domingo, marzo 19, 2023

De la cruz al sagrario



En este tiempo de Cuaresma, camino hacia la Pascua, cuando la primavera está a punto de estallar, volvemos a ti con el deseo de ahondar en el misterio de tu amor. Tu aceptación serena de la cruz pone de manifiesto tu entrega a la humanidad.

Dios nos crea, cuida y ama. No se desentiende de sus criaturas. Somos parte de la creación pero, además, nos envía a su hijo predilecto para que nuestra existencia material reciba algo más: una vida sobrenatural, con sentido y orientada hacia la búsqueda del bien.

Podemos descubrir el sentido de la vida si nos abrimos a la voluntad de Dios y a sus designios. La Iglesia, sabia maestra, nos propone este tiempo de mayor silencio, un paréntesis para aprender a estar con él y vivir con más hondura nuestra experiencia cristiana. El silencio nos ayuda a interiorizar lo que implica este vínculo con Dios.

La Cuaresma ha de ser una llamada a ser más conscientes del don que tenemos. La presencia de Jesús en la eucaristía expresa su deseo de no dejarnos huérfanos. En la hostia sagrada, él permanece para siempre con nosotros.

A las puertas de la Semana Santa, nos vamos adentrando en el misterio de su pasión y muerte. Dócil a Dios, asume con libertad y por amor el precio de su entrega: su vida como rescate para que no nos deslicemos hacia el abismo del pecado.

Señor, con tu muerte en la cruz rescatas al hombre alejado de ti, roto y desorientado, perdida su identidad más genuina: ser hijo de Dios.

Cuando nos desenraizamos de ti, vamos a la deriva, sin rumbo. Tu cruz fue el último plan para rescatarnos. Llegaste a derramar tu sangre, toda tu vida, aceptando el martirio y un sufrimiento extremo, todo por amor y para salvarnos.

Después de tu resurrección, te conviertes en pan y en vino para que nuestra vida forme parte de ti. Pues cada vez que te tomamos recibimos el pan sagrado.

Yo quisiera que, en este tiempo, aprendamos a callar más y hablar menos. Porque sólo así el silencio será fecundo. Sin ruidos interiores, podremos sintonizar con aquello que tú deseas para cada uno de nosotros.

Dejemos de inquietarnos por todo: tú estás ahí y nunca nos dejas. A veces sentimos vértigo y nos cuesta cambiar de rumbo. Tú eres el único faro que ilumina nuestras vidas y nos da serenidad en medio del combate diario. En ti podemos descansar.

Tú eres nuestra calma, tu corazón es un oasis en medio del desierto árido de nuestra vida. Queremos que la lluvia de tu gracia nos regenere, queremos volver a ti con la confianza y el abandono de un niño.

Queremos, en este tiempo de Cuaresma, desde el silencio más primigenio de nuestro corazón, volver a sellar la amistad que tú nos ofreciste, para disfrutar de una experiencia cercana e íntima.

Queremos ser parte de ti.

Deseamos renovar ese sí que un día te dimos desde nuestra vocación, cada uno según la llamada que le hiciste. Que nuestro vínculo contigo se fortalezca hasta ser irrompible, permaneciendo en el tiempo.

Tú, en la santa hostia, nos enseñaste que tu fidelidad es eterna. Queremos, en estos días cercanos a tu pasión, acompañarte hasta el Calvario, ayudándote a sostener el pesado madero y a empapar tu rostro ensangrentado con el paño de nuestra dulzura.

Queremos solidarizarnos con todos aquellos que llevan una pesada carga en su vida, en especial todos aquellos que injustamente sobreviven ante la indiferencia de muchos, desnudos en la intemperie, moribundos ante la frialdad. Tú sabes muy bien que es esto, Jesús. Tu agonía en la cruz es un grito lanzado a la humanidad, un grito que dice: ¡Basta! Doy mi vida para que otros no tengan que morir.

