martes, agosto 15, 2023

María se pone en camino

La propuesta que nos hace la liturgia en esta hermosa celebración de María Asunta a los cielos tiene una enorme profundidad y repercusión en todos nosotros.

María se puso en camino. En Adviento leemos otro texto, en el que María recibe la visita del ángel de Dios. Configura su casa como lugar de oración. Hace de su hogar un santuario, un espacio sagrado, donde se relaciona íntimamente con Dios. En su corazón, desde el silencio más profundo, María contempla, silenciosa.

Ahora vemos a María como una mujer que sale de su casa y se pone en camino. Pasa de la oración a la acción. Desde el silencio, María entiende que su prima Isabel necesita ayuda y se va para estar cerca de ella. Si la oración y el silencio no nos llevan al amor, ese silencio no es del todo profundo. Quizás no está lo bastante conectado con la trascendencia.

El silencio no es simplemente callar; es dejar que otro te hable. El silencio es escucha. María sabe escuchar y deja que Dios le hable al corazón. Y se pone en marcha hacia la montaña. Es decir, un camino ascendente, no fácil, cuesta arriba.

María nos enseña que en la Iglesia hemos de salir, incluso de nuestro propio templo, de nuestras propias limitaciones, de nuestras barreras. Hemos de salir a atender, acoger, ayudar, ser solidarios con personas que lo necesiten.

Un cristiano que ora y no actúa no hace suficiente. Con Santiago, diríamos que la oración nos ha de llevar a la acción, la fe se traduce en obras.

María se pone en marcha para atender a su prima Isabel.

Los niños lo perciben todo

¿Qué ocurre en este contexto familiar, hogareño, hermoso? Tan sólo ver a María, el niño de Isabel saltó en su vientre. Qué debía tener María que esta conexión espiritual llegó hasta el bebé, hasta el que sería primo de su hijo, Juan. Hoy hablamos de la sororidad, la hermandad entre mujeres, que va más allá de la cuestión ideológica. La amistad entre estas dos mujeres hebreas propicia un entorno extraordinario para el futuro armónico de este niño.

Los niños lo reciben todo desde el vientre de su madre. Todo. Perciben si está triste, si está contenta, si está emocionada, su tiene experiencias intensas, de todo tipo. Esto va configurando al niño dependiente de su madre. Qué importante es que cuando sale del hogar interno al hogar externo, a la familia el niño sienta: ¡Qué bien se está aquí! Que no haya una ruptura entre el vientre materno, envuelto en el líquido amniótico, y el espacio precioso de cariño y ternura en el hogar.

Cuando esto no se produce, algo pasará en el niño, porque el bebé necesita afecto, calor y seguridad. Todo cuanto podamos hacer parte de la experiencia cercana, cálida, hogareña, de sentirse querido. Ayer, en un bautizo, decía a los padres: El mejor regalo que podéis hacer los papás a vuestro hijo es que él sienta que os queréis. No sólo que lo queráis a él, que también, sino que perciba que los padres se quieren. Esto es la mejor terapia, la más potente que hay: encontrarse tranquilo, abandonado, sereno, porque sabe que en ese hogar será profundamente amado.

Por eso Juan, el profeta de fuego, sería una voz convincente ante su pueblo y lo daría todo para trabajar en la viña del Señor y ser precursor del Mesías.

Isabel reconoce la amistad con María, y expresa su alegría dos veces: el niño salta en su vientre. El futuro profeta se siente ya contento por la cercanía de Jesús. ¿Por qué salta de alegría? Porque sabe que su hogar será la fuente de su misión futura.

Después del elogio de María a su prima, le dice: «Porque has creído, lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Porque has creído, serás la madre de Dios. Porque has creído, el proyecto de Dios para la humanidad será posible. Porque María ha creído, puede llevarlo en sus entrañas.

Dios hace cosas grandes en nosotros

María reconoce la obra de Dios en su vida y canta: «Mi alma proclama la grandeza del Señor».

Esta canción seguramente afectó espiritualmente al niño. Es un canto hermoso.  «Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.» María se siente pequeña y agradece a su salvador porque ha mirado la humildad de su sierva.

