lunes, abril 22, 2019

La resurrección, fundamento de nuestra fe


La resurrección es la definitiva y gran noticia para el hombre. Es el acontecimiento que sostiene las razones más profundas de nuestra vida. Sin ella nuestro horizonte se oscurece; con ella se amplía y se ilumina. Es el motor de la vida cristiana. En ella todo recobra sentido: la historia, la vida, los otros, el futuro, la eternidad. Nos empuja a mirar más allá de lo racional, de lo intelectual y de lo empírico. Nos abre a una visión trascendente de la realidad. Nos enseña que en la realidad física no se agota todo.

La resurrección de Jesús está inserta en la historia, pero va más allá de ella, trascendiendo el plano físico y entrando en otra dimensión: la dimensión de Dios. Su cuerpo ya no está sometido a las leyes físicas, aunque sigue siendo material, y por eso come pescado con sus amigos. Pero en él la materia se transforma. Dios, fuente de la vida, puede darle otras propiedades, y así es como le permite atravesar paredes, o desplazarse de un lugar a otro de manera inmediata. Jesús resucitado sigue siendo corpóreo, pero no ha vuelto a la vida de antes, limitada y mortal, sino que vive en un plano espiritual, que le permite participar de la vida de Dios, sin dejar su corporeidad. Y esto es lo absolutamente novedoso de Jesús. No resucita como Lázaro o como el hijo de la viuda de Naín. Estos volverán a su vida anterior y de nuevo morirán, cuando llegue el momento. Lo de Jesús es un salto cuántico. Desde entonces, estará para siempre en el regazo de Dios Padre.

Esta noticia nos lleva a un cambio de paradigma cultural y social. Nunca antes se ha producido un hecho igual en la historia. Por eso no es lo mismo creer que no creer en este acontecimiento fundamental para los cristianos.

Pero hemos de ir más allá de una mera adhesión intelectual. Creer no basta. De la afirmación de nuestra fe hemos de hacer vida. Este evento, que marca todo el devenir del mundo, debe cambiarnos.

Dejemos que los rayos luminosos de la resurrección penetren en nuestras entrañas; dejemos que Cristo entre de lleno en nuestra vida, la ilumine y la plenifique. Sólo así, siendo reflejos vivos de esta gran experiencia, podremos contribuir a que el sol de Cristo atraviese y empape todos los poros de la humanidad y de la creación. Con Cristo resucitado, participamos aquí y ahora de este gran acontecimiento que envuelve toda nuestra existencia. Que la resurrección de Jesús nos ayude a descubrir el don sagrado de la vida sobrenatural y que, a la vez, nos convirtamos en apóstoles entusiastas que anunciemos esta gran verdad.

Salgamos, como leemos en todos los relatos de las apariciones de Jesús; salgamos corriendo a anunciar esta gran y buena nueva. Quizás a veces con temor, pero con alegría de saber que participamos de esta resurrección. Salgamos ardiendo en ese fuego de amor. Salgamos vibrantes a anunciar este acontecimiento, yendo más allá de nuestros miedos e inseguridades, para convertirnos en auténticos voceros de este sorprendente anuncio. Jesús vive ya para siempre. Esta verdad ha de ser nuestra bandera, y la hemos de agitar a los cuatro vientos. Sólo tenemos que dejarle entrar en nosotros para que siga siendo nuestro aliento y nuestra fuerza y para no decaer en esta urgente misión. Cristo vive y sólo el encuentro con él cambia verdaderamente nuestra vida. ¡Seamos testimonios de este encuentro luminoso!

domingo, abril 07, 2019

El discernimiento

Llegamos al último tema propuesto por el Plan Pastoral Diocesano, Sortim! Esta vez hablamos del discernimiento.


El discernimiento como herramienta evangelizadora


Todos vemos clara la necesidad urgente de evangelizar. Ante un vacío de referentes, las ideologías hacen estragos en muchas personas que se sienten inseguras, porque no tienen un marco de valores referenciales y están perdidas.

La sociedad necesita con urgencia respuestas a sus retos más acuciantes. Pero, antes de ofrecer alternativas desde nuestra opción cristiana, hemos de tener una actitud de escucha, diálogo y comprensión. El talante y la forma son tan importantes como el contenido evangelizador.

Para ello es necesario potenciar nuestra capacidad de discernimiento. Discernir es distinguir, clarificar, objetivar la realidad, dejando de lado cualquier tendencia ideológica o interés personal.

Sobre todo, nunca hay que imponer nada a nadie, aunque nos parezca lo mejor, sino ofrecer, mostrar, revelar que lo que decimos responde a todo aquello que nos motiva: el valor de la vida, la fe, el amor y la esperanza. Actuemos como Jesús. Cuando los primeros discípulos quisieron saber más, le preguntaron: ¿Dónde vives? Él respondió: Venid y lo veréis.

Es necesario conocer a la persona, sus preocupaciones, angustias y situación vital, mirándola no por encima, sino al mismo nivel que nosotros. Así podremos iniciar una pedagogía que la ayude a descubrir, no tanto el valor de nuestro discurso, sino lo que somos y las razones por las que Jesús es el centro de nuestra vida.

Para discernir es necesario buscar ratos de soledad y silencio. En el diálogo íntimo con Dios Padre encontraremos la lucidez. Con un buen discernimiento podremos actuar de manera clara. En la base de la evangelización está el testimonio de una vida coherente y una adhesión total a todo aquello que estamos anunciando. 

Dilucidar cómo, cuándo, dónde y con qué actitud es fundamental para acertar. Antes de pensar lo que vamos a decir o proponer, es importante preguntarse a uno mismo: ¿Mi vida tiene que ver con aquello que voy a comunicar? ¿Voy a ser lo bastante motivador para despertar en el otro una actitud de escucha y de interés? Es necesario mirar desde la distancia justa para que nuestro excesivo celo apostólico no nos haga imprudentes ni autosuficientes ante el otro.

Buscar el momento adecuado, el respeto, la delicadeza y la humildad son actitudes que hemos de vigilar mucho para no caer en una cierta prepotencia espiritual. Dios nos habla susurrando al oído. Evidentemente, eso no quita en absoluto la fuerza de nuestras convicciones. El cómo y el qué han de ir unidos de la mano para hacer fecunda nuestra labor evangelizadora.

Evangelizar no es conquistar, es proponer un estilo de vida, una forma de ser, un talante, un modelo donde Jesús es la fuente inspiradora de todo aquello que somos, decimos y hacemos. El discernimiento tiene que ver con armonizar estas tres dimensiones. Hemos de reflexionar lo que decimos para que sea coherente con lo que hacemos. Y, cuando actuemos, que lo que hagamos sea coherente con aquello que decimos. Y estos dos aspectos, hacer y decir, que tengan que ver con lo que somos, vitalmente: cristianos enamorados del proyecto que nos ofrece Jesús para alcanzar nuestra plenitud humana y espiritual.

Cuaresma es un tiempo en que se nos invita a renovar nuestra oración. Dejar que Dios nos hable, en el silencio, es la fuente de nuestro discernimiento. 

domingo, marzo 31, 2019

La fraternidad


Si Dios es nuestro padre, todos somos hermanos. ¿Nos hemos detenido a pensar, a fondo, qué significa esto?

En las familias, es natural que entre hermanos haya rivalidades y roces. Pero si el ambiente es sano, también es natural que los hermanos se amen, sean amigos y crezcan juntos. Para algunas personas, los hermanos de sangre se convierten en sus mejores compañeros, maestros y amigos.

