domingo, febrero 10, 2019

Leer, ver, escuchar



Uno de los primeros avisos que Jesús da en el evangelio, en especial a sus discípulos, es este: Velad. Estad atentos. Vivid despiertos. Es una llamada que se extiende a todos los cristianos. No podemos vivir dormidos, cerrando los ojos y los oídos a la realidad, a los demás seres humanos. Si queremos vivir una vida en plenitud, como nos ofrece Jesús, necesitamos estar bien alerta y con los cinco sentidos despiertos.

En las parroquias comunicamos. Cada semana, en las misas, procuramos que todos estéis al día de las novedades. Como miembros de una misma familia, lo natural es que estas noticias nos interesen a todos. Son nuestras noticias, no deben dejarnos indiferentes. Aún y así siempre hay alguien que se queja porque no se ha enterado de algo. ¿Qué podemos hacer?

Comunicar no es sólo dar noticias. Para que haya comunicación es importante que el mensaje sea claro, se dé bien y, además, que el receptor esté atento y escuche. Si se corta la conexión entre el que habla y el que escucha, no habrá comunicación. Ese corte se puede producir porque hay ruidos, porque el mensaje no se da bien, o porque el destinatario tiene algún impedimento. A veces el mayor obstáculo es la falta de interés y atención. Como dice el refrán, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”.

Para asegurar que las noticias llegan a todos, en la parroquia utilizamos cinco medios. Por un lado, transmitimos las comunicaciones de viva voz en las misas (para personas con dificultades visuales). Las publicamos en la hoja, para que podáis leer y recordar. Lo más importante también lo ponemos en carteles a la entrada, para que salte a la vista. Además, enviamos por e-mail las noticias a todos los que habéis facilitado vuestro correo. Tenemos página web y estamos en redes sociales. Y, por supuesto, también comunicamos de viva a voz, cara a cara. Como veis, ¡no ahorramos en medios! Podemos enterarnos de las noticias de muchas maneras: tan sólo hace falta ver, leer o escuchar. Abramos los ojos, los oídos y el corazón.

domingo, diciembre 16, 2018

Drenar el alma

Las lluvias de los pasados meses han provocado verdaderos estragos en muchos lugares de España. Carreteras, casas, edificios y equipamientos públicos han sufrido los reveses climatológicos, generando inseguridad, miedo y sufrimiento en la gente, y en algunos casos también abandono por parte de las administraciones.

Lo cierto es que muchas personas han tenido una sensación de impotencia viendo cómo la lluvia incesante, día tras día, iba dañando su entorno. Es entonces cuando nos topamos con la virulencia de la naturaleza que ruge sin piedad sobre las frágiles estructuras humanas. 

También en la parroquia hemos sufrido los efectos del temporal, especialmente en sus desagües. La obstrucción de las cañerías ha provocado seis inundaciones en la zona de la rectoría. Los voluntarios que ayudaron lucharon a brazo partido con el agua que salía de los sanitarios con la fuerza de una catarata. Cuando la lluvia arreciaba, era imposible frenar la salida del agua y lo único que cabía hacer era desviarla hacia el patio.

Desde el primer día se han hecho gestiones incansables para solucionar el problema. Han venido cubas de agua, técnicos del obispado y del ayuntamiento, paletas y lampistas que de inmediato se han puesto a trabajar para intentar descubrir exactamente el lugar de las obstrucciones. Tras varios días de pruebas y exámenes, con la ayuda de cámaras, se localizaron tres bloqueos en diferentes lugares de la red de desagües. Ha habido varios intentos de desatascarlos con agua a presión, pero son tan compactos que ha sido imposible.

La solución propuesta ha sido, finalmente, realizar una nueva canalización que conduzca las aguas pluviales y residuales de la parroquia hacia el alcantarillado general, que corre por debajo de la calle Sardenya. Tras aprobar el presupuesto, e iniciar una campaña de donativos entre la feligresía, los paletas se pusieron manos a la obra y en menos de dos semanas han terminado esta nueva conducción.

Una reflexión: cuando el alma se agita


Cuántas veces nuestra alma se inquieta. Aguaceros interiores nos hacen naufragar, generando en nosotros problemas de angustia y de identidad. Nos sentimos perdidos, no controlamos la situación y la inseguridad aparece, junto con sentimientos de soledad e impotencia. Perdemos el rumbo, la obstrucción interior nos paraliza y el miedo nos quita lucidez para decidir. Todo nos viene grande. El daño psicológico, emocional y espiritual, puede causar estragos en el alma, hasta romperla.

Al igual que con las inundaciones, podemos pasar tiempo intentando achicar las aguas del dolor que nos invaden. Pero hemos de creer que un día las lluvias cesarán y dejarán de arremeter contra el muro de nuestra alma. Las olas que vienen de afuera dejarán de azotarnos y esas trombas torrenciales que oscurecen nuestros días darán paso a una mañana luminosa, incluso en pleno invierno.

Todos estamos llamados a renovarnos y a renacer. La esperanza siempre está ahí, en el momento en que nos lanzamos a la vida. Todo lo que vive tiene sus estaciones, como vemos estos días con la caída de las hojas de los árboles. Todo vuelve. Las aguas que han dejado su huella en este duro otoño harán que la primavera surja con más brío y más fuerza. La vida es un eterno amanecer, porque no se acaba en un vacío absurdo.

A raíz de lo ocurrido por causa de las lluvias, con las obras ya terminadas, se ha podido reestructurar todo el sistema de desagüe de la parroquia, con nuevos materiales de mayor calidad que favorecerán un mejor drenaje. El sistema anterior, de tocho al estilo romano, estaba obsoleto y hasta dificultaba el fluir de las aguas.

¿Cuál ha sido el precio? Una cicatriz que señala la actuación realizada para desbloquear los trombos que impedían el paso del agua. Pero ¡bendita herida la del patio, que nos recordará este año que ha sufrido la parroquia! Todo esto ha servido para que la comunidad se ponga en pie, en una activa campaña económica para hacer frente al gasto de las obras. La actividad pastoral no se ha paralizado en ningún momento. Con el esfuerzo de todos las obras han sido posibles. Una preocupación inicial se ha convertido en fortaleza para los feligreses. La comunidad crece. Juntos resolvemos un gran problema y mejoramos el funcionamiento de todo el complejo parroquial. La cicatriz del patio nos estará recordando un triunfo.

Las aguas de la solidaridad drenan el alma. Cuando todo fluye, la vida corre y es plena. Después de 70 años, los pequeños trombos en los desagües de la parroquia se habían hecho grandes, hasta producir una obstrucción peligrosa. Con este signo hoy también podemos decir que hemos mejorado el drenaje de nuestra alma, porque hemos dejado que Dios trabaje en lo más profundo de nuestro ser y desbloquee los atascos que nos impiden ser generosos y solidarios. El amor de Dios todo lo drena y permite que el agua de la vida espiritual fluya por nosotros con la máxima intensidad.

domingo, octubre 14, 2018

Dios en lo cotidiano


El hombre quiere hacerse grande


El hombre necesita de grandes hazañas para sentirse alguien importante. Si no sobresale entre los demás o no vive experiencias sublimes, no es nadie, se siente poca cosa o que no vale nada. Si tu nombre no ha dejado huella en la sociedad, en la cultura, en la política, en tu entorno, no tienes identidad. Nos pasamos la vida haciendo cosas con la intención de dejar nuestra huella en el futuro.

Esto sucede en el campo social y familiar. Pero en el religioso se respira también el deseo de tener experiencias que supongan un terremoto interior, una gran conversión. Necesitamos estímulos poderosos que nos hagan sentir algo diferente para impulsar un cambio en nuestra vida. Las súper-producciones de Hollywood, con un fuerte carácter protestante, han marcado mucho la psicología religiosa de los últimos tiempos. Con grandes puestas en escena, casi endiosando al personaje, vemos retratados a los grandes héroes bíblicos: Moisés, Josué, David. Las conquistas y batallas ganadas son signo de que Dios está de su parte. Ante estos relatos, todos soñamos en convertirnos en protagonistas de algún hecho inaudito, algo espectacular donde todos puedan ver que Dios actúa en nuestra vida y la cambia totalmente.