Somos poquita cosa. Aunque veamos que el mundo evoluciona tecnológica, médica y culturalmente, no somos nada. Por mucho que creamos realizar grandes gestas. Dios nos sustenta a cada momento. Lo más importante no es lo que podamos llegar a ser, ni dejar una huella en la historia, en la cultura, en la sociedad. Lo más importante es reconocer que, en el fondo, no somos nada. Pero, no siendo nada, somos capaces de amar, y esto es algo grande. Porque Dios no nos pide que seamos grandes personajes ni emprendamos grandes hazañas. Dios nos pide que nos abramos a él. Que sintamos esa brisa suave en el corazón, su presencia discreta.

Fijaos en María. Hay muchas santas en el calendario que han hecho mucho más que María: Teresa de Jesús, santa Clara y otras santas de vidas impresionantes. Pero María, ¿qué hizo? Rezar. Sólo rezar. Y es la reina de las reinas, la santa de las santas. ¿Qué hizo? Dejarse querer por Dios, dejarse amar. Tan sólo dejarse envolver por la presencia misteriosa de Dios. Y cuando pudo, hizo algo por los demás. María salió a visitar a su prima, y seguramente su estancia con ella fue extraordinaria.

Y ella canta las grandezas del Señor. Los cristianos tenemos que cantar, porque, pequeñitos como somos, Dios hace cosas grandiosas en cada uno de nosotros. ¿Por qué creéis que estamos vivos? ¿Por qué creéis que tenemos fe? ¿Por qué creéis que estamos aquí? Porque ha hecho algo en nosotros. Sólo por nosotros mismos, por mucha inteligencia que tuviéramos, no podríamos acceder a la trascendencia. Llegaríamos al límite de la experiencia sublime, pero no podríamos trascender.

Hagamos cielo en la tierra

Hagamos de nuestro hogar un lugar precioso de convivencia. Porque la gente está muy necesitada de ello. Uno de los grandes problemas de este mundo son las enormes dificultades que hay en las familias: grietas, resentimientos, violencia contenida (y a veces no tan contenida), soledad, abandono… No hay suficiente ternura, calor, dulzura. Como la que vemos entre estas dos mujeres.

Ojalá María nos ayude a ir experimentando el cielo en la tierra. Ella fue asunta, los ángeles se la llevaron al cielo, dice la tradición. Nosotros podemos hacer un cielo aquí, en la tierra. Será la mejor manera de iniciar el viaje al cielo. María y su prima hicieron un cielo de su casa, de su hogar. El mundo necesita hogares de cielo, para que la familia crezca con alegría, con armonía, con felicidad plena. Si no es así, habrá tensiones conyugales, con los hijos, problemas de identidad, dolor inmenso en el alma… Construyamos espacios de cielo en la familia. La familia de Nazaret fue un cielo. Por eso los dos, María y Jesús, fueron al cielo: uno resucitando y la madre subiendo. Sólo así, haciendo cielo en la tierra, estaremos mereciendo el cielo en el más allá.

domingo, agosto 06, 2023

San Félix, mártir audaz

Félix fue un auténtico testimonio vivo y valiente de su fe. Su gran tesoro era Cristo, como afirmaba con fuerza y convicción. Ante el sufrimiento que le infligieron en su martirio supo mantenerse fiel a Jesús: nunca renegó de su fe. Le ofrecieron poder, riqueza, prestigio, si abandonaba la fe cristiana, pero tal era su fuerza interior que renunció a todo, asumiendo las consecuencias del brutal rechazo que lo llevaría a morir.

Su intenso amor a Jesús era más fuerte que la pompa que le ofrecían y el dolor con que lo amenazaban. No se movió ni un milímetro de sus profundas convicciones. Sin miedo, aceptó con serenidad la muerte como precio a pagar.

Su ejemplo tenaz es un gran modelo para todos nosotros, que pertenecemos a una comunidad bajo su patrocinio. San Félix, para nosotros, ha de ser un revulsivo que nos ayude a vivir con más valentía nuestra fe y nuestra pertenencia a la parroquia. La vocación cristiana supone muchas veces tener la osadía de salir de nosotros mismos, desinstalarnos e iniciar un proceso de conversión interior, el único camino que nos llevará a Jesús. San Félix nos enseña a permanecer fieles en nuestro compromiso, como él hizo. Nos anima a trabajar con ahínco para expandir la buena nueva y contribuir, con nuestra vida y ejemplo, a la gran tarea de dar a conocer a Jesús. Él estuvo dispuesto a todo. No se echó atrás. Con su predicación muchas personas se convirtieron al cristianismo.

