domingo, septiembre 19, 2010

Entre la sencillez y la bondad

En este cambio de destino parroquial, quisiera agradecer su apoyo a los dos sacerdotes que se han cruzado en mi camino y a quien ya considero amigos: mosén Juan Barrio, antiguo rector de San Félix, y mosén Miquel Elhombre, nuevo rector de San Pablo.

Mosén Juan Barrio ha facilitado en todo momento mi incorporación a la nueva parroquia. Sacerdote de temperamento vital, con una extraordinaria humanidad y talante acogedor, me ha permitido vivir el cambio con mucha paz y serenidad. No ha escatimado tiempo ni esfuerzo para explicarme con esmero el funcionamiento interno de la parroquia, así como para brindarme su amistad. Durante los diez años que ha pasado luchando por su comunidad, siempre se ha mostrado tenaz en su empeño apostólico y elegante en el trato. Mi llegada a San Félix, gracias a él, ha sido un deslizarse con suavidad hacia mi nueva misión pastoral. Siempre agradeceré su compañía en un momento crucial de mi vida sacerdotal. Dios me ha permitido descubrir en Juan un corazón entrañable, profundamente humanitario, con una vocación orientada especialmente hacia los más débiles, hacia los enfermos que sufren dolencias y soledad. A partir de ahora, ejercerá su ministerio como capellán del Hospital del Mar de Barcelona. Le deseo mucha fecundidad espiritual en esta nueva etapa. ¡Qué hermoso es aprender de los cristianos sufrientes en nuestra sociedad! El bálsamo de su ternura ayudará a suavizar y a paliar el dolor de tantas personas que yacen en sus habitaciones, quizás solas y desesperadas, anhelando una voz amiga que les dé esperanza y valor para seguir viviendo. Juan, que Dios te inspire y te ayude en tu nuevo cometido pastoral.

Y, por otro lado, debo agradecer a mosén Miquel que haya respetado con tanta delicadeza el tiempo necesario para realizar mi traslado, pues tengo muchísimo material y enseres acumulados, para los que debo buscar lugar. Agradezco su serenidad y su talante sosegado y afectuoso. Su sensibilidad humana y su enorme capacidad de comprensión han hecho posible que el cambio fuera más digerible, ya que después de 17 años cuesta dejar atrás tantas cosas. Ha sabido darme paz y calma en esta nueva etapa. También hemos mantenido largas conversaciones sobre nuestra visión de la Iglesia y de la pastoral. Su teología doméstica se une a un fuerte componente humanista y social, con una rica proyección en la pastoral obrera. El contacto con la realidad sociolaboral le ha ayudado a hacer una lectura muy aguda sobre los problemas y dificultades de las personas que luchan por conseguir una vida digna. He descubierto en él, además de sencillez y amabilidad, un espíritu de pobreza franciscana, una gran humildad y una renuncia total al poder, y esto hace posible que nazca la amistad y que nos encontremos a gusto dialogando juntos. Su facilidad para sonreír y su talante afectuoso le harán posible una buena entrada en la parroquia. Desde su humildad sacerdotal y su voluntad de servicio a la comunidad podrá integrarse fácilmente e iniciar esta nueva etapa.

De mosén Miquel me quedo con sus ojos brillantes y sus palabras sabias y sencillas, que hablan de un corazón lleno de ternura y amistad, y de un alma limpia, abierta siempre a la sorpresa del otro. ¡Adelante, Miquel! El Espíritu te guiará y lo demás vendrá solo, porque el que vive abierto a su soplo sabrá aglutinar una verdadera comunidad de seguidores de Jesús.

domingo, septiembre 12, 2010

Lágrimas de gratitud

En la misa de despedida de San Pablo, con Mn. Miquel Elhombre, nuevo rector.

Los días cuatro y cinco de septiembre, en dos celebraciones eucarísticas, me despedía, lleno de emoción y gratitud, de mi comunidad parroquial después de 17 años de servicio pastoral. Estos dos días de fiesta eucarística marcaron el final de una larga etapa como rector de la parroquia de San Pablo, templo situado en el barrio del Raval de Badalona.