Entre muchos grupos religiosos se está fomentando un tipo de experiencia donde se crea un intenso ambiente emocional y espiritual. Utilizan un lenguaje sugerente, música y repetición de frases que impactan en la psique, generando un estado de conciencia que llena a las personas de fuerza. Dejan a un lado su fragilidad, sus inseguridades, y se sienten invencibles. En esos momentos, sus personas cambian.

No voy a negar la bondad y la autenticidad de muchos de estos líderes. En muchas ocasiones, se producen verdaderas y profundas conversiones: los participantes sienten que Dios los habita y que está con ellos, y cambian el rumbo de su vida. Para algunos, que se hallaban en situaciones límites, un encuentro de esta índole ha supuesto un giro radical y una enorme regeneración.

El riesgo de este tipo de espiritualidad es que, después del gran evento, hay que volver a la vida ordinaria, a la cotidianidad, y es allí donde se demuestra si realmente ha habido una conversión o solamente un impacto emocional intenso pero efímero.

Dios está en lo pequeño


Dios también se manifiesta en lo sencillo, en lo cotidiano. Santa Teresa hizo célebre esta frase: «Entre pucheros también anda el Señor». La presencia de Dios no siempre es arrebatadora. Puede ser una brisa suave y delicada. En la religiosidad existe la conciencia de un Dios que hace uso de todas sus potencias. Lo vemos, especialmente en el Éxodo, cuando se relata la liberación del pueblo de Israel de manos del imperio egipcio, mostrando su poderío frente a la obstinación del faraón. Pero también lo vemos en la brisa tenue que envolvió al profeta Elías, en la cueva.

El espíritu de Dios actúa en el devenir de cada día, en el trabajo, en la familia, con los amigos. Para crecer no necesitamos muestras continuas de su poder, sino de su amor misericordioso.

Dios también se manifiesta en lo sencillo y humilde. Quiere que lo descubramos no sólo por su fuerza. En lo pequeño también está su poder y su gloria.

Aprendamos a saber ver a Dios en el cónyuge, en los niños, en los ancianos, en los pobres, en el que sufre, en el extranjero, en el otro diferente a mí… incluso en el enemigo. Aprendamos a ver a Dios en el sufrimiento. Y también en el hermoso cambio de las estaciones, en la naturaleza, en la capacidad creativa del hombre, en su deseo de trascender. Dios está en un bebé indefenso y en el delicado vuelo de una mariposa. Dios está en los entresijos del alma. Cuando miramos el cielo y nos asombran las miríadas de estrellas, Dios está allí. Pero también está dentro de ti, en el propio aire que respiras. Dios no deja de hacerse presente. Jesús nos lo revela cercano, asequible, compasivo. La novedad no es que sea grande como Creador y fuente de la vida, sino que, siendo lo que es, omnipotente, se haga bebé, hombre y más tarde trocito de pan.

Aquí está la grandeza de Dios, que se hace tan asequible que lo podemos comer. El Dios de Jesús no es un Dios de rayos y truenos. Es una presencia delicada que no necesita de todas sus fuerzas para conquistarnos y producir un cambio en nuestra vida. Sólo necesita de una mirada compasiva, llena de amor, para decir que nos ama.

No necesitamos hacer algo grande para ser alguien. Dios sabe de nuestra fragilidad y nos ama igual, con nuestros límites. Dios hace lo contrario que el hombre; este quiere llegar a ser como Dios. En cambio, Jesús renuncia a su rango y se abaja, como dice san Pablo, haciéndose hombre. La carrera de Dios es hacia atrás, mientras que el hombre corre hacia adelante hasta estrellarse en su propia identidad.

No hay que sentirse alguien o algo importante para saber que Dios nos quiere inmensamente. Lo único que tenemos que hacer es bajar de las ruedas de la egolatría para ponernos en camino, paso a paso, hacia el abrazo de Dios. Él sólo quiere abrazarte, así de sencillo. Lejos de grandes experiencias, él siempre está allí, aunque no puedas verlo. Allí donde tú estás, vives y trabajas, en tu vida cotidiana. Tú eres su mejor santuario.

domingo, octubre 07, 2018

¿Dónde estamos? Reflexión de inicio de curso pastoral


El diagnóstico: vamos avanzando, a paso aún débil


A veces parece que estamos un poco instalados, desenamorados. Nos mueve el cumplimiento del deber cristiano, pero quizás nos falta vibrar más. Nos falta pasión.

Si cumpliéramos lo mínimo con nuestra familia, con nuestro esposo o esposa, con los hijos… ¡seguramente nos pedirían más! Necesitamos entusiasmarnos por la familia, por los hijos, por el hogar, por los proyectos. Cumplir no basta.

Si sólo cumplimos, nuestra relación con Dios se limitará al rito y a las normas. Imaginaos esto en una relación de pareja. ¿Se sostienen los matrimonios sólo por el deber? Humanamente no se puede; la desidia y el cansancio os vencerán.

Dios sigue enamorado y nos espera. ¿Y nosotros? Cuando un enamorado ama y el otro no responde, queda tristísimo. No hay un latido común. ¿Nos hemos instalado en la desidia? ¿El «ir haciendo» es nuestro plan de vida?

De esta falta de pasión viene la esterilidad. El mínimo esfuerzo nos cuesta mucho. En las parejas esto acaba en aburrimiento y separaciones. En la Iglesia, vemos parroquias vacías que sobreviven bajo mínimos. De la fe se ha pasado al rito. Del amor, a la norma.

Renunciar a la misión evangelizadora nos quita fuerza. La misión es exigencia, pero también es fuente de alegría, como recalca el papa Francisco en su exhortación La alegría del evangelio.
La conclusión es que así no podemos estar. Si amamos, del amor se deriva un compromiso. Si queremos a Jesús, amaremos a la Iglesia, a nuestra comunidad.


¿Cómo volver a enamorarnos?


Cuando la excusa para no comprometernos es que no nos cae bien el cura, o no soportamos al otro, esto es fruto del desamor. Cuando hay amor, los defectos del prójimo no importan.

Pero si amas por obligación, el amor muere. La norma sola mata el amor. El amor necesita la libertad, como el fuego necesita el viento para propagarse. Sin libertad, el amor se apaga.

¿Cómo enamorarnos de nuevo? O ¿cómo enamorarnos por primera vez? Si siempre nos han obligado… tenemos que aprender a amar.

Volvamos a las raíces, volvamos al primer amor. Necesitamos reavivar esa chispa que un día nos hizo arder.

¿Qué hiciste entonces? ¡Hazlo! ¿Qué actitud tenías? ¡Tenla ahora!

No temas al cambio, al vértigo, a lanzarte. Un enamorado se atreve a todo. El amor hace valientes a los cobardes, decía un sabio.

Volvamos a la relación personal, directa con Jesús. Dedícale tiempo, da tu tiempo a los demás: con voluntariado, con apostolado. Dale tiempo y date a ti mismo. Dale recursos, ayuda, medios, creatividad… ¿Qué le darías a tu amado, a tu amada? ¡Dáselo a Jesús!

Todo cuanto hagas, hazlo con libertad. No temas, no vas a perder nada. Ganarás una inmensa alegría. Cuando le das algo a Jesús, te lo multiplica. Jesús no te empequeñece, ni te quita nada. Jesús es la mejor apuesta.

Todo en tu vida se renovará: familia, propósitos vitales… Te sentirás pleno. Jesús no te vacía, te llena. Vuelve al primer sí: sí a Dios, sí a los demás.

domingo, julio 08, 2018

25 años de fidelidad


El P. Juan Barrio, hace 25 años y en la actualidad.