Hoy, nuestra labor es más necesaria que nunca. Seamos conscientes de esto. De la profesión de fe hemos de pasar a una evangelización activa, capaz incluso de dar la vida. Nuestra fe cristiana ha pasado a ser una religión de culto y precepto, quizás muy adormecida. En la sociedad, es vista con apatía, indiferencia e incluso desprecio.

San Félix vivió su fe con enorme coraje y hasta las últimas consecuencias. Para los que estamos bajo su protección, su martirio nos ha de impulsar a vivir con mayor entusiasmo nuestra fe comunitaria. Hoy la situación es diferente que en tiempos de San Félix. Pero la evangelización sigue siendo una urgencia, empezando por nosotros mismos. La Iglesia debe autoevangelizarse para despertar de su letargo y ser un testimonio valiente ante los que pasan, ante los tibios y ante los que están en contra de todo.

Encomendémonos a san Félix para que nos contagie su férrea fe y nos ayude a no desfallecer nunca a la hora de testimoniar la presencia viva de Dios en nuestro mundo. Que su sangre, derramada como mártir, sea semilla de una nueva experiencia de encuentro con Jesús y contribuya a que muchos otros, viendo nuestro ejemplo audaz, quieran seguir este camino.

domingo, junio 25, 2023

Pastoral de la escucha

Saber escuchar es un gran reto de la evangelización. Existen innumerables ofertas en el panorama religioso, y se está generando una gran confusión en la sociedad ante la proliferación de sectas y nuevas seudo religiones. Más que nunca hemos de acertar en el diagnóstico para ver exactamente qué podemos ofrecer. Hay opciones muy llamativas, pero vacías de contenido. Muchas veces se cae en la autorreferencia, más que en la nitidez o la coherencia del mensaje. La manipulación sutil y sicológica es un recurso que utilizan algunos grupos, que están más por la labor de captar adeptos que de ofrecer sin imponer. Muchas personas buscan con sinceridad encontrar sentido a sus vidas, pero no se puede aprovechar esta inquietud para inocularles ideas cuya finalidad no es tanto ayudarlas a crecer como hacerlas afines a la causa. En nombre de Jesús, se las invita a seguir al líder de turno, que utiliza su afán de búsqueda para atrapar seguidores.

Desde la libertad y la humildad

¿Cuál sería el antídoto para evitar esto? Frente a las maravillosas ofertas que se nos ofrecen por diferentes canales, a veces desde la autosuficiencia y el deseo de impresionar, no podemos confiar que, por saber mucho, por tener más experiencia o bagaje intelectual, ya estamos capacitados para instruir y guiar.

Esta es una labor compleja y difícil, porque hay que tener muy claros los límites: están marcados por la libertad y la humildad.

A partir de aquí podremos ejercer una labor de apoyo a las personas y ayudarlas a ser ellas mismas, con sus capacidades orientadas a un crecimiento que las lleve a la madurez humana y espiritual. Desde su sagrada libertad, ¿cuál sería la clave para no caer en excesos o desviaciones? ¿Cómo evitar los protagonismos, la sobreactuación y el liderazgo mal enfocado?

La clave está en saber escuchar

Para esto, lo primero que hay que hacer es dedicar tiempo. El sacerdote, en su ministerio, debe priorizar la escucha como un valor intrínseco de su vocación. Es verdad que hay mucho que hacer, pero no podremos ofrecer nada distinto si antes no somos capaces de escuchar. Los que por nuestra función pastoral hemos de hablar mucho, comunicar, instruir, educar, necesitamos un jarabe de humildad: callar más y escuchar más. Puede parecer que, si no predicamos o instruimos, el alcance de nuestra misión queda reducido. Pero yo creo que toda predicación o instrucción ha de partir de una honda y larga escucha. No hace falta demostrar que sabemos mucho o somos los mejores del mundo. Hace falta un oído paciente que no mire al reloj para recoger tantos sufrimientos, tantas dudas, tanta desorientación. El sacerdote que escucha recibe lo más hondo e íntimo de la persona en su búsqueda incesante, que a veces la lleva por callejones sin salida. Es un acto de enorme confianza: está regalando el tesoro de su alma, que requiere de ese acento esencial de nuestra vocación: tener el valor de detenernos y priorizar la oración, el silencio y la escucha.

