jueves, diciembre 25, 2014

Navidad, la grandeza de lo pequeño

La Navidad es un tiempo para redescubrir el valor de lo cotidiano y la riqueza de la pobreza. Nos recuerda que por encima de no tener nada tenemos lo esencial: vida, dignidad.

La Navidad es un canto a lo sencillo, a la sobriedad, a lo diminuto. Es una llamada a asumir nuestra fragilidad con paz. Es un tiempo para ahondar en la inocencia en el sentido más genuino de la palabra, esa etapa de nuestra vida en la que el corazón todavía no está agrietado por la desconfianza. La admiración por la belleza del mundo y los amigos es un valor que marca la infancia. Navidad nos llama a reflexionar en ese niño que dejamos atrás cuando comenzamos a ser adolescentes y adultos, cuando dejamos que las dificultades fueran secuestrando aquella mirada limpia, llena de brillo y abierta a la sorpresa.

La Navidad es un tiempo para recomenzar, remirar, reilusionarse. Es un tiempo para olvidar todo aquello que mancha de oscuridad nuestro corazón. Un tiempo para asumir que la felicidad no consiste en tener mucho para ser alguien, sino darse cuenta de que lo hemos recibido todo. En la humildad está la clave para descubrir nuestra propia identidad y reconocer que la grandeza no se nos da por nuestros méritos, por lo que hacemos o valemos, sino por lo que se nos ha amado.

Sin esta generosidad no seríamos lo que somos: seres vivos, envueltos y sostenidos  por un infinito amor. 

Reconocer con humildad que no somos necesarios, pero que existimos, ¡qué maravilla!, es poner la fuerza no solo en nosotros, sino en Alguien que nos ha creado, mirado y rescatado.

Navidad es tiempo de abrirse a la sorpresa, al gozo de lo cotidiano, de las pequeñas cosas. Es tiempo de sacar nuestro niño dormido. Tiempo de acunar con dulzura nuestra vida y mirarla con gratitud. Tiempo para emocionarnos ante la ternura. Tiempo para el silencio y para contemplar.

La navidad es asomarse a un primer trozo de cielo: esa modesta gruta, ese pesebre lleno de paja, ese niño indefenso. Asomarse a la cueva de Belén es encontrarse con el cielo abierto. El pesebre es el primer hogar del Niño Dios. De la omnipotencia de los ejércitos celestiales, Dios pasa a vivir acompañado de una familia, unos animales y unos pobres pastores. El nuevo Adán no nace en un jardín con preciosos senderos, sino en una cueva agrietada.

Navidad es el canto más bello que Dios entona a la humanidad. Su poesía, llena de ternura, cala en lo más hondo de nuestro corazón. Porque Navidad es un canto a lo pequeño, a lo precario, a la inocencia, a la fragilidad. Dios ha decidido encarnarse en el tiempo y en el espacio. Con Jesús, asume nuestros límites y se hace carne, como nosotros: débil, pequeño, indefenso y dependiente como un bebé. Aterriza en la realidad de nuestra carne para que, siendo uno como nosotros, aprendamos a olvidar nuestros sueños de grandeza e importancia.

Dios, siendo grande en su omnipotencia, decide por amor convertirse en un niño indigente para que el hombre descubra que cuando juega a ser Dios pierde su humanidad. En cambio, cuando asume su humanidad descubre la filiación con Dios y se va divinizando con él.

El misterio de la Navidad, la contemplación del Dios hecho materia, cuerpo, santifica lo caduco y lo vulnerable: santifica la vida humana y la eleva a categoría divina. En la cueva de Belén se da otro Génesis y todo se recrea de nuevo. El nuevo Adán viene para convertir la tierra en un nuevo paraíso.
Nuestro cosmos interior es trascendido por la fuerza luminosa del amor de Dios. Convertidos en nuevos adanes, estamos llamados por vocación a ajardinar el nuevo paraíso. La Iglesia, ¿qué es, sino un trozo de este jardín del cielo en la tierra?

La Navidad es la conquista amorosa y paciente de Dios hacia su criatura. En ella la creación y la evolución del universo adquieren sentido: desde el primer estallido, el big bang, pasando por la formación de la materia y las estrellas, el desarrollo de la vida, la aparición de la vida inteligente, hasta el homo sapiens, todo cobra significado en el niño que nace en Belén. En Jesús se culmina el designio de Dios para la humanidad y para toda la creación.

Finalmente, la Navidad es un canto dulce y delicado a María, que ha hecho posible que Dios entrara en la historia y que el plan salvífico se llevara a cabo. Sin su sí no tendríamos Navidad, porque ella, antes, había ofrecido su corazón como el primer pesebre de Dios. María es la puerta de entrada de Dios al mundo.

Joaquín Iglesias - 
Navidad 2014.