Pero el mundo es grande, y nuestra vida se mueve en un espacio mayor que el ámbito familiar. Jesús nos enseña que la verdadera familia, cuando uno se hace adulto, es aquella formada por las personas que comparten nuestro camino, nuestros valores y nuestra fe. «Mi madre y mis hermanos son los que siguen la voluntad de Dios». Nuestra familia de origen es importante, pero mucho más lo es la familia de misión y de destino. ¡Y esta familia es inmensa! Sólo la Iglesia ya la formamos mil millones de personas. Pero aún podemos ir más allá. Miremos, no sólo con ojos de cristiano, sino con ojos de Dios. ¿Quiénes son sus hijos? ¡Toda la humanidad! Los que no forman parte de la Iglesia, creyentes de otras religiones, o increyentes, o ateos. Todos son hijos de Dios. Por tanto, son hermanos nuestros.
Fraternidad es ser conscientes de que todos somos hermanos, hijos amados de Dios. Si queremos amar a Dios, ¿cómo no vamos a amar a sus hijos?

«En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros.» Juan 13, 35.

Fraternidad viene del latín frater, hermano. Es una virtud que nos hermana con los demás seres humanos y que nos hace iguales en dignidad e importancia. No sólo iguales, sino unidos en una aventura común: la de la vida.

Las personas somos hermanas, no sólo por vínculos de sangre. La familia sólo nos une a unos pocos. Pero si miramos con más amplitud, la genética nos hermana con todo ser humano. Y si vamos más allá, la vida nos hace hermanos de todo ser viviente, planta, animal o microbio. Yendo más lejos, hay algo más profundo que nos une con toda la realidad que contemplamos a nuestro alrededor: la tierra, el mar, los astros. Somos hermanos porque compartimos lo más esencial: existimos. San Francisco lo percibió en su oración en plena naturaleza, y lo expresó en su hermoso cántico de las criaturas: todos somos hermanos en la existencia. El sol, la luna, el agua y el fuego, las fuerzas de la naturaleza y los animales asombrosos no son dioses, sino criaturas como nosotros. Todos somos hermanos.

Esta hermandad tiene una consecuencia: la solidaridad. Compartimos el mismo suelo, el mismo aire y el mismo espacio. Y Dios lo ha hecho tan bello y perfecto que hay suficiente para todos. Son las malas ideas, torcidas y oscurecidas por una visión mezquina de la realidad, las que nos hacen desconfiados, avaros y temerosos. De aquí surge el miedo a perder, a no tener, a lo desconocido. Y de aquí a los conflictos y las guerras hay un paso. La fraternidad se rompe cuando perdemos esa mirada limpia y profunda, esa mirada de Dios que nos hace ver que todos somos hermanos. Las consecuencias de perder esta visión limpia las vemos en todas partes: en las familias, en la sociedad, en el trabajo, en el campo político y económico. Por todas partes vemos lo contrario de la fraternidad: competición, rivalidad, odio, lucha contra el adversario… Chocamos unos con otros porque se nos han oscurecido los ojos del alma, y la vida se convierte en una batalla sin fin, con sus heridas, sus víctimas y sus muertes.

Dichosos los limpios de corazón, dijo Jesús, porque ellos verán a Dios. Felices nosotros cuando sepamos limpiar la mirada del alma, porque veremos en los demás una imagen de Dios. Entonces, ya no hay enemigos ni rivales, sino hermanos a quienes amar.

Jesús nos pidió, como toque de amor, que llegásemos a amar a los enemigos. Esto era muy revolucionario, porque la cultura judía era fraterna y solidaria, pero sólo con los de adentro. Es decir, con los “suyos”. Los otros eran enemigos, detestables y a los que se podía desear la destrucción. Este tipo de solidaridad es lo que rompe al mundo hoy. Es el partidismo y el sectarismo: soy bueno con los míos, pero los otros no me importan. Incluso me alegraré si desaparecen del mapa. Los cristianos de hoy, ¿no somos un poco así? ¿Aceptamos a los que no piensan ni hacen como nosotros? ¿Rechazamos a los diferentes, o a los disidentes, o a los “contrarios” a nosotros?

Hay una bonita historia que cuenta que un hombre paseaba por la playa, meditando. Se encontró con Dios y le dijo: «Dios, estaba pensando que ese mandato tuyo, amar al enemigo, es muy difícil. ¿Cómo te las apañas tú, para amar a tus enemigos? Dios sonrió y le dijo: «Para mí es muy fácil. Yo no tengo enemigos.»

Dios no tiene enemigos. Todo lo creado es suyo, ¿cómo va a odiarlo? Él lo ama a todo. Si el padre ama a todos, ¿cómo no vamos a amarlo nosotros? Nos parece difícil porque vivimos con esa visión pequeña y sesgada, encorsetados en clichés y prejuicios. Pero todos podemos adquirir la visión limpia y ancha de san Francisco. Todos podemos llegar a ver con los ojos de Jesús, que en la cruz amó a todos y perdonó a todos. Podemos, porque Dios nos ha hecho a todos semejantes a él en esto. Hermanos en la existencia, hermanos en la libertad, hermanos en la capacidad de amar y perdonar. Si vivimos según esto, la fraternidad surgirá, como un fruto dulce.

San Francisco, el cuidado y la fraternidad


San Francisco, como hizo Jesús, enviaba a sus frailes en misión de dos en dos. Y les decía que debían ser como una madre y un hijo. Uno debía cuidar del otro y procurar su bienestar. Y el otro debía dejarse cuidar, enseñar y aconsejar. Este rol era intercambiable: unas veces la madre era uno, otras veces otro. Este modelo de fraternidad está inspirado en el cuidado amoroso de Dios hacia sus criaturas.

El amor es más que una idea bonita o un sentimiento. El amor es acción. En el día a día, y en nuestras relaciones, amor se traduce por cuidado. Quien ama cuida. Quien ama está presente, escuchando, comprendiendo, acompañando.

El cuidado a veces puede confundirse con control, dominio o dependencia emocional. El verdadero cuidado es el que busca la felicidad, la salud y el crecimiento del otro, en todas sus dimensiones. Se expresa en gestos físicos y prácticos, en tiempo, en desprendimiento y sacrificio. El cuidado también es adaptarse al otro y ver cómo necesita ser amado. Tiene en cuenta la dimensión corporal tanto como la espiritual. Quien cuida está viviendo la fraternidad.

«Mirad cómo se aman», decían de los primeros cristianos. Lo decían porque veían gestos reales y palpables entre ellos, gestos de auténtico cuidado. Los detalles del cuidado son la mejor señal de que se está viviendo la fraternidad.


Algunas preguntas


  • ¿Considero que la comunidad parroquial es mi familia, a todas?
  • ¿Qué consecuencias tiene considerar al otro (feligrés) como mi hermano?
  • ¿Puedo mejorar mis relaciones con los hermanos, o quizás debería reconciliarme con alguno?
  • ¿Qué podemos hacer en la parroquia para fomentar más la fraternidad y la consciencia de ser familia, unida por el amor de Cristo?

domingo, marzo 24, 2019

Los jóvenes y la Iglesia


Esta semana reflexionamos sobre el tercer punto del Plan Pastoral Diocesano Sortim!, los jóvenes.

Los jóvenes están en una etapa crucial de su vida. La juventud es la época en que uno se hace grandes preguntas, busca sentido a su vida y se abre al mundo. Los jóvenes quieren devorar la vida y están dispuestos a darlo todo por aquello en lo que creen. Es la etapa vital en la que uno se abre a la vocación que orientará sus pasos.

En esta etapa, el mensaje de Jesús tiene mucho que ofrecer. Y, sin embargo, vemos que los jóvenes son los grandes ausentes en nuestras parroquias y comunidades. ¿Qué ocurre?

Los jóvenes hoy tienen muchísimas opciones: académicas, profesionales y, sobre todo, de ocio. Entre tanta oferta, parece que la de la Iglesia no resulta atractiva en absoluto. No destaca o incluso se ve como negativa o poco deseable. ¿Por qué?

