domingo, octubre 25, 2009

El Pan de San Pablo

Tras varios encuentros que hemos celebrado en la parroquia para tratar el tema propuesto por la diócesis dentro del plan pastoral en este curso: “Solidaridad ante la crisis”, hemos decidido lanzar una campaña de recogida de alimentos con el título “El Pan de San Pablo”.

El motivo de esta campaña es responder a las necesidades de diversas familias del entorno que se ven con dificultades para subsistir. La ayuda alimentaria suavizará su situación y permitirá que su precaria economía les llegue para mantener la vivienda y otros gastos.

¿Por qué “El Pan de San Pablo”? Evocamos con esta frase la necesidad de alimento, tanto físico como espiritual. Como dice el Papa en su encíclica, no podemos limitar nuestra acción a la mera dimensión social. Detrás del gesto de donar comida hay un compromiso evangelizador. Cuando damos pan damos también vida, aliento y esperanza.

El evangelio de hoy, que nos relata la historia del ciego Bartimeo, nos llama a ayudar a la gente que vive en el arcén de la sociedad para levantarla y animarla a ponerse en pie y a encontrar un sentido a su vida. El paro es una lacra que lanza al abismo a muchas familias. La Iglesia ha de responder, arrojando luz a los corazones de las personas.

¿En qué consiste la campaña? Cada primer domingo de mes, en la misa de 12, se instalará un carro junto a la entrada del templo donde la gente que desee podrá dejar su aportación. También aceptaremos donativos en metálico para comprar comida. Algunos feligreses se han ofrecido para recoger alimentos de sus vecinos y de los comercios cercanos y traerlos a la parroquia. Esta campaña tendrá una duración indefinida, hasta que se acabe la situación de crisis acuciante.

Los alimentos recogidos serán repartidos cada quince días por un grupo de voluntarios, que se ocupará de acoger a las familias solicitantes. Se les pedirán los documentos que acrediten su situación y se verá si se les puede ayudar de otra manera o derivarlos a otros servicios sociales, ya sea Cáritas arciprestal o instituciones que puedan atenderlos.

El gesto de dar pan —alimento— manifiesta el compromiso cristiano de quienes participan de la eucaristía y el vínculo inseparable de ésta con la acción caritativa.

domingo, septiembre 27, 2009

Solidaridad en la crisis

La semana pasada comenté el plan pastoral que la diócesis de Barcelona ha preparado para el trienio 2009-2011. De los tres temas propuestos: la palabra de Dios, la crisis y la acogida de inmigrantes, el arciprestazgo de Badalona Sur – Sant Adrià ha elegido comenzar este curso con el segundo: cómo crecer en solidaridad ante la crisis.

Este objetivo tiene dos vertientes: una educativa, de sensibilización y educación en los valores de la austeridad y la solidaridad, y otra activa, de ayuda a las personas que más sufren las consecuencias de la crisis.

Como nos recuerdan el Concilio Tarraconense y el Papa en su encíclica Deus caritas est, no podemos separar nuestra fe ni la celebración de la eucaristía de las obras de caridad, que son tarea irrenunciable y propia de la esencia de la Iglesia.

Propuestas de acción

Desde el arzobispado se nos proponen hasta 12 acciones para vivir este objetivo y trabajarlo en nuestras parroquias. En la parroquia de San Pablo las hemos leído y comentado y hemos decidido desarrollar algunas de ellas; otras ya se vienen realizando desde hace años.

La primera de todas es descubrir las necesidades sociales del entorno y procurar darles soluciones posibles. Esto se manifiesta a través de la obra social y de atención a los grupos humanos más vulnerables: ancianos, niños, familias en riesgo de exclusión, inmigrantes, desempleados… Cada comunidad parroquial debe ser sensible y tener el valor de responder ante el sufrimiento de quienes viven cerca. Para ello es necesario mucha creatividad y libertad. Son muchas las parroquias que desde Cáritas o mediante otras instituciones benéficas están desarrollando una gran labor, y esto manifiesta la riqueza de carismas y la vitalidad de los creyentes. En nuestra parroquia, esta acción social siempre ha sido prioritaria, junto con una voluntad de abrirse al barrio y acoger a los más alejados de la Iglesia.

Otra acción es sensibilizar a los fieles para que colaboren con Cáritas o bien con otras iniciativas solidarias, tanto con ayuda económica como con voluntariado. Esta colaboración es la prueba de fuego de la coherencia religiosa de una comunidad. Una parroquia que no se cierra en la mera liturgia, que traduce su fe en obras y en gestos de generosidad, demuestra la solidez de su compromiso cristiano.

Nos proponemos también potenciar la solidaridad entre nuestros feligreses invitándoles a participar de manera muy especial en las campañas de Cáritas y en otras campañas que organiza la parroquia con motivo de la Navidad y la Cuaresma, de recogida de alimentos y donativos para ayudar a las familias necesitadas del barrio.

Dentro de las propuestas de acción educativa, nuestra parroquia centrará sus sesiones de formación cristiana y los encuentros mensuales con el mosén en el programa de Cáritas “Educar en Valores” y en profundizar sobre la doctrina social de la Iglesia, así como en la encíclica del Papa Caritas in Veritate.

Los domingos, al finalizar la misa, se leerá un fragmento de la encíclica y se comentará. Esta misma reflexión será publicada en la hoja parroquial que se edita semanalmente.

Vivir la caridad

Como reflexión final, no podemos lanzar iniciativas de caridad si no la vivimos como parte esencial de nuestra vida diaria. Los primeros que debemos dar ejemplo somos los sacerdotes. El cura ha de ser persona humanitaria, caritativa, sensible y que escucha. Y también ha de mostrar sobriedad y austeridad de vida, confiando plenamente en la Providencia.

En tiempos de crisis, podemos comparar nuestra trayectoria con la de un barco en medio de la tempestad. No olvidemos que Jesús nos acompaña y nos tranquiliza: “no temáis”, nos dice. Él es la roca firme que nos sostiene. Más que nunca, hemos de acercarnos a él y asirnos firmemente a su corazón. En medio de este mundo cambiante que parece dar vueltas a velocidad de vértigo, nos recuerda: “Yo he vencido al mundo”. Y lo ha vencido, no con las armas ni con el poder, sino con la fuerza de su amor.

domingo, septiembre 20, 2009

Un nuevo plan pastoral

Inmigración, crisis y la palabra de Dios

La diócesis de Barcelona ha preparado un nuevo plan pastoral para los años 2009 al 2011. Los temas que sugiere tratar este plan responden a una situación crucial en la que estamos sumergidos: la crisis, el paro y la inmigración a escala global.

Otro tema surge también a partir del sínodo celebrado en Roma con todos los obispos, cuyo objetivo fue estudiar cómo transmitir la palabra de Dios en nuestros días.

El nuevo plan pastoral dura un trienio y propone los tres temas siguientes: el primer año se tratará de la comunicación de la palabra de Dios. El segundo, de la crisis y el tercero de la acogida a los inmigrantes.

La Iglesia no está al margen de las realidades más crudas en las que está inmersa. El compromiso cristiano tiene que llevarnos a responder y a actuar ante las necesidades reales del hombre de nuestro tiempo. Este nuevo plan pastoral que se nos propone nos ayudará a profundizar en la situación de dolor y pobreza de muchas personas que necesitan aliento y esperanza.

A lo largo de varias semanas, colgaré en el blog las reflexiones entorno a estos temas, que me servirán de base para trabajar con los feligreses de mi parroquia. Con todo el trabajo realizado y meditado elaboraremos un dossier para seguir trabajando en los encuentros arciprestales de laicos, así como en las reuniones de presbíteros del arciprestazgo.

Esperamos aportar elementos de reflexión para proponer unas actuaciones que sirvan de respuesta a las necesidades de las personas que nos rodean, aquí y ahora.

domingo, septiembre 13, 2009

Del conocimiento abstracto a la sabiduría del corazón

Estamos delante de uno de los retos más importantes de nuestra cultura científica, que es la sociedad del conocimiento. Ciencia y tecnología avanzan a pasos agigantados. El afán por el saber está tomando unas enormes dimensiones. Hoy, más que nunca, el ser humano tiene a su alcance una ingente cantidad de información como nunca ha soñado y que nunca podrá absorber totalmente. Tanto es así, que hoy se dice que la persona preparada no será aquella que tenga más información, sino aquella que sepa seleccionar la información que realmente le interese y sepa convertirla en conocimiento útil.

Pero el hombre, en su búsqueda tenaz del sentido de la vida, se encuentra con otro tipo de saber. Y se da cuenta que el conocimiento y la ciencia no agotan todas las dimensiones de la realidad ni pueden responder a todas las inquietudes del ser humano.

Del puro conocimiento a la sabiduría es preciso recorrer un camino que lleva al hombre inquieto a mirar la realidad desde otra perspectiva y a la humildad de reconocer sus límites. El sabio escucha su razón, pero aprende, poco a poco, a escuchar también su corazón.

El hombre sabio es el que sabe saborear: además de saber, ama lo que conoce. Se da una afectividad entre lo que conoce y lo que hace.

El hombre sabio es el que sintetiza la experiencia de su vida, haciendo de ella un conocimiento que va más allá de lo intelectual y de lo abstracto.

La persona sabia es la que, en el centro de su saber, tiene un respeto por el ser humano y por la vida y descubre que, detrás del conocimiento hay una mano amorosa creadora.

Elogio de la sabiduría

El sabio es humilde, no compite con nadie, no presume de lo que sabe, no levanta la voz para ser escuchado ni necesita alardear de sus conocimientos. Acepta las diferencias, es cálido, es atento. Es capaz de renunciar hasta a sus ideas por amor. Sabe escuchar. Diríamos que el sabio es aquel que, más que hablar, escucha. El sabio transmite con su vida y con su experiencia. No necesita palabras. El sabio pone al servicio de la humanidad lo que descubre y lo que sabe. El sabio sabe vivir con Internet y sin Internet. Sabe integrar la cultura digital sin hacerse dependiente de ella. Es el hombre que vive en paz. Es una persona abierta, que todo lo integra y lo asume. En el centro de su vida, no está ni siquiera la ciencia, sino el mismo ser humano.