Hoy he tenido la alegría de concelebrar en la fiesta de aniversario sacerdotal del padre Juan Barrio, con motivo de sus bodas de plata. Él fue mi predecesor en la parroquia de San Félix Africano, ocho años atrás. Desde entonces hemos mantenido una gran amistad. En un momento clave en que yo sufría un problema ocular, estuvo siempre ahí, acompañándome y sustituyéndome en las celebraciones. Doy gracias a Dios de tener por amigo a este sacerdote fiel, atento y servicial.

Hace unos días vino a comunicarme, personalmente y con enorme ilusión, la invitación a su aniversario. Y hoy he podido participar en la celebración de sus bodas de plata sacerdotales, acompañado por el vicario general Joan Galtés, el vicario episcopal Jesús Sanz y concelebrada con seis sacerdotes. La celebración ha tenido lugar en el santuario de San José de la Montaña, al cuidado de las religiosas Madres de Desamparados. Ha sido una liturgia sencilla, pero muy festiva y participativa, con un gran número de feligreses tanto de esa comunidad como de otras parroquias donde el padre Juan ha ejercido su trabajo pastoral. La música era hermosa y fluía en el entorno cálido del santuario modernista, a los pies de la imagen de San José, patrón de los sacerdotes.

Juan estaba sereno, lúcido y con una emoción contenida. Se le veía la paz reflejada en el rostro, y también la alegría. El vicario general, en un tono claro y pedagógico, ha predicado comentando el evangelio de Jesús como buen pastor, que es la esencia del sacerdote: el pastor que cuida de sus ovejas y es fiel a su misión, arriesgándolo todo. Ha terminado su homilía con una triple consideración, dirigida al padre Juan: una alusión al pasado, a su fidelidad durante la vocación y en el paso por tantas parroquias y comunidades, motivo de acción de gracias; una al presente, con su entrega servicial, y una al futuro, como realidad llena de esperanza.

En el altar, Juan ha culminado la celebración con profunda unción. Era hermoso ver a este hombre entregado, alegre por servir a su comunidad.

En su intervención final, el padre Juan ha tenido palabras de gratitud para todas las personas que lo han acompañado en su sacerdocio desde los inicios. Él es de Soria y su formación sacerdotal, así como su ordenación, fue en la diócesis de Orihuela, Alicante. Ha recordado con sencillez y emoción el día de su ordenación, hace 25 años, como un momento en el que todo le parecía un sueño. Ha tenido palabras cálidas para sus formadores del seminario y el obispo que le ordenó, para sus padres y familiares, para las comunidades por las que ha pasado y los diferentes grupos con los que se relaciona, incluyendo los visitadores de enfermos y los pacientes del Hospital del Mar, a quienes atiende espiritualmente. Ha agradecido a los presentes su compañía, y ha tenido un especial recuerdo por los que «están en la casa del Padre», deseando que de algún modo también participaran de este encuentro.

La Iglesia, una familia muy diversa


En el marco de esta celebración he podido darme cuenta de que hay una realidad en la Iglesia que está basada en los vínculos de amistad y en la riqueza del origen del celebrante. Se percibía frescura, alegría, gratitud y hermandad. Era un encuentro de nueve sacerdotes unidos por la amistad, sencillamente, sin hipotecas territoriales ni ideológicas.

En la diócesis hay este riesgo: que las diferentes sensibilidades, ya sean de tipo cultural, político o ideológico, nos distancien. Existe el riesgo, también, de secuestrar la idea de Iglesia y reducirla a una estructura funcional, y no una realidad viva y humana. Quien no encaje en este modelo de Iglesia puede quedar desplazado.

La Iglesia tiene que inculturarse, pero no blindarse en estructuras de pensamiento endogámico. Evangelizar no significa dejarse atrapar por las culturas mundanas, como dice el papa Francisco, sino trascender los modelos culturales para llegar a ser universal. Aunque nos encarnemos en una diócesis con sus peculiaridades, los sacerdotes al servicio de la Iglesia universal han de ir más allá de la idea de un país, una lengua y una cultura. Cada persona es patria y tierra donde evangelizar.

Sólo así evitaremos caer en la ideologización de la pastoral. La lengua y la identidad son un medio y no una barrera que pueda fragmentar la labor evangelizadora. Hoy, en esta misa, he visto que la realidad de la Iglesia rebasa las fronteras. He visto alegría, sencillez, amistad, fiesta. Nueve curas, todos muy diferentes, acompañando al celebrante, formaban una bella imagen de esta Iglesia diversa, esta Iglesia-familia que Dios quiere.

Tenacidad y sencillez


Mientras hablaba, pensaba que la generosidad del padre Juan lo ha llevado a una entrega intensa: entre el mar, en el hospital, y la montaña, en el santuario, ocupándose de los enfermos y de la comunidad de religiosas, así como de los feligreses devotos de San José que lo frecuentan. Además del culto litúrgico y la atención pastoral exquisita, Juan atiende a su familia.

Le pido a Dios que siga así, con esa tenacidad apostólica y esa sencillez que siempre ha mantenido. Que siga vivo su amor por Cristo y el sacerdocio y, cómo no, que Dios le ayude a mantener esa lozanía espiritual que es su gran arma evangelizadora. Espero, algún día, acompañarle en sus bodas de oro, en su plenitud sacerdotal.

Barcelona, 7 de julio de 2018

A continuación, reproduzco las palabras que el P. Juan dirigió a todos los asistentes

¡Gracias a tantos!


Quiero comenzar agradeciendo de todo corazón vuestra presencia en esta misa de acción de gracias por mis 25 años de sacerdote. Agradezco a los dos vicarios episcopales, mosén Jesús Sanz y mosén Joan Galtés; a mis hermanos sacerdotes, a Inocente, primo hermano de mi padre, sacerdote de Getafe…; a mi familia, hermano y sobrinos; a las Madres de los Desamparados de San José de la Montaña, a la Asociación de San José y a la multitud de amigos que frecuentáis este santuario; a los feligreses de la parroquia de San Félix, en la que estuve once años; a los feligreses de la Medalla Miraculosa, donde he estado dos veces, una como vicario recién llegado de Alicante y otra como adscrito dos años; a los feligress de las parroquias de San Paulino y de Santa Juliana y Semproniana, parroquias del barrio donde me crié y actualmente resido; a mis amigos del Hospital, visitadoras de enfermos, trabajadores y enfermos que habéis venido hoy con mucha alegría para mí. Y gracias a todos los demás amigos que, de un modo u otro, nos hemos conocido y querido.

Los que están desde el cielo


También quiero guardar un recuerdo y un agradecimiento especial a los que hace 25 años estuvieron en mi ordenación y ahora están en la casa del Padre, entre ellos mi madre (mi padre ya no estuvo en mi ordenación, había fallecido un año antes), una de mis tías, los dos rectores del seminario de Orihuela y Alicante, algunos profesores del seminario, mi párroco Emilio Pons y tantos amigos que me ayudaron y me quisieron mucho, que Dios os pague todo lo que hicisteis por mí y confío que desde el cielo estéis viendo esta celebración.

Un día inolvidable


Siento una profunda alegría en este día tan grande para mí. Hace 25 años recibí de las manos del obispo Francisco Alvarez Martínez, entonces obispo de Orihuela, Alicante, el sacramento del orden sacerdotal. A este obispo al poco tiempo le trasladaron y lo nombraron arzobispo de Toledo y hoy, con 93 años, está muy limitado por su enfermedad de Alzhéimer.

