lunes, septiembre 27, 2021

50 años después, una primavera en otoño


Hoy, día 25 de septiembre, he asistido a un aniversario de 50 años de ordenación de tres sacerdotes, con una larga experiencia pastoral. Sacerdotes ancianos, que lo han dado todo, sus historias son fascinantes y revelan una entrega sin regateos: a lo largo de estos 50 años, se han desvivido por completo y su amor al sacerdocio no sólo ha sido total, sino manifiestamente fecundo.

La parroquia estaba llena. La celebración ha sido exquisita, profunda, y se respiraba un ambiente de alegría, acogida y humildad. Los tres, con su talla humana, intelectual y religiosa, desprendían hondura y auténtica pasión por su ministerio. Sus palabras han estado llenas de sabiduría; su mensaje, certero, y su testimonio, vigoroso. La homilía también revelaba una gran formación pastoral y teológica, radicalidad evangélica y gratitud por el don del ministerio. Los tres han vivido este regalo con lucidez y agradecimiento, testimonios vivos de un estilo novedoso de ejercer el sacerdocio. 

Se podía percibir entre ellos el perfume de la amistad y de un compromiso sólido de muchos años.  Conscientes de la importancia de su misión, todos han dejado una huella muy profunda allí donde han ejercido su labor como rectores de diversas parroquias.

Impresionaba verlos tan firmes, con ese enorme bagaje acumulado en sus vidas, tan ricas espiritualmente e intensas pastoralmente. Impacta y emociona ver tres vidas dedicadas al Señor y a su Iglesia; tres vidas desbordantes e incansables en el anuncio de la buena nueva; tres vidas de una generosidad sin límites; vidas volcadas a la construcción del Reino; vidas fieles, que también han sabido abrazar el sufrimiento y la incomprensión. Vidas alegres, creativas, entusiastas; vidas de oración fecunda y de continuos retos en su labor, con sus carismas especiales de evangelización en el mundo de la cultura y los medios de comunicación, así como un deseo ardiente de trabajar por la paz.

Aunque ya jubilados de sus responsabilidades y cargos, sus almas siguen vibrando pese a la vejez. Su tenacidad va más allá de los límites físicos. Por un lado, irradian una fuerza y una frescura extraordinarias. Por otro, la fragilidad de unos cuerpos que van reduciendo su movilidad y su energía indica que ya están entrando en una fase más contemplativa. Su fecundidad será más interior, actuarán más como consejeros y maestros, desde la discreción. Ya no tendrán un protagonismo hacia afuera, sino un crecimiento más profundo hacia adentro. Así se veía en el mayor de todos ellos. De la pastoral activa pasarán a la pastoral de la presencia. Del trabajo vertiginoso a ser misioneros del sosiego y la calma, de la no-prisa. En esta última etapa de su sacerdocio ahondarán más en el valor del silencio y la escucha. Es un gran momento para mirar hacia atrás con enorme gratitud, abrazar con paz los límites del presente y abandonarse en manos de Dios, con la conciencia plena de que están avanzando en el camino de encuentro con Aquel que ha sido la raíz y que ha sostenido el regalo de su vocación sacerdotal; Aquel que está en el origen de un proyecto soñado para ellos; Aquel que es la fuente de la perpetua alegría.

Me he conmovido viéndolos a los tres, con otros quince sacerdotes que los acompañábamos, arropándolos y dando gracias a Dios por su fecunda tarea pastoral.

He tenido la suerte de haberlos conocido recién ordenados, con una enorme energía vital en los comienzos. Ellos tres han seguido mi trayectoria y estuvieron en mi ordenación sacerdotal. Para mí han sido grandes maestros y pastores, que me han ayudado a crecer como persona y como sacerdote. Por eso he dado muchas gracias a Dios por ellos y por permitir que, misteriosamente, nuestras vidas se cruzaran cuando yo era un joven con inquietud vocacional. Hoy ha sido un auténtico deleite espiritual que me ha hecho ser más consciente de cómo Dios va tejiendo un plan personal que poco a poco converge en un proyecto común, hasta que se produce el momento histórico del encuentro.