Hay muchas personas inteligentes, intelectualmente brillantes. Pero, ¡cuán pocas personas sabias! Muchos científicos y catedráticos versados en diferentes ramas del saber, ¡qué vida interior tan pobre tienen! Son eruditos, pero no son sabios. Son bibliotecas de información, pero no son pozos de sabiduría. Saben dar una brillante conferencia, pero no saben mirar al corazón humano.

El sabio no renuncia al saber ni a la inteligencia; no renuncia a la razón ni al método científico. No reniega de la filosofía ni de la ciencia. Al contrario, les da una dimensión diferente. Pero no rinde culto a su saber. Pone la ciencia al servicio del hombre y del amor.

El sabio, más allá de descubrir el cómo, sabe descubrir la belleza de las cosas. El sabio sabe vivir solo y sabe vivir acompañado. No es un ser huraño y esquivo, sabe relacionarse con los demás y cultivar la amistad. Sabe comunicarse con los medios tecnológicos y también sabe hacerlo con la mirada.

El sabio tiene sus expectativas puestas en una realidad más allá de la pura ciencia visible. Está abierto a otra realidad metafísica y reconoce, con humildad, los límites de la razón y del saber.

Jesús, el sabio de Dios

Para el cristiano, la referencia de la sabiduría es Jesús de Nazaret, que supo en su vida sintetizar el saber humano con el saber trascendente, y traducirlo en su vida. En su pedagogía evangelizadora vemos a un hombre lleno de Dios. Entre lo que decía y hacía no había contradicción ni fractura.

La belleza de sus exposiciones y parábolas reflejaba su hondura. Como rabino, utilizó muchas metáforas, recogiendo imágenes de la naturaleza para expresar la divinidad. Supo pasar de lo abstracto a la auténtica experiencia de vida en su relación con Dios. Él es la fuente de toda sabiduría.

El cristiano se ha de convertir también en fuente de sabiduría para los demás.

domingo, septiembre 06, 2009

Los dones de Dios Padre

La catequesis de la Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo concede numerosos dones. Especialmente hablamos de siete, en los que ahondamos cuando celebramos la fiesta de Pentecostés o cuando nos preparamos para la Confirmación. También podríamos hablar de unos dones de Dios Padre hacia nosotros, sus hijos. Son dones que, además del don primero de la vida, acompañan nuestra existencia y nos pueden hacer semejantes a Él.

El don de la paciencia. Dios siempre espera. El tiempo está en sus manos, de manera que jamás tiene prisa ni quiere forzar los acontecimientos. Especialmente, tiene con nosotros una paciencia sin límites. Cuando nos alejamos o incluso lo rechazamos, permanece fiel, esperando que volvamos a Él, que es la fuente de toda felicidad. De la misma manera, nosotros no podemos precipitarnos cuando las personas no responden como quisiéramos. Si Dios es paciente con nosotros, tenemos que ser pacientes con los demás.

El don de la ternura. Juan Pablo I dijo que Dios era padre y madre a la vez. Y es así: su amor entrañable es expresión infinita de ternura. Dios nunca se cansa de querernos. Como hijos suyos, hemos de ser tiernos y buscar la suavidad, el afecto, la dulzura. No se puede amar con dureza. La ternura es una manifestación del amor.

La generosidad. Dios Padre da con esplendidez, sin escatimar nada. Para él somos lo más importante de la Creación y nos da cuanto necesitamos y más. Es tan grande su magnanimidad que para nuestra salvación nos ha entregado a su Hijo Jesús. A imitación de Dios, hemos de ser generosos con los demás. En la generosidad también se incluye la gratitud, especialmente hacia la Iglesia, que es nuestra madre y nos da al mismo Cristo.

El respeto. Un padre que educa a su hijo y quiere que crezca, va enseñándole a decidir responsablemente hasta que ha madurado y le devuelve las riendas de su libertad. Dios, que es profundamente respetuoso con sus criaturas, nos hace libres y respeta totalmente nuestra libertad. Tanto, que incluso permite que podamos rechazarle y alejarnos de él. Jamás nos obliga a amarle. Tampoco nosotros somos quién para obligar a nadie a amar si no es plenamente libre.

El amor. Es la misma esencia de Dios. Por amor, Dios crea y nos da la existencia. Cada persona para Él es única, flor de un ramillete donde no hay dos iguales. A semejanza de Él, nosotros hemos sido creados para amar y ser amados, y es en el amor donde encontramos nuestra plenitud como seres humanos. Dios nos ha dado un corazón sensible para amar, destello de su mismo corazón, que late en nuestro interior.

La esperanza. Dios espera en el hombre. La suya no es una esperanza material, sino una confianza colmada de inmenso amor hacia su criatura. Cuando el hombre se aparta de su lado, Dios siempre espera que vuelva y se reconcilie con él. Nosotros, por nuestra parte, también hemos de tener esperanza en los demás. Nunca podemos darlo todo por perdido. La esperanza cristiana anticipa un deseo de encuentro, de comunión, de gozo.

La libertad. Dios Padre se siente profundamente libre para actuar. Tanta es su libertad, que puede crear a un ser libre, como Él. Nuestra auténtica libertad tiene su raíz en el amor, que brota del mismo Dios. Quien ama sin límites es libre. Nada puede esclavizarnos si nosotros no queremos. Hemos de luchar y alimentar cada día esa libertad, la santa libertad de los hijos de Dios.

domingo, agosto 30, 2009

La exigencia de la fe

Una opción libre y convencida

En el libro del Éxodo vemos cómo Josué, después de llegar a la Tierra Prometida, reúne a todo el pueblo de Israel para decidir algo esencial. Ante todos, les pregunta, ¿qué queréis hacer? ¿A quién queréis servir? Les ofrece las alternativas de los dioses de sus antepasados o los ídolos de las tierras que habitan. Josué, por su parte, es muy claro: su familia y él servirán al Dios de Israel.

Los cristianos que nos reunimos cada domingo en misa también podemos decir que estamos aquí porque hemos decidido servir al Señor. A diferencia de otras personas, que dicen creer pero no practicar, o de quienes no creen, nosotros hemos optado por situar a Cristo en el centro de nuestra existencia.

Decirle sí a él significa dejar que su presencia empape toda nuestra vida. Creer no significa aceptar unas ideas abstractas, sino adherirse total y vitalmente. En nuestro caso, nos adherimos a Cristo.

Esto tiene consecuencias personales. Ser coherente con nuestra fe significa que lo más importante de nuestra vida, lo primero de todo, es Dios. Lo demás vendrá después: familia, cónyuge, amigos, trabajo… Y todo se colocará en su lugar. Vale la pena que nos preguntemos, como Josué hizo con su pueblo, ¿dónde está nuestra relación con Dios? ¿Qué lugar ocupa en nuestra existencia? Si decimos ser cristianos, nuestra vida ha de estar al servicio de Dios, la Iglesia y los demás.

Josué no obligó a nadie. Simplemente reunió a su pueblo y le preguntó. No forzó a ninguna familia a seguir a Dios. Pero él y los suyos, fieles al Señor, impactaron a toda la multitud, que unánimemente quiso seguir su ejemplo. Es importante saber educar en la fe, no obligar, sino entusiasmar, seducir, contagiar, despertar el deseo de vivir esa experiencia.

El pueblo de Israel había vivido la liberación, la protección de Dios. Nosotros también hemos tenido experiencia de la proximidad de Dios. No olvidemos todas aquellas ocasiones en las que Él ha intervenido en nuestra vida. Ahora, ¿qué queremos hacer?

Ante la verdad, muchos se alejan

En su discurso sobre el pan bajado del cielo, Jesús se mostró como auténtico pan y alimento de vida eterna. Muchos no lo entendieron. Lo criticaron, vacilaron y lo dejaron.

Seguir a Jesús implica esfuerzo, sacrificio y olvido de uno mismo. Conlleva volcar nuestra vida en él y en el anuncio de su mensaje. Pero Jesús promete: «El que coma mi pan vivirá para siempre».
¿Creemos de verdad que la Eucaristía es carne y sangre de Cristo, que nos alimenta y nos hace crecer espiritualmente? Esa verdad nos reafirma como seguidores de Jesús.

Muchos no la aceptan. Son muchas las personas que, desde jóvenes, han tenido experiencias de participación en parroquias y comunidades. Pero, con el tiempo, se han alejado y hoy vemos las iglesias medio vacías.

¿Por qué sucede esto? Creo que hay dos causas principales.

Mantenerse siempre en función de los demás no es sencillo. El olvido de sí, desviar la centralidad de nuestra vida desde nosotros hacia los demás, cuesta cierto esfuerzo. No todo el mundo lo consigue.

Por otra parte, ciertas ideologías, contrarias a las verdades de la fe, se difunden sin cesar a través de la televisión y los medios de comunicación. Los medios no son inocuos, pueden crear dependencia y destilar ideas contrarias a la fe cristiana. Por ejemplo, los discursos “progre”, con su apariencia liberal y buenista, tienden a fragmentar la sociedad, confunden a las personas y las hacen fácilmente manipulables. Las modas, los discursos esotéricos y seudomísticos, que mezclan y confunden la experiencia de Dios con sensaciones y experiencias psíquicas, contribuyen a alimentar el desconcierto.

La fidelidad ha de translucirse en nuestra vida

Seguir a Jesús es vivir siempre atento. No se puede decir sí a todo. ¡Alerta! No todo lo que es políticamente correcto se puede aceptar. No nos dejemos influir por las modas dominantes. A quien seguimos los cristianos es a Jesús.

Somos menos, sí. Y esto nos causa pesar. Pero, los que continuamos, ¿cómo seguimos a Jesús? ¿Caemos en la rutina, la apatía, el cumplimiento de un deber que toca, por herencia o tradición? ¿Vivimos según la máxima de ir haciendo?

Esta situación es grave y preocupante. Los que nos encontramos cada domingo en misa debemos preguntarnos: ¿estamos a todas? ¿Nos decidimos a ser entusiastas evangelizadores, agentes misioneros? ¿O venimos tan solo a escuchar palabras bonitas y a tomar una sagrada forma?