El día de mi ordenación fue un día inolvidable, no me lo podía creer, parecía que estaba soñando. Fue un gran regalo del Señor, sin méritos propios. El Señor me eligió a mí para hacerle presente allí donde él quisiera, para que, pese a mis pecados y limitaciones, fuese su instrumento de salvación y de amor. Después de 25 años la verdad es que soy muy feliz siendo sacerdote. Es cierto que hay momentos de cansancio, de sufrimiento, de muchas dificultades, pero la verdad es que Jesús nunca me ha fallado. Él me ha abierto siempre caminos nuevos. Él, como buen pastor, siempre me ha protegido y librado de grandes peligros y me ha dado fuerza y alegría para seguir adelante. Por eso hoy, después de 25 años de sacerdote, quiero darle gracias por este gran regalo que me hizo y os invito a vosotros a que deis gracias conmigo y, sobre todo, que pidáis al Señor que nunca me separe de él y que pueda serle fiel toda mi vida.

Gracias a todos por acompañarme en este día tan grande para mí.

P. Juan Barrio Puente
7 de julio de 2018
Barcelona, santuario de San José de la Montaña


La misa fue concelebrada con nueve sacerdotes. Además del celebrante, P. Juan Barrio, estuvieron: Mn. Joan Galtés, Mn. Jesús Sanz, P. Gabriel (dominico), P. Inocente (primo del P. Juan), Pedro Muñoz (asistente en algunas misas en el santuario de San José), Rafael (amigo del seminario), Juan (amigo sacerdote) y Joaquín Iglesias, actual párroco de San Félix Africano.

sábado, junio 30, 2018

Danzando ante la custodia


Siempre que voy a Balaguer, en la comarca de la Noguera, acostumbro a visitar el santuario del Santo Cristo, en la parte alta de la ciudad. Junto a la iglesia hay un monasterio de religiosas clarisas que cuidan del templo.

En mi visita habitual, esta vez era domingo, festividad de san Juan Bautista. Eran las once y media de la mañana y la misa había terminado. Algunos fieles quedaban en los bancos, rezando, bajo la imagen del Santo Cristo, que preside el presbiterio. Este domingo, después de la misa, dejaron sobre el altar una custodia con el Santísimo expuesto. Alrededor del altar, en pie y formando un círculo, había seis monjas contemplando el Santo Sacramento.

Poco después, sonó una música de antiguos ritmos hebreos y las religiosas iniciaron una danza ante la custodia. Quedé admirado. ¡Era tan bello el cuadro! La finura de sus movimientos y su delicada actitud de oración me emocionaron. Estaban adorando a Dios con su cuerpo. Arte, belleza y adoración se combinaban en armonía. Miré sus rostros sonrientes mientras danzaban con unción y exquisita elegancia. Era un paisaje de cielo.

Y pensé que a Dios no sólo se le puede rezar con los labios, recitando oraciones, ni con la mente, en silencio. Aquella adoración eucarística no sólo no desmerecía en nada de las otras, sino que me ayudó a entrar más hondamente en el misterio. Con sencillez, dejando que el cuerpo también entrase a formar parte de la oración, aquellas monjas desprendían unción y respeto. Jamás había visto un acto de adoración tan lleno de delicadeza espiritual, en un lenguaje que llega al corazón.

Que unas religiosas de clausura se abran a nuevas formas de adoración me parece profético. A veces el culto adopta una excesiva rigidez y se vuelve tan frío que nos puede alejar del latido de amor que llena al Cristo eucarístico. Nos da miedo explorar nuevas formas de rezar, quizás por temor al qué dirán. Muchos conciben los rituales sagrados como algo mayestático y solemne, y cualquier expresión que se salga de la costumbre puede parecer irreverente o incluso frívola.

Corremos el riesgo de vivir una relación con Dios demasiado ritualizada, pero sin alma, sin emoción, sin vibración. Todo es blanco y negro, sin volumen, como las estampas, sin conexión real con la vida, porque hemos convertido ciertos ritos litúrgicos en un culto repetitivo. Y esto nos hace caer en el hastío celebrativo. Se leen los textos de siempre y siempre se hace lo mismo; hasta los sacerdotes caen en el aburrimiento. Convertimos el acto más bello en un ritual vacío en el que nada nos habla ni nos despierta el deseo profundo de acercarnos a Cristo y mejorar nuestra vida. Todo se hace porque toca. Así, lentamente, nuestras liturgias se van apagando.

Hoy he recibido un regalo que no esperaba. Que me ha hecho recordar aquel hermoso pasaje bíblico en el que el rey David se pone a bailar ante el arca de la alianza. La formación cristiana es tan racional, por un lado, y tan puritana por otro, que contemplar esta forma de dirigirse a Cristo puede ser concebido como indigno por parte de algunos.

Hay un dicho: Si rezas con tus labios, rezas una vez. Si cantas, rezas dos veces. Y si danzas, rezas tres. Dios se merece que le recemos, y le amemos, como dice el Shemá hebreo, con toda la inteligencia, con todo el corazón, con todo el cuerpo, con toda el alma y con toda la vida.

Así ha de ser todo lo que hagamos: rezar, trabajar, amar. Sólo la pasión hace posible que nuestra vida florezca ante Dios.

domingo, marzo 11, 2018

31 años en la brecha


Hace ya 31 años de aquella tarde del 7 de marzo de 1987 en la parroquia de San Isidoro, en el ensanche de Barcelona, cuando recibí de manos del cardenal Jubany el ministerio sacerdotal.

Estaba rodeado de una sólida comunidad, que acogía al nuevo presbítero lleno de emoción, alegría y quizás miedo por la responsabilidad. Era muy consciente del inmenso don que se me daba. Entre el gozo que sentía y el compromiso que adquiría para siempre, aunque con temor, sabía que lo tenía que dar todo y que mi vida, de una manera definitiva, estaba centrada en aquel a quien se la entregaba: Cristo, sacerdote de sacerdotes.

Desde mi niñez sabía que lo que recibía era algo grande: convertirme en imagen de Cristo vivo en medio del mundo. Y, a la vez, era consciente que pasar por su trayectoria me llevaría a asumir las consecuencias de un sí total y absoluto a todo aquello que él me pidiera, incluso a la incomprensión y al rechazo, aceptando con humildad mis propias limitaciones y errores durante el proceso de mi crecimiento espiritual.

No era fácil haber llegado a esta meta. Después de decirle mi sí definitivo como respuesta a una llamada, habían pasado 15 años. En la primera etapa, balbuceaba, lleno de miedo, inseguridades e incerteza. Pero una vez le dije sí a Dios, a todas, el miedo al futuro y la incertidumbre se convirtieron en valentía, seguridad, certeza y una profunda alegría. Ya no me importaban los riesgos en esta travesía. Sabiendo que pasaría por situaciones difíciles, él finalmente me cautivó, me sedujo y, sin rémoras, me lancé con un sí rotundo a hacer su voluntad.

La llamada fue seguida de un periodo largo de formación teológica y pastoral, hasta que adquirí para siempre el compromiso de servirle a través del ministerio del orden.

Han pasado ya 31 años de aquel bello día. Mi vocación se ha ido consolidando en el yunque de la experiencia, mi alma ha sido moldeada con el fuego del Espíritu que me va convirtiendo en ese modelo que inspira toda mi acción pastoral.

Silencio, oración, liturgia, apostolado y, sobre todo, mis espacios de intimidad con él han marcado mi talante sacerdotal. Encontrarme con él cada día es mi anhelo y mi deseo más profundo. Quiero crecer en él y con él, esta ha de ser la mística de todo sacerdote: propiciar el encuentro con aquel que es la razón de tu vida y de tu sacerdocio.

Sólo desde esta experiencia siento que la gracia del don se derrama sobre mí, haciéndome florecer como un campo de espigas, para convertirme en pan para otros.