La solución no está en ingeniar formas modernas o atrayentes de ofrecer el evangelio. Tampoco se trata de adoctrinar con supuesta “gracia”, ni de hacer propaganda y publicidad con las mejores técnicas de marketing religioso. No: los jóvenes no quieren que nadie les venda nada ni les coma “el tarro”, como se dice. Además, los jóvenes tienen un filtro especial para captar la autenticidad. No les vamos a convencer fácilmente si, antes, nosotros no estamos entusiasmados.

Creo que el gran problema de la evangelización de los jóvenes no está en ellos, ni siquiera en la sociedad que nos rodea, sino en los cristianos adultos.

En un mundo con tantas ofertas, incluso en el campo espiritual, los jóvenes no necesitan más publicidad, sino más testimonio. Nuestro mensaje será convincente si lo vivimos y lo reflejamos en nuestra actitud y en nuestras acciones, cada día. Un adulto entusiasta, enamorado de Dios, comprometido con el evangelio, no necesita mucho marketing: él mismo es el anuncio. Él mismo convence y llama.

Preguntémonos qué les estamos ofreciendo a los jóvenes. ¿Qué testimonio les estamos dando? ¿Qué ven en los adultos, que no les convence ni les entusiasma?

Por un lado, ven cristianos tristes, aburridos, rutinarios o rigurosos, que cumplen con unas tradiciones y defienden unos valores nobles, pero quizás les falta vida, pasión, profundidad. No son un modelo a seguir para ellos. Rechazan la fe y la Iglesia porque les parece una instancia represora, y no una comunidad liberadora donde pueden crecer y ser ellos mismos.

Por otro lado, muchos padres cristianos, que cumplen sinceramente con sus obligaciones e intentan ser buenas personas, acaban cayendo en la corriente del mundo. Son cristianos, sí, y van a misa cada domingo, pero a la hora de educar a sus hijos, les preocupa mucho más su rendimiento académico e intelectual, su éxito profesional y su economía que su vida espiritual. Nuestros esfuerzos, y los de la sociedad, están enfocados a la prosperidad material y al brillo social, y no a la felicidad del joven. Y la felicidad, todos lo decimos, pero quizás no lo creemos, tiene su fuente dentro de nosotros, en nuestra vida interior. Nos hace felices sentirnos amados, ser creativos, encontrar nuestra genuina vocación y volcarnos en ella. La vocación y la felicidad de los jóvenes puede ir por otros caminos diferentes a los de sus padres, y esto a veces cuesta de entender.

¿Queremos que nuestros hijos sean unos grandes intelectuales o ejecutivos brillantes? ¿Queremos que sean millonarios y admirados? ¿O queremos que sean lo que son, lo que están llamados a ser, y sean profundamente felices?

Los jóvenes huelen lo que el mundo les ofrece. Si nadie les ofrece otra cosa, irán buscando y probando entre las mil opciones que se les muestran. ¿No es importante que alguien les muestre otro camino, que los puede llevar a encontrarse a sí mismos y a la fuente de su felicidad?

¿De verdad creemos los adultos que Jesús es el que da sentido a toda nuestra vida y nos da la alegría y la paz interior, tan deseada? Si es así, ¿por qué no lo sabemos ofrecer? ¿Dónde está nuestro testimonio? ¿Quién se atreve a salir ante los jóvenes y decir: quiero mostraros este camino?

Mostrar, esa es la clave. Nada de persuadir, obligar, empujar o “vender”. Mostrar. Indicar e invitar, con delicadeza. Cuando uno está enamorado, sobran las muchas palabras. Se le nota, se le ve. Cuando uno está enamorado de Cristo, no es tan difícil contagiarlo… o, al menos, despertar la curiosidad y la inquietud.

¿Cómo creéis que debió ser la primera charla de Jesús con sus primeros discípulos? Fue una tarde, en el Jordán. Hablaron y cenaron con él. Aquellos hombres salieron rebosantes, tanto que corrieron a buscar a hermanos, amigos y conocidos, para invitarles a venir con ellos, a seguir a Jesús. ¡Hemos encontrado al Señor!

¿Podríamos hacer nosotros lo mismo? Los jóvenes están receptivos. Los jóvenes detectan lo bueno, lo hermoso y lo verdadero. Están en una edad en la que son capaces de entregarse generosamente. Los jóvenes esperan algo más… ¿A qué esperamos los adultos? 

Algunas preguntas


¿Qué testimonio doy de mi fe ante los jóvenes?
¿Es coherente mi vida con mi fe y mis valores cristianos?
¿Qué ven ellos en mí, como cristiano adulto?
¿He explicado mi experiencia de encuentro con Jesús, mi vocación, mi compromiso y mis motivaciones, a algún joven (hijos, niños de la catequesis, otros…)?

domingo, marzo 17, 2019

Los pobres

¿Qué hacemos por los pobres en nuestra comunidad? Siguiendo los puntos del plan pastoral diocesano, Sortim! esta vez reflexionamos sobre el segundo tema: los pobres.


Desde sus orígenes, la Iglesia se ha preocupado por los pobres. Los primeros cristianos pronto destacaron porque cuidaban de los más vulnerables y entre ellos no había hambre: todo se compartía y se repartía entre quienes lo necesitaban. Con el paso del tiempo, la administración del imperio romano encargó a la Iglesia la distribución de pan y la atención a los pobres. Y así ha sido a lo largo de los siglos: allí donde ha habido pobreza, la Iglesia ha dado respuesta.

Hoy, en nuestra parroquia, tenemos Cáritas, que reparte alimentos y productos de higiene, y el comedor social. En nuestras mesas comen cada día unas cuarenta personas en situación de extrema pobreza, muchas de ellas sin hogar. Los voluntarios son un grupo valioso, que se esfuerza por atender lo mejor posible a estas personas y darles un poco más que comida: calidez, amabilidad, acogida. También tenemos un servicio para orientar y acompañar a las personas que buscan trabajo. Como nuestra parroquia, son muchas las que tienen diversas obras humanitarias. Hacemos lo que podemos, pero… ¿podríamos hacer más?

La pobreza es una enfermedad social. Además de curar y paliar, es importante prevenir. ¿Cuáles son las causas de la pobreza? Hay algunas causas políticas y económicas, por supuesto. La crisis ha afectado a muchas familias que antes vivían con lo justo y que ahora no llegan a fin de mes. Pero detrás de la crisis y la excesiva presión fiscal hay otras causas más profundas. En el fondo, la pobreza nace de una concepción materialista del ser humano, que sólo valora el consumo y el lucro, sin reconocer la dignidad de la persona por encima de lo que tiene y hace. También el individualismo ha contribuido a la soledad y la pobreza de muchos. Una mala educación falla en promover los talentos personales, la superación y el esfuerzo, fomentando una cultura de la mediocridad. La inestabilidad familiar y los problemas emocionales derivados de rupturas y separaciones es otro factor que arrastra a muchas personas a situaciones desesperadas; se pierde la identidad, caen víctimas de adicciones destructivas y acaban en la calle. Por último, hay causas morales. La avaricia que mueve a empresas y grupos internacionales lleva a un crecimiento insostenible que causa graves daños a los más vulnerables; mientras unos pocos se enriquecen, muchos caen en la miseria.

Vemos que las causas de la pobreza no son tanto la falta de recursos, sino problemas éticos, morales, personales y espirituales. Y en esto, la Iglesia tiene mucho que decir. No habrá soluciones realistas a la pobreza si no dejamos de mirarla como un fenómeno sociológico y no somos capaces de ver al pobre como una persona con un rostro, con un nombre, con un entorno y una familia. Si no aprendemos a hacer nuestro el dolor de una sola persona, desde las instancias políticas y administrativas no se podrá arreglar el problema.

El mensaje de Jesús, que trae una vida digna para todos, nos da las claves para superar estas situaciones injustas y de dolor. Pero, sobre todo, Jesús se identifica con los pobres. Lo que hacemos con un pobre, se lo estamos haciendo a Cristo. Recordemos aquella parábola del fin del mundo. Al final, lo que cuenta es lo que hemos hecho con nuestros hermanos más frágiles y heridos por la sociedad. ¿Cómo respondemos a la pobreza? Seguramente cada uno de nosotros puede hacer algo más de lo que hace. En el marco de la comunidad parroquial tenemos una gran oportunidad.