¡Tomar a Cristo es tomar al mismo Dios! Hemos de salir de la Eucaristía diferentes. Si no damos ejemplo de autenticidad, de fidelidad, de constancia, la gente no se animará a seguirnos.

Es importante estar donde tenemos que estar, y allá donde estemos, respirar, movernos, comer, descansar, trabajar, transpirando a Dios. Nuestro rostro, nuestra voz, nuestra vida, nuestro corazón ha de lucir diferente.

No resbalemos por el tobogán de la tibieza. ¿Dónde está el entusiasmo, la convicción de que Dios nos ama?

Palabras de vida eterna

Ante la deserción de muchos seguidores, Jesús se vuelve hacia los doce y les pregunta: ¿También vosotros queréis iros? Pedro contesta de inmediato con una hermosa y rotunda profesión de fe.
Unámonos a Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Somos desvalidos, motas de polvo, casi nada… Tú nos aguantas en la existencia. ¿Con quién iremos, sino contigo? Tu mano nos sustenta. ¡Somos tan frágiles! Tú tienes palabras de vida eterna.

Las palabras de Jesús nos hacen sentirnos vivos para amar. Escucharlas, alimentarnos de ellas, ha de cambiar nuestra vida y nuestra forma de creer. Digámosle, creyéndolo de corazón: Tú eres el único que puede arrojar felicidad, el único que puede llenar nuestra vida. Tú eres el santo, consagrado por Dios.

Ante la indiferencia religiosa, no basta con seguir y no marchar. No caigamos en la tibieza. Reconozcamos que lo único que da sentido a nuestra existencia es creer en sus palabras de vida eterna. Si vivimos y comunicamos estas palabras, nuestra fe crecerá allí donde vayamos.

domingo, agosto 23, 2009

Tomar a Cristo


Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. … El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en él.
Jn 6, 51-58

Dar el cuerpo es dar la vida y, con ella, la libertad. Jesús es nuestro pan, nuestra vida. Tomarle es adelantarnos a la vida eterna, paladear la plenitud. Este es el significado de sus palabras, que los judíos de su tiempo no entendieron. Sus coetáneos se admiraron ante la multiplicación de los panes y los peces. Pero ahora, Jesús habla de otro pan. Tomar su pan implica comunión, adhesión a su persona y a su vida. La exigencia que comporta seguirle es muy alta y no la soporta cualquiera.

Jesús, vivo y presente en la Eucaristía

Las palabras de esta lectura son similares a las que se repiten en la consagración, momento central de la Eucaristía. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Tomad y bebed, ésta es mi sangre”. Cuando el sacerdote nos entrega la sagrada forma y nos dice: “El cuerpo de Cristo”, nosotros respondemos “Amén”, que significa sí. Con esto, estamos proclamando que creemos realmente en la presencia de Cristo en el pan y el vino. Esa pequeña masa de harina se convierte en hostia sagrada cuando el sacerdote la consagra como cuerpo de Cristo. Al tomarlo, aceptamos que él penetre en nosotros.

Venir cada domingo a misa debe ser mucho más que seguir una rutina y una tradición. Es dejarnos invadir por la presencia de Dios en nuestra vida. ¡Estamos tomando al mismo Cristo! Nos alimentamos de él. Venir a celebrar la Eucaristía es un regalo inmenso de Dios, un don especial y gratuito. Jesús se nos da. Ese pan del cielo nutre nuestra alma. Tomarlo es vivir la trascendencia, aquí y ahora.

Dios se entrega a nosotros

Esto ha de cambiar nuestra vida. Si no comemos, morimos. Para alimentar nuestra vida espiritual necesitamos tomar a Cristo. No podemos separar a Cristo de la Iglesia, de los sacramentos ni de la vida apostólica. Si no se viven estas tres realidades integradas, la fe se convierte en una experiencia fragmentada. La misa es un acto bellísimo: recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo, entregado por amor, como máxima expresión de donación.

Otras religiones piden sacrificios y rituales; en la nuestra, Dios mismo se sacrifica por nosotros. Esto es lo genuino y revolucionario del Cristianismo. Nuestra religión es puro don, pura generosidad, puro amor. En la Eucaristía, recibimos nuestra salvación.

Lo esencial de la misa no es el recuerdo de un hombre bueno que murió. No. Jesús asumió la cruz para que todos seamos limpios y elevados a ser, como él, hijos de Dios. La misa no es una ceremonia banal, algo residual o accesorio de nuestra fe, que se relega a “cuando tengamos tiempo”, o cuando nos apetece porque “sentimos la necesidad” de ir. Es un acontecimiento central en la vida cristiana.

Si Dios se nos da, ¿cómo no vamos a dedicar un poco de tiempo para él? La misa sólo nos pide una hora y poco más a la semana.

La comunidad

Tomar un mismo pan también alimenta la comunión entre los fieles. Celebramos que no somos islas, seres alejados y solitarios, apartados unos de otros. No podemos vivir desconectados e indiferentes de lo que sucede a los demás. Si nos queremos, si formamos una auténtica familia, nos preocuparemos unos por otros, nos relacionaremos, nos ayudaremos y sostendremos. Tomar a Cristo da lugar a una comunidad que anticipa el cielo.

Una comunidad sólida y bien trabada esparce luz en el mundo y es signo de esperanza a su alrededor.

domingo, agosto 16, 2009

María Asunta al Cielo

Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se goza en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha hecho en mí maravillas…
Lc 1, 39-56

En cuerpo y alma

Hoy María se hace presente en el seno de la Iglesia, por todo el mundo. Celebramos el tránsito de María a los cielos. La mujer que acogió en sus entrañas al hijo de Dios, la que supo hacer de su hogar un cielo, la que ya en la tierra había paladeado la eternidad, asciende a la morada divina.

El itinerario vital de María es paralelo al de Jesús. Sufrió al pie de la cruz, con el corazón traspasado de dolor; vivió el gozo de la resurrección y subió al cielo. Hoy celebramos la Pascua de María, que es un anticipo de nuestra propia pascua, cuando Dios nos resucite y nos eleve a los cielos con él.

Decimos que la Virgen sube en cuerpo y alma al cielo, y esto es importante. Antiguamente, por influencia de ciertas filosofías orientales, se menospreciaba al cuerpo. Se llegaba a considerar el cuerpo como cárcel del alma. Muchas tendencias puritanas, en la misma Iglesia católica y en otras religiones, valoran el alma pero consideran el cuerpo algo bajo y pecaminoso. En cambio, vemos que Dios resucita el cuerpo y lo glorifica. En la teología cristiana el cuerpo no es despreciable. Es imagen de Cristo y de la misma Iglesia. No es malo, sino lugar de expresión, relacional y afectiva. El cuerpo, la sexualidad, la comunicación, la afectividad, tienen un lugar en la teología cristiana. El cuerpo es bueno, pues Dios lo ha creado así.

Teología de la visitación

En la lectura de hoy, la visitación de María a Isabel, vemos como ésta corre aprisa, sin demora, para atender a su prima. Isabel era una mujer anciana, pero esperaba un hijo. Cuando alguien se abre a Dios, él puede fecundar la vida más árida y convertir el desierto en un vergel.

La visitación es un encuentro gozoso y también un gesto de ayuda. María va a atender a su prima para ayudarla en su parto. Las dos mujeres se saludan con alborozo, se abrazan y cantan a Dios, compartiendo su alegría íntima.

Hoy, María también viene a nuestras parroquias para visitarnos, en pleno verano. Es la Madre de Dios; por tanto, todos somos hijos suyos desde Cristo y por nuestra condición de bautizados. María nos visita cada día para despertar en nosotros la caridad y la solidaridad.

Abrirse a Dios

El Magníficat de María expresa lo que llena su corazón. Unida a Dios, proclama la grandeza del Señor. Se sabe pequeña, pero Dios se ha fijado en ella. María no hizo nada grande, fue una mujer sencilla, humilde, ama de su hogar. Muchas santas han fundado instituciones religiosas; ella, ¿qué hizo? Aparentemente, nada. Y, a la vez, mucho. Su grandeza fue abrir su corazón a Dios. Volcó en él toda su vida, y por eso él la prefirió y penetró en sus entrañas con su amor.

Ella guardaba cuanto oía y veía en su corazón. Siguió a Jesús por los caminos de Galilea, hasta Jerusalén, hasta la cruz. Y estuvo allí cuando resucitó, y en los inicios de la Iglesia, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos. María no hizo proezas, pero fue el origen de muchas cosas.

Un soplo de esperanza para el mundo

Los cristianos de hoy podemos sentirnos sin fuerzas, pequeños y abatidos… ¿Qué podemos hacer? En una época de crisis, de problemas y movimientos sociales, ¿qué nos enseña la Virgen?

María hizo fundamentalmente tres cosas. La primera: tuvo fe. “Feliz tú porque has creído en las promesas del Señor”, le dice Isabel. En segundo lugar, María espera. Sabe esperar, y mucho. Espera que su hijo convertirá el agua en vino; sabe que hará cosas grandes… Sabe que resucitará. Pero aguarda el momento. Y, sobre todo, María ama mucho.

En resumen, María cultiva la fe, la esperanza y la caridad; son los tres puntales que pueden sostenernos en medio de la incertidumbre.

Que María sea la suave brisa en medio del calor.

Que los cristianos seamos también brisa fresca en el mundo que se abrasa.

Que la Iglesia sea viento suave, calidez en la sociedad, esperanza para los que desfallecen. Esta es nuestra misión.

Aprendamos de María y de su total disponibilidad, de su fe, su esperanza y su amor. Al mundo lo salvaremos, no haciendo grandes cosas, sino amando más, esperando más, y con más fe. Esto hará brotar una revolución interior que sanará la humanidad. Seamos espejo de la imagen preciosa de María.

domingo, agosto 09, 2009

Ardor apostólico de san Juan Mª Vianney

El Papa Benedicto XVI declaró inaugurado el Año Sacerdotal el día 19 de junio, festividad del Sagrado Corazón de Jesús.

