hiciste vida de tu vida. Tanto nos sigues amando, que has querido seguir estando presente en medio del mundo, para que aprendamos a hablar menos y a amar más. Sólo así te reconoceremos, cuando salgamos a estar un rato más contigo y nos vayamos configurando contigo. Este rato de silencio es como bucear en tus entrañas y maravillarnos ante los bellos parajes de tu corazón divino.

Enséñanos a deleitarnos con la suavidad de tu exquisita presencia en este ocaso del día que, sigilosamente, de puntitas, se va hasta el nuevo amanecer, cuando vuelva a brillar como tu rostro lleno de amor hacia sus criaturas.

domingo, septiembre 18, 2022

Espiritualidad del adorador


El adorador es aquel que pone en su centro a Cristo sacramentado. Ante la inmensidad de su presencia, crea un espacio de silencio.

El adorador es aquel que vive del pan eucarístico, haciéndose uno con Cristo y convirtiéndose en pan para los demás.

El adorador es aquel que no cae en el quietismo; la sintonía con Cristo modela toda su vida y se deja habitar por él.

Es aquel que, ante el misterio de la Santa Hostia, medita y contempla el gesto de sublime entrega de Jesús.

Es aquel que ha descubierto que estar ante él significa entrar en la órbita de su amor.

Es aquel que sabe que, después del encuentro, ha de testimoniar su experiencia, convirtiéndose en luz para otros.

Es aquel que vive instalado en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, como ejes de su vida.

Es aquel que vive con la confianza puesta en Jesús, nuestro Señor.

Es aquel que, frente a Jesús sacramentado, no busca experiencias sobrenaturales, sino que vive una suave y delicada presencia, casi imperceptible.

El adorador ha aprendido a mecerse en el silencio, un mar profundo cuya vibración no entra por los sentidos, sino por el alma.

El adorador se llega a doctorar en silencio, y sólo desde el silencio entiende el lenguaje de la presencia. Pues las grandes transformaciones no se dan con manifestaciones llamativas, que alteran la conciencia.

Su alma se llena de serenidad, paz interior y dulzura. La adoración sincera lleva a un nuevo trato hacia las personas, un trato exquisito y amable, donde se percibe la suavidad de espíritu.

Sólo estar con él ya es un milagro.

Contemplar tanta belleza ya es un regalo. Sentirse envuelto en este misterio de amor ya es participar de algo extraordinario y sublime, algo sobrenatural.

Si ocurre algo más, será por añadidura. Lo único que es auténtico es el hecho histórico de un encuentro que será fecundo si dejamos que su brisa acaricie nuestra alma. Esta es la gran aventura de los místicos. Ellos se han enraizado con profundo realismo en este mundo, pero con la mirada siempre puesta en el cielo.

Aquí es cuando empieza el gran itinerario hacia la cumbre más alta: encontrarse en persona con Aquel que es la fuente de la existencia, creciendo cada vez más en la ciencia infusa de Dios. Tener la custodia delante es empezar a adentrarse en su misterio más profundo y fecundo.

El adorador vive anclado en la gratitud por tanto don derrochado.

Sabe que su vida sólo se sostiene en Dios, y abraza la realidad tal y como es, no como la quisiera.

Estar con Jesús siempre es un aprendizaje que lo hará más humano y más cristiano. Cuanto más íntimo sea nuestro encuentro con él, más trascendidos viviremos, hasta llegar a la unión mística con él y entrar en la dimensión divina. Así, el adorador pasa a ser maestro en amor a la eucaristía.

domingo, junio 19, 2022

Volvemos a ti

Desde el silencio volvemos a ti, acercándonos para escuchar tu susurro divino que convierte nuestra alma en una nueva aurora.

Los rayos de tu cálida presencia nos iluminan. El mundo renace y tu dulce compañía hace vibrar con intensidad nuestro corazón.

Delante de ti, volvemos a contemplarte. Sentimos la fuerza de tu amor que se desborda sobre nosotros, pequeña comunidad. Desde ese cachito de pan, derramas tu bondad invitándonos a comer y a alimentarnos de ti. El olor de tu pan sagrado es aroma celestial, que penetra hasta las profundidades de nuestro ser. Este tiempo contigo se convierte en un cielo, promesa del encuentro definitivo. Hoy queremos contemplarte, cantarte, mirarte. Sabemos que tu silenciosa presencia es real, cercana y viva, en este pequeño Tabor eucarístico. Quisiéramos eternizar este encuentro que ilumina nuestra alma con la luz de tu presencia.

El asombro y la devoción se apoderan de nosotros. Deseamos fundirnos contigo, ser parte de esta hermosa revelación que nos haces. Tu pan, que hoy podemos comer, es tu cuerpo entregado por amor y sacramento permanente de tu presencia. Y tu sangre vertida es el vino de la nueva alianza, sellada para siempre con todos nosotros.

Nuestro mundo postmoderno necesita de testimonios auténticos. Ojalá, con fuerza y delicadeza, seamos capaces de transmitir lo que celebramos: Dios en la cruz, hecho hombre, que se entrega dando su vida. Y Dios hecho pan, para poder alimentarnos de su vida. Es tanto su amor que se convierte en materia para que podamos metabolizarlo dentro de nosotros. Así nos convertiremos en otros Jesús, capaces de abrazar el misterio de una vida que se da sin reservas. Sólo cuando nos identifiquemos contigo, en profunda sintonía, estaremos preparados para dar el salto, como decía san Pablo: Ya no soy yo sino Cristo quien vive en mí. Será entonces cuando el miedo desaparecerá, porque estaremos dispuestos a todo, incluso al martirio y a la cruz. Nada será impedimento, sino lanzadera hacia una vida nueva.

Hoy hemos actualizado ese inmenso amor, expresión de una entrega total. Hoy queremos, con la ayuda de tu divina providencia, convertirnos en un cachito de pan para los demás. Muchos se acercarán a Ti si somos capaces de hacerlo.

Gracias por tanto don. Sólo me queda arrodillarme y, en silencio, adorarte.

domingo, junio 05, 2022

Amabilidad pastoral

Después de muchos años dedicado a la pastoral de manera intensa y apasionada, me voy dando cuenta de que tanto una pasión desorbitada como una excesiva prudencia pueden dificultar la fecundidad. En algunas comunidades, constato que se da una sobreactuación exagerada, como recurso para captar el interés del público. En otras, en cambio, se da una pasividad que puede responder a un miedo de la comunidad a crecer.

Lo cierto es que tan contraproducente puede ser una excesiva pasión como la inmovilidad. En algunos casos, puede ser una huida hacia adelante para esconder la incapacidad de una pastoral coherente. Se emplean pirotecnias espirituales y un lenguaje beligerante para intentar conquistar al otro, olvidando que el centro de nuestra misión no somos nosotros mismos, ni siquiera lo que podamos decir o incluso hacer. Una oratoria agresiva y espectacular puede caer en la vanidad espiritual. El centro se desplaza al discurso, a la música, al ambiente que se genera para provocar una alteración de la conciencia. Se usan frases elocuentes y un tono rotundo para tocar las emociones y suscitar un alto grado de placer espiritual.

Pero la fuerza de la evangelización no está en el entusiasmo vehemente, ni siquiera en la convicción de las palabras, sino en el testimonio vivo de la persona. No es tanto lo que dice, sino lo que cree y lo que vive. Cuando lo que dice se ha convertido en parte de su vida, no sólo ante la comunidad, sino en los diferentes ámbitos sociales, esta persona se convertirá en un referente moral. Será reconocida porque día a día, en todas las circunstancias, fuera de los focos, en la cotidianidad, es un testimonio de luz.

Hablo de autenticidad y generosidad. No se trata tanto de hablar, sino de mostrar con la propia vida. Es el ejemplo el que convence.

Como decía, entre la pasión y la tibieza prefiero una amabilidad entusiasta. La pasión puede convertirse en un fuego devastador que destruye y aleja. Cuando ya se tiene cierta edad las puestas en escena dejan de tener importancia. Ya no hay que demostrar lo que uno vale. Prefiero escuchar más, hacer más silencio, cultivar un trato delicado, valorar el sosiego, la contemplación, la alegría serena y no forzada. Hay que tener en cuenta que no podemos evangelizar como una apisonadora, desde nuestra atalaya y nuestra autosuficiencia espiritual. Nuestro trabajo evangelizador se topa siempre con un misterio: la libertad del otro. Si nuestra pasión nos lleva a pisar la libertad del otro es que no entendemos que el anuncio de la buena nueva está en clave de oferta, nunca de imposición. Sin libertad, no se puede amar, creer y construir un proyecto evangelizador. Evangelizar no es aumentar el número de prosélitos. Más allá de la técnica que utilices, evangelizar es anunciar que Dios te quiere, con todo lo que tú eres, incluso con tus límites y pecados. No puede haber un encuentro sin libertad, y la fe no será auténtica si no es una adhesión libre. Tenemos a nuestro gran modelo evangelizador: Jesús. Él sabe muy bien que un corazón seducido por amor y con amor es más fecundo que un discurso impositivo sobre la salvación y el pecado. Desde el corazón misericordioso de Dios, lo que te salva no es ser un buen cumplidor, sino que te dejes amar por él. Es decir, es su gracia y no tu esfuerzo lo que te salva. Es necesario pedir el don de la humildad y el arrojo para avanzar en el camino de la verdad. Sólo desde una pastoral de la amabilidad, y desde el silencio, tus palabras penetrarán en el corazón que necesita ser escuchado. El ruido hace rebotar las palabras; impactan pero no entran dentro ni se asimilan. Desde la calma y el sosiego, las palabras se convierten en aguas cristalinas que empapan nuestra existencia y permiten que crezca la semilla de la fe.

domingo, mayo 22, 2022

Una presencia luminosa

Cae la tarde. El ocaso indica que ya es hora de parar después de una jornada intensa. Es hora de recogerse e iniciar un camino hacia adentro, para saborear el cálido momento de tu presencia sacramental.