Ante el hambre


Ante el dolor del mundo, hemos de ser sintónicos y expresar nuestra solidaridad con gestos palpables. Millones de personas sufren pobreza. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo —el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe— no podremos permitir que a alguien a nuestro lado le falte el pan.

No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. Pero la solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o de desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de todos, podríamos aliviar mucho la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Sólo Dios puede saciar el hambre profundo del corazón humano. Uno de los apostolados cristianos y la primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer.

La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a otros.

Algunas preguntas para meditar y compartir


¿Qué estoy haciendo ahora por los pobres?
¿Puedo hacer algo más? ¿Cómo?
¿Estoy dispuesto a dar algo de mis recursos para paliar la pobreza?
¿Puedo colaborar en alguna de las obras humanitarias de la parroquia? ¿De qué manera?
¿Se me ocurre alguna otra acción que podamos emprender, desde la comunidad?

domingo, marzo 10, 2019

Jesús en el centro

Inicio una serie de escritos basados en el Plan Pastoral Diocesano de Barcelona, que nos propone trabajar sobre cinco temas: Jesús, los pobres, los jóvenes, la fraternidad y el discernimiento.
Durante las cinco semanas de Cuaresma en mi parroquia lo iremos trabajando. Son cinco puntos que pueden ayudarnos a todos a crecer en nuestro compromiso evangelizador.



Jesús en el centro de nuestra vida


No podemos salir a evangelizar si no tenemos a Jesús en el centro de nuestra vida. Es decir, que Jesús sea la fuente de todo aquello que hacemos y somos. Porque sólo viviendo de él, de su palabra, de su vida y su mensaje, nos iremos poco a poco configurando con él. Sin el aliento de su espíritu poca cosa podríamos hacer.

¿Cómo vivir esta centralidad de Jesús en nosotros? Dejándote poco a poco habitar por él. San Pablo decía: Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí. Después de un tiempo de ir profundizando en su mensaje, hay que dar un paso definitivo. Convertir su vida en mi vida es dejar que vaya calando en lo más íntimo de nosotros el misterio de un hombre que se revela como amor de Dios a la humanidad.

De esta manera, entrando en el misterio de su órbita divina, haciéndolo nuestro, estamos preparados para salir, no hacia ninguna parte, y no para quedarnos en el aspecto humanitario y su solidaridad con los más pobres. Jesús no fue un filántropo, Jesús es el hijo de Dios que nos propone un nuevo mensaje, que tiene que ver de lleno con nuestra realidad humana, con nuestras esperanzas y nuestro deseo de búsqueda de lo infinito.

Estamos concebidos para anhelar una realidad que nos trasciende. Pero para que no demos vueltas sobre nosotros mismos, para evitar perdernos en nuestro laberinto interior, hemos de ser muy claros con el mensaje evangélico, que tiene que ver con la acogida, el perdón, la misericordia, la generosidad y la compasión. Si no vivimos de la palabra de Dios y no la hacemos nuestra no seremos creíbles. La pasión, el vigor, el convencimiento, pero a la vez el respeto y la delicadeza van de la mano.

A Jesús tenemos que mostrarlo con nuestra vida, no con una buena retórica o un buen discurso teológico y doctrina. La mejor manera de proponer a Jesús como la opción de tu vida es que lleguemos a vivir tanto de él que, como dice la liturgia, nos transformemos en él. No podemos ir de académicos. La formación es un paso posterior. La primera base del cometido evangelizador es que los demás vean que hay mucha gente entusiasmada y emocionada con la figura de Jesús, que vive una profunda relación personal con él. Convertir a Jesús en el amigo de todos los amigos, y que por él hemos encontrado la fuente de nuestra felicidad.

Cuando decimos “Jesús en el centro” estamos diciendo en el centro, donde la vida de un cristiano gira en torno a él, y eso significa vivir movido por el soplo de su espíritu hasta respirar con él y vivir de él a través de los sacramentos.

Tener a Jesús en el centro es hacer lo que él hizo, decir que él dijo y vivir de lo que él vivió, es decir, unido íntimamente a Dios Padre.

¿Qué dijo, qué hizo y cómo vivió Jesús? Hacer sus palabras nuestras, hacer nuestras sus obras, y vivir encarnado como él, atentos siempre a la voluntad de Dios, asumiendo que esta pasa por buscar en el fondo del corazón su designio o su plan para nosotros.

Entra en esta dinámica de comunicación con el Padre ayuda además a discernir cuál es nuestra misión. Para Jesús, la soledad y el silencio eran claves para luego anunciar su buena nueva, su mensaje de liberación y a la vez asumir con libertad las consecuencias de un plan que pasaba por la cruz.

Hemos de anunciar el Cristo de las parábolas del banquete de bodas, pero también el Cristo que lo da todo por la misión que se le ha encomendado.

Como vemos en el bautismo en el Jordán, no hemos de evangelizar a un Cristo indulgente, pero tampoco a un Cristo que sólo es dolor y sufrimiento. Para evangelizar tenemos que tener claro que ya formamos parte de su discipulado y que cada uno, de alguna manera u otra, hemos sido llamados a la vocación de anunciar la buena noticia de un Dios que nos ama y quiere nuestra felicidad.

Desde esta rotunda certeza, con humildad y con tenacidad, salgamos a testimoniar la grandeza de Dios, que con obstinación quiere que salgamos de nosotros mismos para ir a su encuentro y al encuentro de los demás. Porque Jesús no es una idea, su mensaje tampoco es un conjunto de normas morales. Jesús es una persona, no una doctrina. Es un amigo, y como tal, de persona a persona, podemos establecer un profundo lazo de amistad con él que nos lleva a vivir con gozo la gran aventura de nuestra vida, aquella que me hace descubrir la grandeza que hay en el corazón del hombre y su capacidad de amar. El hombre, cuando ama, vive la esencia que lo constituye como hombre porque está ligado al deseo infinito de amor. Sólo así se encontrará con uno mismo y se abrirá a la trascendencia, a un ser divino que sostiene toda nuestra existencia. Para Jesús, Dios era su sostén. Llevar a Jesús a los hombres es dar a conocer lo esencial de él, su bella relación con Dios fue el motor que lo empujó a ser fiel a su misión, a su muerte y a su resurrección. Vivir la centralidad de Jesús es vivir de su vida resucitada. Por eso hemos de anunciar que él vive en cada uno, en la comunidad, en la Iglesia y en el mundo. No podríamos anunciar a un Cristo muerto, esto no sería una buena noticia. Hemos de anunciar a un Cristo vivo, presente en la historia y en nuestra vida.

domingo, febrero 10, 2019

Leer, ver, escuchar



Uno de los primeros avisos que Jesús da en el evangelio, en especial a sus discípulos, es este: Velad. Estad atentos. Vivid despiertos. Es una llamada que se extiende a todos los cristianos. No podemos vivir dormidos, cerrando los ojos y los oídos a la realidad, a los demás seres humanos. Si queremos vivir una vida en plenitud, como nos ofrece Jesús, necesitamos estar bien alerta y con los cinco sentidos despiertos.

En las parroquias comunicamos. Cada semana, en las misas, procuramos que todos estéis al día de las novedades. Como miembros de una misma familia, lo natural es que estas noticias nos interesen a todos. Son nuestras noticias, no deben dejarnos indiferentes. Aún y así siempre hay alguien que se queja porque no se ha enterado de algo. ¿Qué podemos hacer?