Hoy quiero dar las gracias a Dios porque, en este recorrido pastoral, ha hecho posible encontrarme con vosotros, mi nueva comunidad, donde sigo con firmeza y decisión, en la brecha pastoral. Lo vivo como una etapa muy intensa, y como un regalo, pues vosotros me habéis hecho crecer muchísimo. Llegar a San Félix para mí ha sido un hermoso reto, donde cada vez soy más consciente de que el sacerdote crece, madura y se hace con la comunidad. Esta hace posible la plenitud del sacerdote, pues es imagen de la Iglesia. Sin ella no se entendería la razón de ser del sacerdocio.

Hoy mi sí a Dios se concreta con un sí a vosotros, un sí a trabajar para que también os enamoréis de Cristo, y que este se convierta para vosotros en la razón de vuestra vida.

Esta es la misión esencial de mi sacerdocio. Que toda la comunidad también sea imagen de Cristo en medio del mundo. Todos estamos en la brecha de la evangelización. A todos nos toca ser luz para un mundo que vive en las tinieblas, como hemos leído en el evangelio de Jesús y Nicodemo. Ese regalo que Dios nos ha hecho dándonos a Jesús, la comunidad hemos de hacer posible que otros lo puedan recibir.

Doy gracias por el don que él me hizo llamándome a su ministerio sagrado. Deseo con toda mi alma servirle hasta el final de mis días.

Gracias a todos por estar aquí acompañándome.

domingo, enero 07, 2018

El mayor regalo

Celebramos esta hermosa fiesta de los magos de oriente. Un día en el que reflexionamos: ¿quiénes eran estos magos? ¿Qué significa la estrella? ¿Qué buscan? ¿Por qué se van por otro camino?

Ponerse en camino


Lo importante es ponerse en marcha. Cuando uno se queda quieto, cuando tiene miedo a caminar, es porque tiene incertezas, porque le falta tenacidad o valor para salir de su espacio confortable. Ponerse en camino es esencial en la vida.

Pero ¿hacia dónde caminamos? ¿Qué buscamos? ¿Qué queremos encontrar? ¿Con qué nos encontramos? Son cuestiones muy importantes. Más allá del evento, detrás de esta fiesta de los regalos, hay unos profundos planteos teológicos, filosóficos y éticos. En el fondo, se trata de preguntarnos qué hacemos con nuestra vida.

Los magos tienen muy claro qué quieren. Quieren encontrarse con el niño que nació en Belén de Judá, quieren ofrecerle regalos y adorarlo. Unos magos son personas muy formadas, astrónomos, conocedores de los secretos del universo. Saben de estrellas, surcan con su inteligencia el firmamento. Pero más allá de esa ciencia, de la cosmología, hay otra ciencia, una ciencia misteriosa que revela un niño. Y esa revelación es la de un Dios que se hace pequeño. Podríamos decir que es la ciencia de lo diminuto, de lo humilde, pero también de lo trascendente; es la ciencia del amor, de la generosidad, la ciencia de la entrega.

Ellos se pusieron en camino. Los cristianos hemos de estar siempre en camino. Y si algún día tenemos que permanecer sentados es para contemplar la belleza de ese amor encarnado en el niño de Belén. Meditar, saborear, hacer nuestro ese misterio infinito; un misterio tan infinito que unos magos extranjeros se ponen de rodillas, maravillándose ante él, reconociendo que ahí está la clave de toda su búsqueda. Una clave que va más allá de los códigos científicos. Es una clave donde se revela el inmenso amor de Dios que todo lo sostiene y todo lo contiene.

Saber maravillarse es aceptar el misterio de que hay cosas que no son comprensibles a nivel humano, desde la razón y desde la filosofía. Hay cosas que hay que callar, hay que silenciar, hay que adorar, aquietando el alma y dejando que hable el misterio que se va revelando poco a poco. Los magos, con humildad, se arrodillan. La ciencia se arrodilla ante lo pequeño, porque expresa algo extraordinario, algo bello.

Contemplar el misterio


Pidámosle al buen Dios que nos ayude a ponernos en camino. Que salgamos de ese hastío, de ese cansancio, de ese pesimismo, de esa tristeza, de esa autocomplacencia, de ese abatimiento, de esa derrota. ¡Basta! Los cristianos adoramos a este niñito que se ha revelado como Hijo de Dios. En cada eucaristía se nos manifiesta como alimento eterno. Contemplamos a Dios hecho no sólo niño, sino una cosita, un trozo de pan. El misterio de la cueva de Belén, donde yace Jesús, es el mismo misterio de la eucaristía, en la cueva del sagrario.

Jesús, el niño que gime, se ha hecho pan y vive en el sagrario, que es el cielo aquí en la tierra, para que podamos ya no sólo contemplarlo, sino tomarlo. Es decir, para que podamos meterlo dentro de nosotros, para que degustemos ese sabor celestial. Y esto, queridos feligreses, tiene que cambiar nuestra vida. No celebramos la Navidad porque recordamos un mero hecho histórico. Celebramos un hecho meta-histórico, un acontecimiento trascendental: Dios se hace presente para encarnarse en nuestras vidas. Y nuestras vidas, una vez que esa presencia del amor infinito de Dios entra en ellas, tienen que cambiar. Tiene que vapulearnos, como dice el santo padre, Francisco: tenemos que estar en posición de salida, en la intemperie, en las periferias de nuestro mundo.

Entonces es cuando entenderemos que el mejor regalo que recibimos hoy es el mismo Cristo, hecho sacramento. ¡Esto sí que es un regalazo! Porque las cosas materiales son caducas, y nos podemos cansar de ellas. Pero de ese amor infinito que nos envuelve nunca nos cansaremos, porque es el soporte y el sentido de toda nuestra existencia.

Llenar el vacío


Nuestra sociedad, si nos apartamos de las referencias cristianas, se irá secularizando cada vez más. Cada vez más se irá perdiendo, se irá dejando, se irá partiendo en dos. Lo peor que puede padecer el ser humano no es sólo carencia económica, sino el profundo sentido de vacío. Cuánto dolor, cuántas depresiones, cuánta soledad, cuánto vacío interior hay en nuestra vida. ¿Quién, sino este niño de Belén, puede llenar este vacío? No serán tantas cosas, ni tantos juguetes, ni siguiera hacer mucho… ¿Por qué esa bulimia, ese afán por acaparar constantemente? Empezando por la comida, y continuando con los bienes materiales. Tenemos hinchado el ego porque, en el fondo, no llenamos nuestro vacío.

Llenémoslo de Jesús. Aprendamos a regalar tiempo, oración, gestos hermosos de caridad. Tengamos muy presente que el mundo nos necesita. El mundo vive bajo una bandera de pesimismo que está atacando la sociedad constantemente. Cuánta gente pierde su identidad porque el pesimismo se resuelve con el consumismo, y acabamos completamente desorientados. Pidamos al buen Jesús que seamos sagrarios suyos, heraldos suyos, como aquellos magos. Seamos generosos, seamos amables; demos ternura, acogida, aprendamos a dar un sentido pedagógico y teológico al regalo. Concibamos el regalo como un don de Dios.

Dedicar tiempo a los demás y a Dios


Pensad que los niños pequeños acaban aburriéndose de los juguetes, los niños no necesitan tantos juguetes, sino la presencia de sus padres: ellos son el mejor regalo. Necesitamos tiempo para los niños, tiempo para el hogar, para educarlos, para estar con ellos.

Ojalá aprendamos a regalar tiempo a los demás. Ojalá aprendamos también a dedicar más tiempo a Dios. Demos un tiempo a la Iglesia. Nos sentiremos parte de una comunidad viva cuando seamos capaces de reservar un tiempo de nuestra agenda para la vida parroquial; que la agenda de la parroquia sea también parte de la nuestra.