El día se apaga, pero tú iluminas nuestra alma para contemplarte con atención y reconocer que necesitamos descansar contigo, dejar que tu aliento divino sea un bálsamo que sane nuestra mente, nuestro cuerpo y, sobre todo, que tu discreta presencia amorosa penetre en los poros de nuestra alma.

Sosegados y abandonados, queremos escuchar el latido de tu corazón ardiente, que sigue derramando la paz que tanto ansiamos.

Esta tarde estamos aquí, porque queremos contemplar la belleza de un amor sin límites que se entrega para darnos vida plena.

Queremos agradecerte que esta tarde salgas del cielo, de tu hogar, para que podamos verte más cerca. Has decidido pasar un rato con nosotros, con tu pequeño rebaño que necesita ser guiado. Conscientes de nuestros límites, necesitamos tus palabras, convertidas en brisa que refresca y alivia nuestro corazón, tantas veces herido.

Aquí y ahora, sin prisa, queremos eternizar este momento de intimidad contigo. Queremos aprender a callar, a escucharte, acompañarte, fortaleciendo los vínculos entre todos los cristianos que deseamos crecer en ti y contigo.

Esta es la clave para aumentar la sintonía contigo, dueño de nuestra vida. Queremos descansar en ti, ponerlo todo en tus manos, especialmente lo que nos inquieta. Tú eres la medicina que necesitamos. Ayúdanos a confiar en ti; que no seamos orgullosos, autosuficientes, altivos, creyéndonos mejor que otros. Haz que controlemos nuestra lengua, que dejemos de ser intransigentes con los fallos de los demás, que cortemos esa riada de críticas que nos dañan. Sabemos que la perfección que tú nos pides es en el amor, y sabemos que nuestros fallos no te importan tanto; lo que te duele es nuestra dureza y nuestra falta de caridad. Que no nos instalemos en la queja permanente, en la crítica de los demás cuando no hacen las cosas como nos gustan. Que no nos falte la caridad, porque lo que a ti no te gusta es que nos quejemos de los demás sin amor.

Enséñanos a ser más dulces con los demás y a aprender de ti, que eres manso y humilde. Conocemos nuestros límites, pero también sabemos que tú valoras, pese a nuestro pecado, que estemos aquí, porque queremos aprender de tu paciente delicadeza, de tu ternura, de tu compasión. Sabemos que preferiste al publicano pecador que al fariseo que cumplía con todos tus mandatos. Recordamos al padre que abraza al hijo pródigo, al pastor que va a buscar a la oveja descarriada. Tú no quieres cristianos perfectos; quieres que seamos santos, que aprendamos a perdonar, a corregir con caridad y a instruir en sabiduría, como tú lo hiciste con tus discípulos.

Esta tarde queremos mirarte a los ojos para aprender a ver a los demás desde tu infinita misericordia. Que aprendamos de tu presencia sosegada. El mundo necesita misioneros del sosiego. Sólo desde tu paz podremos extender la calma de nuestro oasis interior.

Estar contigo esta tarde es dejarnos llevar por tu íntima amistad. Quizás no quieres tantas oraciones, que te pueden aturdir. Quizás quieres más nuestro silencio, que sepamos acallar nuestras voces, que paremos la velocidad interior y dejemos nuestras miserias. Quieres que nos fijemos en ti, fuente y sentido de nuestra existencia. Queremos que habites en nosotros. Queremos ser una pequeña y humilde luz, que brille iluminando lo que hay alrededor. Que los demás vean en nosotros tu real y clara presencia. También queremos habitar en ti, y que nos ayudes a transparentar la belleza de tu amor.

Sólo así nuestra pequeña comunidad se convertirá en un cielo, capaz de acoger a tantas personas que viven un profundo trasiego en su corazón.

Queremos ser faros luminosos que indiquen a muchos náufragos el camino de vuelta a ti.

Gracias por estar aquí, esta tarde, con nosotros, como lo hiciste aquel día que caminaste y compartiste la cena con los discípulos de Emaús.

domingo, marzo 20, 2022

El sacerdocio, una vocación apasionante

 
35 aniversario de ordenación sacerdotal

En este día, en que celebro mi 35º aniversario sacerdotal, quisiera comentaros algunos aspectos de mi vocación. ¿Cómo vivo mi sacerdocio? Para mí, el ministerio tiene tres ejes fundamentales.

Oración

Por un lado, el sacerdote ha de ser un hombre de oración. Jesús fue a orar. Un sacerdote tiene que dejarse transformar en esa montaña interior, dejando que la luz de Dios impregne toda su vida. Podríamos hablar de la mística del sacerdote. No crece si no está en conexión e íntima sintonía con Aquel que es la razón de su vida: Cristo. A veces los sacerdotes vamos muy atareados y estresados. Hay cuestiones que nos preocupan mucho y queremos darlo todo, pero no siempre lo podemos hacer, porque nos equivocamos o, simplemente, porque es complicado llevar a cabo todo lo que soñamos y deseamos. Pero, aunque haya situaciones de conflicto interno, lo importante es centrarse en Cristo para no caer en dos actitudes muy propias de esta situación. Por un lado, el cansancio, que se refleja en la falta de entusiasmo testimonial de aquello que vives y crees. Y, por otro lado, la auto referencialidad. Somos instrumento, hemos de evitar la idolatría espiritual. Muchos pueden caer en esto. Humildad: somos poquita cosa, pero lo tenemos todo con la fuerza de Cristo. No importan nuestras limitaciones, o las situaciones extremas que podamos vivir; si estamos anclados en Cristo nada puede hacernos naufragar en nuestra vida sacerdotal.

La oración es importante en el sacerdote. No siempre damos testimonio, a veces estamos demasiado ocupados intentando atender a todos y llegar a todo, cuando no siempre se puede. Lo importante es no desviarnos nunca del alimento básico para nuestro crecimiento espiritual.

Fidelidad

Otro aspecto es la fidelidad a la misión que Dios nos ha encomendado a través de nuestros obispos (en mi caso, el cardenal). Si es importante la fidelidad en el matrimonio, también lo es para mí, como sacerdote. No puedo romper algo tan fundamental en mi vida. Cuando tomé posesión como rector de la parroquia de San Pablo, en Badalona, el obispo Carrera me dijo que en el momento en que asumía mi cargo, se daba una declaración, un casamiento espiritual, como pastor, con mi comunidad cristiana.

Después de treinta años, no diré que no haya habido dificultades, pero en ningún momento he dudado de este don tan excelso, quizás inmerecido, que he recibido de Dios. Siempre he conservado una profunda gratitud. Qué mínimo que responder con firmeza, contundencia y fidelidad, manteniéndome al frente del proyecto que Dios me ha encomendado. Aunque esto suponga tener que ser muy creativo. Hay que ser realista: hay una erosión normal en la convivencia con los tuyos, con la comunidad. Todos somos diferentes y tenemos formas distintas de concebir la Iglesia, el mundo, la pastoral. A veces pueden producirse tensiones, es natural. No por ello el sacerdocio deja de ser apasionante.

Y me preocupa que estamos viendo un descenso muy fuerte de vocaciones sacerdotales. No sé si los curas somos culpables en parte. Pero también hay ideologías que influyen, quieras o no, en la sociedad. Hay un machaqueo mediático que va esparciendo valores antirreligiosos y todo esto acaba afectando a la gente, tan enganchada a la televisión y a las redes sociales. Los medios van configurando una forma de concebir la vida según las propuestas que se están imponiendo a través de series, canales, etc.

Rezad mucho por los sacerdotes. No os canséis. Rezad también por las vocaciones, porque el pueblo de Dios necesita personas generosas, entregadas, con capacidad de perdón, de misericordia. Creo que la Iglesia ha de ser más madre, más femenina. Más allá de los cargos que ocupan los varones, la Iglesia ha de atender otros aspectos fundamentales: la feminidad, la acogida, la ternura. Fijaos en la parábola del hijo pródigo, con qué dulzura el Padre abraza a su hijo perdido. No nos asustemos, no es un tema de género, sino algo tan básico, tan intrínseco como manifestar ternura y amor hacia quienes más lo necesitan.

Amor a la misión

Además de la fidelidad, estar ahí siempre, nunca cansarte, ser fiel, fortalecerte en el nivel espiritual, otro aspecto importante para mí es ser consciente de la misión que Dios te ha encomendado y amar esta misión.

El sacerdote corre el riesgo de convertirse en una especie de funcionario. Celebra misas, sacramentos, cumple con las obligaciones... No es suficiente. Se es sacerdote las 24 horas del día, hasta cuando duermes. Te pones en manos de Dios cuando te acuestas y cuando te levantas. Y de día te lanzas al mundo, en plena batalla. Decía un teólogo que la vida del cristiano se mueve entre el ágape y la guerra. Dios está en la eucaristía y en el combate diario.

Estos tres ejes fundamentales configuran mi sacerdocio: oración, fidelidad y amor a la vocación sacerdotal. Sin esto, el cura va a la deriva.