Comunicar no es sólo dar noticias. Para que haya comunicación es importante que el mensaje sea claro, se dé bien y, además, que el receptor esté atento y escuche. Si se corta la conexión entre el que habla y el que escucha, no habrá comunicación. Ese corte se puede producir porque hay ruidos, porque el mensaje no se da bien, o porque el destinatario tiene algún impedimento. A veces el mayor obstáculo es la falta de interés y atención. Como dice el refrán, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”.

Para asegurar que las noticias llegan a todos, en la parroquia utilizamos cinco medios. Por un lado, transmitimos las comunicaciones de viva voz en las misas (para personas con dificultades visuales). Las publicamos en la hoja, para que podáis leer y recordar. Lo más importante también lo ponemos en carteles a la entrada, para que salte a la vista. Además, enviamos por e-mail las noticias a todos los que habéis facilitado vuestro correo. Tenemos página web y estamos en redes sociales. Y, por supuesto, también comunicamos de viva a voz, cara a cara. Como veis, ¡no ahorramos en medios! Podemos enterarnos de las noticias de muchas maneras: tan sólo hace falta ver, leer o escuchar. Abramos los ojos, los oídos y el corazón.

domingo, diciembre 16, 2018

Drenar el alma

Las lluvias de los pasados meses han provocado verdaderos estragos en muchos lugares de España. Carreteras, casas, edificios y equipamientos públicos han sufrido los reveses climatológicos, generando inseguridad, miedo y sufrimiento en la gente, y en algunos casos también abandono por parte de las administraciones.

Lo cierto es que muchas personas han tenido una sensación de impotencia viendo cómo la lluvia incesante, día tras día, iba dañando su entorno. Es entonces cuando nos topamos con la virulencia de la naturaleza que ruge sin piedad sobre las frágiles estructuras humanas. 

También en la parroquia hemos sufrido los efectos del temporal, especialmente en sus desagües. La obstrucción de las cañerías ha provocado seis inundaciones en la zona de la rectoría. Los voluntarios que ayudaron lucharon a brazo partido con el agua que salía de los sanitarios con la fuerza de una catarata. Cuando la lluvia arreciaba, era imposible frenar la salida del agua y lo único que cabía hacer era desviarla hacia el patio.

Desde el primer día se han hecho gestiones incansables para solucionar el problema. Han venido cubas de agua, técnicos del obispado y del ayuntamiento, paletas y lampistas que de inmediato se han puesto a trabajar para intentar descubrir exactamente el lugar de las obstrucciones. Tras varios días de pruebas y exámenes, con la ayuda de cámaras, se localizaron tres bloqueos en diferentes lugares de la red de desagües. Ha habido varios intentos de desatascarlos con agua a presión, pero son tan compactos que ha sido imposible.

La solución propuesta ha sido, finalmente, realizar una nueva canalización que conduzca las aguas pluviales y residuales de la parroquia hacia el alcantarillado general, que corre por debajo de la calle Sardenya. Tras aprobar el presupuesto, e iniciar una campaña de donativos entre la feligresía, los paletas se pusieron manos a la obra y en menos de dos semanas han terminado esta nueva conducción.

Una reflexión: cuando el alma se agita


Cuántas veces nuestra alma se inquieta. Aguaceros interiores nos hacen naufragar, generando en nosotros problemas de angustia y de identidad. Nos sentimos perdidos, no controlamos la situación y la inseguridad aparece, junto con sentimientos de soledad e impotencia. Perdemos el rumbo, la obstrucción interior nos paraliza y el miedo nos quita lucidez para decidir. Todo nos viene grande. El daño psicológico, emocional y espiritual, puede causar estragos en el alma, hasta romperla.

Al igual que con las inundaciones, podemos pasar tiempo intentando achicar las aguas del dolor que nos invaden. Pero hemos de creer que un día las lluvias cesarán y dejarán de arremeter contra el muro de nuestra alma. Las olas que vienen de afuera dejarán de azotarnos y esas trombas torrenciales que oscurecen nuestros días darán paso a una mañana luminosa, incluso en pleno invierno.

Todos estamos llamados a renovarnos y a renacer. La esperanza siempre está ahí, en el momento en que nos lanzamos a la vida. Todo lo que vive tiene sus estaciones, como vemos estos días con la caída de las hojas de los árboles. Todo vuelve. Las aguas que han dejado su huella en este duro otoño harán que la primavera surja con más brío y más fuerza. La vida es un eterno amanecer, porque no se acaba en un vacío absurdo.

A raíz de lo ocurrido por causa de las lluvias, con las obras ya terminadas, se ha podido reestructurar todo el sistema de desagüe de la parroquia, con nuevos materiales de mayor calidad que favorecerán un mejor drenaje. El sistema anterior, de tocho al estilo romano, estaba obsoleto y hasta dificultaba el fluir de las aguas.

¿Cuál ha sido el precio? Una cicatriz que señala la actuación realizada para desbloquear los trombos que impedían el paso del agua. Pero ¡bendita herida la del patio, que nos recordará este año que ha sufrido la parroquia! Todo esto ha servido para que la comunidad se ponga en pie, en una activa campaña económica para hacer frente al gasto de las obras. La actividad pastoral no se ha paralizado en ningún momento. Con el esfuerzo de todos las obras han sido posibles. Una preocupación inicial se ha convertido en fortaleza para los feligreses. La comunidad crece. Juntos resolvemos un gran problema y mejoramos el funcionamiento de todo el complejo parroquial. La cicatriz del patio nos estará recordando un triunfo.

Las aguas de la solidaridad drenan el alma. Cuando todo fluye, la vida corre y es plena. Después de 70 años, los pequeños trombos en los desagües de la parroquia se habían hecho grandes, hasta producir una obstrucción peligrosa. Con este signo hoy también podemos decir que hemos mejorado el drenaje de nuestra alma, porque hemos dejado que Dios trabaje en lo más profundo de nuestro ser y desbloquee los atascos que nos impiden ser generosos y solidarios. El amor de Dios todo lo drena y permite que el agua de la vida espiritual fluya por nosotros con la máxima intensidad.

domingo, octubre 14, 2018

Dios en lo cotidiano


El hombre quiere hacerse grande


El hombre necesita de grandes hazañas para sentirse alguien importante. Si no sobresale entre los demás o no vive experiencias sublimes, no es nadie, se siente poca cosa o que no vale nada. Si tu nombre no ha dejado huella en la sociedad, en la cultura, en la política, en tu entorno, no tienes identidad. Nos pasamos la vida haciendo cosas con la intención de dejar nuestra huella en el futuro.

Esto sucede en el campo social y familiar. Pero en el religioso se respira también el deseo de tener experiencias que supongan un terremoto interior, una gran conversión. Necesitamos estímulos poderosos que nos hagan sentir algo diferente para impulsar un cambio en nuestra vida. Las súper-producciones de Hollywood, con un fuerte carácter protestante, han marcado mucho la psicología religiosa de los últimos tiempos. Con grandes puestas en escena, casi endiosando al personaje, vemos retratados a los grandes héroes bíblicos: Moisés, Josué, David. Las conquistas y batallas ganadas son signo de que Dios está de su parte. Ante estos relatos, todos soñamos en convertirnos en protagonistas de algún hecho inaudito, algo espectacular donde todos puedan ver que Dios actúa en nuestra vida y la cambia totalmente.

Entre muchos grupos religiosos se está fomentando un tipo de experiencia donde se crea un intenso ambiente emocional y espiritual. Utilizan un lenguaje sugerente, música y repetición de frases que impactan en la psique, generando un estado de conciencia que llena a las personas de fuerza. Dejan a un lado su fragilidad, sus inseguridades, y se sienten invencibles. En esos momentos, sus personas cambian.

No voy a negar la bondad y la autenticidad de muchos de estos líderes. En muchas ocasiones, se producen verdaderas y profundas conversiones: los participantes sienten que Dios los habita y que está con ellos, y cambian el rumbo de su vida. Para algunos, que se hallaban en situaciones límites, un encuentro de esta índole ha supuesto un giro radical y una enorme regeneración.