Durante la celebración sentía en mí corazón algo intenso y hermoso, ese adiós no era un adiós, sino el inicio de una nueva singladura. Fui plenamente consciente de que el Espíritu me estaba llevando a navegar hacia un nuevo rumbo en mi misión sacerdotal.

Por un lado, sentía la pena de dejar atrás personas, proyectos y sueños, en especial, cuando, lleno de emoción, vi asomar las lágrimas a los ojos de muchos feligreses, tan apreciados. Entonces me di cuenta de cuánto querían a su sacerdote, hasta qué punto yo había entrado en sus vidas y cómo ellos me habían abierto sus corazones.

En el momento de la consagración, levantando la Santa Hostia, un pálpito me estremeció. Cristo sacramentado, elevado entre mis manos, estaba allí, entre la asamblea y yo. Y pensé que esta es la misión del sacerdote: llevar a Cristo, entregarlo y hacer que cada cual lo asimile espiritualmente. Me sentí pequeño, pero ¡qué grande era lo que estaba haciendo en aquel momento! Invitar al ágape eucarístico a mi comunidad es una experiencia culminante que, más allá de las diferentes maneras de ser, de las distintas sensibilidades religiosas, nos une. Sentí una profunda comunión con todos ellos. Era un auténtico banquete, preludio del cielo. Contuve mis lágrimas, con el sentimiento de plenitud y de gozo que me embargaba. No fue una despedida triste, no. Eran lágrimas de alegría y gratitud por la experiencia religiosa vivida intensamente hasta el final. Por eso no fue un adiós lleno de nostalgia, triste o desolador, sino una fiesta. De manera espontánea, dulce y tierna, se sucedieron los saludos y los abrazos. Viví uno de los momentos más hermosos como sacerdote.

Les expliqué que un cura es también un misionero, y su misión es inherente al sacerdocio. Desde la recepción del ministerio, ahí donde hay una comunidad de seguidores de Jesús, allí está la Iglesia universal presente, al servicio del evangelio. Y les recordé que a partir de entonces viviríamos una comunión en el espíritu, sin necesidad de seguir juntos, pero que desde la oración nos mantendríamos unidos. Ellos, con su nuevo rector, y yo con mi nueva feligresía en San Félix. La fiesta eucarística acabó con un jubiloso canto de acción de gracias a Dios, porque nos había permitido vivir algo inolvidable que quedaría impreso para siempre en la memoria colectiva de la comunidad.

Vine feliz, he sido feliz y me voy feliz de haberos servido. Ahora voy a una parroquia llamada de San Félix —que significa feliz—. El deseo más genuino de Dios es la felicidad de su criatura. Y la máxima felicidad del hombre es dejarse amar por Dios y amar a Dios. Esto es lo único que da un sentido pleno a nuestras vidas.

domingo, septiembre 05, 2010

Un sincero adiós

Despedida de la comunidad parroquial de San Pablo de Badalona

He estado con vosotros un tiempo largo e intenso, vivido con profunda pasión, 17 años. Y os puedo asegurar que lo he respirado y vivido minuto a minuto, hora a hora, día a día y año tras año.

No podría ser de otra manera, respondiendo a una vocación sacerdotal, una llamada a hacer pueblo de Dios, presencia viva de Cristo en este barrio del Raval de Badalona, con la plena conciencia de asumir una alta responsabilidad, pero también con un hondo sentido de gratitud y de reconocimiento a Dios por tantos dones y por haberme regalado la oportunidad de vivir una experiencia pastoral que ha supuesto un mayor crecimiento en mi vida sacerdotal y ha añadido valor a la centralidad de Cristo en mi vida.

Sólo con él, por él y en él, el sacerdocio adquiere un brillo especial.