Doctorado en caridad

Porque no sólo se trata de ser locuaz predicando, o de ser un gran teólogo, que está bien. La fe no es una adhesión a ideas o a conceptos y doctrinas, reconociendo los grandes méritos de la escolástica y la patrística. Pensad una cosa: además de ser doctores en teología, los curas hemos de ser gente enamorada y audaz, gente entusiasta por la vocación. Si no trasciende lo mero doctrinal y no busca la excelencia espiritual, el cura se queda a medio camino. Yo no sólo convenceré con una buena catequesis. Lo que va a entusiasmar será mi grado de convicción y compromiso. Quizás hemos hecho mucha teología de laboratorio, que está bien, pero se necesita una experiencia vital, el amor al sacerdocio. Analógicamente, el futuro de los hijos depende de la estabilidad de los padres. Los hijos deben sentirse queridos por los papás, más allá de la instrucción y la ayuda en otros aspectos. El sentirse amados, abrazados, apoyados, valorados, es fundamental. Lo mismo sucede con el sacerdote y su comunidad. Yo quiero que, más allá de mis instrucciones, os sintáis queridos por vuestro párroco. Quiero que os sintáis queridos por vuestra comunidad, unos con otros. Si, además, aprendéis muchas cosas, estupendo. Pero, sobre todo, quiero que os sintáis queridos, amados, escuchados, atendidos, perdonados.

Y en esto soy el primero que tengo que dar ejemplo. Tengo que doctorarme en caridad, en amor. Como decía Benedicto XVI, hay que hacer teología de rodillas, adorando. Esta es la auténtica teología, la que parte de una comunión íntima con Dios. Si no es así será una mera transmisión de conceptos, insuficiente. Hemos de transmitir pasión, la pasión del sacerdote por ese inmenso don que Dios nos ha regalado.

Os pido que recéis por mí y por los sacerdotes. Llevo ya doce años con vosotros. No me he cansado y estoy feliz de seguir aquí, para serviros en el amor. Que así sea.

domingo, marzo 06, 2022

Evangelizar con la belleza

Cuando llegué a mi nueva parroquia, en agosto de 2010, estaba muy ilusionado en mi destino, con el deseo firme de hacer crecer la comunidad y ampliar sus horizontes.

Era una nueva etapa en mi vida sacerdotal, y ansiaba darlo todo para dinamizar la comunidad. Era consciente de que los anteriores sacerdotes se habían volcado totalmente a su ministerio y pude ver los frutos que dieron mosén Mariné y el padre Juan Barrio, sacerdotes buenos que se habían entregado a su tarea pastoral.

Heredaba una comunidad de personas con una fortaleza religiosa y una fe recia. Los sacerdotes y muchos feligreses que ya han fallecido, contribuyeron con su celo apostólico a que la parroquia fuera creciendo con gran dinamismo.

Tomé posesión el 19 de septiembre de 2010, asumiendo la responsabilidad como rector, de manos del entonces arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach.

Fue entonces cuando encomendé la misión pastoral de mi parroquia al santo cura de Ars. Invocando su ayuda, inicié con ilusión mi nueva tarea.

Aunque todo lo que se había hecho anteriormente era muy valioso, me pareció oportuno empezar por algo que consideraba crucial para la actividad parroquial. Quise empezar dignificando y mejorando los espacios y equipamientos donde se realizaban las diversas actividades pastorales. Observando y rezando, discerní lo que era bueno para lograr una mayor implicación por parte de los feligreses, con el fin de cohesionar más a la comunidad. Aunque pueda parecer obvio, siempre he creído que una forma de evangelizar es a través de la belleza, el cuidado, la mejora, la higiene y la dignidad de los espacios donde la Iglesia desarrolla su misión.

Empecé por reparar y mejorar las diferentes salas: Cáritas, tertulias, catequesis. Y, cómo no, especialmente el templo, como lugar sagrado donde la comunidad celebra su fe en la eucaristía.

De aquí, no sin esfuerzo, fui trabajando con un grupo de feligreses comprometidos e implicados en la mejora de las estructuras y los equipamientos parroquiales.

Han pasado casi doce años y seguimos trabajando para seguir mejorando. Mi deseo es crear confort y bienestar espiritual, favoreciendo, con un espacio bello y agradable, un marco para un fuerte empuje evangelizador. Todo esto lo estamos logrando gracias a la generosidad de muchos de vosotros. Y todo esto sin descuidar lo esencial de mi ministerio: acercaros más a Dios, posibilitar vuestro crecimiento en la fe, así como haceros conscientes de la tarea misionera que todos tenemos, laicos y sacerdotes. En otras memorias detallaremos más iniciativas, fruto de esta toma de consciencia de nuestra misión evangelizadora. A pesar de los vaivenes internos y de los condicionantes de una cultura secular que afecta a la Iglesia, la llamita de San Félix sigue dando luz y esperanza.

domingo, febrero 20, 2022

La guerrera de Dios


Ella era así: exigente, entregada, volcada por entero al proyecto de la comunidad de Misioneros de Jesús en Barcelona. La conocí de mano de una amiga suya, hace siete años, un día de invierno. Tras un saludo afable, me pidió una de las salas de la parroquia para iniciar un grupo de lectura y reflexión sobre la Palabra de Dios. Fue así como un primer grupo de cinco personas comenzó este proyecto, creando un entorno cálido para profundizar en la lectura divina, los domingos por la tarde a las siete.

A la luz de unas velas, con sencillez e ilusión empezó a arder una pequeña llama que se convertiría en el gran proyecto de su vida. Aquellos primeros pasos de gente humilde, pero entusiasta, liderada por Amparo, fueron la gestación de una futura comunidad.

El movimiento Misioneros de Jesús Internacional está extendido por 26 países latinoamericanos y algunos de Europa. Tiene su sede en New Jersey, donde arrancó el proyecto fundado por Neil Vélez. En Barcelona, la semilla estallaría con el primer retiro «Por sus llagas».

Fue a partir de esta primera experiencia que la comunidad creció de manera exponencial, hasta llegar a reunir un gran número de personas que buscaban con ansia respuestas a los grandes interrogantes de su vida. Liderada por Amparo, la comunidad organizó diversas actividades que ayudaron al grupo a crecer y cohesionarse: asamblea semanal en el templo, con pláticas, meditación y oraciones; canto y música con valores formativos y religiosos, profundizando en la palabra de Dios; retiros, escuela de fe, salidas...

La fe es el eje vertebrador de este movimiento. Empiezan muchos de sus encuentros con estas palabras, que marcan su línea de espiritualidad:

Señor, reconozco que sin ti nada puedo, pero también sé que, si tú estás conmigo, todo lo puedo; por eso me humillo ante tu presencia y te pido que aumentes mi fe.

Rápidamente se fueron creando diversos ministerios o servicios, para atender los distintos ámbitos. Amparo luchaba sin tregua por la cohesión del grupo, su formación y compromiso. Su entrega llegaba a veces a la extenuación, con el deseo de darlo todo por la comunidad que había iniciado. Su fuerza interior era la de un huracán. Amparo nunca se rendía, aunque sí es cierto que se agrietó. Su frágil salud fue haciendo mella en su cuerpo, pero ella seguía al frente de un grupo que no dejaba de crecer. Los retiros eran fecundos y abrían las puertas de un nuevo horizonte para muchos. En estos encuentros se produjeron grandes conversiones y muchas almas se acercaron a Dios. También hubo experiencias de sanación y de cambio de vida.

Tras cinco años de generosa entrega, Amparo decidió volver a su Bolivia natal, después de quince años de ausencia. Su padre estaba enfermo y quería estar allí, a su lado, para atenderlo y acompañarlo los últimos días de su vida. En Bolivia, ella deseaba iniciar un nuevo proyecto vital y espiritual.

Tras la muerte de su padre, Amparo se planteó volver a Barcelona. Ilusionada con sus planes, preparaba el viaje de regreso cuando, de manera fulminante, su vida quedó segada.

Un derrame cerebral inesperado le causó la muerte sin que nadie pudiera preverlo.

Al saberlo, su comunidad quedó sin aliento. Nadie esperaba algo así. En la tarde del 12 de febrero, día de santa Eulalia, la tristeza invadió el corazón del grupo de Misioneros en Barcelona. Lágrimas, emociones compartidas, recuerdos, preguntas... ¿por qué?, corrieron entre tantas personas que la conocían y habían recibido de ella miradas cálidas, palabras de consejo y apoyo.

El impacto de una noticia tan dolorosa atravesó el alma del grupo, y también de la comunidad de la parroquia de San Félix. Todos cuantos la conocían y la amaban quedaron atónitos y consternados. 

Así fue: Amparo dejó una huella profunda en todos aquellos que la conocíamos. Su marcha de este mundo ha dejado, como me han comentado algunos, un sentimiento de orfandad muy grande. Supo llegar al corazón de todos. Aun reconociendo que en algún momento se equivocaba, su entrega era indiscutible, así como la sinceridad en su deseo de mejorar, aunque le costara mucho. Así me lo comentó en varias ocasiones.

Además de animar a su comunidad, participaba en el coro parroquial y asistía cada domingo o cada sábado a la eucaristía comunitaria. El amor a Jesús sacramentado era central en su vida. Siempre estaba allí, en medio de la comunidad, con su dulce sonrisa y dispuesta a colaborar en la liturgia.

Una feligresa, recordándola emocionada, me decía: «Dios quiso a esa flor en su jardín». La fragancia de su bondad caló en el corazón de esta persona. «Finalmente», concluyó, «Dios es un misterio inabarcable». Me hizo pensar mucho esta conversación.

Como dije en la homilía, cuando ofrecimos su alma al Señor, ella seguirá velando, custodiando a su comunidad desde el cielo. Seguirá trabajando por aquellos que inició, quizás con más fuerza aún. Es un privilegio tener en el cielo a una mediadora junto a Dios.