Aprender a escuchar no es tarea menor, y es crucial que descubramos que en un diálogo no somos el centro: el centro es el otro, aquel que está dispuesto a abrir su corazón, el cofre más preciado de su vida. Si no tenemos tiempo para esto, hemos de plantearnos si el ejercicio de nuestro ministerio está correctamente enfocado. Me decía un amigo sacerdote que, en vez de ser charlatanes, teníamos que ser «escuchatanes»: esta es la primera clave de la nueva evangelización. Sólo así podremos auscultar la enfermedad de tantos jóvenes, que muchas veces consiste simplemente en que no se sienten escuchados, y esto genera patologías en su alma.

El riesgo del activismo

La prisa y la falta de tiempo son peligrosas. Nos alejan de la agonía de muchos que sólo quieren sentirse en paz. Los sacerdotes no podemos caer en el hiperactivismo pastoral, porque esto nos lleva a creer que todo depende de uno mismo. Esto es dejar fuera a Dios, y si se deja a Dios a un lado, el sacerdocio languidece y se empobrece, con el riesgo de que la gracia que hemos recibido por el sacramento del orden se vaya agotando. El riesgo que corre el sacerdote es ir muriendo lentamente, algo que sucede cuando Jesús deja de ser el centro de su vida. Puede llegar a idolatrar las propias capacidades y talentos.

Escuchar, confesar y dirigir grupos es parte de nuestra vocación sacerdotal. La misa, el confesionario, la oración y el apostolado están íntimamente ligados. Si dejamos una de estas partes, el centro de gravedad del sacerdocio se pierde. Escuchar es el gran tesoro de la pastoral.

domingo, mayo 21, 2023

Días luminosos

Seguimos en el tiempo más luminoso del año litúrgico: la Pascua. El tiempo de los tiempos en la liturgia. La noticia de todas las noticias: ¡Jesús vive! Esto ha de marcar nuestra vida cristiana. De la cruz a la vida, de la oscuridad a la luz. Es un acontecimiento que transforma nuestra existencia. Se podría decir que es el gran acontecimiento de la humanidad. La resurrección de Jesús marca un hito en la historia. Todo lo que hagamos, pensemos y digamos parte de este gran momento.

Pasar de la no-vida a la Vida en mayúscula es un hecho crucial. Salir del abismo de la muerte hace que nuestra vida recobre un sentido pleno.

Nadie antes de Jesús había resucitado, y esto no puede dejar indiferente a nadie. Nos abre una perspectiva nueva. Por tanto, este anuncio es una llamada a vivir con esta certeza, aunque con nuestras limitaciones humanas. Con el resucitado ya empezamos a vivir, aquí en la tierra, la vida de Dios en nosotros.

Todo esto es un gran desafío. La tendencia a engancharse a la tierra es una inercia que nos lleva a endiosar todo lo material. El culto al tener y a nuestras posesiones nos aleja del abandono en manos de Dios. Con la resurrección de Jesús, nos situamos ante un nuevo horizonte. Ya aquí, la experiencia de una vida nueva nos libera de las cadenas y el yugo del pecado.

La alegría ha de ser el signo más importante del cristiano. Es un borrón y cuenta nueva para dejar atrás el pasado e instalarse en la gracia.

Es un salto definitivo: ya no tenemos excusas para vivir trascendidos a pesar de nuestros errores. Hasta esto ha quedado superado. La luz de Cristo ilumina nuestra existencia.

Jesús, tú estás presente en la eucaristía. Tú has querido permanecer con nosotros en el sagrario. Acercándote al altar, brillando en la custodia, quieres estar a nuestro lado, escuchando el latido de nuestro corazón. No te quieres separar de nosotros, jamás. Este es tu deseo. Quieres que sintamos tu respiración, tu cercanía, tu amor infinito. Quieres seguir dándote a través de tu pan y de tu vino. Quieres seducirnos, conquistarnos. No quieres que nos perdamos nunca, ese es tu deseo más genuino: estrechar un fuerte vínculo con tus seguidores. Quieres que percibamos tu caricia y tu aliento para que respiremos contigo y nuestra alma no se empobrezca. Quieres que tengamos vida en plenitud.

Este es tu cometido: que nadie se pierda y que, unidos a ti, nos encontremos con nuestra identidad más primigenia: ser hijos tuyos.