El riesgo de este tipo de espiritualidad es que, después del gran evento, hay que volver a la vida ordinaria, a la cotidianidad, y es allí donde se demuestra si realmente ha habido una conversión o solamente un impacto emocional intenso pero efímero.

Dios está en lo pequeño


Dios también se manifiesta en lo sencillo, en lo cotidiano. Santa Teresa hizo célebre esta frase: «Entre pucheros también anda el Señor». La presencia de Dios no siempre es arrebatadora. Puede ser una brisa suave y delicada. En la religiosidad existe la conciencia de un Dios que hace uso de todas sus potencias. Lo vemos, especialmente en el Éxodo, cuando se relata la liberación del pueblo de Israel de manos del imperio egipcio, mostrando su poderío frente a la obstinación del faraón. Pero también lo vemos en la brisa tenue que envolvió al profeta Elías, en la cueva.

El espíritu de Dios actúa en el devenir de cada día, en el trabajo, en la familia, con los amigos. Para crecer no necesitamos muestras continuas de su poder, sino de su amor misericordioso.

Dios también se manifiesta en lo sencillo y humilde. Quiere que lo descubramos no sólo por su fuerza. En lo pequeño también está su poder y su gloria.

Aprendamos a saber ver a Dios en el cónyuge, en los niños, en los ancianos, en los pobres, en el que sufre, en el extranjero, en el otro diferente a mí… incluso en el enemigo. Aprendamos a ver a Dios en el sufrimiento. Y también en el hermoso cambio de las estaciones, en la naturaleza, en la capacidad creativa del hombre, en su deseo de trascender. Dios está en un bebé indefenso y en el delicado vuelo de una mariposa. Dios está en los entresijos del alma. Cuando miramos el cielo y nos asombran las miríadas de estrellas, Dios está allí. Pero también está dentro de ti, en el propio aire que respiras. Dios no deja de hacerse presente. Jesús nos lo revela cercano, asequible, compasivo. La novedad no es que sea grande como Creador y fuente de la vida, sino que, siendo lo que es, omnipotente, se haga bebé, hombre y más tarde trocito de pan.

Aquí está la grandeza de Dios, que se hace tan asequible que lo podemos comer. El Dios de Jesús no es un Dios de rayos y truenos. Es una presencia delicada que no necesita de todas sus fuerzas para conquistarnos y producir un cambio en nuestra vida. Sólo necesita de una mirada compasiva, llena de amor, para decir que nos ama.

No necesitamos hacer algo grande para ser alguien. Dios sabe de nuestra fragilidad y nos ama igual, con nuestros límites. Dios hace lo contrario que el hombre; este quiere llegar a ser como Dios. En cambio, Jesús renuncia a su rango y se abaja, como dice san Pablo, haciéndose hombre. La carrera de Dios es hacia atrás, mientras que el hombre corre hacia adelante hasta estrellarse en su propia identidad.

No hay que sentirse alguien o algo importante para saber que Dios nos quiere inmensamente. Lo único que tenemos que hacer es bajar de las ruedas de la egolatría para ponernos en camino, paso a paso, hacia el abrazo de Dios. Él sólo quiere abrazarte, así de sencillo. Lejos de grandes experiencias, él siempre está allí, aunque no puedas verlo. Allí donde tú estás, vives y trabajas, en tu vida cotidiana. Tú eres su mejor santuario.

domingo, octubre 07, 2018

¿Dónde estamos? Reflexión de inicio de curso pastoral


El diagnóstico: vamos avanzando, a paso aún débil


A veces parece que estamos un poco instalados, desenamorados. Nos mueve el cumplimiento del deber cristiano, pero quizás nos falta vibrar más. Nos falta pasión.

Si cumpliéramos lo mínimo con nuestra familia, con nuestro esposo o esposa, con los hijos… ¡seguramente nos pedirían más! Necesitamos entusiasmarnos por la familia, por los hijos, por el hogar, por los proyectos. Cumplir no basta.

Si sólo cumplimos, nuestra relación con Dios se limitará al rito y a las normas. Imaginaos esto en una relación de pareja. ¿Se sostienen los matrimonios sólo por el deber? Humanamente no se puede; la desidia y el cansancio os vencerán.

Dios sigue enamorado y nos espera. ¿Y nosotros? Cuando un enamorado ama y el otro no responde, queda tristísimo. No hay un latido común. ¿Nos hemos instalado en la desidia? ¿El «ir haciendo» es nuestro plan de vida?

De esta falta de pasión viene la esterilidad. El mínimo esfuerzo nos cuesta mucho. En las parejas esto acaba en aburrimiento y separaciones. En la Iglesia, vemos parroquias vacías que sobreviven bajo mínimos. De la fe se ha pasado al rito. Del amor, a la norma.

Renunciar a la misión evangelizadora nos quita fuerza. La misión es exigencia, pero también es fuente de alegría, como recalca el papa Francisco en su exhortación La alegría del evangelio.
La conclusión es que así no podemos estar. Si amamos, del amor se deriva un compromiso. Si queremos a Jesús, amaremos a la Iglesia, a nuestra comunidad.


¿Cómo volver a enamorarnos?


Cuando la excusa para no comprometernos es que no nos cae bien el cura, o no soportamos al otro, esto es fruto del desamor. Cuando hay amor, los defectos del prójimo no importan.

Pero si amas por obligación, el amor muere. La norma sola mata el amor. El amor necesita la libertad, como el fuego necesita el viento para propagarse. Sin libertad, el amor se apaga.

¿Cómo enamorarnos de nuevo? O ¿cómo enamorarnos por primera vez? Si siempre nos han obligado… tenemos que aprender a amar.

Volvamos a las raíces, volvamos al primer amor. Necesitamos reavivar esa chispa que un día nos hizo arder.

¿Qué hiciste entonces? ¡Hazlo! ¿Qué actitud tenías? ¡Tenla ahora!

No temas al cambio, al vértigo, a lanzarte. Un enamorado se atreve a todo. El amor hace valientes a los cobardes, decía un sabio.

Volvamos a la relación personal, directa con Jesús. Dedícale tiempo, da tu tiempo a los demás: con voluntariado, con apostolado. Dale tiempo y date a ti mismo. Dale recursos, ayuda, medios, creatividad… ¿Qué le darías a tu amado, a tu amada? ¡Dáselo a Jesús!

Todo cuanto hagas, hazlo con libertad. No temas, no vas a perder nada. Ganarás una inmensa alegría. Cuando le das algo a Jesús, te lo multiplica. Jesús no te empequeñece, ni te quita nada. Jesús es la mejor apuesta.

Todo en tu vida se renovará: familia, propósitos vitales… Te sentirás pleno. Jesús no te vacía, te llena. Vuelve al primer sí: sí a Dios, sí a los demás.

domingo, julio 08, 2018

25 años de fidelidad


El P. Juan Barrio, hace 25 años y en la actualidad.

Hoy he tenido la alegría de concelebrar en la fiesta de aniversario sacerdotal del padre Juan Barrio, con motivo de sus bodas de plata. Él fue mi predecesor en la parroquia de San Félix Africano, ocho años atrás. Desde entonces hemos mantenido una gran amistad. En un momento clave en que yo sufría un problema ocular, estuvo siempre ahí, acompañándome y sustituyéndome en las celebraciones. Doy gracias a Dios de tener por amigo a este sacerdote fiel, atento y servicial.

Hace unos días vino a comunicarme, personalmente y con enorme ilusión, la invitación a su aniversario. Y hoy he podido participar en la celebración de sus bodas de plata sacerdotales, acompañado por el vicario general Joan Galtés, el vicario episcopal Jesús Sanz y concelebrada con seis sacerdotes. La celebración ha tenido lugar en el santuario de San José de la Montaña, al cuidado de las religiosas Madres de Desamparados. Ha sido una liturgia sencilla, pero muy festiva y participativa, con un gran número de feligreses tanto de esa comunidad como de otras parroquias donde el padre Juan ha ejercido su trabajo pastoral. La música era hermosa y fluía en el entorno cálido del santuario modernista, a los pies de la imagen de San José, patrón de los sacerdotes.