He trabajado con tenacidad, ilusión, alegría y creatividad. Como todo trabajo por Cristo, también con el riesgo y la valentía de actuar con la máxima libertad, costara lo que costara, siempre pensando en el bien pastoral y en el bien real de las personas que forman la comunidad. No se puede ser pusilánime cuando uno es consciente de tanto don y tanta gracia recibida. Digo esto porque vivir la vocación sacerdotal con una pasión de enamorado de nuestro Dios, es decir, con decisión y autenticidad, a veces puede llevarte a situaciones paradójicas, que te producen desconcierto y tristeza cuando ves cómo se alejan algunas personas a las que has querido tanto y en las que tanto has confiado. Y es que alguien llamado a una misión no puede renunciar a los carismas que Dios le da para hacer más viva la Iglesia. Y estos carismas no son entendidos por algunos. Como párroco, he pasado por diferentes etapas, algunas muy duras y dolorosas, afrontando críticas demoledoras. Pero debo deciros que nunca me he desanimado ni me he doblegado. Ni la apatía, ni la dureza ni el resentimiento llevan a ninguna parte, al contrario: te alejan de los demás. Por eso, y a pesar de haber atravesado momentos muy difíciles, jamás he perdido la alegría de saber que Dios me lo ha dado todo y que nunca he dejado de trabajar, codo a codo con la comunidad, por el bien de la Iglesia de Cristo.

La experiencia parroquial se convierte, así, en una escuela de santidad.

Pero también os puedo decir, hoy, que me siento profundamente feliz por tanto aprecio y cariño que he recibido de muchos de vosotros. A todos, incluso a aquellos con los que he podido tener alguna dificultad, e incluso a la gente del barrio que ha sido crítica con la parroquia, os quiero decir que habéis contribuido a enriquecer mi experiencia pastoral y me habéis hecho crecer y madurar en el ejercicio de mi sacerdocio, que es mi máxima felicidad.

Quiero recordar también al obispo Joan Carrera, ya fallecido, que confió plenamente en mí cuando vine a esta parroquia.

Pero sobre todo, debo dar gracias a Dios, que me ha llamado a la apasionante aventura de convertirme en imagen de Cristo, a pesar de ser pequeño y limitado. Es para mí un alto e inmerecido regalo ante el que deseo responder con todas mis fuerzas.

Estamos en un tiempo convulso. La Iglesia es castigada por la presión de grupos mediáticos al servicio del poder; las oleadas de crítica sin medida tienen una clara intención debilitadora de la Iglesia ante la sociedad. Desde postulados ideológicos contrarios a la fe se utilizan todos los medios propagandísticos para confundir a la gente de buena voluntad. Aunque las aguas sean turbulentas, no bajéis de la barca de Pedro. Es la única donde encontraréis la verdadera felicidad, inspirada por Cristo y guiada por el Espíritu Santo. No tengamos miedo. Somos ese pequeño rebaño al que Jesús habló con amor. Con el soplo del Espíritu, nos dará un impulso tan grande que nos ayudará a descubrir la potencia de Dios que hay en cada uno de nosotros.

No nos cansemos de evangelizar, como diría san Pablo, “a tiempo y a destiempo”. Es la gran misión del cristiano: anunciar a Cristo con nuestra vida.

El faro del Espíritu me indica un nuevo rumbo pastoral, otros bajeles donde navegar y seguir trabajando para Él. Continuaré tendiendo una mano a tantas gentes sin esperanza, que viven arrastradas por la riada del mundo, y pondré todo mi esfuerzo en ayudarlas a renovarse y a limpiarse, para que algún día puedan participar de la gran familia de Dios, tomando a Cristo en la eucaristía. Esta es la razón de ser última del sacerdocio: hacer comunidad de cristianos al servicio de la causa del evangelio.

Vendrán momentos todavía más duros, de profunda crisis, incluso dentro de la Iglesia. Nuestra esperanza está en agarrarnos a Cristo, único pilar que ningún viento huracanado puede tumbar. Sólo enraizándonos en él nuestra vida tendrá pleno sentido.

Os pido finalmente que aceptéis, respetéis y améis a vuestro próximo rector. Él, desde su propio carisma, sacará lo mejor de sí para hacer crecer a la comunidad. Poneos a su servicio para que la parroquia siga siendo un lugar de misión y de cercanía de Dios para todo el mundo.