Ese deseo que tenía en lo más profundo de su ser estallará para dar gloria a Dios. Agradezcamos su legado, su testimonio vivo de fe, y que sea motivo de empuje y fuerza en los momentos difíciles, para que nunca se pierda el rumbo de un proyecto misionero y eclesial. Aprendamos a ser agradecidos por tanta vida volcada con amor. Que este testimonio luminoso de Amparo llene de sentido vuestra vocación misionera al servicio de la Iglesia. Como solía decir ella, «la meta es el cielo». Es decir, la meta es volver a nuestro origen, que es el corazón de Dios.

domingo, enero 02, 2022

La familia, proyecto de Dios

 

Homilía con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, 26 de diciembre de 2021.

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia, un ejemplo a imitar por todas las familias cristianas. En ella vemos a una madre, María, que sabe hacer de su casa un espacio sagrado: convierte su hogar en un santuario.

Qué importante es que los padres entiendan que la casa, más allá de un lugar de convivencia, es el lugar de crecimiento para los miembros que habitan en ella, un espacio de oración.

María nos enseña a ser educadores en la oración. José sabe estar en el lugar donde le toca. Humilde y silencioso acompaña a María en su tarea de educar a Jesús.

Las casas son fundamentales para la educación de los hijos. Pero hemos de partir de una sintonía entre los padres. Pero hoy vemos muchas dificultades. La familia, como estructura social, está en crisis. Lo estamos viendo: separaciones, rupturas, sufrimiento. Esto supone un gran desconcierto para los hijos. La Iglesia nos recuerda que la familia es sagrada. No sólo la de Nazaret, a la que hemos de imitar, sino toda familia, porque es fundamental para el crecimiento y la madurez de los hijos.

Hoy es un deber social, humano y espiritual, rescatar la familia, confundida por ciertas ideologías que le quitan el valor sagrado de la libertad y que le niegan la dimensión cristiana. ¡Hay tantas discusiones sobre las formas de ser familia! Respetando ciertas tendencias, está claro que no podemos confundir el modelo de familia cristiana con otras donde no estén el padre y la madre, o donde haya dos progenitores del mismo sexo; esto puede desconcertar a los hijos respecto a su identidad personal y social. Pero está ocurriendo, y no sólo eso, sino que se está fomentando desde las instituciones educativas y la administración. Incluso se fomentan las relaciones con personas del mismo sexo. Se está haciendo en otros países y también en España, intentando que el proyecto educativo incorpore ciertos elementos de afectividad e identidad sexual. Esto no corresponde al gobierno ni a las escuelas, porque están haciendo injerencia en la educación y en la responsabilidad propias de los padres.

Podemos ser comprensivos y aceptar la identidad sexual de cada cual, pues cada persona tiene sus tendencias genéticas y en esto debemos ser muy prudentes. Pero lo que tampoco podemos hacer es que se nos arrebate el sentido de la familia tal como lo transmite la Biblia en el Génesis: formada por la unión de hombre y mujer. Cuidado cuando los colegios están interfiriendo en algo que toca única y exclusivamente decidir a las familias. Otra cosa es obligar, por criterios de zona, a que los padres lleven a sus hijos a determinadas escuelas, sin permitirles elegir un centro acorde con su sensibilidad religiosa. Es un tema que preocupa muchísimo.

La importancia de la comunión

Más allá de las dificultades, podemos decir que estas rupturas ocurren porque algo ya se ha ido inoculando: ciertas actitudes y creencias sobre la persona. Si las familias no hacen el esfuerzo de entenderse, de dialogar, de amarse intensamente, de ser delicados uno con el otro, buscando espacios de comunión profunda y sintonía, cuando se pone distancia, por cuestiones culturales, sociales o por carácter, la familia se está derrumbando desde la base.

La convivencia entre personas no es fácil. Pero, ante un matrimonio en crisis, siempre me pregunto qué les hizo enamorarse en los primeros tiempos. ¿No supieron ver cómo era el otro? O simplemente, cuando se les pasa la fiebre del enamoramiento y ven cómo es la otra persona, se dan cuenta de la realidad. Cuánto cuesta aceptar que, si no hay amor en esta relación, la familia se irá debilitando, hasta quedar rota en su fundamento básico. Han dejado de mirarse con ternura, han dejado de buscar tiempo para el afecto y la comunicación; han dejado de buscar tiempo para el ocio, para estar juntos, para pasear, para hablar de cosas que preocupan al uno y al otro. Cuando esto afecta a la confianza, van tirando como pueden.

Muchos no son capaces de separarse, pero es tremenda la tragedia de muchas familias que sobreviven soportándose, porque no tienen recursos económicos, porque es complicado socialmente... Y no hacen un esfuerzo mayor.

Si la familia no está sólida, los políticos y los gobiernos entrarán a rematar. ¿Recordáis lo que decía aquella ministra? Los hijos no son de los padres, son del estado. Es tremendo, pero esta es la tendencia que está predominando. Quieren intervenir incluso en las decisiones personales de la familia o del matrimonio.

No os dejéis atrapar, ¡no! Es un desafío enorme, porque ese veneno se está inoculando: el control sobre la familia desde la administración.

La familia es sagrada. Es un proyecto de Dios, es un proyecto de la Iglesia. El matrimonio es un sacramento y a través del sacramento recibimos las gracias necesarias para consolidar la relación cuando hay dificultades.

Pero muchas parejas no tienen la paciencia para detenerse, dialogar, mirarse a los ojos e intentar buscar soluciones y volver a enamorarse.

Los padres, espejo para los hijos

Lo que hagáis los padres lo verán los hijos. Ellos serán testigos de las fragilidades de los padres, e incluso os van a imitar, porque lo han vivido. Lo vemos en muchas familias: cada fin de semana los hijos se dispersan, con uno u otro cónyuge.

Los hijos necesitan sentir que los padres se aman, por encima de todo. Luego nos preguntamos: ¿qué hemos hecho? Mis hijos no vienen a misa, mis hijos no me quieren, soy incapaz de hablar con mis hijos. Cuando esto ocurre, ya siendo adultos, es porque no se ha trabajado desde la base una sólida relación afectiva y espiritual. Nos llenamos la boca de teorías, hablando de la importancia de la familia como sacramento. Pero no olvidemos que es un sacramento basado en un esfuerzo humano, emocional, intelectual, afectivo, para que la familia sea sólida y compacta y no se rompan las relaciones.

Para los cristianos, para la Iglesia y para Dios la familia es un reducto donde tenemos que amurallarnos ante la interferencia de ciertas instancias. Un niño crece armónicamente si los padres están en su lugar. Pero, sobre todo, si los padres se quieren, se manifiestan su aprecio y su compromiso mutuo de quererse para siempre.

¿Qué notamos? Que esa densidad en la relación, tan impresionante en los inicios, con el tiempo, lentamente, se evapora. Y me diréis que soy joven, que no estoy casado, que no tengo hijos... Pero hay algo que revisar desde la base.

¿Por qué la Iglesia insiste tanto en la formación prematrimonial? No tres días, porque la pareja va corriendo y no tiene tiempo. No es consciente de la necesidad de formarse para un sacramento que dura toda una vida. ¿Qué son tres charlas para toda una vida? Nada.

El amor requiere sacrificio, esfuerzo, renuncia, diálogo, paciencia, ternura, mirarse a los ojos... Y, cuando hay dificultades, tener la valentía de poner esto encima de la mesa y no dejar que el tiempo vaya matando lentamente la relación. Así es como se llega al ir tirando. Y los matrimonios resisten porque, claro, no pueden separarse, no pueden dar mal ejemplo. No se trata de separarse, sino de hacer el esfuerzo. Si dijisteis que sí a todas, hay que mantener ese sí cada día, con esfuerzo. Y esto requiere un plus de generosidad. ¿Estamos dispuestos?

Vale la pena por lo que nos ha dado nuestra esposa, por nuestro esposo, por nuestros hijos. Vale la pena por todo lo que hemos proyectado juntos y por lo que hemos crecido juntos.

Consolidar los vínculos

Un psicólogo cristiano dice que la gran crisis surge a partir de los 50, cuando parece que todo está hecho y ya no hay nada más que decir. Es entonces cuando llega el tedio y se inicia el declive hacia abajo. Viene la desilusión, el cansancio, la ironía solapada en la convivencia, disfrazando bajo chistes las heridas psicológicas y espirituales. ¿Por qué creéis que la Iglesia insiste tanto en esto? Si la familia no está consolidada y los hijos no están protegidos, si la persona no está feliz en su madurez, ¿qué podemos esperar? A partir de los 50 es cuando uno se convierte en persona sabia, no porque sepa mucho, no, sino porque ha descubierto, ha degustado lo que es esencial en la relación. Más allá del saber está el saborear, en silencio, juntos. La oración conjunta, el diálogo sosegado... ¿Nos hemos olvidado de todo esto?

Si no estamos al tanto, no nos extrañe lo que pasa con nuestros hijos, que toman caminos totalmente diferentes al nuestro y se distancian. Siguen la moda, están enganchados a los aparatos digitales... Sin embargo, hay otra realidad dolorosa. El otro día escuchaba en la radio: más del 50 % de jóvenes en Cataluña no tienen trabajo. El trabajo no sólo depende de las habilidades personales, sino de la formación recibida en el tiempo, en la familia. El amor da seguridad y aumenta la inteligencia emocional, importantísima para afianzar al joven que tiene que abrirse a la vida. El amor hará posible que nada ni nadie se le ponga por delante a ese joven con ganas de crecer, con ganas de dar lo mejor de sí mismo a la sociedad.

Cuánta gente joven arrodillada, abducida, cansada, perdida, desorientada, caída, derrotada... ¿De quién depende? De los adultos. Si los adultos no somos ejemplo, ¿qué esperamos? Quizás hemos de reconocer que no todo lo hemos hecho bien. ¿Por qué los jóvenes no vienen a la Iglesia? ¿Qué hemos hecho de nuestra fe? ¿Qué hemos hecho con nuestros valores? ¿Qué hemos hecho con lo que queremos? ¿Nos hemos cansado, nos hemos rendido? ¿Es complicado mantener viva la fe, esa llama de entusiasmo de la creencia en Dios?