Juan estaba sereno, lúcido y con una emoción contenida. Se le veía la paz reflejada en el rostro, y también la alegría. El vicario general, en un tono claro y pedagógico, ha predicado comentando el evangelio de Jesús como buen pastor, que es la esencia del sacerdote: el pastor que cuida de sus ovejas y es fiel a su misión, arriesgándolo todo. Ha terminado su homilía con una triple consideración, dirigida al padre Juan: una alusión al pasado, a su fidelidad durante la vocación y en el paso por tantas parroquias y comunidades, motivo de acción de gracias; una al presente, con su entrega servicial, y una al futuro, como realidad llena de esperanza.

En el altar, Juan ha culminado la celebración con profunda unción. Era hermoso ver a este hombre entregado, alegre por servir a su comunidad.

En su intervención final, el padre Juan ha tenido palabras de gratitud para todas las personas que lo han acompañado en su sacerdocio desde los inicios. Él es de Soria y su formación sacerdotal, así como su ordenación, fue en la diócesis de Orihuela, Alicante. Ha recordado con sencillez y emoción el día de su ordenación, hace 25 años, como un momento en el que todo le parecía un sueño. Ha tenido palabras cálidas para sus formadores del seminario y el obispo que le ordenó, para sus padres y familiares, para las comunidades por las que ha pasado y los diferentes grupos con los que se relaciona, incluyendo los visitadores de enfermos y los pacientes del Hospital del Mar, a quienes atiende espiritualmente. Ha agradecido a los presentes su compañía, y ha tenido un especial recuerdo por los que «están en la casa del Padre», deseando que de algún modo también participaran de este encuentro.

La Iglesia, una familia muy diversa


En el marco de esta celebración he podido darme cuenta de que hay una realidad en la Iglesia que está basada en los vínculos de amistad y en la riqueza del origen del celebrante. Se percibía frescura, alegría, gratitud y hermandad. Era un encuentro de nueve sacerdotes unidos por la amistad, sencillamente, sin hipotecas territoriales ni ideológicas.

En la diócesis hay este riesgo: que las diferentes sensibilidades, ya sean de tipo cultural, político o ideológico, nos distancien. Existe el riesgo, también, de secuestrar la idea de Iglesia y reducirla a una estructura funcional, y no una realidad viva y humana. Quien no encaje en este modelo de Iglesia puede quedar desplazado.

La Iglesia tiene que inculturarse, pero no blindarse en estructuras de pensamiento endogámico. Evangelizar no significa dejarse atrapar por las culturas mundanas, como dice el papa Francisco, sino trascender los modelos culturales para llegar a ser universal. Aunque nos encarnemos en una diócesis con sus peculiaridades, los sacerdotes al servicio de la Iglesia universal han de ir más allá de la idea de un país, una lengua y una cultura. Cada persona es patria y tierra donde evangelizar.

Sólo así evitaremos caer en la ideologización de la pastoral. La lengua y la identidad son un medio y no una barrera que pueda fragmentar la labor evangelizadora. Hoy, en esta misa, he visto que la realidad de la Iglesia rebasa las fronteras. He visto alegría, sencillez, amistad, fiesta. Nueve curas, todos muy diferentes, acompañando al celebrante, formaban una bella imagen de esta Iglesia diversa, esta Iglesia-familia que Dios quiere.

Tenacidad y sencillez


Mientras hablaba, pensaba que la generosidad del padre Juan lo ha llevado a una entrega intensa: entre el mar, en el hospital, y la montaña, en el santuario, ocupándose de los enfermos y de la comunidad de religiosas, así como de los feligreses devotos de San José que lo frecuentan. Además del culto litúrgico y la atención pastoral exquisita, Juan atiende a su familia.

Le pido a Dios que siga así, con esa tenacidad apostólica y esa sencillez que siempre ha mantenido. Que siga vivo su amor por Cristo y el sacerdocio y, cómo no, que Dios le ayude a mantener esa lozanía espiritual que es su gran arma evangelizadora. Espero, algún día, acompañarle en sus bodas de oro, en su plenitud sacerdotal.

Barcelona, 7 de julio de 2018

A continuación, reproduzco las palabras que el P. Juan dirigió a todos los asistentes

¡Gracias a tantos!


Quiero comenzar agradeciendo de todo corazón vuestra presencia en esta misa de acción de gracias por mis 25 años de sacerdote. Agradezco a los dos vicarios episcopales, mosén Jesús Sanz y mosén Joan Galtés; a mis hermanos sacerdotes, a Inocente, primo hermano de mi padre, sacerdote de Getafe…; a mi familia, hermano y sobrinos; a las Madres de los Desamparados de San José de la Montaña, a la Asociación de San José y a la multitud de amigos que frecuentáis este santuario; a los feligreses de la parroquia de San Félix, en la que estuve once años; a los feligreses de la Medalla Miraculosa, donde he estado dos veces, una como vicario recién llegado de Alicante y otra como adscrito dos años; a los feligress de las parroquias de San Paulino y de Santa Juliana y Semproniana, parroquias del barrio donde me crié y actualmente resido; a mis amigos del Hospital, visitadoras de enfermos, trabajadores y enfermos que habéis venido hoy con mucha alegría para mí. Y gracias a todos los demás amigos que, de un modo u otro, nos hemos conocido y querido.

Los que están desde el cielo


También quiero guardar un recuerdo y un agradecimiento especial a los que hace 25 años estuvieron en mi ordenación y ahora están en la casa del Padre, entre ellos mi madre (mi padre ya no estuvo en mi ordenación, había fallecido un año antes), una de mis tías, los dos rectores del seminario de Orihuela y Alicante, algunos profesores del seminario, mi párroco Emilio Pons y tantos amigos que me ayudaron y me quisieron mucho, que Dios os pague todo lo que hicisteis por mí y confío que desde el cielo estéis viendo esta celebración.

Un día inolvidable


Siento una profunda alegría en este día tan grande para mí. Hace 25 años recibí de las manos del obispo Francisco Alvarez Martínez, entonces obispo de Orihuela, Alicante, el sacramento del orden sacerdotal. A este obispo al poco tiempo le trasladaron y lo nombraron arzobispo de Toledo y hoy, con 93 años, está muy limitado por su enfermedad de Alzhéimer.

El día de mi ordenación fue un día inolvidable, no me lo podía creer, parecía que estaba soñando. Fue un gran regalo del Señor, sin méritos propios. El Señor me eligió a mí para hacerle presente allí donde él quisiera, para que, pese a mis pecados y limitaciones, fuese su instrumento de salvación y de amor. Después de 25 años la verdad es que soy muy feliz siendo sacerdote. Es cierto que hay momentos de cansancio, de sufrimiento, de muchas dificultades, pero la verdad es que Jesús nunca me ha fallado. Él me ha abierto siempre caminos nuevos. Él, como buen pastor, siempre me ha protegido y librado de grandes peligros y me ha dado fuerza y alegría para seguir adelante. Por eso hoy, después de 25 años de sacerdote, quiero darle gracias por este gran regalo que me hizo y os invito a vosotros a que deis gracias conmigo y, sobre todo, que pidáis al Señor que nunca me separe de él y que pueda serle fiel toda mi vida.

Gracias a todos por acompañarme en este día tan grande para mí.