Desde tu cruz podemos entender que tu amor no tiene límites y que nuestro amor tiene que parecerse más al tuyo. Sólo así entenderemos el profundo significado de tu gesto sublime.

Después, diste un salto cuántico con la resurrección. Hoy podemos contemplarte en este pedacito de pan. Te nos das para que no perezcamos en la indigencia. Subiste al Gólgota y de allí al cielo. Desde el cielo, bajaste de nuevo para permanecer siempre a nuestro lado. Cruz, cielo y sagrario forman un itinerario para reencontrarnos contigo hoy.

domingo, marzo 12, 2023

El gozo de decir sí


«El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en fuente de agua que brota hasta la vida eterna.» (Juan 4, 13)

Celebramos esta fiesta de aniversario sacerdotal. Tengo que agradecer a Dios este regalo que me hizo, este don tan sublime, tan hermoso: escogerme entre los suyos para comunicar con entusiasmo su Palabra. De esto hace 36 años, fue en la parroquia de San Isidoro de Barcelona. Allí inicié mi ministerio sacerdotal.

Estoy profundamente agradecido a Dios porque quiso llamarme a ejercer como pastor de una comunidad, a transmitir a la gente esperanza. Que la gente descubra que el amor tiene sentido, que la tristeza no puede quitarnos la alegría, y que a pesar de los vaivenes de este mundo vale la pena mantenerse firme en la vocación.

Fue un sí que di antes de mi ordenación sacerdotal, cuando tenía casi la edad de Oriol, nuestro catequista. Un sí que para mí supuso un cambio radical de rumbo en mi existencia. La palabra sí es muy corta, dos letras: sí. Sí de silencio y sí de intensidad. Si no hay silencio intenso difícilmente se puede captar la profundidad de Dios. Los cristianos, y muy en especial los sacerdotes, necesitamos silencio. Corremos el riesgo de caer en lo que algunos sociólogos cristianos llaman activismo, también en el campo pastoral. A veces el trabajo nos puede quitar, no tanto la alegría, sino el tiempo para lo esencial, que es nuestra relación con Dios.

En esta relación con Dios es como creces de verdad, pues dejas que él entre en tu vida.  Si no hay un diálogo íntimo con Dios, difícilmente nos daremos cuenta de que su plan se hace realidad cuando te abres totalmente a él.

Un sí. Un sí que cambió mi vida personal y mi proyección. Como cualquier joven de esa edad soñaba con casarme, tener hijos, formar una familia y trabajar en mi campo. Pero Dios tenía otro plan. Recuerdo que le dije al sacerdote que me acompañaba en este proceso que no sabía si Dios me llamaba a ser cura. La verdad es que nunca lo había pensado; venía de una familia totalmente alejada del ministerio que estoy ejerciendo. Pero él me dijo: No importa. Él te hará ver. Tú dile que sí. Es suficiente, y él te irá mostrando lo que quiere.

Y fue así. Me abrí a todo lo que pudiera venir. Era joven y no me cerré a esta posibilidad. Y quizás porque no me cerré él entró. Esto es lo que tenemos que hacer todos los cristianos. Vuestra vocación de padres y madres de familia también requiere un sí. Un sí a Dios en el cónyuge, un sí a Dios en los hijos; un sí a la vida, un sí a ser testimonio vivo de su presencia en medio del mundo. Por tanto, después de todo este tiempo estoy muy agradecido por haber recibido este don inmerecido, porque es algo muy grande. Es un plus que Dios me hizo y soy consciente de ello, por eso quiero vivir mi vocación con una total entrega, bebiendo de la espiritualidad y del sacerdocio de Cristo.

El sacerdocio de Cristo va mucho más allá de las estructuras. Jesús fue una novedad para su pueblo. Él quiso que el anuncio de la buena nueva llegara a los suyos, que tenía cerca; pero también a los samaritanos y a todo el mundo. Toda la humanidad es objeto de este gran anuncio y llamada a vivir en plenitud.