Pero no todo está perdido. Hagamos que la familia cristiana de nuestro mundo se parezca a esta familia de Dios, la familia de Nazaret. Así sea.

domingo, diciembre 05, 2021

Mi querida Iglesia


Este escrito es fruto de muchas conversaciones que he mantenido en los últimos años con diversas personas: amigos, feligreses y compañeros sacerdotes. Nos preocupa la Iglesia, a la que amamos, y de aquí surgen estas reflexiones.

Mi querida Iglesia,

Siento en mi alma que lentamente tu vitalidad se va diluyendo. El vigor, el entusiasmo, la convicción de los valores evangélicos se apagan. Hoy, una gran parte del pueblo de Dios ha perdido el rumbo. No sabe a dónde tiene que ir, se siente desorientado.

Querida Iglesia, ¿qué pasó con ese júbilo que invade el corazón del creyente? ¿Cómo se ha perdido? Hoy, muchos referentes han caído y pocos modelos son imitables. ¿Qué pasa, mi querida Iglesia, que tu pueblo ya no siente el gozo y la alegría de la vocación cristiana? Parece que el aliento del Espíritu se ha dormido en muchas miradas que han dejado de brillar. La voz profética ha dejado de oírse. Callas ante situaciones de injusticia lacerante y secundas las decisiones de los poderosos del mundo. Muchos sienten una orfandad como nunca, abandonados en profundas incertezas y desconcertados ante la crisis de tantos líderes, que han convertido su misión en un papel, una apariencia de lo que fueron llamados a ser. Transitan hacia la penumbra, perdidos y sin norte. Sienten que el fundamento de su fe se tambalea como si un parásito estuviera comiendo el ADN de su espiritualidad.

¿Qué pasa, Iglesia mía, que a muchos les tiembla la fe y pierden la esperanza, arrastrándose hacia no saben dónde, sintiendo vértigo ante un futuro vacío y sin sentido?

Cuando te casaste con el poder

¿Qué te pasa, Iglesia mía? ¿Por qué sucede todo esto? Quizás te apartaste del evangelio, de la autenticidad, de la humildad, de la pobreza. Quizás todo empezó cuando te convertiste en la religión oficial del Imperio romano, cuando te casaste con el poder, cuando renunciaste a la atrevida revolución de Jesús de Nazaret y abrazaste el poder político, social y religioso; cuando en el Medioevo acumulaste todos los poderes. Esto, lentamente, te fue debilitando. La historia del papado, llena de corrupción y violencia, asesinatos y luchas, ha vivido etapas terriblemente oscuras. Discusiones, ambiciones, pugnas a todos los niveles: cultural, filosófico, económico... Desde entonces, desde los primeros siglos de nuestra era cristiana, la sombra del mal penetró en ti. Después se sucedieron las divisiones, los conflictos con otras confesiones religiosas, guerras y miles de muertos. La época de la cristiandad y la construcción de los estados pontificios te apartó de tu pueblo. 

Quizás todo empezó cuando creciste, copiando las instituciones y las estructuras del poder civil, actuando más como agente político que representa a un estado o un país. 

Mi Jesús, cercano a los pobres, amigo de sus discípulos, fue fiel a la voluntad de Dios, aunque esto le costó su propia vida. Este fue el sello de la Iglesia que confió a sus apóstoles: una vida entregada sin límites a la causa de Dios. Grandes santos y admirables misiones evangelizadoras han permitido que tu barca siguiera avanzando con el paso de los siglos. 

Hoy, muchos cristianos perciben que su Iglesia ha perdido el norte. Desorientados y solos, se preguntan: ¿qué te pasa, Iglesia?

Desconcierto ante los pastores

Tu historia ha dejado tras de sí rastros de dolor. Pero el gran sufrimiento, hoy, es sentir que muchos de tus responsables ordenados han convertido su misión y su vocación en un mero servicio de funcionariado. Otros actúan totalmente embriagados de sus ideologías. Otros ambicionan controlar las estructuras. Otros viven de la borrachera intelectual y los logros académicos, exhibiendo lo que saben. Otros se arrastran y sobreviven, pues les pesa la vocación y el duro trabajo pastoral. Otros están rebotados, porque quieren imponer una línea de trabajo o unas ideas que no logran llevar a cabo. Otros saben leer con sabiduría los signos de los tiempos y ejercen su labor pacientemente, sin casarse política ni ideológicamente; estos son señalados y tachados de versos sueltos que no están en la línea marcada desde arriba.

Lo cierto es que veo en mi Iglesia un letargo y un adormecimiento. Muchos por desconcierto ante sus pastores, otros por una gran apostasía que cada vez se va extendiendo más. 

Resurgir unidos a Jesús

La Iglesia no renacerá si no mira a Jesús, su vida, su misión, sus palabras y hechos. Debe hacer el esfuerzo humilde de reconectar con él, sin prejuicios, sin lacras históricas, sin resentimientos. Volver a Cristo cambia el corazón y lo limpia de tantas capas que han ido estrechando la visión liberadora del evangelio.

Necesitamos generar una mayor complicidad personal con aquel que es el fundamento de nuestra vocación y convertirlo en el centro único de nuestra vida. Si nos abrimos a una nueva experiencia de encuentro con Jesús, renunciando al ego, juntos con él nos reencontraremos con nosotros mismos y él nos hará sacerdotes nuevos, hombres y mujeres nuevos.

Sólo así surgirá la aurora en la Iglesia. El entusiasmo y la alegría de la primitiva Iglesia tiene que volver a instalarse en el corazón de la postrera. El hastío y la indiferencia se diluirán; los cristianos serán hombres y mujeres de esperanza.

El poder se come la vocación, es la antítesis del amor y de la misión. Todo lo que no nazca del silencio, humilde y generoso, nos estará apartando de la razón última por la que fuimos llamados.

Yo creo que, a pesar de todo, hay momentos en que el soplo del Espíritu es como un vendaval. Así fue en la fundación de la Iglesia, pero a veces también es un soplo suave y susurrante, un aliento que sigue ahí, aunque la inercia y el cansancio puedan tapar su sonido.

Estamos en una cultura global y digital. Pero todo empieza por unas brasas, chispas que, alimentadas por pequeños fuegos, se convertirán en una hoguera que desprenda llamaradas de luz para iluminar a muchos.

Sólo desde las pequeñas comunidades podremos seguir alimentando estas brasas para que el fuego nunca se apague. Ni la era de la globalización ni las grandes proyecciones telemáticas pueden suplir una pastoral de la presencia y el testimonio, el contacto y la cercanía. Esto será lo que permitirá a la Iglesia mantenerse viva.

domingo, noviembre 14, 2021

Fe y obras: lo que Dios quiere de nosotros

«estuve desnudo y me  vestisteis» (Mateo 25, 36)
«Estuve desnudo y me vestisteis», Mateo 25, 36
Lo que Dios hace por nosotros

Dios hace obras grandes en nosotros. María canta en su Magníficat: Dios ha obrado en mí maravillas. Cada uno de nosotros puede decir lo mismo.

Su primera gran obra es crear el universo y darnos la vida. Con Dios, por el simple hecho de existir, estamos en deuda. Nos lo ha dado todo. Por tanto, nuestra primera actitud debería ser de gratitud a Dios por habernos creado. Como decía santa Clara: «Te alabo, Dios mío, porque me has creado».

La segunda gran obra es que nos ama entrañablemente. Tanto nos ha amado, que ha entregado a su propio Hijo, Jesús, hasta morir en la cruz. Dios nos da la vida, y además da su vida por nosotros.

Al amarnos y entregarse, nos redime y nos da la vida eterna. Crea el universo. Crea al ser humano. Nos ama, se entrega y nos salva. Esta es la gran obra de Dios en nosotros.

Ante esta inmensidad de amor, tenemos que responder con fe, obras y actitudes.

Lo que Dios espera de nosotros

Como Padre que nos ama, espera que correspondamos a su amor. Siendo hijos suyos, también espera que nosotros obremos a ejemplo suyo. ¿Cómo hemos de obrar? Leemos en el evangelio de Juan, 6, 29: «Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en el que él ha enviado».

Creer, adherirse a Jesús, confiar en él, ya es una forma de actuar. Porque la fe nos llevará a las obras.

Fe y obras son inseparables. No podemos demostrar nuestra fe sin obras. En la carta de Santiago 2, 14-20 leemos un texto crucial:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.  ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?

La fe sola, según el evangelio, no puede salvarnos: nos salvará con las obras.

Jesús es inequívoco en esta cuestión. Leemos en Mateo 7, 21-23:

No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

A continuación (Mateo 7, 24-29) Jesús explica la parábola del hombre que construye sobre arena: el que sólo cree, pero no hace, su casa se derrumba. El que construye sobre roca es el que tiene fe y pone en práctica lo que cree. Su casa resiste las tempestades.

Y ¿de qué obras hablamos? Jesús nos da la respuesta en el evangelio, con la parábola del juicio final. Serán las obras de misericordia, la atención y el cuidado a las necesidades de los demás, lo que nos abra las puertas del cielo (Mateo 25, 31-46).

Lo que podemos hacer en nuestra vida

En nuestro entorno, con la familia, en el trabajo y en la sociedad, ¿qué podemos hacer?

Demostramos que creemos en Dios cuando somos capaces de amar al prójimo y asumir las responsabilidades de ciertos compromisos que adquirimos.

En el grupo, en la comunidad, que cada cual se pregunte: ¿estoy obrando correctamente en mi relación con los demás? ¿Cumplo el compromiso que he adquirido? ¿Soy persona de confianza? ¿Doy testimonio de coherencia?