El Papa hace referencia al 150 aniversario del fallecimiento de San Juan María Vianney, poniéndolo como ejemplo a imitar en su intensa vida pastoral. El cura de Ars tenía muy claras sus ansias de convertir las almas a Dios. El santo patrón de los párrocos es, para mí, un gigante del sacerdocio. Su tarea pastoral se va desgranando a partir de una profunda amistad y comunión con Cristo. La centralidad de la Eucaristía en su ministerio es fundamental.

Por razones históricas, el cura de Ars es una figura muy vinculada a los inicios de mi vocación. Fui interpelado por una persona entusiasta. Me llamó a seguir a Cristo justamente el 4 de agosto de 1974. Desde entonces hasta mi ordenación en el año 1987, y después de ella, he seguido sin vacilar, fiel a mi sacerdocio. Es por este motivo que siempre he tenido una especial devoción al cura de Ars. Fue un don recibir la llamada el día del patrón de los párrocos.

Siempre he encomendado mi vida pastoral y sacerdotal a este santo. Desde que dije sí a Dios, con dieciocho años, no he dejado que ninguna dificultad pudiera enturbiar la alegría de mi vocación. El ejemplo de aquel que me llamó y el de san Juan María Vianney han sido referencias constantes para mí.

Estos días de calma veraniega he tenido la oportunidad de releer algunos libros sobre el cura de Ars y la carta del Santo Padre dirigida a todos los sacerdotes del mundo. Realmente, es extraordinario. Dichas lecturas me han sugerido algunas reflexiones.

Frente al orgullo de la intelectualidad, que también alcanza a muchos teólogos, que teorizan prescindiendo de la comunión y la unidad en la Iglesia, el cura de Ars nos enseña con humildad que la auténtica teología sale del corazón unido a Cristo. Podemos decir que algunos teólogos caen en la autocomplacencia intelectual, convirtiendo su discurso en un alegato ideológico y antropológico, en función de su concepción particular de la Iglesia. Puede haber incluso un discurso teológico muy vertebrado y compacto, pero sin comunión y sin amor, están haciendo teología de laboratorio, porque lo fundamental de la teología es Cristo.

No se puede hacer teología sin amor y sin esperanza. Muchas veces, asistimos a discusiones acaloradas por tener opiniones diversas. Cuando se llega a esos momentos tan complejos uno se pregunta si realmente se trata de teología o si nos estamos desviando de lo esencial, que es Cristo y la comunión con él.

El cura de Ars nos enseña, con su humilde ejemplo de santidad, lo importante que es el encuentro amoroso e íntimo con Cristo. Sin esa experiencia con el Amado, no se puede hacer teología genuinamente cristiana. La teología pastoral del cura de Ars está basada en la comunión con el corazón de Cristo.

Sabemos que el cura de Ars tuvo dificultades para aprobar las asignaturas de teología. Su párroco tuvo que intervenir ante el obispo para que lo ordenasen. Pero, pese a todo, él siguió estudiando. Deseaba, con toda su alma, llegar al sacerdocio. Su encuentro con Cristo no fue a través del entendimiento o de conceptos abstractos. Antes de entrar en su cabeza, Dios entró en su corazón. El cura de Ars lo entendió, y muy bien, desde lo más hondo de su alma. Santo Tomás de Aquino, cuando tuvo una especial revelación mientras celebraba la Eucaristía, comentó que la experiencia íntima y reveladora del sacramento superaba toda su Summa Teologica. El cura de Ars, sencillo y humilde, tuvo muy claro amar la Eucaristía con profundo ardor.

Su amor al confesionario y a la infinita misericordia de Dios hizo de él merecidamente el santo patrón de todos los párrocos.

domingo, agosto 02, 2009

La Iglesia ante la crisis

Contesto con este escrito algunas reflexiones que me han hecho varias personas. Seguro que a más de uno son temas que le preocupan y me parece importante facilitar esta información.

Sobre la Iglesia y la crisis

La Iglesia se ha pronunciado abierta y reiteradamente, y lo sigue haciendo, sobre la crisis y la pobreza. El Papa, los obispos y las publicaciones cristianas no paran de hablar del tema. Otra cosa es que los medios de comunicación masivos no se hacen eco de esto, les interesa más resaltar otros aspectos para polemizar. Yo recibo boletines y prensa católica y os aseguro que no hay semana en que no haya comunicados al respecto.

Además, en su última encíclica, Benedicto XVI trata explícitamente sobre la crisis mundial. Ahonda con lucidez en sus causas y propone algunas guías para buscar soluciones. Ante quienes protestan y defienden la no ingerencia de la Iglesia en los estados, el Papa también recalca que esta encíclica no pretende dar recetas ni soluciones políticas y afirma que son los países, sus gobernantes y la sociedad civil quienes deben trabajar en este sentido, inspirados por sus valores humanos, para mejorar el mundo. Es decir, apela a la responsabilidad de todos.

Pero la Iglesia hace más que hablar de la pobreza y la crisis: la Iglesia es la primera institución que está HACIENDO algo por las familias afectadas. Cáritas está atendiendo a un 40 % más de personas que en años anteriores. En mi parroquia lo veo continuamente. Tenemos un servicio para atender a gente en el paro y a inmigrantes, y cada día desfila más gente. La primera referencia para estas personas desesperadas es la Iglesia, porque saben que ahí encuentran acogida, apoyo real y comprensión, y no burocracia. Las instituciones públicas son las primeras que nos envían gente.

Sobre los "tesoros" y la riqueza de la Iglesia

Mucha gente dice que la Iglesia podría vender sus riquezas y patrimonio artístico para dar el dinero a los pobres. Sinceramente: ¿creéis que esto arreglaría el problema del hambre en el mundo? Este argumento carece de fundamento, hace mucho ruido pero no se sostiene, y explicaré por qué.

En primer lugar, hay que decir que la Iglesia tiene repartidos por todo el mundo más de cincuenta mil misioneros (no hay ninguna ONG ni gobierno que tenga tal número de cooperantes comprometidos para toda su vida). Esos misioneros se mantienen en buena parte con los fondos que se recogen en las campañas del Domund y otras, administrados desde el Vaticano. Cuantitativamente, este dinero supera en mucho el patrimonio artístico de la Iglesia y, por supuesto, supera también lo que los gobiernos dan para cooperación internacional.

Por otro lado, ese patrimonio artístico y esos “tesoros” no son propiedad del Papa, ni de los obispos ni del Vaticano, sino de toda la Iglesia (o sea, mil millones de ciudadanos de este mundo). No se puede vender ni dar, pues la mayor parte es herencia histórica u obtenida por donaciones y regalos de diferentes donantes e instituciones que, lógicamente, piden que se respete el destino de su donación: la Iglesia.

El hambre en el mundo no se arregla vendiendo el patrimonio de la Iglesia. En España en el siglo XIX el estado confiscó los bienes eclesiásticos, en teoría, para favorecer a las clases humildes. La mayoría de estos bienes fueron malvendidos a unos cuantos nobles y millonarios. Muchos los abandonaron o los revendieron, incluso a magnates extranjeros. Nuestro país ha perdido así obras valiosísimas de su patrimonio artístico. A los pobres no les tocó nada.

También hay que tener en cuenta que el patrimonio artístico de la Iglesia es patrimonio de la humanidad. La Iglesia lo está cuidando a sus expensas y recaudando fondos para mantenerlo y abrirlo a todo el mundo, porque sabe que así ofrece cultura y educación. Si hay beneficios, ¿no es mejor que se destinen a las obras sociales y misiones de la Iglesia? ¿O es preferible que todo ese patrimonio lo gestione una empresa privada para su lucro?

Para acabar con el hambre del mundo es necesaria la voluntad de los gobiernos y mucha conciencia ciudadana. Con sólo el 10 % de lo que cuesta una guerra, o con menos del 5 % de lo que los estados han inyectado a los bancos para superar la crisis (ojo al dato) el hambre se podría superar. Ya veis que el problema no está en las riquezas de la Iglesia, sino en la falta de escrúpulos de los gobernantes, en la codicia y en la mala administración de los recursos mundiales. Si se quisiera, el hambre ya estaría resuelto hace décadas, y con mucho menos coste que lo que cuesta, por ejemplo, una misión espacial o el arsenal con que se arman muchos países, incluidos países en vías de desarrollo, como la India.

La Iglesia en España

Ahora mismo, la Iglesia en España no recibe dinero del estado directamente. El estado deriva a la Iglesia lo que los ciudadanos, por propia voluntad, destinan en su declaración de la renta, marcando la casilla correspondiente. O sea, que sólo hace de intermediario. Además, si tuviéramos que cuantificar todos los gastos en: educación, servicios sociales, atención a ancianos, niños, etc. que la Iglesia ahorra al estado, la cifra sería astronómica. Está calculado: más de 5.000 millones de euros. ¿Cuánto da el estado a la Iglesia a través del IRPF? 100 millones de euros. Es fácil ver de qué lado está la balanza.

La Iglesia está totalmente involucrada con los pobres. No hace demagogia, está a su lado. Como institución tendrá sus defectos, soy el primero en reconocerlos, pero comparados con el bien real que está haciendo, son nimiedades al lado de su enorme labor.

domingo, julio 26, 2009

Luchar contra el hambre

Hay un milagro posible

La pobreza azota el mundo. Millones de personas mueren de hambre. No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. No podemos ser indiferentes ante el dolor del mundo. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo –el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe– no podemos permitir que a alguien a nuestro lado sufra necesidad.

La solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de cada uno de los seres humanos, podríamos resolver la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Hambre de Dios

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Cuánta gente busca saciar su hambre y llenar el vacío interior que siente por dentro. Tiene hambre de Dios, deseos de felicidad, de encontrar un norte en su existencia. Al igual que hizo Jesús, el ministerio de la Iglesia consiste especialmente en esto: predicar y curar a los enfermos. La Iglesia debe estar cerca de los que sufren, fiel al carisma sanador de Jesús.