Quieres que, junto contigo, demos vida a los demás. Con tu amor tenemos todo el arsenal necesario para llevar a cabo la misión que nos encomendaste: ser testigos luminosos de tu presencia en medio del mundo.

Hoy disfrutamos de tu presencia, silenciosa, íntima, cercana. A ti también te gusta el silencio con los tuyos. Tú sabes cómo está nuestra alma, qué es lo que nos hace padecer. Quieres que nos cobijemos en tu pecho; quieres que nuestro corazón se fusione con el tuyo y que sintamos el latido de tu amor inconmensurable. Quieres que hagamos esta tregua mensual para estar contigo en esta hora y paladear las mieles de tu corazón.

domingo, mayo 14, 2023

El sacramento de la caricia de Dios

La vida humana pasa por diferentes momentos y etapas que se suceden entre la enfermedad y la salud. Somos frágiles y vulnerables: estamos expuestos a muchas situaciones que pueden amenazar nuestra salud y nuestra vida, causando a veces hondas crisis existenciales.

Nos preguntamos por qué hemos de pasar por ese trance de dolor y sufrimiento. En algunos casos, nuestra vida puede verse hipotecada por problemas graves de salud, o nos vemos obligados a vivir dependiendo de los demás a causa de alguna incapacidad. Es normal que se produzcan resistencias a asumirlo.

Pasar por una enfermedad que va diezmando nuestra vida y nos produce dolor físico y emocional puede provocarnos una rebeldía comprensible.

Hoy, la Iglesia nos ofrece un “salvavidas” a todos aquellos que sentís que estáis naufragando. Ya no sólo por problemas en la salud física, sino en la salud psicológica, existencial y espiritual. Es la totalidad de la persona la que puede sufrir desajustes que se manifestarán en diferentes patologías.

Jesús fue extremadamente sensible al sufrimiento humano y sanar a los enfermos se convirtió en una parte muy intensa de su ministerio. Él quiso asumir sobre sí mismo el dolor de la humanidad, de ahí su cercanía a todo aquel que sufría.

El sacramento de la unción es el bálsamo de la ternura de Dios. A través de este aceite, la gracia de Dios penetra hasta lo más profundo de vosotros, para que toda vuestra existencia, desde la piel hasta el alma, quede impregnada de su fuerza sanadora.

Él nos quiere con salud y felices. Pero no sólo se trata de mejorar en aquello que os preocupa, sino de acoger el don de lo Alto para que os dé el coraje de abrazar con paz vuestra situación. Hoy, los cristianos enfermos y abandonados en manos de Dios pueden dar un gran testimonio evangelizador ante un mundo caído y derrotado. Tener una rica vida espiritual puede impactar en nuestra mejoría, pero cuando aprendemos a abrazar la cruz estamos iluminando a muchos. Unirse al sufrimiento de Cristo es la mejor terapia. No tanto porque pueda reducir el dolor, sino porque desde la cruz de Cristo damos otro sentido trascendente al sufrimiento. Sólo en sintonía con él empezaremos a regenerar las células de nuestra alma.

El bálsamo del sacramento de la unción es el antídoto a la tentación de acortar o terminar nuestras vidas con los medios que se nos ofrecen para huir del sufrimiento.

La vida, incluso enferma, es sagrada y tiene un valor incuestionable que va más allá de las ideologías y de ciertas prácticas médicas. Con el pretexto de acabar con el dolor, están poniendo en cuestión el principio sagrado de la vida.

La Iglesia nos ofrece el regalo de este sacramento que ayuda al enfermo a aliviar su dolor y lo fortalece, dándole paz e invitándolo a confiar en la misericordia de Dios.

domingo, abril 30, 2023

Asombrosa tenacidad


Después de un largo periodo convaleciente a causa de una enfermedad, María Rosa falleció en la madrugada del 17 de abril, después de celebrar el segundo domingo de Pascua, el Domingo de la Misericordia.