Es importante distinguir entre obligación y compromiso. Cuando nos ofrecemos a colaborar, no podemos hacer las cosas por obligación.

Pero sí debemos hacer las cosas por compromiso: cuando me comprometo significa que, libre y voluntariamente, he decidido asumir una responsabilidad. A veces no me apetecerá, pero el compromiso es una decisión que he tomado y debe estar por encima de mis estados de ánimo cambiantes.

Si hacemos las cosas sólo por obligación estamos matando el compromiso. Sin embargo, asumir el compromiso significa una serie de obligaciones: no fallar, ser fiel en los horarios, hacer las cosas con alegría, con espíritu de servicio, pensando en los demás…

Un rasgo muy importante que demuestra el compromiso asumido es la prontitud: hacer las cosas pronto, con diligencia, y felices.

Otra señal de compromiso es ser generoso: con el tiempo y con los recursos. Llegar antes, con tiempo, dar un poco más de lo que se te pide, no regatear. Esto va a contribuir a que las cosas fluyan y crezcan.

Amor y compromiso

Un enamorado corre a hacer lo que le pide la enamorada. Es espléndido, no se despista, está allí. Si no nos enamoramos de Dios, del proyecto, de la misión, iremos a cámara lenta y arrastrándonos, nos moverá el “ir tirando”. Cuando estamos enamorados, nos arde el corazón por hacer feliz al amado.

Adelantarse, saber qué necesita el grupo y dar antes de que te pidan es otra señal de compromiso y entrega. Ofrecerse sin escatimar tiempo es otra señal de amor.

Meditemos despacio. Lo que nos ha de mover no es la obligación, ni el miedo, ni el deseo de complacer o quedar bien ante los demás. Nos ha de mover la gratitud, el amor y la libertad. Acerquémonos a Dios en la oración y en la eucaristía: conozcamos su amor tan grande, sintámonos llenos de su ternura. El agradecimiento y la libertad nos llevarán al compromiso, que es una decisión libre de amar y entregarnos, como lo hizo Jesús. Él es nuestro gran ejemplo y maestro.

 

lunes, septiembre 27, 2021

50 años después, una primavera en otoño


Hoy, día 25 de septiembre, he asistido a un aniversario de 50 años de ordenación de tres sacerdotes, con una larga experiencia pastoral. Sacerdotes ancianos, que lo han dado todo, sus historias son fascinantes y revelan una entrega sin regateos: a lo largo de estos 50 años, se han desvivido por completo y su amor al sacerdocio no sólo ha sido total, sino manifiestamente fecundo.

La parroquia estaba llena. La celebración ha sido exquisita, profunda, y se respiraba un ambiente de alegría, acogida y humildad. Los tres, con su talla humana, intelectual y religiosa, desprendían hondura y auténtica pasión por su ministerio. Sus palabras han estado llenas de sabiduría; su mensaje, certero, y su testimonio, vigoroso. La homilía también revelaba una gran formación pastoral y teológica, radicalidad evangélica y gratitud por el don del ministerio. Los tres han vivido este regalo con lucidez y agradecimiento, testimonios vivos de un estilo novedoso de ejercer el sacerdocio. 

Se podía percibir entre ellos el perfume de la amistad y de un compromiso sólido de muchos años.  Conscientes de la importancia de su misión, todos han dejado una huella muy profunda allí donde han ejercido su labor como rectores de diversas parroquias.

Impresionaba verlos tan firmes, con ese enorme bagaje acumulado en sus vidas, tan ricas espiritualmente e intensas pastoralmente. Impacta y emociona ver tres vidas dedicadas al Señor y a su Iglesia; tres vidas desbordantes e incansables en el anuncio de la buena nueva; tres vidas de una generosidad sin límites; vidas volcadas a la construcción del Reino; vidas fieles, que también han sabido abrazar el sufrimiento y la incomprensión. Vidas alegres, creativas, entusiastas; vidas de oración fecunda y de continuos retos en su labor, con sus carismas especiales de evangelización en el mundo de la cultura y los medios de comunicación, así como un deseo ardiente de trabajar por la paz.

Aunque ya jubilados de sus responsabilidades y cargos, sus almas siguen vibrando pese a la vejez. Su tenacidad va más allá de los límites físicos. Por un lado, irradian una fuerza y una frescura extraordinarias. Por otro, la fragilidad de unos cuerpos que van reduciendo su movilidad y su energía indica que ya están entrando en una fase más contemplativa. Su fecundidad será más interior, actuarán más como consejeros y maestros, desde la discreción. Ya no tendrán un protagonismo hacia afuera, sino un crecimiento más profundo hacia adentro. Así se veía en el mayor de todos ellos. De la pastoral activa pasarán a la pastoral de la presencia. Del trabajo vertiginoso a ser misioneros del sosiego y la calma, de la no-prisa. En esta última etapa de su sacerdocio ahondarán más en el valor del silencio y la escucha. Es un gran momento para mirar hacia atrás con enorme gratitud, abrazar con paz los límites del presente y abandonarse en manos de Dios, con la conciencia plena de que están avanzando en el camino de encuentro con Aquel que ha sido la raíz y que ha sostenido el regalo de su vocación sacerdotal; Aquel que está en el origen de un proyecto soñado para ellos; Aquel que es la fuente de la perpetua alegría.

Me he conmovido viéndolos a los tres, con otros quince sacerdotes que los acompañábamos, arropándolos y dando gracias a Dios por su fecunda tarea pastoral.

He tenido la suerte de haberlos conocido recién ordenados, con una enorme energía vital en los comienzos. Ellos tres han seguido mi trayectoria y estuvieron en mi ordenación sacerdotal. Para mí han sido grandes maestros y pastores, que me han ayudado a crecer como persona y como sacerdote. Por eso he dado muchas gracias a Dios por ellos y por permitir que, misteriosamente, nuestras vidas se cruzaran cuando yo era un joven con inquietud vocacional. Hoy ha sido un auténtico deleite espiritual que me ha hecho ser más consciente de cómo Dios va tejiendo un plan personal que poco a poco converge en un proyecto común, hasta que se produce el momento histórico del encuentro.

domingo, agosto 08, 2021

La llamada, un vuelco en mi vida

Delante de San Ramón de Peñafort, donde fui llamado (agosto 2021)
Fue un domingo de verano del 1974. Tenía dieciocho años, toda una vida por delante. Ese día quedé con un sacerdote, responsable de la catequesis y el grupo de jóvenes de un pequeño santuario vinculado a la parroquia de Santa Eulalia de Vilapicina.

Llegué al santuario invitado por una amiga inquieta, que se estaba planteando hacerse monja carmelita. La conocí a través de una amiga de mi hermana Carmen. Vivíamos muy cerca de esta ermita, y ella me invitó a conocer al sacerdote responsable de la pequeña comunidad, en el barrio de Vilapicina de Barcelona. Me acerqué y expresé mi deseo de integrarme en el grupo de jóvenes. Fue así como conocí al padre Agustín Viñas.

Llevaba el grupo de jóvenes una extraordinaria catequista, llamada Conchita Nevado, de origen asturiano. Solíamos hacer excursiones, colonias y campamentos, y me metí de lleno en la vida del santuario. Fue una experiencia intensa que me ayudó a orientar mi vida cristiana durante la adolescencia, despertando en mí enormes interrogantes sobre Dios y el sentido de la vida. Tenía entonces dieciséis años y buscaba referentes y respuestas a todas mis preguntas. Siendo de carácter tímido y discreto, supuso para mí un gran esfuerzo por abrirme y compartir mi vida interior con otros jóvenes. Este encuentro y aquel entusiasta sacerdote me abrieron todo un mundo de experiencias. Aquellos momentos serían decisivos, pues empezaba a gestarse un proyecto que cambiaría mi rumbo. Todo germinaba lentamente en mi corazón. Ante las ansias de una búsqueda discreta comenzaba a iluminarse un nuevo horizonte. Todo emergía en medio de una adolescencia llena de incertidumbre. También sentí algo de miedo, porque empezaba a vislumbrar algo diferente que nunca pensé que ocurriría.

Camino hacia Alella

Aquel primer domingo de agosto, el día 4, fiesta del santo Cura de Ars, todo empezó a cobrar sentido, pese a mis temores. Le dije al sacerdote que me gustaría hablar con él, tenía dudas, preguntas e inquietudes. Ese día salimos los dos hacia Alella, un pueblo en el Maresme barcelonés. Fuimos en una vespa de color azul intenso. Era domingo, el sol lucía en un cielo luminoso y sus rayos caían con intensidad.

En Alella, después de desayunar con una familia amiga del padre Viñas, estuvimos jugando al tenis. Él era delgado, fuerte y de largas extremidades; con sus recias manos y brazos, golpeaba la pelota con fuerza. Yo era un adolescente aún más delgado y era la primera vez que jugaba al tenis. Como podéis suponer, no daba pie con bola.

Pero después estuvimos hablando, mientras paseábamos, y fue un rato entrañable, donde pudimos tratar de muchas cosas.

Fuimos a comer a casa de otros amigos del padre Agustín, una familia que formaba parte del grupo de matrimonios que él llevaba. Recuerdo que hicieron una jugosa y rica paella que me sentó de maravilla después de pasar una hora pegando a la pelota.

Era una familia amable y acogedora, y muy comprometida como cristianos. En la extensa sobremesa, tuvimos una larga conversación sobre las tareas pastorales del padre Agustín y la aportación que la familia cristiana puede hacer a la vida de la fe en las comunidades. Era una auténtica delicia oírlos, y yo estaba ávido por escuchar y aprender. En los dos años que llevaba yendo al santuario sentía que iba creciendo cada vez más en el conocimiento de mí mismo y de la realidad, y me iba abriendo a lo nuevo.