Los feligreses no somos islas, no somos personas aisladas que llenan los bancos durante la misa. Somos comunidad, somos familia. Y ¿qué celebramos en Navidad? ¿Qué celebramos en la fiesta de los magos? Es la fiesta de la universalidad, del encuentro, de la alegría. A todo el mundo se le anuncia la buena nueva. Hoy celebramos juntos este acontecimiento de un Dios que se revela a toda la humanidad.

sábado, diciembre 30, 2017

El regalo del tiempo

Llegamos al final de año y en estas fechas muchas personas se detienen para reflexionar y hacer balance. Nos gusta recordar los acontecimientos más destacados del año que dejamos, los buenos momentos, las dificultades superadas. Para algunas personas serán momentos un poco tristes, si ha habido pérdidas y muertes de seres queridos. Para otras, serán días para reponer energías y armarse de buenos propósitos para iniciar el nuevo año.

Estos días son un momento propicio para agradecer uno de los mayores regalos que Dios nos da: el tiempo. El tiempo es oro, dice el refrán. Pero aún es más. El tiempo es vida: en él nos movemos y existimos. El tiempo es oportunidad: en él hacemos realidad lo que soñamos y planeamos. Y el tiempo es fiesta cuando lo pasamos junto a las personas amadas, compartiendo con ellas lo mejor de nosotros mismos.

La mejor manera de agradecer a Dios el regalo del tiempo es utilizarlo bien, y aquí es donde nos topamos con un drama. Igual que con el dinero, ¡nunca tenemos suficiente! Siempre nos falta tiempo, se nos escapa.

Pero esta impresión… ¿es real? En el tiempo todos los seres humanos somos iguales, nadie tiene más que otros. Todos los días tienen 24 horas y todos los años tienen 365 días. Lo importante es saber utilizar este regalo. ¿Cómo? Con virtud. Es decir, sin tacañería y sin derroche. Podemos ser tacaños, queriendo comprimir nuestra agenda y hacer muchas cosas a la vez, ¡no podemos perder ni un minuto! O podemos gastar el tiempo distrayéndonos con  actividades que no aportan nada, nos roban horas y no nos hacen crecer. ¡Cuánto tiempo se pierde con los aparatos móviles, con el consumismo y el ocio televisivo!  Usemos bien el tiempo. No lo matemos ni lo perdamos. Vivamos el tiempo dedicándolo a lo que realmente vale la pena, a lo que nos hace crecer y, sobre todo, a aquellos seres amados que ocupan un lugar en nuestro corazón. Pasar unas horas cada día con ellos, aunque sea sin hacer nada “importante”, es la mejor inversión del tiempo. Busquemos, también, un tiempo diario para Dios. 

martes, diciembre 26, 2017

Una noche luminosa

Hoy, en esta Nochebuena, una luz intensa ilumina todo el firmamento. Un acontecimiento crucial está sucediendo. Dios irrumpe en la historia, en el tiempo y en el espacio, y se hace presente con la fuerza de un poder que es el antipoder. El niño de Belén que nace es expresión del antipoder. Esta noche Dios, en el niño Jesús, ha demostrado la fuerza de la fragilidad, de lo vulnerable, de lo pequeño, de lo suave y lo dulce, de la ternura.

¿Es que acaso el valor de lo diminuto no tiene tanta fuerza para seducirnos? La sencillez de unos pastores marginados en aquella cultura judía, la fragilidad de una madre adolescente y la humildad de José, que calla ante el misterio de esa noche en aquel establo, en aquella apartada región del imperio romano, todo esto es necesario para que se pueda culminar la encarnación de Dios.

Allí, en esa noche misteriosa, está ocurriendo algo extraordinario. Dios decide descender de las alturas de su reino para atraernos con la sencillez de un niño a la inmensidad de su amor. Se abaja para cogernos de la mano y elevarnos a la dignidad de ser hijos suyos. Y lo hace a través de una criatura inocente, mendigando nuestro amor. ¿Quién no se emociona frente a un indigente que pide limosna, y más cuando este pobre es un niño que suplica que lo mires, que lo acojas, que lo abraces? ¿Quién no haría esto con un niño? Aquí es donde empieza una hermosa aventura de amor de Dios con el hombre, haciéndose como él para entenderlo y hablar su propio lenguaje. Es la historia de una nueva comunicación. Dios en Jesús se nos revela y se nos comunica con este deseo salvífico, inclinándose, agachándose, para sacarnos de nuestras oscuridades y mezquindades y ensanchar el horizonte de toda esperanza humana.

La única forma que tuvo Dios para desarmarnos fue utilizar su propio poderío no para hacerse más poderoso, ni más grande, sino para hacerse lo más pequeño posible, y la manera era hacerse bebé. Ese llanto se convierte en un cántico de liberación para la humanidad. La gelidez se convertirá en calor balsámico para nuestros corazones, y la oscura noche en un estallido de luz que alumbrará los abismos de nuestro interior. Hoy, esta noche del solsticio de invierno se ha convertido en una primavera donde un amanecer apunta en el bosque de nuestra vida, haciendo florecer el verdor fresco de un nuevo día.

Es invierno. Pero el sol de Cristo ilumina no sólo la inmensidad del cielo, sino también la inmensidad del universo de nuestro corazón. Hoy, en esta noche, la luz del Dios encarnado en el Niño de Belén penetra por todos nuestros poros. Porque él quiere estar dentro de nosotros. Él quiere formar parte de nuestra vida, quiere meterse y habitar en lo más íntimo de nosotros mismos.

Pero esto no lo hace Dios queriéndonos someter, ni utilizando ejércitos para doblegarnos, ni técnicas de manipulación psicológica. Él quiere mostrarse con sencillez, no quiere recortar ni un ápice nuestra libertad. Sus únicas armas son la belleza, la poesía, la ternura. Desde el silencio del establo, descubramos que el arma de la dulzura de un niño es lo único que tiene para hacernos salir del letargo y despertarnos a la única aventura que nos hace realmente felices y libres: salir de nosotros mismos e ir al encuentro de aquel que culmina todos los sueños y esperanzas.

El niño de Belén nos hace descubrir que en el valor de lo pequeño, lo sencillo, lo cotidiano, lo bello, está la grandeza del hombre. La semilla de la libertad germina cuando se libra de la autocomplacencia, el poder y la arrogancia. La contemplación del niño Dios tiene este efecto: toda persona queda iluminada por su mirada y por el silencio donde se nos ha revelado y comunicado. Es la hora de irrumpir en el mundo. En el llanto de un bebé en la noche nace también una nueva esperanza. Ese niño será el soberano de nuestra vida, haciendo que cada Nochebuena sea de verdad una buena y santa noche. Que, acurrucados ante el pesebre, aprendamos a sintonizar con el latido de este tierno corazón sagrado, para que tengamos los mismos sentimientos y que el bombeo de este pálpito circule con fuerza amorosa que nos convierta en otros cristos. Sólo así entenderemos el auténtico sentido de la Navidad: nacer a la vida de Dios. Que la luz de esta noche nos ayude a descubrir la belleza de su corazón.

24 diciembre 2017

domingo, diciembre 17, 2017

Un rostro amable de la pastoral

El día era oscuro e invernal, pero su vida era plena e intensa. A una edad madura se había ordenado como diácono para servir a la Iglesia, siguiendo una inquietud que le venía desde muy joven, cuando vivía en Paraguay y se formaba con los jesuitas. Pero la vida da muchas vueltas. Su familia regresó a España, él vino a Barcelona y se casó con su encantadora esposa, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio se mantuvo muy unido hasta el triste momento de su muerte.

Llegó de forma súbita y nadie se lo esperaba. Esposa, hijos, amigos… Para mí fue un inesperado golpe, ya que habíamos quedado para hablar esa misma semana.

Miquel era diácono, pero para mí era un pastor, amigo y consejero. Tenía una exquisita capacidad de escucha, cálida y atenta. Como buen psicólogo, sabía cómo abordar los temas. Cuando algo me preocupaba y le pedía consejo siempre me ofrecía un criterio sereno y lúcido. Además de su formación en psicología social, tenía un don para discernir con claridad en las situaciones más complejas, una sabiduría que le había dado la vida, su fe y su entrega a los demás.