Un sí te cambia de dirección y de proyecto, pero también te arriesga a lanzarte en el vacío, porque nunca sabes lo que pasará. Lo que sí sabía y tenía muy claro, cuando recibí las órdenes del Cardenal Jubany, mientras estaba tumbado en el suelo, es que le decía sí para siempre.

Y es verdad que no todo es tan fácil. Pero ¡qué hermoso! Ninguna dificultad, ningún problema, por grande que pueda ser, jamás me ha impedido mantener la fidelidad a Dios y a mi sacerdocio.

El sacerdocio es un compromiso para siempre. Y no vale flirtear con el mundo, donde tanta gente cae en la autosuficiencia, en el campo pastoral, intelectual y académico. Siempre estaremos pisando el límite para no caer en el abismo de la autorreferencia, algo que sucede en la misma Iglesia. Por tanto, dije sí para siempre y os puedo decir que, después de 36 años, me siento feliz de haberle dicho que sí a él, sin dudar en mantener mi fidelidad.

Algunos dicen: el sacerdote renuncia a muchas cosas buenas. Es cierto. El sacerdocio significa dejar de vivir una serie de experiencias. También puede haber una sobrecarga de exigencia moral. Pero yo os digo que no es que te pierdas mucho; es que lo ganas todo. Todo.

Y os he ganado a vosotros, la comunidad de San Félix. Hoy, mi familia sois vosotros, familia cristiana, familia que me acompañáis en el sacerdocio, y os agradezco enormemente que me hayáis acompañado en este día, en que me consagré. Esta experiencia es extraordinaria y marca toda mi vida. No importan las dificultades; es tan grande lo que he recibido, son tan hermosas las experiencias que voy acumulando en mi madurez humana y espiritual, que siempre estaré en deuda con mi Señor.

Porque, dentro de nuestras limitaciones humanas, es importante saber que con Dios se superan todas las tormentas, todos los vaivenes, todos los naufragios. Al final, no sabes cómo, siempre llegas a puerto. Él te ha escogido y nunca dejará que te pierdas. Estará vigilando.

Ojalá nuestra vocación en otros ámbitos, como el familiar, también la viváis como un rotundo sí a Dios. Ojalá viváis el matrimonio como un regalo precioso, porque es necesario. Se necesitan hogares cristianos para que surjan vocaciones cristianas; padres cristianos y, por qué no, futuros sacerdotes para la Iglesia.

Pienso que este don a veces me abruma, por ser tan grande, pero da una alegría inmensa que lo disipa todo. Porque yo sé que Dios es como este sol que hoy luce, en este cielo azul, tan luminoso. Dios quiere que vuestro corazón también esté lleno de luz, como mi sacerdocio; quiere que seamos rayos luminosos para los que viven en la oscuridad, almas perdidas que necesitan esa cercanía de Dios. Los sacerdotes, y todos los cristianos bautizados, somos instrumentos de este amor vivo de Dios en medio del mundo.

Como todo adolescente, yo tenía sed de trascendencia, sed de Dios. Y justamente el día que yo le dije sí a Dios, estaba delante de un pozo. Era un jovencito de 18 años y estaba haciendo unos campamentos con mi comunidad de Vilapicina. Allí, enfrente del pozo, tuve la experiencia de beber el agua de la plenitud. Y a partir de aquel día luminoso inicié mi camino hacia la ordenación en un día como hoy. Ya era de noche, eran las ocho de la tarde, pero dentro de mí era de día.

Por tanto, ¿qué os puedo decir? Hoy siento una enorme gratitud a Dios, a la Iglesia, a la comunidad cristiana y también a todas aquellas parroquias por donde he pasado. Ellas me han ayudado a madurar en la fe. Badalona para mí fue decisiva, porque allí me curtí en el yunque, donde Dios modeló mi corazón ejerciendo como rector por primera vez.

Doy gracias a Dios por tanto gozo y tanta plenitud.