Sólo Dios puede saciar el hambre profunda del corazón humano. La primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer. Además de nuestro esfuerzo, es preciso rezar y bendecir. La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a los demás.

domingo, julio 19, 2009

Saber escuchar

Soledad en la era de las telecomunicaciones

El ser humano necesita comunicarse, abrirse, relacionarse. Tanto es así, que se han creado nuevas formas de comunicación a partir de diversos soportes tecnológicos. En la era de las telecomunicaciones, constatamos, sin embargo, una profunda soledad. La aceleración de los medios lleva al ser humano a aislarse porque no se da una comunicación afectiva y personal. La velocidad puede parecer eficaz, pero no implica necesariamente una comunicación recíproca, una respuesta.

Asistimos a un frenesí del progreso y a una cultura de la velocidad y nos falta tiempo para una comunicación más profunda. Hemos llegado a comunicarnos a grandes distancias en décimas de segundo, pero nos cuesta la comunicación de tú a tú con los seres más cercanos.

Disponemos de mucha tecnología, pero gozamos de poca comunicación afectiva y emocional. Y la gente necesita ser escuchada.

Escuchar, clave para evangelizar

La actitud de escucha se ha de convertir en un elemento fundamental para la nueva evangelización. Hemos dado mucha importancia a la palabra y al discurso, al saber trasmitir, y todo esto la tiene, pero también es necesario tener la serenidad, la calma, la lucidez de saber escuchar. A veces, es más difícil prestar el oído y el corazón al otro que emitir brillantes ideas y razonamientos. Cuántas veces detrás de nuestro discurso se esconde una enorme manifestación de orgullo y vanidad.

Cuando uno escucha no puede presumir, pero está dando mucho más que palabras. Está regalando su tiempo, su espacio, su vida y su experiencia. Sin decir mucho, o incluso callando, se pueden transmitir muchas más cosas.

Si la gente buscaba a Jesús por todas partes, no era solo porque hablara bien, sino porque sabía atender a las personas y escuchaba las necesidades de su corazón. Jesús de Nazaret es nuestro mejor referente, él nos enseña.

Del silencio a la palabra

En este Año Sacerdotal, declarado por el Papa, hemos de aprender a cultivar en el sacerdocio el valor del silencio y la escucha. Porque sólo así, en el silencio, si sabemos escuchar, saldrán de nosotros las palabras justas y precisas que ayudarán a aquel que nos necesita.

La formación no solo ha de servirnos para expresar unas ideas con elocuencia, sino para saber transmitir lo que creemos testimonialmente, con obras. Entre la formación y la expresión ha de haber un silencio, una oración, para poder generar un discurso que llegue al corazón humano.

La formación y la oración son la base. A continuación, ha de practicarse la escucha. Se ha de dar testimonio con la propia vida y sólo al final, viene el discurso. ¡Lo último es la palabra!

En cambio, solemos recorrer este trayecto al revés. Lo primero que hacemos es hablar, muchas veces irreflexivamente y sin medida. Después, caemos en la cuenta de que nuestras palabras han de ser coherentes y meditamos, intentando que nuestra vida sea testimonial. Como solemos equivocarnos y chocamos con la gente, los conflictos nos hacen ver la importancia de escuchar… y es entonces cuando comenzamos a comprender cuánto necesitamos de la oración, en silencio. Casi siempre lo último que hacemos es formarnos; ser humildes para volvernos como principiantes y dedicar un tiempo a desaprender y a aprender lo que realmente vale la pena.

Hagamos silencio. Como Jesús, busquemos la intimidad con Dios Padre. Escuchemos. Interioricemos aquello que vemos y oímos. Y tengamos el valor de vivir con intensidad aquello que creemos. La palabra viva y auténtica brotará, como un estallido luminoso, de una experiencia plena.

domingo, julio 12, 2009

Dios nos llama

Homilía del P. Michel Djaba, de la diócesis de Ngkonsamba, Camerún.

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
—Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies…
Mc 6, 7-13

Dios nos llama

La palabra que hemos escuchado me conmueve siempre, porque se cumple continuamente. Dios llama a hombres y mujeres de buena voluntad para que sean sus colaboradores. Ayer y hoy Dios necesita profetas dispuestos a darle a conocer, de manera libre y generosa. Los cristianos estamos llamados a ser estas voces que anuncien su presencia, cada cual en su entorno: familia, barrio, trabajo, asociaciones… Nuestra misión es propagar su Reino, un reino que es ternura, paz, amor y perdón.

Ante la llamada de Dios, podemos asustarnos y objetar que no estamos preparados. ¡Esta reacción se repite a lo largo de la historia! Pero Dios no nos pide otra cosa que estar abiertos y dispuestos a compartir su don con nuestros compañeros, amigos y personas que nos rodean.

Quizás lo que nos falta, más que preparación, es disponibilidad.

La única seguridad: su amor

Jesús avisa a los suyos que no lleven un gran equipaje para el camino. Con esto, nos está diciendo que no nos preocupemos por la seguridad material, por el dinero, por los recursos. Si nos detiene el ansia de resolver los problemas económicos, esto frenará nuestra generosidad a la hora de anunciar el evangelio.

Jesús les dice que lleven solamente túnica, sandalias y un bastón para el camino. Las sandalias nos protegen de las espinas y las piedras; el bastón es un apoyo en las subidas, y también una defensa ante las fieras salvajes. No precisamos más. Lo importante es tener el ánimo dispuesto para ir en misión.

Él preparará el terreno y el corazón de las personas que nos acogerán. Allá donde vayamos, no nos faltará techo y alimento. ¡Dios se ocupará de nosotros! En otro pasaje del evangelio, Jesús nos recuerda que los pájaros del campo no trabajan ni hilan, y sin embargo Dios les procura su sustento. ¿Cómo no va a hacer lo mismo con nosotros? Dios ha dado al hombre la inteligencia y la fuerza para transformar el mundo, y ciertamente el hombre ha hecho maravillas. Pero todo cuanto ha construido no debe ser nuestra última preocupación. Nuestra razón de vivir no son las obras humanas, sino compartir la alegría de sabernos hijos de Dios con los amigos y con todas las gentes.

Siempre estará con nosotros

Tengamos la libertad de dejarnos llevar por el evangelio, y dejémonos amar por Dios. Las seguridades del mundo no son nada al lado de lo que él nos reserva.

Su mensaje puede llegar a nosotros a través de un amigo, un conocido cercano, el esposo o esposa, una persona que nos llama…

Seamos receptivos a sus mensajes. Jesús nos ayudará a estar dispuestos y a ser generosos y atentos. Su ejemplo nos impulsa.

Como el profeta Amós, podemos sentirnos pequeños e ignorantes. Él era un simple pastor, muy alejado de la casta de los profetas oficiales al servicio del rey. Pero fue llamado para llevar la palabra de Dios, y así lo hizo. Si Dios nos llama a una responsabilidad, también nos dará la fuerza para cumplirla. No nos dejará nunca, siempre estará a nuestro lado a través de las personas que pondrá en nuestro camino.

¡Bendito sea!

domingo, julio 05, 2009

Vivir en la esperanza

Este año, la diócesis de Barcelona, dentro de su plan pastoral, nos propone a las parroquias tratar el tema de la crisis. En nuestra comunidad, el lema será “Vivir la esperanza”. No me centraré en algo oscuro, sin solución, sino que quiero hablar de esperanza.

Estamos en una época de crisis y en un estado de desánimo y angustia existencial. La situación del mundo es difícil: hay guerras, hambre, paro y conflictos. Pero hemos de evitar caer en el desánimo. ¿De dónde sacar esperanza cuando parece que no hay motivos?

Para Dios no hay nada imposible. Y para nosotros, si nos abrimos a él, nada será imposible. Sentimos nuestra fragilidad, nuestras inseguridades, nuestros prejuicios y nuestro orgullo. Pero no podemos caer rendidos. ¡No rindamos culto a la desesperación!

La crisis, oportunidad

El Papa Benedicto nos dice que la crisis es una gran oportunidad. Los problemas son retos y ocasiones para crecer y mejorar. Estamos marcados por una psicología del culto al yo: si no sabemos ver más allá de nuestros problemas, de nuestras preocupaciones, nos hundiremos. Muchas patologías tienen su origen en lo que sentimos y hacemos; hemos de trascender nuestro yo.

Las comunidades de la Iglesia somos a veces como una hoguera en brasas. Pero aún queda rescoldo. No dejemos que se apague. El mundo nos va en contra: los medios de comunicación cuentan mentiras y nos engañan, bombardeándonos con publicidad y contenidos falsos; las gentes lo creen y pontifican lo que sale por televisión. Muchas noticias están al servicio de intereses económicos o de poder. Estamos comiendo basura y el cerebro se nos entorpece.

El Papa nos avisa: aprovechad la crisis para hacer un profundo análisis de la economía y de la ética del dinero. Cuando el dinero es el valor más importante, por encima de la misma vida y de Dios, no se buscará nunca el bien de la gente. El mundo necesita líderes que valoren a la persona y su bien por encima del dinero. Revisemos nuestros conceptos sobre la propiedad, el patrimonio, la economía. Necesitamos una política que trabaje para hoy pensando en el mañana, con criterios económicos éticos.

Una llamada a reflexionar

La crisis también nos invita a una reflexión sobre nuestra identidad cristiana y social. Más allá de la depresión económica, la crisis es moral, de valores. Ha entrado en crisis nuestra concepción del mundo. La solución no está solo en legislar y tomar medidas económicas. Si no sabemos leer entre líneas lo que sucede y lo que Dios nos comunica a través de los acontecimientos, nos perderemos. Vivimos en la cultura de la prisa. No meditamos ni reflexionamos lo bastante. En nuestro mundo faltan interiorización, valores. Falta tenacidad y valentía. A partir de aquí, hemos de comenzar a hablar de esperanza.

¿Cómo concebimos la economía, la ecología, los derechos humanos, el trabajo, desde una óptica cristiana? El problema es que no reflexionamos y esperamos que sean los políticos y los empresarios quienes lo solucionen todo.