La llamada

El padre Viñas tenía que celebrar misa en San Ramon de Peñafort, en Barcelona, a las 7 de la tarde. Así que regresamos en la vespa y llegamos a la Rambla de Catalunya. La dejamos aparcada cerca y seguimos caminando hasta la iglesia. Yo estaba contento: había sido un día intenso, bonito. Pero aún no sabía que aquellas siete horas que había pasado con el padre Agustín cambiarían radicalmente el rumbo de mi historia.

Antes de entrar en la parroquia, él me preguntó a qué aspiraba yo en mi vida. E inmediatamente añadió: ¿Has pensado alguna vez ser sacerdote?

Yo le dije que deseaba ser un buen cristiano. Nos despedimos, me dio un abrazo y entró en la iglesia.

Eran las siete de la tarde y me quedé solo, en medio de los transeúntes que subían y bajaban por la Rambla. Recuerdo que un gran manto de nubes oscuras cubrió el cielo y bajé hasta la Plaza de Catalunya, pensativo e inquieto, con una mezcla de alegría y temor que me invadía. Claro que deseaba ser un buen cristiano. Lo que nunca me había planteado era si quería ser cura.

Empezó a lloviznar, mientras algunos relámpagos iluminaban el cielo oscurecido. Se avecinaba una tormenta de verano y un fuerte viento se desató. También en mi interior tronaban las preguntas. Después de un día soleado, que me había llenado de alegría, un huracán me sacudió por dentro.

Después de la tormenta

En mi familia no había tradición alguna de personas religiosas o consagradas. Su fe era como la de muchos: cumplir lo justo. Eran muy buenos, pero alejados de la piedad cristiana. Algunos, más bien críticos con la Iglesia. En medio de la tormenta y en el anonimato de las gentes que iban y venían, la gran cuestión vital se abría paso. Era una llamada, y me daba pánico contestar, por las enormes implicaciones que esto suponía.

Absorto en mis pensamientos, cogí el metro hacia Virrey Amat, para volver a mi casa, con mi familia, en la calle Greco.

Aquella tarde hizo tambalearse los cimientos de mi vida. Era un joven que estaba descubriendo, en el santuario, la belleza del amor en la imagen de aquel joven sacerdote, enamorado de su ministerio. Por la noche, descansando en mi habitación, con una inesperada paz interior, le dije al Señor que sí. Me abría a su plan de ser sacerdote. Ya no me importaban mis miedos. Dios me había llamado, no podía decirle que no. Le pedí que me ayudara, que era un desastre de adolescente, pero con él no temía nada. Estaba dispuesto a todo y a mantenerme firme. Aquella noche, en la profundidad de mi alma, se hizo de día. De madrugada, una calma invadió mi ser. Me sentía feliz porque Dios me llamaba a una gran aventura, desconocida para mí. El 30 de agosto de aquel año cumpliría dieciocho. Al día siguiente, mi vida ya era otra: Dios había logrado fascinarme y estaba enamorado. Me sentía suyo, para siempre. Todo cambió aquel 4 de agosto a las 7 de la tarde. El día 11, una semana después, fiesta de santa Clara, le comunicaría mi respuesta al Padre Viñas. Y sería el 4 de octubre, día de san Francisco de Asís, cuando inicié mi formación vocacional hacia el sacerdocio.

De esto han pasado 47 años. El 7 de marzo hizo 34 que me ordené. Doy gracias a Dios por el don del sacerdocio y por todo lo que he recibido a lo largo de mis años de ministerio, de tantas personas.

domingo, agosto 01, 2021

San Félix, pasión por Cristo


Nació en el norte de Africa, en la ciudad llamada Scilitana, donde hoy está Túnez.

De joven estudió lenguas y filosofía, y fue en su época de estudiante cuando conoció a los cristianos y se convirtió a la nueva fe que se iba expandiendo por el Imperio Romano.

Lo dejó todo, familia, trabajo, hogar y patria, para ir a apoyar a los cristianos de la Hispania Tarraconense, que entonces estaban sufriendo una despiadada persecución por decreto del emperador Diocleciano. Viajó por mar hasta las tierras catalanas para animar y dar fuerzas a las comunidades de Girona.

Tras un tiempo de intensa evangelización, San Félix fue detenido por las autoridades romanas y sufrió toda clase de vejaciones y torturas, hasta llegar a dar la vida por su fe. Padeció hasta el límite, sin importarle perderlo todo, porque para él Cristo era su gran perla, su riqueza y su amor. La vida, sin él, carecía de valor.

El gobernador romano le ofreció toda clase de comodidades, cargos y favores si renunciaba a su fe. Félix pudo gozar de una vida larga y próspera, viviendo en palacios y sin sobresaltos si hubiera elegido adorar al emperador y a los dioses romanos. Pero se mantuvo firme y prefirió pasar por las torturas y el dolor más insoportable antes que traicionar a Jesús. Aún en los peores suplicios, azotado, ensangrentado, casi sin fuerzas, resistió con firmeza, erguido y sin doblar la rodilla ante el tirano. Ni el zarpazo de la muerte lo detuvo: esperaba encontrarse, definitivamente, con su Señor.

La alegría del encuentro con Cristo era mayor que todo el sufrimiento que estaba soportando. Cuando falleció, exhausto, lo hizo con una gran certeza en su corazón: que la semilla de su martirio había de dar su fruto.

El universo se encoge ante un alma tan grande, que no tiembla ante la impotencia y que está dispuesta a morir por Aquel en el que cree y al que ama. Félix se unió al sufrimiento y martirio de Cristo con total abandono en Dios. Por eso participa, como tantos otros, de la gloria de Dios.

Los mártires, hoy

Los mártires nos recuerdan que, en un mundo descreído y autosuficiente, si queremos vivir una íntima amistad con Dios, hemos de responder con firmeza, valentía y coraje sin esconder nuestra fe. No estamos en aquel momento histórico de los primeros siglos de la Iglesia, en que los cristianos eran arrojados a los leones. Hoy, al menos en los países democráticos, más o menos se respeta la libertad religiosa y no se encarcela a nadie por ser cristiano. Pero sí es verdad que en algunos países del mundo se muere por ser cristiano, y las iglesias sufren ataques y destrucciones violentas. El cristianismo es la religión más perseguida del mundo. No podemos quedarnos indiferentes cuando hermanos nuestros de otros países están sufriendo tanto. San Félix no se hubiera quedado impasible.

En Occidente se vive otro tipo de persecución: mediática, social e incluso política. Los valores de la Iglesia se menosprecian o se atacan; no se respeta nuestra fe y se ridiculizan nuestras creencias.

Una fe nacida de una persecución es recia, vital. Una fe que brota del sufrimiento y del testimonio, que ha sido probada hasta el límite, hasta dar la vida, no podemos dudar que sea auténtica, firme y sólida.

Aquellos cristianos tenían un entusiasmo tan extraordinario que sólo puede entenderse sabiendo que tenían una certeza: que Jesús resucitado estaba con ellos. De aquí la intrepidez de aquellos judíos y gentiles de las primeras comunidades. ¿De dónde sacaban su fuerza expansiva, su vigor, su capacidad organizativa para anunciar la buena nueva, a tiempo y a destiempo? Sólo era posible a partir de un auténtico gozo pascual, una vivencia real de la presencia de Cristo en medio de ellos.

Sin esta experiencia personal y comunitaria, difícilmente nuestro mensaje llegará con la misma onda expansiva a todos aquellos que, hoy, viven a nuestro alrededor. El mundo de hoy sufre un gran vacío y desorientación. Lo sucedido en los dos últimos años ha contribuido a fragmentar la sociedad y encerrar a las personas en sí mismas, en sus miedos y soledades. Los cristianos tenemos mucho que decir y mucho que hacer. Pero hoy, todo ese entusiasmo creativo parece que se nos ha apagado. Vivimos de una herencia cultural y religiosa que poco a poco ha ido perdiendo vitalidad. Hemos olvidado que cada nueva generación debe ser convertida. Cada nueva generación ha de conocer y enamorarse de Cristo, debe encender una llama y mantenerla viva con el mismo esfuerzo y alegría con que los primeros la llevaron por todo el mundo. Los mártires de los primeros tiempos, como San Félix, nos recuerdan que tenemos esta hermosa y gran misión.

domingo, abril 11, 2021

Llamados a vivir resucitados


La liturgia cristiana tiene su culminación en el Triduo Pascual. Son los días más importantes del año, ya que en ellos celebramos lo fundamental de nuestra fe cristiana: la muerte y resurrección de Jesús.

Durante todo el tiempo de cuaresma nos hemos ido preparando para vivir el hecho que fundamenta nuestra fe. El domingo de resurrección iniciamos una larga etapa pascual: Jesús está vivo y presente en la Iglesia y en cada uno de nosotros.

La comunidad cristiana de San Félix hemos tenido en esta Semana Santa unas bellas y profundas celebraciones litúrgicas que han ido subiendo en intensidad espiritual.

Vía Crucis

El Vía Crucis, una oración meditada de la Pasión de Cristo, nos ayuda a ahondar en el misterio del dolor y la muerte de Jesús. Para los cristianos ha de ser un toque moral y espiritual que nos lleve a profundizar en el sufrimiento del mundo y, en especial, de aquellos que están al margen de la sociedad: colectivos descartados que, por su situación de herida sufren aún mayor dolor. Estamos llamados a responder con una actitud generosa a mitigar el dolor que los hace más vulnerables.