Hacía dieciséis años que lo conocía, tiempo suficiente para percibir el grado de autenticidad de su corazón. Durante toda su vida mostró un gran desvelo por los demás. Jesús era el centro de su vida y, para él, seguirlo significaba servir hasta el extremo. Tenía muy clara, como Jesús, la preferencia por los pobres. Fundó una asociación para favorecer la integración social y laboral de colectivos en riesgo, y se dedicó en cuerpo y alma, incluso aportando su patrimonio, para esta dignísima y loable labor. Un parado, me decía, es un pobre en potencia, y no sólo en la dimensión económica, sino en la social y psicológica, ya que el desempleo genera un progresivo deterioro moral que puede llevar a la automarginación y la soledad.

Miquel se desvivía por su asociación. Junto con mi fundación ha llevado a cabo algunos programas de integración laboral conjuntamente. Su hija Esther y Carlos, el coordinador, son los pilares de la entidad y con ellos mantengo una buena amistad.

Guardo muchos recuerdos de Miquel: conversaciones sobre política, sociedad, Iglesia… Con inteligencia me planteaba los límites éticos de las instituciones. Su sencillez no le quitaba agudeza ni alegría. Su talante alegre y cercano despertaba la confianza y la acogida. No tenía prejuicios ideológicos y daba un valor máximo a la persona, más allá de su condición social, cultural y económica. Siempre tenía una mano a punto para ayudar al otro, pero al mismo tiempo sabía tener la discreción y la prudencia necesarias para respetar las distancias emocionales. Siempre encontraba la palabra justa y sanadora.

Ya jubilado, en su paso por diversas parroquias, su trabajo fue más allá de su ministerio diaconal. Miquel, aunque no recibió la ordenación presbiteral, actuaba como un auténtico pastor que sabía alimentar y guiar a su rebaño. Así lo hizo en San Pancracio, pequeña comunidad en el Poblenou donde ejercía su ministerio, que le fue encargado por el arzobispo emérito Martínez Sistach.

Hombre maduro y responsable, desde siempre sintió una profunda unción sacerdotal. Aunque finalmente no pudiera ejercer como tal, su corazón era el de un ardiente sacerdote que vivió por entero su compromiso con la Iglesia. La humildad daba un valor más alto a su misión.

Ahora, más allá de su estado canónico eclesial, es sacerdote eterno con Cristo, así lo siento en mi corazón y así lo he sentido desde que lo conocí. No será ordenado por un obispo, sino que el mismo Cristo le impondrá la casulla, formando parte del presbiterado en el Reino de los Cielos.

Miquel siempre deseó ser sacerdote, pero no pudo ordenarse por su condición de casado; hoy por hoy la Iglesia católica no contempla esta posibilidad. Esto puede ser motivo de una profunda revisión teológica y bíblica y creo que puede debatirse sin prejuicios a la luz del evangelio y de las necesidades de la Iglesia de hoy.

Con Miquel coincidí pastoralmente un año y medio en San Pancracio. En una época de salud delicada y tensión pastoral, él fue mi gran soporte y me ayudó a sobrellevar aquellos difíciles momentos.

He sentido mucho en el alma su pérdida. Me he quedado sin mi amigo, compañero de batallas en lo social y en lo eclesial. Miquel es alguien que ha dejado una profunda huella en mí y sentiré ese vacío. Echaré de menos su caluroso saludo, su sonrisa y su presencia afable en las reuniones del arciprestazgo. La noche que supe de su muerte, al comprender que perdía el calor de su amistad, sentí la gelidez de la ausencia. Ya no podremos volver a encontrarnos, aquí en la tierra…

Apenado por él y por su familia, recé largo tiempo. El día había amanecido frío y oscuro. Pero aquella noche sentí, desde la fe, que esa oscuridad precedía a un día claro y luminoso en el cielo. Aunque no pueda concebir ese salto desde mi razón, sí tengo una última certeza: desde el cielo nuestra amistad pasará a otra fase. Seguiré comunicándome con él, de otra manera. La amistad entre el cielo y la tierra continuará. Esa noche, rezando, sentí mis manos frías, pero mi corazón ardía porque sabía que una persona como él nunca muere del todo, y más cuando ha amado mucho y ha dejado una familia, unos amigos, una Iglesia a los que ha dedicado tantos esfuerzos.

La vida sigue más allá de nuestro tiempo y de nuestro cuerpo limitados. Cuando se ama empezamos a eternizar nuestra vida hasta el salto definitivo. Miquel, sé que velarás, sobre todo por tu familia —esposa, hijos, nietos— pero también por tus amigos, que tanto has querido, y muy en especial por los del Poblenou, que han sido tus compañeros en el campo de la evangelización. Que tu recuerdo les ayude a ser fieles a la feliz noticia del evangelio y a vivirlo como tú lo viviste. 

sábado, diciembre 09, 2017

Vivir despiertos

En el tiempo de Adviento los evangelios nos invitan una y otra vez a velar. Velad, vigilad, estad alerta. Es una invitación a vivir despiertos. Los cristianos no podemos pasar por la vida como sonámbulos, apáticos o indiferentes. Jesús nos llama a vivir con pasión, “mordiendo la vida”, entregándonos a fondo a todo lo que hacemos. Jesús muchas veces nos alerta: tenemos orejas pero no oímos, tenemos ojos pero no vemos. Esto también nos pasa a los creyentes de hoy. Venimos a misa, participamos en las celebraciones, el mismo Cristo viene ante nosotros… ¡y parece que nada suceda! ¿Tan adormecidos estamos?

Vivir despiertos es vivir atentos a lo que sucede a nuestro alrededor. Es mirar, escuchar, atender… Es ver a las otras personas, fijarnos en ellas, intentar comprenderlas y hacer algo para ayudarlas, o aumentar su felicidad. Vivir despiertos es no ignorar a nadie, especialmente a los que no tienen voz. Es mirar al pobre, al solitario, al abandonado, con ojos de Dios: ojos tiernos, atentos, comprensivos y compasivos. Vivir despiertos es conectar con los demás, conectar con Dios, expresarnos y acoger lo que los otros nos pueden decir. Vivir despiertos es entrar en comunicación.

En las parroquias es vital la comunicación. Cada semana estamos comunicando noticias a los feligreses: no son un telediario, sino una invitación a participar, porque somos una gran familia. En una familia las noticias interesan, queremos estar enterados de todo y saber qué ocurre. Los demás nos importan. En la parroquia, si realmente nos sentimos familia, hermanos de todos, también nos importarán las novedades y las escucharemos con interés. Cada semana ofrecemos la hoja. Comunicamos en misa, de viva voz; comunicamos de tú a tú, ponemos carteles en la puerta y, a los que tenéis Internet, os enviamos la web y correos electrónicos. ¡La  comunicación no falta, y muchas maneras! Quizás lo que falla a veces no es la transmisión sino la escucha… ¿Tenemos las antenas abiertas y sintonizadas? ¿Estamos abiertos a recibir? Velad, dice Jesús. Vivid despiertos. El primer paso para esto es sentirnos familia y escuchar.


domingo, noviembre 12, 2017

Cómo dinamizar la vida arciprestal - 1

Realismo pastoral


Después de treinta años como sacerdote he pasado por más de siete parroquias y he tenido la posibilidad de conocer realidades muy diferentes, según el lugar y la comunidad que me ha tocado pastorear.

Viendo los ritmos y el talante de cada grupo, veo que cada parroquia tiene su historia, su idiosincrasia y su identidad, y esto es algo que los rectores debemos aceptar. Aunque observemos aspectos que nos gustaría modificar o mejorar, no podemos cambiar a las personas de la noche al día. Muchas de ellas son personas mayores, con muchos años de compromiso parroquial, que forman parte de grupos muy consolidados, y no es fácil plantear cambios, aunque a veces sea necesario. Hay que hacerlo con mucho respeto y delicadeza, dándoles tiempo, y a veces tendremos que asumir que ciertas cosas no serán exactamente como queremos.