¿Y si la crisis es una forma en que Dios medirá nuestra capacidad de respuesta? No es que Dios la quiera, por supuesto, pero si permite que esto suceda, ¿no será porque es la única manera de que despertemos y reaccionemos? En situaciones límite hay personas que reaccionan de la mejor manera, y con el tiempo llegan a convertirse en leyenda. Las crisis producen una sacudida profunda que nos hace plantearnos quién somos y qué sentido tiene nuestra vida y nuestra fe. La crisis ha de provocar nuestra reflexión.

Banderas de esperanza

La barca de la Iglesia navega por aguas tempestuosas, pero no se hunde. Si Dios domina el mar –el mal, el egoísmo– también puede hacer que amaine la crisis. Pero cuenta con nosotros para hacer frente al oleaje.

Nosotros, los cristianos, estamos llamados a ser banderas de esperanza. Cada cual ha de aportar algo a la sociedad. Los curas hablamos y planteamos cuestiones teológicas y éticas, pero los laicos no podéis quedaros sentados. Estamos sedados, anestesiados… ¡tenemos que despertar! Gota a gota se forman arroyos, ríos, mares y océanos. Sumando nuestras fuerzas, poco a poco, podemos sacudir el mundo. No lo hacemos, pero tenemos un potencial enorme.

¿Creemos en la fuerza de Dios? Jesús resucitó de entre los muertos. ¿Dudamos que pueda reavivar el corazón maltrecho de la gente?

La acción de la Iglesia

Lo que ocurre en el mundo no nos es ajeno; en la Gaudium et Spes el Papa dijo que los gozos y dolores del mundo son los de la Iglesia. La preocupación de los demás es la nuestra. Si tuviéramos que contabilizar el valor de la obra social de la Iglesia, el gobierno debería estar eternamente agradecido. La Iglesia está afrontando la crisis, está dando respuestas, está trabajando con la gente. Hay gente comprometida que se implica y trabaja para solucionar los problemas. La fuerza del amor es un tsunami más potente que el egoísmo. No somos ilusos, se trata de creerlo de verdad y contribuir al cambio del mundo, con coherencia.

Cuanto más actuemos, mayor será nuestro impacto en la sociedad y mejor irán las cosas. ¿Creemos de verdad que nuestra única esperanza es Cristo y que con él podemos mejorar?

Lo que cambiará el mundo no serán los políticos ni las ideas, sino el corazón humano. Sí, podemos. Podemos ganar la batalla. Eso, si no nos quedamos quietos como espectadores y actuamos. Podemos y queremos. Si cambiamos nuestro corazón cambiará el mundo.

La crítica no arreglará nada. Lo malo siempre estará ahí. Hablemos de lo bueno. La muerte de Jesús tampoco impidió que hubiera egoísmo en el mundo. Pero podremos impedir que se adueñe de nuestro corazón si nos abrimos a Dios. La providencia actuará a través de nosotros.

domingo, junio 28, 2009

El Himno al amor

Introducción

Pablo fue un entusiasta misionero de la Palabra de Dios. Incansable orador, su ímpetu le llevó a fundar comunidades cristianas allí donde iba a predicar. A estas comunidades les escribió diversas cartas que nos han llegado hasta hoy, revelándonos su pensamiento y sus motivaciones. Para él, Jesús era el centro de su misión y de su vida.

Hoy quiero comentaros las consecuencias prácticas y pastorales de uno de sus más bellos escritos sobre la caridad, el llamado “Himno al amor”. Forma parte de la carta que Pablo dirige a la comunidad de Corinto. Esta comunidad atravesaba una situación difícil y Pablo quiso transmitirle lo que es esencial del amor y las consecuencias que se derivan de esto. En este himno, expresa su vivencia personal. En sus primeros pasos como apóstol, debió sentirse frágil y pobre, pero la certeza de saberse amado le dio fuerza y le hizo comprender que el amor de Dios hacia sus criaturas no tiene límites.

El amor gratuito de Dios requiere una pronta respuesta por parte del hombre. Pablo sintió la rotundidad de esta exigencia. Su respuesta a Dios lo cambió radicalmente. En Pablo hay un sentido profundo de corresponsabilidad pastoral y misionera. Él se convertirá en nexo de todas las comunidades que va creando.

Los carismas, regalo de Dios

Esta carta nos interpela a los cristianos de hoy, hasta lo más hondo de nuestro ser. Pablo escribe a los Corintios: “Ambicionad los carismas mejores”. Nos exhorta a potenciar las cualidades y carismas que nos hacen crecer como cristianos para ponerlos al servicio de los demás. Somos hijos de Dios y hemos recibido dones especiales, cada cual según su manera de ser. Pablo sabe que como criaturas de Dios tenemos dentro su semilla y que por lo tanto somos parte de él.

En la medida en que sepamos potenciar los carismas que Dios nos da, contribuiremos desde la Iglesia a la tarea de la evangelización. Dejar dormir esos carismas es una actitud de negligencia ante la inmensa gratuidad de Dios. Sacar lo mejor de nosotros supone un esfuerzo y unas ganas que no siempre tenemos, pero desde la exigencia evangélica estamos llamados a dar frutos abundantes a partir de los dones que Dios nos ha regalado. El cristiano está llamado a ser fecundo, a fructificar. Si no ejercitamos esas capacidades nuestra vida espiritual se empobrecerá y llegará un día en que nada tendrá sentido.

Poner amor en todo

Pablo continua diciendo: “Aún os voy a mostrar un camino mejor... Ya podría yo hablar las lenguas de los ángeles y de los hombres, si no tengo amor de nada me sirve”. Pablo nos quiere ayudar a ver que los cargos, los títulos, los reconocimientos, la fama, las riquezas y nuestra ciencia, si no están al servicio de los demás, son manifestación de la vanidad del hombre; no somos nada si no tenemos amor.

Si no ponemos amor en las tareas cotidianas, estamos perdiendo el tiempo. Nuestra empresa apostólica puede ser muy grande y podemos pensar que estamos haciendo cosas estupendas. Si no ponemos amor, todo será infecundo y no servirá para nada. Para Pablo, las obras sin amor son como los platillos que resuenan. Si no amamos de verdad y no miramos a los demás como seres dignos de ser amados, de nada nos sirve afanarnos.

Llenar las palabras de sentido

Y continúa Pablo: “Ya podría yo tener el don de la predicación…” Ya podríamos predicar con coraje y entusiasmo, sin amor de nada nos sirve. Si la predicación no surge de una experiencia íntima con Dios, estaremos haciendo un buen discurso retórico pero vacío de sentido. En la predicación hemos de ir más allá de las palabras bonitas, hemos de testimoniar esa vivencia honda con Cristo. Solo así haremos que nuestra palabra interpele a los demás. Cuantas veces buscamos sentirnos bien cuando estamos delante de la gente, porque somos capaces de fabricar un discurso muy correcto y coherente desde el punto de vista de nuestras capacidades oratorias y, sin embargo, nuestro corazón está lejos de los demás. Por eso, más importante que nuestras palabras es lo que somos, nuestra capacidad sincera de llegar al corazón del otro y que éste descubra que Dios le quiere y que desde Jesús la vida tiene un sentido diferente y más pleno. Llegaremos a los demás en la medida que sintamos, vivamos y celebremos nuestra comunión con Dios.

Pablo vivió una experiencia mística a partir del encuentro con Jesús. Esta experiencia le llevó a unirse a Dios más profundamente. Dejó de ser un judío fiel a la Torah para convertirse en un entusiasta seguidor de Jesús y pionero en la expansión del cristianismo fuera de Israel. Su ejemplo nos dice que una persona sin amor no es nada, por mucha experiencia y capacidad intelectual que tenga. El amor da entidad a la persona y sentido a la existencia humana.

El mejor sacrificio, el servicio

Sigue diciendo: “Podría incluso repartir en limosna todo cuanto tengo y hasta dejarme quemar vivo”, Pero no lo hacemos por amor y desde el amor, el sacrificio ni la renuncia no tienen sentido, ni tampoco nuestra generosidad. Detrás de todo ofrecimiento ha de haber un deseo sincero de servir a los demás y un profundo amor a Dios y a los hombres. Si no es así sigue siendo una manifestación de vanagloria. También puede esconderse bajo esta actitud un orgullo religioso para sentirse superior. No podemos caer en la rutina, hay que poner amor en todo cuanto hacemos. Si la esperanza y la fe son importantes para la vida, el amor es el fundamento de nuestra espiritualidad cristiana.

El amor comprende y sirve

“El amor es comprensivo y servicial”. En las relaciones con otras personas, hemos de tener claro que hemos de aceptarlas tal y como son, sin pretender cambiarlas. El amor por sí mismo ayudará a crecer y a madurar a la otra persona y quizás pueda llegar a cambiarla, pero no porque nosotros lo queramos. No se trata de anular al otro sino de potenciarlo. Hemos de asumir los límites de los demás y alegrarnos de que el otro sea como es. Solo así el amor madurará y crecerá. En la relación puede haber momentos complejos y difíciles. Puede haber tormentas y vaivenes, pero si el amor es auténtico nada ni nadie lo puede romper, aunque éste pase a veces por situaciones de sacrificio y renuncia. Dios es comprensivo con nosotros y con nuestros límites, nos quiere y nos perdona. Pablo dirá que si queremos amar de verdad tenemos que amar como Dios, desde la comprensión, la aceptación y la tolerancia. Solo así el amor perdurará.

El amor es servicial, está siempre atento a las necesidades de los demás. Por la capacidad de servicio que demostremos a los que tenemos a nuestro alrededor estamos también amando con amor de caridad. El servicio, la generosidad el cuidado, la ternura, la delicadeza son fundamentales para tonificar nuestras relaciones con los demás. La vocación cristiana de servicio configura nuestra identidad de seguidores de Jesús de Nazaret.

Amor que no espera respuesta

Pablo sigue en su carta: “El amor no tiene envidia ni presume, ni se engríe, no es mal educado”. El amor de Jesús es cálido, es humilde y siempre desea el bien real del otro. Por eso hablamos del amor ágape, es decir un amor que ama sin esperar respuesta. Que por si solo, por el hecho de amar, se siente bien y desea la plena felicidad del otro, hasta dar la vida por él, si fuera preciso. Este es el amor trascendido de Jesús, el que recibe Pablo, por esto esta carta es una respuesta de su vivencia del amor.