Domingo de Ramos: la misión

El Domingo de Ramos celebramos la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén, subido en un asno y aclamado por el pueblo que acudía a celebrar la Pascua judía. Una entrada humilde, pese al olor de multitudes, pues Jesús era consciente de que subir a Jerusalén era el final de su misión: abrazar la cruz.

Jesús, así, se desmarca de las aspiraciones mesiánicas de corte militar, de oposición al Imperio romano y de poder político. Jesús no vino a enfrentarse a los romanos: su misión era anunciar a todos la buena nueva de Dios, y no provocar altercados ni encabezar un movimiento guerrillero, como quizás querían algunos de sus seguidores. Él vino a dar su vida en rescate para salvar a todos, dando vida y sentido a la existencia humana. Jesús entra en la Jerusalén de nuestro corazón y se pone en camino para liberarnos.

Jueves Santo: el amor

La Santa Cena del Jueves Santo nos sienta en torno al ágape donde se instituye la eucaristía, sacramento por el cual Jesús se hace presente en la comunidad cristiana hasta el final de los tiempos. Recordamos su pasión, muerte y resurrección, dejando en el mundo su presencia a través del sacramento del amor.

En el marco de esta cena pascual, Jesús tendrá un gesto profundamente simbólico. Los apóstoles son llamados a ejercer la «diaconía», es decir, el servicio a los demás. Lavando los pies a sus discípulos, les está indicando que la misión de los suyos es servir desde la humildad, renunciando al poder. Él se agacha, como un esclavo, como signo de entrega, y dice: «Haced lo que yo hago». No sólo hemos de limpiar los pies, sino sanar el alma desde la ternura y el cuidado.

Viernes Santo: la cruz

El Viernes Santo, es la expresión máxima del amor, que se derrama hasta dar la vida.  En la celebración, exaltamos el valor de la cruz como medio de salvación.

Si el Viernes Santo toda la liturgia está orientada al misterio de la Cruz, la mañana del sábado es ese tiempo de espera entre el Viernes y la Vigilia Pascual. La esperanza como valor teologal adquiere un valor fundamental para el cristiano. El Sábado Santo es un tiempo de espera activa, de silencio, de recogimiento y expectativa. La crisálida está a punto de abrirse y dejar volar una criatura nueva.

Sábado Santo: la esperanza

El tiempo para la esperanza se convierte en algo esencial: no todo está perdido. Después de la cruz, después de la noche oscura, está va a despuntar el alba de un nuevo día. Saber esperar con sosiego forma parte de nuestra vida cristiana. Aunque parezca que todo se acaba, la esperanza activa y a la vez serena es crucial para entender que nuestra vida no es un vacío absurdo. Hay una realidad ulterior que nos orienta hacia un acontecimiento extraordinario que puede cambiar nuestra cosmovisión de la realidad. Dios actúa por encima de nuestra lógica, hasta revelar la potencia creativa de su infinito amor.

María, la madre de Jesús, que seguramente hacía tiempo que no veía a su hijo desde que marchó de Nazaret, vuelve a entrar en escena con el inicio de la Pasión. El niño que gestó en sus entrañas, el adolescente que se perdió en el templo con los doctores de la Ley, el adulto que se bautizaría en el Jordán y que abandonaría su pueblo natal tras vivir largos años en casa, con María y José, ahora atraviesa los momentos más duros de su vida pública. María, que llevó en sus entrañas al hijo de Dios, siempre mantuvo en su corazón la certeza de que su hijo formaba parte de un plan divino. Ella también debió pasar otro Getsemaní. ¿Qué pensaba, al contemplar a su hijo clavado en la cruz? ¿Pensó que era el final de todo? ¿Dónde quedaba, aquella experiencia que vivió ante el anuncio del ángel?

Pero María, como Jesús, no sucumbe, no se deja derrotar, no se rinde. Ella tendrá la clara esperanza de que su hijo resucitará. En esas horas en que se topa con el misterio de la iniquidad del mal, ella también bebe un amargo cáliz. Pero, como dijo al ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Y así fue.

La clara esperanza se torna alegría y júbilo. El Jesús que contemplábamos en la cruz hoy lo contemplamos glorioso. La esperanza de María se convierte en gozo permanente. No es una esperanza vacía, sin sentido. Es una esperanza que la capacita para una nueva experiencia. Aunque los evangelios no recogen el encuentro de Jesús resucitado con su madre, no hay que descartar que pudiera haberse dado. Se diera o no, el estallido de la resurrección de Jesús también inundó de claridad a María. Más que nunca, ella creyó en su hijo resucitado y la esperanza iluminaría su vida para siempre.

En los evangelios se omite una parte importante de la vida de Jesús. Hay una vida oculta que no se reseña, no porque no tuviera valor. A veces esa vida adquiere un valor todavía más importante. Fue una vida discreta, escondida en Nazaret, hasta su adultez. Sin ella no se podría entender su ministerio público. Durante esos años de silencio, Jesús tuvo un largo tiempo de formación como artesano y de crecimiento espiritual. La experiencia fue nuclear. Fueron treinta años digiriendo, metabolizando y gestando el plan de Dios en su vida. Y eso María lo sabía y lo tenía muy claro. De aquí su clara esperanza de que resucitaría.

Domingo de Pascua: la resurrección

La promesa se convierte en realidad: Jesús había anunciado a los suyos que, al tercer día, resucitaría. Este era el plan de Dios: levantar a su hijo de las tinieblas y de la muerte. Esta es su gran misericordia. La cruz no era la meta, sino un momento más para llegar a la meta última: la resurrección.

Ahora sí, para María y para los discípulos todo adquiere sentido. La cruz era tocar el infierno del corazón humano, era descender hasta la miseria humana más atroz. Era el precio en el intento de Dios por llegar al corazón de la humanidad para rescatarla. Sólo así, haciendo suya toda la mezquindad del hombre, podía iniciar el proceso de su restauración. Por eso, el Domingo de Resurrección es la liberación de todos. Jesús no se rinde en esa batalla por conquistar nuestra alma. Sólo con la fuerza iluminadora de su vida nueva el hombre puede renacer, junto con Cristo.

La Iglesia nos propone hacer un itinerario de alegría, es decir, un camino pascual para saborear la misericordia de Dios, un tiempo para convencernos de que Jesús vive en el corazón de la comunidad, un tiempo para desinstalarnos de la apatía, de la tristeza, del miedo. Pero, sobre todo, un tiempo para saborear la delicia de un Dios que desea la felicidad del hombre. Se acabaron las dudas, el desconcierto, la desesperanza. Dios todo lo puede.

Él hace posible que nuestro desértico corazón se convierta en un vergel lleno de luz y de flores. Los rayos de su resurrección han llegado hasta el interior de nuestra existencia, sanándola y despertándola a una vida nueva, a la luz de este encuentro gozoso con Jesús.

Pascua y misión

La pascua es tiempo para superar el victimismo psicológico y social. Es una llamada a desinstalarnos de los resentimientos y apatías. La noticia de la resurrección de Jesús ha de llenar de alegría toda nuestra existencia. El gozo de un reencuentro con Jesús ha de producir en nosotros un cambio de vida, orientándola a una profunda alegría existencial. Los fracasos, dificultades, problemas, han de servir para reflexionar y ver que nada justifica lo que es esencial en nuestra vida. Los cristianos tenemos que vivir y movernos a partir de esta gran certeza: Cristo vive. Sin esta experiencia vital, corremos el peligro de oscurecer el horizonte de nuestra vida y resbalar por el victimismo, haciendo de nuestra vida una fuente de constante tensión y hundiéndonos en el pantano del sinsentido y la amargura. Esto nos lleva a la desconfianza y a la ruptura con nosotros mismos y con los demás, llegando a concebir al otro como un adversario o un enemigo y rompiendo toda posibilidad de un reencuentro.

Vivir plenamente la Pascua se traduce en un cambio de actitud, pasando de una bonita imagen plástica de las apariciones de Jesús a creer y vivir que hoy, Domingo de Pascua, a mí también se me hace presente Jesús, para arrancar de mí toda tristeza y desesperación, llamándome a vivir una nueva experiencia de encuentro.

Será entonces cuando nos convirtamos en cristianos pascuales, con dos actitudes que marcaron el encuentro de Jesús y sus discípulos: la alegría de un renacimiento y la conciencia clara de que hay que continuar la misión de Jesús en medio del mundo.

Son los dos rasgos que han de orientar una clara línea evangelizadora: la alegría de saber que formamos parte de esa comunión con Jesús y el compromiso que nos lleva a anunciar que él vive, convirtiéndonos en voceros de su mensaje.

Si dejamos que esta convicción permee todo cuanto hacemos y vivimos, os aseguro que ninguna tormenta nos apartará de nuestro enclave existencial y espiritual. La experiencia será tan densa que metabolizar las contrariedades ya no nos costará tanto, porque sabemos que Jesús está a nuestro lado y él está por encima de todas las adversidades, dándonos su paz en medio de la marea.

Él, como dijo a sus discípulos, estará siempre con nosotros hasta el final de los tiempos. Como cristianos pascuales, hemos de vivir como si ya estuviéramos resucitados. Hoy, aquí y ahora, Jesús nos ha liberado de la muerte para vivir con él de una manera plena y total. Dejemos que el estallido de su resurrección ilumine todo el universo de nuestra existencia. De esta manera, las tinieblas de nuestra incerteza se convertirán en una inmensa claridad. Ahora nos toca ser el relevo de esta multitud que tuvo la clara misión de anunciar a Jesús, incluso dando su vida, por aquello que creían y vivían. En este mundo donde la oscuridad se impone, los cristianos tenemos que convertirnos en antorchas exultantes que ayuden a disipar toda oscuridad. Nos toca a nosotros irradiar al mundo esta gran noticia: ¡Jesús vive!