Necesitamos mucho realismo pastoral. Cuando uno se sumerge en la realidad parroquial, ve que las cosas son más complejas de lo que parecen, y no se puede ir con prisa ni imponiendo los ideales propios. Tenemos que ser muy tolerantes y evitar prejuicios y etiquetas. Hay parroquias que son tachadas de «carcas», o «cerradas», o «progres», o se dice que «van a la suya» y no hacen piña con otras parroquias cercanas, que no viven la diocesaneidad ni la comunión arciprestal.

Estas etiquetas nunca ayudan. Por un lado, no responden a la realidad parroquial por completo, sino a una imagen deformada y a menudo exagerada por prejuicios históricos. Por otro lado, no contribuyen a facilitar un cambio ni una mejora. La riqueza de una comunidad nunca queda encerrada ni limitada por un juicio a priori. Dicho esto, creo que, si los cambios son necesarios, el rector es el primero que ha de emprenderlos, con una pedagogía adecuada.

Creo que cada rector tiene una primera misión: consolidar la comunidad, aceptando su realidad tal como es.

El segundo aspecto, tan importante como el primero, es que la parroquia tenga clara su proyección evangelizadora hacia el entorno.

Y, en tercer lugar, es vital trabajar la unidad entre parroquias, a nivel arciprestal y diocesano, siempre partiendo de la buena fe y de la amistad y el compañerismo entre los sacerdotes responsables. Esto es más importante de lo que se suele pensar.

El cuerpo de la Iglesia


La Iglesia es un cuerpo orgánico, tal como explicaba el cardenal Jubany. Podríamos establecer una analogía con el ser vivo. La parroquia es una célula, el arciprestazgo es un tejido y la diócesis es un órgano. Todos los órganos forman el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia en el mundo.

Pues bien, si la célula está sana, podrá unirse a las otras y formar un tejido fuerte —arciprestazgos consolidados e interrelacionados—. Si el tejido está sano y bien nutrido, el órgano también lo estará. Y unos órganos sanos contribuirán a la salud de todo el cuerpo. La base, siempre, está en el correcto funcionamiento de la célula. Es decir, la salud de la Iglesia depende de la salud de cada parroquia, como unidad básica y fundamental. Si la familia parroquial no está unida, fuerte y sana, el tejido, por mucho que se quiera, no será saludable ni resistente. Aquí es donde los párrocos tenemos un papel decisivo.

Si una comunidad no se acaba de integrar en el tejido arciprestal, no siempre es por falta de voluntad de su rector. Por ejemplo, puede haber parroquias que se encuentran en el límite de un territorio y sus feligreses no se sienten parte de esa zona, por lejanía y porque su entorno vital y social es otro. A veces los límites arciprestales son un poco artificiales y no corresponden a las unidades de población que se dan de forma natural. Esto es un aspecto a tener en cuenta a la hora de trazar límites arciprestales.

La renovación de las parroquias - 1

El Padre Mallon es un sacerdote canadiense que en los últimos años ha emprendido una revolución en su parroquia. Su comunidad languidecía y necesitaba un impulso para no morir… Y lo ha conseguido. Ahora en su parroquia de San Benito de Halifax hay más de seis mil feligreses, de los cuales unos 900 están comprometidos en tareas pastorales, y 250 se reúnen en las casas para rezar, profundizar en la Biblia y vivir la fraternidad cristiana. En sus libros y en conferencias que imparte por todo el mundo el Padre Mallon explica cuáles son los secretos para convertir una comunidad agonizante en una parroquia dinámica y viva. En realidad, estos secretos no son otra cosa que volver a los orígenes: la buena nueva de Jesús.

La comunidad parroquial debe tener tres cosas muy claras:

1. Su misión es evangelizar, y esta es su identidad. Todo cuanto sirva para evangelizar debe potenciarse; lo que estorba a la evangelización debería dejarse, aunque esto suponga tomar decisiones difíciles, como cuestionar la presencia de grupos y personas que no contribuyen a esta misión, o son incompatibles con ella.

2. Id y haced discípulos míos”, dijo Jesús. Para ello la parroquia debe formar y trabajar con discípulos de Jesús, laicos y personas comprometidas que quieran asumir esta misión.

3. A veces será necesario cambiar las estructuras y la organización parroquial. Sin miedo. Todo debe estar al servicio de la evangelización. Los responsables de la parroquia son, a veces, los primeros que deben experimentar una conversión.


domingo, noviembre 05, 2017

Reflexión sobre la campaña de Germanor

No sólo se trata de dinero


Las parroquias tienen necesidades. Todos lo sabemos. Necesitan una cantidad mensual para sobrevivir y hacer frente a sus gastos, como cualquier hogar.

Pero en esta casa grande que es la parroquia vive una gran familia. ¿Cuántos feligreses somos? ¿Cuántas familias? Y la mayoría venimos, participamos y sentimos que esta es nuestra parroquia, nuestra segunda casa.

Entre todos los feligreses, tenemos recursos para mantener nuestras parroquias de sobras.

El problema no es el dinero. Hay dinero suficiente, pero ¿lo compartimos?

El problema no es la falta de recursos. El problema está en el corazón.

¿Somos capaces de dar, cada uno lo que pueda y considere, para ayudar a sostener nuestra parroquia?

Tu necesita ayuda. No nos falta el dinero. Sólo nos faltan… más corazones abiertos.

Y los tenemos. Tenemos corazones de carne, generosos y sensibles.

Colaboremos con nuestra parroquia, con donativos o haciéndonos socios. La meta: alcanzar la autofinanciación. Recordad: no estamos ayudando al sacerdote, sino a Dios, para que su Iglesia crezca.

viernes, octubre 27, 2017

La vida es hermosa...

La fiesta de Todos los Santos es una fiesta de vida y de luz. Lejos de la connotación lúgubre de la cultura tan comercial que nos invade, y que se recrea en la muerte y en lo aterrador, es una fiesta que entraña paz y alegría. El color de esta fiesta, más que el negro, debería ser el blanco luminoso.

Estamos en una época del año que, en el hemisferio norte, ve cómo avanza el otoño. La luz menguante, el frío y la caída de las hojas nos recuerdan la caducidad de la vida terrena. Pero la muerte, para los cristianos, no es un final espantoso ni una extinción total. La muerte, ciertamente, es un final de nuestro cuerpo físico. Pero no es la aniquilación de la persona. Jesús, con su resurrección, nos ha abierto las puertas a otra vida más allá de la muerte, que no podemos imaginar. Esta es la buena noticia: la vida es hermosa y su meta final no es la muerte, sino el cielo. Una dimensión donde compartiremos lugar con Dios y con todos aquellos que nos han precedido.

Jesús, en su última cena, dijo a sus amigos: A donde voy, os prepararé una morada. Quiero que estéis conmigo. ¡Qué hermoso pensar que Dios quiere que estemos con él, siempre! Es su amor el que nos da una vida eterna. Si nos ha amado tanto que ha posibilitado nuestra existencia, ¿cómo va a querer que esta se acabe?

Por eso, en clave cristiana, la muerte es un umbral, un paso de una vida a otra. Podríamos compararla a la diferencia entre la vida intrauterina de un bebé gestándose y su vida después de nacer. El parto, para un bebé, es un proceso tremendo y dramático, una especie de muerte… hasta que respira aire y empieza a vivir en ese otro mundo, inmenso y sorprendente, que forma el universo exterior a su madre. Así de inimaginable será el cielo.

Y lo mejor es que encontraremos un cielo muy poblado. Allí podremos ver y abrazar de nuevo a todos aquellos seres queridos que han muerto siendo amigos de Dios. Ellos nos esperan y nos preparan lugar. El cielo es una fiesta.