Amor paciente

“El amor no se irrita”. El que de verdad ama desde este amor de Dios intenta evitar enfados, malas caras, irritación. El amor de Jesús es obsequioso, busca la alegría y el gozo del otro. Hemos de saber que son lógicas las dificultades de convivencia tanto en las familias como en el trabajo. Pero más allá de nuestras avenencias o simpatías, el amor de Jesús trasciende lo puramente humano para instalarse definitivamente en la caridad. Solo de esta manera nuestra vida no será un valle de lágrimas sino una montaña plena de gozo por saber que Dios nos ama.

Amor que perdona y olvida

Dios es el gran olvidadizo, porque nos ama tanto que le es fácil olvidarse del mal que hacemos. Vivir al margen del resentimiento es vivir abandonado en Dios.

El amor tampoco se alegra de la injusticia ni del mal, sigue diciendo Pablo en su carta. El amor auténtico es solidario. Goza siempre con la verdad, con la sinceridad y la transparencia.

Disculpa sin límites, nunca habrá una razón suficiente que nos impide perdonar a los demás. El amor de Dios es espléndido, rebosante hacia todas sus criaturas.

Amor que confía

“El amor cree sin límites”. Es propio de la esencia del amor confiar plenamente en los demás. Aunque somos humanos, estamos llamados a vivir la experiencia de un gran amor que lo trasciende todo: nuestras limitaciones, nuestro pecado, nuestra inteligencia, nuestras capacidades, y cómo no, la muerte. La inmensidad de este amor expresa la calidad de su entrega. Por tanto nosotros, aunque humanos y pobres, estamos llamados a vivir la dimensión eterna del amor aquí. Para Dios nada es imposible. Dios puede hacer de nosotros auténticos aventureros del amor. No pone límites a nuestra capacidad de amar. Quiere que nuestro amor sea infinito como el suyo.
Amor sin límites

Pablo continua: “El amor espera sin límites”. Lo aguanta todo. Solidifica las relaciones. Sobre el amor nada puede perecer, porque siempre hace crecer al otro. No nos podemos rendir ante la apatía del mundo, nuestro amor ha de ser vigoroso y pleno.

En nuestra sociedad vemos que muchos jóvenes e incluso adultos no aguantan nada; sus relaciones se rompen porque su amor es frágil e inmaduro. Pablo nos dice que el amor, si es auténtico, no pasa nunca. Nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Cristo.

Para Pablo, Jesús es la expresión del amor auténtico de Dios.

domingo, junio 21, 2009

El sagrado corazón de Jesús

Una vida entregada por amor

El corazón es un órgano vital que nos mantiene vivos. Es un gran músculo que no para de latir. Su función es bombear la sangre para que llegue a todas las células del cuerpo. Sin él no tendríamos vida. Los poetas utilizan la expresión “corazón” para describir el lugar donde se albergan profundos sentimientos. En las relaciones humanas, cuando se produce una ruptura, se dice que “me has partido el corazón”. Desde la teología, el corazón es un lugar de comunicación íntima con Dios.

El origen de la devoción al sagrado corazón de Jesús está en una experiencia mística que tuvo santa Margarita de Alacoque, joven religiosa que vivió en Francia en el s. XVII. En su visión se le apareció Cristo y le pidió que se uniera a su sufrimiento para desagraviarlo por todos los desprecios y el rechazo a su amor.

Contemplar el corazón de Jesús es contemplar el rostro de un hombre que es capaz de morir por amor. Su corazón atravesado por una lanza expresa hasta qué punto está dispuesto a todo para hacer la voluntad de Dios Padre. Cristo asume el suplicio para redimir a la humanidad. Jesús es la imagen del corazón mismo de Dios. El Padre y el Hijo tienen un solo corazón y un único deseo: la salvación de todos.

El corazón, un sagrario

¿Cómo vivir la devoción al Sagrado Corazón? La mejor manera es imitar a Jesús, sintonizando con él y abandonándonos en manos de Dios Padre. Y esto lo haremos amándole y cumpliendo su voluntad, pese a nuestras limitaciones y pecados; aceptando que el amor tiene dos caras, el gozo y el dolor.

Cuando dejamos que Dios entre en nuestro corazón, lo convertimos en un lugar santo y sagrado. En la eucaristía encontramos a Cristo, vivo y presente. De la misma manera que en la fiesta de Corpus paseamos la custodia, nosotros también llevamos a Cristo en nuestro interior cuando lo recibimos y lo imitamos.

Un amor que cambia la vida

El amor de Dios se enciende en nosotros cuando buscamos una relación personal con Jesús, de tú a tú. Al abrirle nuestro interior, se fragua una amistad profunda que nos hará sentir cada vez más identificados con él. Quien se enamora de Cristo cambia totalmente su vida, como lo vemos en San Pablo. El Saulo perseguidor se convierte en Pablo; Simón el pescador se convierte en Pedro. Cuando se produce un encuentro definitivo con Cristo, la vida da un vuelco para siempre.

Cómo vivir la devoción al Sagrado Corazón

¿Qué podemos hacer para parecernos cada vez más a Cristo?
Amar con intensidad a los demás, tal como son. Dios nos quiere como somos.
Mirar a Jesús en la cruz, descubrirlo en la eucaristía y en las demás personas.
No es suficiente saber, sino que es necesario dar testimonio. Jesús fue coherente: entre lo que dijo e hizo no había diferencia.

La oración nos ha de llevar a entregarnos y a mejorar nuestra vida. Nos ha de impulsar a vivir con más intensidad el amor a Dios y a los demás. La devoción al Sagrado Corazón nos ha de convertir en corazones ardientes en medio del mundo.

domingo, junio 14, 2009

La eucaristía, un gesto de entrega

Toda la vida de Jesús, sus palabras, su mensaje, sus milagros, sus gestos hacia los más débiles, expresa una generosa entrega y un firme deseo de hacer la voluntad de Dios. En su corazón y en su horizonte el anhelo más profundo es unirse al Padre.

Tan claro lo tiene, que pasará por una dura prueba, el camino hacia la cruz. Su muerte deja patente su docilidad extrema al Padre. La cruz de Jesús es el máximo gesto de libertad. Morir por amor, entregarse por amor, pone de manifiesto el deseo íntimo de comunión con Dios. Él se ofrece como víctima propiciatoria para el rescate de la humanidad. Hoy celebramos la valentía de un acto que para nosotros supone purificación, libertad y redención. La entrega y la muerte de Jesús son nuestra liberación.

Un hombre bueno desgarrado en la cruz ha de despertar en nosotros deseos ardientes de convertir nuestro corazón y aprender a mirar con ternura el rostro sufriente del santo de Dios. Ojalá esa imagen de Jesús clavado en cruz despierte en nosotros una nueva fuerza que nos ayude a contemplar con entrañas de madre el sufrimiento del mundo. El cuerpo y la sangre de Jesús, hechos eucaristía, son el cumplimiento de sus palabras antes de subir a los cielos: “Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin de los días.”

El pan y el vino hechos sacramento son la prueba de su presencia permanente en la eucaristía. Jesús sigue estando vivo en la vida de la Iglesia a través de la experiencia sacramental. Sin la práctica asidua de la eucaristía difícilmente entraremos en el misterio de su entrega. Vivificados por la eucaristía, aprenderemos a vivir nuestra vida como un gesto de donación a Dios.

sábado, mayo 30, 2009

Qué nos dice San Pablo, hoy

Un Año Jubilar

Estamos llegando a la culminación del Año del Jubileo Paulino. El pasado 29 de junio, el Papa Benedicto XVI declaró, en la basílica de San Pablo Extramuros, el Año Santo del apóstol de los gentiles. En esta declaración invitó a profundizar en el conocimiento de la figura de este apóstol gigante, en su vida, sus cartas, sus viajes. En la diócesis de Tarragona (1) se celebró un congreso muy interesante en el cual participaron especialistas y exegetas, que aportaron los resultados de las últimas investigaciones sobre San Pablo. Entre ellas, la tesis de su posible viaje a Hispania, sobre el cual se han dado acaloradas discusiones sin llegar a un acuerdo todavía.

En sus catequesis sobre los santos (2), el Papa ha recopilado todas sus aportaciones sobre el apóstol y se ha editado un libro precioso que recomiendo fervientemente.

La diócesis de Barcelona ha establecido algunos lugares de peregrinación para que los cristianos puedan obtener el jubileo. Son, entre otros, la catedral, San Pablo del Campo, la Sagrada Familia, la parroquia de San Pablo de Mataró y la parroquia de San Pablo de Badalona, de la cual soy rector. En ella hemos organizado un variado programa de celebraciones y charlas de formación teológica, así como una exposición sobre el itinerario vital del apóstol.

Pablo hoy

¿Cuál es el legado que nos ha dejado San Pablo? ¿Por qué se ha convertido en un referente en la expansión del Cristianismo? ¿Qué nos dice hoy?

De Pablo podríamos decir muchas cosas. Me faltaría papel para exponer todas las que se me ocurren. Pero quisiera quedarme con una frase: “No soy yo, sino Cristo quien vive en mí”.

Camino de Damasco, Pablo recibe una luz que lo hace caer del caballo. Es la claridad que lo derriba de su arrogancia farisaica. Esa luz es el mismo Cristo que le hará cambiar de rumbo. Abatido por el inmenso amor de Dios, Pablo vive una experiencia que lo sacude por dentro. Entre la luz y la oscuridad, inicia un proceso de profundo cambio que hará emerger a un hombre nuevo. En sus palabras, es “elegido apóstol por el mismo Cristo”.

Pablo ya era un fervoroso cumplidor de la ley de la Torah. Mantuvo el carácter fuerte e impetuoso que lo caracterizaba. ¿Qué le hizo cambiar? El mismo Cristo. Lo sedujo de tal manera que ante su amor Pablo quedó rendido. Es un enamorado de Cristo. Su respuesta, después de un intenso catecumenado, es arrolladora, firme y tenaz. Pablo quedó prendado de la infinita misericordia de Dios.