En los últimos meses he tenido la gracia de poder atenderla con los auxilios sacramentales y la verdad es que no salgo de mi asombro al constatar la paz con que ha vivido el lento y doloroso proceso de su enfermedad. Para mí ha sido un ejemplo de total abandono y confianza en Dios. Al lado de su fragilidad física pude atisbar una gran fortaleza interior. En sus momentos de mayor debilidad, me impactó comprobar su salud espiritual, firme y entera. La comunión diaria era su alimento. No le preocupaba saber que tenía que morir; lo tenía muy claro y abrazaba su situación con total serenidad. Sólo quería salvar su alma y recibir cada día a Jesús sacramentado. Esto le daba una fuerza insólita y la preparaba para el encuentro definitivo con el Señor. Suave como los pétalos de una rosa, pero fuerte como un roble, esta mujer extraordinaria ha culminado una hermosa vida de entrega vocacional.

María Rosa nació el 21 de abril de 1938. Era la mayor de ocho hermanos, en el seno de una familia hondamente cristiana. Desde muy joven conoció el Opus Dei y en el año 1959 firmó su incorporación a la Obra como agregada. Llevaba a Cristo insertado en su corazón y durante el último periodo de su vida, tomándolo en comunión diaria, se fue acercando cada vez más a él. Percibí una paz inmensa en su interior; no le importaba el tiempo que pudiera pasar, ni el sufrimiento y el malestar que le ocasionaba la enfermedad. Quería llegar limpia y preparada al cielo y ofreció este largo camino a Jesús, sumándose a su pasión.

Durante su agonía, no dejaba de estar atenta a sus compañeras; su energía espiritual era inagotable. Se desveló por los demás hasta el último momento. Cuando ya estaba a punto de deslizarse hacia el cielo, entre aquí y allá, aún seguía dando recados.

A lo largo de mi vida sacerdotal he podido atender religiosamente a muchos enfermos en situaciones límite. Para mí, María Rosa ha sido un ejemplo a seguir. Dios me ha permitido encontrarme con esta joya espiritual: una vida intensa, volcada a Dios hasta el último aliento.

Una vida de entrega apasionada

He tenido la oportunidad de leer su libro de memorias: Atreverse con lo imposible. El título merece una explicación. Recoge la apasionante aventura de una vida entregada. Siempre en la brecha, con el firme propósito de ser fiel a su vocación, la energía de María Rosa no venía sólo de su temperamento tenaz y conciliador, sino de sus profundas convicciones religiosas. Su creatividad arrolladora no dejaba a nadie indiferente. Tenía una enorme capacidad de trabajo y sabía que la profesionalidad y la seriedad formaban parte intrínseca de la espiritualidad de la Obra: como tanto insistía su fundador, el trabajo es un medio de santificación en el mundo.

María Rosa supo responder a las diferentes tareas que se le encomendaron como formadora, gestora y promotora de varios centros de formación ocupacional que llegarían a ser referentes en Barcelona. Se volcó en estos proyectos de promoción de la mujer. Junto con sus compañeras, lo dio todo para favorecer que muchas jóvenes pudieran formarse e insertarse en el mundo laboral. Además, fue la organizadora de numerosos eventos culturales y artísticos y también ejerció como periodista, responsable de comunicación y de contacto con los medios. Su testimonio de fidelidad y entrega impactaba a cuantos la conocían. El celo apostólico formaba parte de su vida y ha dado sus frutos. Para muchas personas, María Rosa fue clave en su crecimiento espiritual.

Amante de la música, la literatura, el arte, el montañismo y experta en cine, ya siendo mayor, se ocupó de otro apostolado: el cuidado y atención a personas ancianas de la Obra. No se jubiló hasta que las fuerzas le fallaron por causa de su enfermedad. Entonces tuvo que dejarse cuidar. Con todo, siguió preocupándose por sus compañeras y jamás desfalleció en su fe.

San Josemaría Escrivá le transmitió su entusiasmo y en su corazón brillaban los destellos de un testimonio vivo. María Rosa no sólo deja un legado espiritual a sus compañeras de camino en la Obra. También ha dejado huella en su entorno. La comunidad de San Félix, su parroquia, y yo, como sacerdote, la recordaremos siempre.

domingo, abril 23, 2023

Adorar a Jesús vivo


Jesús ha resucitado. Estamos en un tiempo de gracia que la Iglesia nos regala para vivir con más intensidad nuestra fe en un Dios vivo que se hace presente en nuestras vidas. Los cristianos celebramos un acontecimiento crucial que da coherencia y solidez a aquello que creemos: es la verdad fundamental de nuestra fe. Sin esta certeza nos disolveríamos en la nada. Todo tiene sentido a partir de este acontecimiento nuclear que asienta nuestras raíces cristianas.