P. Juan Barrio Puente
7 de julio de 2018
Barcelona, santuario de San José de la Montaña


La misa fue concelebrada con nueve sacerdotes. Además del celebrante, P. Juan Barrio, estuvieron: Mn. Joan Galtés, Mn. Jesús Sanz, P. Gabriel (dominico), P. Inocente (primo del P. Juan), Pedro Muñoz (asistente en algunas misas en el santuario de San José), Rafael (amigo del seminario), Juan (amigo sacerdote) y Joaquín Iglesias, actual párroco de San Félix Africano.

sábado, junio 30, 2018

Danzando ante la custodia


Siempre que voy a Balaguer, en la comarca de la Noguera, acostumbro a visitar el santuario del Santo Cristo, en la parte alta de la ciudad. Junto a la iglesia hay un monasterio de religiosas clarisas que cuidan del templo.

En mi visita habitual, esta vez era domingo, festividad de san Juan Bautista. Eran las once y media de la mañana y la misa había terminado. Algunos fieles quedaban en los bancos, rezando, bajo la imagen del Santo Cristo, que preside el presbiterio. Este domingo, después de la misa, dejaron sobre el altar una custodia con el Santísimo expuesto. Alrededor del altar, en pie y formando un círculo, había seis monjas contemplando el Santo Sacramento.

Poco después, sonó una música de antiguos ritmos hebreos y las religiosas iniciaron una danza ante la custodia. Quedé admirado. ¡Era tan bello el cuadro! La finura de sus movimientos y su delicada actitud de oración me emocionaron. Estaban adorando a Dios con su cuerpo. Arte, belleza y adoración se combinaban en armonía. Miré sus rostros sonrientes mientras danzaban con unción y exquisita elegancia. Era un paisaje de cielo.

Y pensé que a Dios no sólo se le puede rezar con los labios, recitando oraciones, ni con la mente, en silencio. Aquella adoración eucarística no sólo no desmerecía en nada de las otras, sino que me ayudó a entrar más hondamente en el misterio. Con sencillez, dejando que el cuerpo también entrase a formar parte de la oración, aquellas monjas desprendían unción y respeto. Jamás había visto un acto de adoración tan lleno de delicadeza espiritual, en un lenguaje que llega al corazón.

Que unas religiosas de clausura se abran a nuevas formas de adoración me parece profético. A veces el culto adopta una excesiva rigidez y se vuelve tan frío que nos puede alejar del latido de amor que llena al Cristo eucarístico. Nos da miedo explorar nuevas formas de rezar, quizás por temor al qué dirán. Muchos conciben los rituales sagrados como algo mayestático y solemne, y cualquier expresión que se salga de la costumbre puede parecer irreverente o incluso frívola.

Corremos el riesgo de vivir una relación con Dios demasiado ritualizada, pero sin alma, sin emoción, sin vibración. Todo es blanco y negro, sin volumen, como las estampas, sin conexión real con la vida, porque hemos convertido ciertos ritos litúrgicos en un culto repetitivo. Y esto nos hace caer en el hastío celebrativo. Se leen los textos de siempre y siempre se hace lo mismo; hasta los sacerdotes caen en el aburrimiento. Convertimos el acto más bello en un ritual vacío en el que nada nos habla ni nos despierta el deseo profundo de acercarnos a Cristo y mejorar nuestra vida. Todo se hace porque toca. Así, lentamente, nuestras liturgias se van apagando.

Hoy he recibido un regalo que no esperaba. Que me ha hecho recordar aquel hermoso pasaje bíblico en el que el rey David se pone a bailar ante el arca de la alianza. La formación cristiana es tan racional, por un lado, y tan puritana por otro, que contemplar esta forma de dirigirse a Cristo puede ser concebido como indigno por parte de algunos.

Hay un dicho: Si rezas con tus labios, rezas una vez. Si cantas, rezas dos veces. Y si danzas, rezas tres. Dios se merece que le recemos, y le amemos, como dice el Shemá hebreo, con toda la inteligencia, con todo el corazón, con todo el cuerpo, con toda el alma y con toda la vida.

Así ha de ser todo lo que hagamos: rezar, trabajar, amar. Sólo la pasión hace posible que nuestra vida florezca ante Dios.

domingo, marzo 11, 2018

31 años en la brecha


Hace ya 31 años de aquella tarde del 7 de marzo de 1987 en la parroquia de San Isidoro, en el ensanche de Barcelona, cuando recibí de manos del cardenal Jubany el ministerio sacerdotal.

Estaba rodeado de una sólida comunidad, que acogía al nuevo presbítero lleno de emoción, alegría y quizás miedo por la responsabilidad. Era muy consciente del inmenso don que se me daba. Entre el gozo que sentía y el compromiso que adquiría para siempre, aunque con temor, sabía que lo tenía que dar todo y que mi vida, de una manera definitiva, estaba centrada en aquel a quien se la entregaba: Cristo, sacerdote de sacerdotes.

Desde mi niñez sabía que lo que recibía era algo grande: convertirme en imagen de Cristo vivo en medio del mundo. Y, a la vez, era consciente que pasar por su trayectoria me llevaría a asumir las consecuencias de un sí total y absoluto a todo aquello que él me pidiera, incluso a la incomprensión y al rechazo, aceptando con humildad mis propias limitaciones y errores durante el proceso de mi crecimiento espiritual.

No era fácil haber llegado a esta meta. Después de decirle mi sí definitivo como respuesta a una llamada, habían pasado 15 años. En la primera etapa, balbuceaba, lleno de miedo, inseguridades e incerteza. Pero una vez le dije sí a Dios, a todas, el miedo al futuro y la incertidumbre se convirtieron en valentía, seguridad, certeza y una profunda alegría. Ya no me importaban los riesgos en esta travesía. Sabiendo que pasaría por situaciones difíciles, él finalmente me cautivó, me sedujo y, sin rémoras, me lancé con un sí rotundo a hacer su voluntad.

La llamada fue seguida de un periodo largo de formación teológica y pastoral, hasta que adquirí para siempre el compromiso de servirle a través del ministerio del orden.

Han pasado ya 31 años de aquel bello día. Mi vocación se ha ido consolidando en el yunque de la experiencia, mi alma ha sido moldeada con el fuego del Espíritu que me va convirtiendo en ese modelo que inspira toda mi acción pastoral.

Silencio, oración, liturgia, apostolado y, sobre todo, mis espacios de intimidad con él han marcado mi talante sacerdotal. Encontrarme con él cada día es mi anhelo y mi deseo más profundo. Quiero crecer en él y con él, esta ha de ser la mística de todo sacerdote: propiciar el encuentro con aquel que es la razón de tu vida y de tu sacerdocio.

Sólo desde esta experiencia siento que la gracia del don se derrama sobre mí, haciéndome florecer como un campo de espigas, para convertirme en pan para otros.

Hoy quiero dar las gracias a Dios porque, en este recorrido pastoral, ha hecho posible encontrarme con vosotros, mi nueva comunidad, donde sigo con firmeza y decisión, en la brecha pastoral. Lo vivo como una etapa muy intensa, y como un regalo, pues vosotros me habéis hecho crecer muchísimo. Llegar a San Félix para mí ha sido un hermoso reto, donde cada vez soy más consciente de que el sacerdote crece, madura y se hace con la comunidad. Esta hace posible la plenitud del sacerdote, pues es imagen de la Iglesia. Sin ella no se entendería la razón de ser del sacerdocio.

Hoy mi sí a Dios se concreta con un sí a vosotros, un sí a trabajar para que también os enamoréis de Cristo, y que este se convierta para vosotros en la razón de vuestra vida.

Esta es la misión esencial de mi sacerdocio. Que toda la comunidad también sea imagen de Cristo en medio del mundo. Todos estamos en la brecha de la evangelización. A todos nos toca ser luz para un mundo que vive en las tinieblas, como hemos leído en el evangelio de Jesús y Nicodemo. Ese regalo que Dios nos ha hecho dándonos a Jesús, la comunidad hemos de hacer posible que otros lo puedan recibir.

Doy gracias por el don que él me hizo llamándome a su ministerio sagrado. Deseo con toda mi alma servirle hasta el final de mis días.

Gracias a todos por estar aquí acompañándome.