Dios nos quiere tanto que, a través de su Hijo, a través de la Iglesia, corre en busca de nosotros para confortar nuestro corazón. Y ante la inmensidad de su gracia uno reconoce la propia pequeñez.

A partir de ese instante, dejamos que Dios entre de lleno en nuestra vida y cambie nuestro rumbo hacia una meta: él mismo. Cuando Pablo afirma que “no soy yo, sino Cristo quien vive en mí”, expresa que todo él está empapado de Dios. Lo lleva tan adentro como el mismo tuétano de sus huesos. Sólo un apasionado enamorado puede sentir y tener esa sublime experiencia, esa relación tan íntima con Dios, hasta llegar a identificarse plenamente con él.

Ojalá los cristianos de hoy nos dejemos invadir por la fuerza de su amor. Que podamos decir, como Pablo, “no soy yo, sino Dios”. Ojalá aprendamos de la pasión de Pablo, para no caer en la terrible desidia que ataca a tantos cristianos de nuestro tiempo. De esta manera, demostraremos con vigor que realmente Dios sigue actuando en cada uno de nosotros.

Joaquín Iglesias
Rector de la parroquia de San Pablo
jiglesias@arsis.org

domingo, mayo 24, 2009

Peregrinaciones a santuarios marianos

Ayer estuve con mi comunidad parroquial en Montserrat, en una romería anual que organizamos desde la parroquia. Viendo la gran afluencia de gentes de todo el mundo y la larga cola de personas esperando besar a la Virgen, me han venido a la memoria otras imágenes de lugares marianos que atraen cada año a millones de peregrinos.

La atracción de los santuarios marianos

Lourdes, Fátima, Montserrat, y tantos santuarios dedicados a María son focos de espiritualidad y devoción que invitan a meditar. En una época de crisis religiosa en la que las iglesias se vacían y la fe parece diluirse, en medio de una cultura que vive de espaldas a Dios, estos lugares mantienen su fuerte atracción hacia muchas gentes. ¿Por qué?

Hay muchas razones de tipo no sólo religioso, sino antropológico. Se habla mucho de la feminidad de lo sagrado y de esa necesidad que tiene el ser humano de volver a sus raíces más primigenias, al vientre de la madre. María se convierte en la respuesta a una añoranza del seno materno, del que todos salimos; la devoción a María en muchos casos se puede entender como un regreso a los orígenes, al hogar primitivo. Es una búsqueda de ese regazo protector que acoge a toda la humanidad, como el manto de la Virgen.

No podemos negar la importancia del factor antropológico y psicológico en la devoción mariana. Está ahí, y vemos cómo mueve a masas de gentes, cada vez más, porque quizás nuestra humanidad se siente huérfana y perdida como nunca se encontró.

María nos lleva a Jesús

Pero para un creyente cristiano la veneración a la Virgen no puede quedarse ahí. María es la que nos lleva a Cristo. Ella es la que nos alarga la mano, pero no para que nos quedemos a su lado, sino para conducirnos hasta su Hijo. Escuchemos las pocas, brevísimas, palabras de María en el evangelio: “Haced lo que él os diga”. María es puente tendido hacia Jesús. Y Jesús, el Hijo, nos lleva a su vez a Dios, su Padre. “Todo esto os he dicho para que vuestro gozo sea completo.” (Jn 15, 10). “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 3, 24)

Ante esa nostalgia de plenitud, de sentirnos arropados por un amor rebosante, sólo podemos hallar respuesta en Dios. María y Jesús nos conducen a él, por eso son redentor y co-redentora. Ellos nos rescatan y nos llevan al hogar que verdaderamente ansía nuestro corazón: el mismo Dios.

Una espiritualidad madura

María nos llama a imitar a Jesús. No nos llama a una espiritualidad autocontemplativa e infantil. No nos invita simplemente a refugiarnos en su manto y a permanecer allí, como niños incapaces. María es la mujer fuerte que nos anima a salir de nosotros mismos, de nuestras seguridades y prejuicios, y a caminar por el mundo, como lo hizo Jesús. Nos llama a entregarnos y a dar nuestra vida por amor, hasta la cruz. Y al pie de la cruz, ella estará presente, dándonos su fuerza y su aliento, hasta el último instante. Esperando, también, nuestra resurrección.

María nos interpela a imitarla, viviendo una espiritualidad madura y responsable. ¿Cómo? Ella es madre. Lleva a Dios en su seno y lo entrega al mundo. También los cristianos recibimos a Dios en los sacramentos, y no para quedarnos con él, egoístamente, sino para darlo. Como María, somos portadores de un tesoro inmenso y nuestra misión es llevarlo al mundo, derramando su luz.

María es Iglesia

María también es Iglesia. Cuando pensamos en ella, demasiado a menudo nos confundimos, nos dejamos llevar por las modas y creemos que “Iglesia” es igual a institución, a jerarquía. En cambio, Iglesia es comunidad, su raíz es Cristo y su madre es María. Cuando pensemos en la Iglesia, pensemos en la Virgen.

Nosotros somos la Iglesia. La imagen de Pablo, comparándola con un cuerpo, es muy certera. Cristo es la cabeza, y todos nosotros somos miembros de ese cuerpo. María está en el corazón de la Iglesia. Pensemos en todos los mensajes que María ha dado al mundo, desde su discreta presencia en el evangelio hasta sus apariciones más conocidas. Siempre hay una llamada a la conversión y a la unidad. No podemos concebir una devoción auténtica a María sin una adhesión fiel a Cristo y a la Iglesia. Venerar a María y desentenderse de la comunidad eclesial es un enorme contrasentido.

Devoción que da fruto

El otro gran mensaje de María, como recordaba antes, es una llamada urgente a acercarnos a su hijo. María es la primera misionera, la primera evangelizadora. Nos ofrece protección, consuelo y guía, pero su gran misión es llevarnos hacia Cristo y, desde él, hacia Dios. Esta es, también, la misión de la Iglesia. Esta es nuestra misión hacia el mundo que nos rodea. De la intensa devoción que despiertan los santuarios marianos, deberían salir muchos frutos: familias unidas, amistades fieles, iniciativas misioneras, obras de caridad, entusiasmo evangelizador, comunidades más vivas, animadas por un amor que se traduce en servicio y alegría. Esos frutos, y muchos otros, serán la señal inequívoca de una devoción profunda, sincera y transformadora del corazón.

domingo, mayo 17, 2009

Teología del gozo

Una visión sesgada del ser humano

Por mucho que la prensa y diversos medios de comunicación se obstinen en resaltar el egoísmo y la dimensión animal del hombre, hasta llegar a jactarse de ello, nunca impedirán que desaparezca la bondad connatural del ser humano. Hoy se da un cierto periodismo que está convirtiendo sus noticias en una crónica de sucesos. Es un periodismo grosero y parcial, que busca señalar constantemente la maldad y la vertiente más mezquina del ser humano.Los medios de comunicación olvidan que los sucesos que narran son excepcionales y aislados y no responden a las actitudes más básicas y comunes del hombre. Es la prensa la que altera la noticia y hace más vil al ser humano. Considero que a veces sus criterios son manipuladores y perversos y esconden unos intereses económicos para lograr una mayor audiencia al precio que sea. Los sociólogos hablan de la cultura kitsch para referirse a este gusto por lo ordinario, lo soez y lo que está de moda en un momento dado.

Hay una tendencia social tanto a nivel político como periodístico e incluso filosófico que pretende arrebatar al hombre lo que le es intrínseco como persona, que es el deseo firme de anhelar la felicidad y la alegría. Estas actitudes también son connaturales a él, como lo son el egoísmo y el sufrimiento.

Pero es evidente que dependiendo de nuestra propia concepción antropológica podremos resaltar una tendencia u otra. Algunas concepciones filosóficas caen en una visión del hombre como un ser vacío de sentido, es decir, llevan al nihilismo como una actitud ante la vida, o una angustia existencial sartreana. Este modo de entender al hombre responde a una actitud que no concibe la vida como un don, sino como una condena. Por tanto, nada tiene sentido y caemos en el absurdo.

La visión trascendental: el hombre tiende al gozo

En cambio, una visión antropológica desde una dimensión trascendental nos lleva a descubrir el enorme potencial del corazón humano. Nos estamos refiriendo a la antropología cristiana. Podemos afirmar que la capacidad de entrega y la generosidad del ser humano muchas veces no tienen límites. Nos referimos a la dimensión humana y espiritual. Afirmo con toda rotundidad que el hombre es un ser nacido y llamado a vivir el gozo y la felicidad. Sólo cuando niega estos valores y se empeña en vivir lo contrario, el egoísmo, la envidia y la tristeza lo invaden.

Tener la certeza de que somos inmensamente amados por Dios es la fuente de nuestro auténtico gozo existencial. Cuando el ser humano es capaz de creer en sí mismo y de salir más allá de su realidad, de su corazón surgirán torrentes de alegría, porque el Dios de los cristianos es la fuente suprema del gozo. Toda criatura suya nace con esta inquietud trascendental, el deseo de felicidad en mayúscula. El hombre tiene dentro algo que le hace crecer, madurar y amar. Sin el amor pierde el horizonte de su vida, cae en el abismo y en el sinsentido.

La fuente de nuestro gozo

Partiendo de esta concepción cristiana el hombre está llamado a buscar la felicidad eterna. ¿Dónde está el fundamento de la teología del gozo? El hombre debe pasar de la alegría psicológica y humana a la alegría óntica y espiritual, ese deseo que está impreso en sus entrañas, y también en las de Dios. En el santoral cristiano aparece una santa excepcional: Santa Gertrudis la Magna, que nos habla del gozo del Señor.

La revelación cristiana parte del acontecimiento pascual: Cristo ha resucitado y es nuestra mayor alegría. La eucaristía es el lugar de encuentro donde se comparte el gozo de existir y de sentirse amado por Dios, que se nos entrega a través de su Hijo. Es el motor de nuestra plenitud humana y cristiana. No se puede ser feliz de forma aislada, sin abrirse a la realidad de las otras personas. Cuando decidimos buscar a los demás y hacerlos felices, obtenemos un gozo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.