Y es a partir de aquí que la vida del cristiano adquiere un nuevo matiz. Vivimos aquí, en la tierra, con la certeza de haber iniciado ya una vida nueva. Nos convertimos en hombres y mujeres nuevos, llamados a comunicar la experiencia que configura nuestra identidad cristiana. Si creemos en esta gran verdad, nuestra vida debe quedar transformada.

Siguiendo los pasos de Jesús


Jesús, abierto al Padre, culmina su plan para nosotros. Como seguidores suyos, entramos en su dinamismo: si seguimos sus pasos en los evangelios veremos que su relación con Dios era intensa y profunda. Jesús siempre fue dócil a los designios del Padre: predicó en su nombre, atendió a los pobres y a los enfermos por su misericordia: sanó con sus manos y con su voz, expresión de amor a los más desvalidos y a los que sufren. Fue un incansable anunciador de la bondad y la misericordia de Dios. En todo momento hizo su voluntad, incluso pasando por el sufrimiento y el rechazo, la agonía y la soledad de la cruz. Finalmente, Jesús también se sometió a la muerte. Podríamos decir que el itinerario del cristiano ha de ser el mismo de Jesús: vivir con intensidad, en profunda comunión con el Padre; sentirnos hijos suyos, y a partir de aquí seguir sus pasos hasta vivir lo que él vivió.

Convertidos en agentes misioneros de su palabra, nuestro lugar está cerca de los que sufren, acompañando a tantas gentes angustiadas y perdidas que buscan con ansia calor, dulzura, amor. Estamos llamados a repetir con nuestras manos y con nuestra boca las obras y las palabras de Jesús. Nuestra vida, unida a él, ha de ser la suya. Podemos hacer milagros, dar vida a quien no la tiene, esperanza al alma desesperada, fuerza a quienes flaquean y luz a quienes caminan en la oscuridad¡Cuántas tinieblas hay en el mundo!

Insertados en Jesús podemos levantar a muchos derrotados y caídos. No minimicemos este milagro: hacer que la gente se sienta viva y amada. Sólo así estaremos preparados para dar el salto del martirio. La madurez espiritual consiste en asumir las consecuencias de nuestro sí, abrazando, si fuera necesario, el sufrimiento y la cruz, y sabiendo vivir nuestra propia pasión cuando toque.

Dóciles a Jesús, tendremos tal comunión con él, que podremos repetir, con san Pablo: Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en míEsto es necesario para que se cumpla el plan de Dios en cada uno de nosotros. De esta manera, estaremos viviendo con Jesús nuestra propia resurrección, como leemos también: Si Cristo ha resucitado, nosotros hemos resucitado con él.

Vivir el misterio pascual


Ya aquí, en la tierra, vivimos la antesala del cielo. Aunque todavía estemos sujetos a las leyes de la naturaleza, al tiempo y al espacio, nuestra alma está marcada con el sello de una vida nueva. 

Tenemos 50 días, hasta Pentecostés, para ir penetrando en el misterio pascual y saborear las delicias de este anticipo de una vida plena con él. Hemos de convertirnos en cristianos pascuales, alegres, voceros del gran anuncio y testigos de su misericordia y de su amor.
Jesús no quiere apartarse de nosotros, no nos deja huérfanos y por ello quiere permanecer en el sagrario todos los días, hasta el final de los tiempos.

Antes de habitar en el sagrario, su humanidad se desplegó en el itinerario hacia la cruz, asumiendo el pecado de la humanidad. 
Después, Dios Padre lo resucitó y durante cuarenta días Jesús, hombre-Dios, quiso recuperar a los suyos y reafirmarlos en la fe, comiendo de nuevo con ellos. En estos días tuvo que conquistar a sus discípulos desorientados. Después ascendió a los cielos para volver a bajar en forma de pan, pues quería seguir alimentando a los suyos con su palabra y su presencia.

Hoy contemplamos a Cristo resucitado hecho pan. Como seguidores suyos, podemos seguir alimentándonos de él. 

Hoy estamos aquí porque también nos ha seducido a nosotros. Adorarlo es reconocer que, sin él, deambularíamos perdidos y temerosos. Los rayos de luz de la resurrección iluminan para siempre nuestras vidas.