domingo, agosto 06, 2006

La adultez cristiana

Sabernos hijos de Dios

Con su bautismo, Jesús se consagra antes de empezar su ministerio público. Con las aguas penitenciales, asume el pecado del mundo. Su inmersión en el río y su emersión posterior simbolizan su futura muerte y su resurrección.

Jesús no hubiera podido realizar este gesto sin vivir una intimidad y una comunión profunda con Dios. Esa rica experiencia de Dios como Padre era fruto de mucho tiempo dedicado a cultivar su amistad.

Jesús parte de la honda convicción de ser hijo de Dios. Así, nuestra conciencia de ser cristianos nace también del conocimiento de nuestra filiación divina. La amistad profunda con Dios Padre es la raíz de nuestro trabajo apostólico. Del sabernos hijos de Dios surge la misión. Todos nuestros esfuerzos serán estériles si no somos conscientes de que hemos sido llamados para un cometido.

Llamados a evangelizar

Cada cristiano es llamado a anunciar que Dios viene a nosotros. Ahora más que nunca, en medio de un mundo frío y convulso, es un imperativo lanzarse a evangelizar. Pero para ello necesitamos el alimento de nuestra relación con Dios. La intimidad con él nos dará vigor para ser cristianos militantes que trabajan por la expansión de la Iglesia. Salir de la eucaristía alimentados de Cristo es salir llenos de Dios, con toda la fuerza necesaria para anunciar al propio Jesús.

En el mundo, tan autosuficiente, que cree poder prescindir de Dios, ¡cuánta soledad hay, y cuánto dolor! La misión del cristiano no es otra que proclamar que el Reino de Dios ya está en medio de nosotros. Cuando el creyente es consciente de esto ha dado un salto hacia la adultez espiritual.

La misión, signo de adultez

En los evangelios, leemos cómo Jesús crece, se hace hombre, madura física y espiritualmente. Alcanza la plenitud de Dios en su corazón. A los cristianos parece que nos cuesta crecer y alcanzar esta madurez. Somos muy niños y dependientes. Nos da miedo estar solos y erguidos ante el mundo. No nos asuste crecer, ¡nunca estamos solos! Dios nos da cuanto necesitamos para madurar y aceptarnos siendo como somos.
Ser cristiano maduro supone ir a contracorriente y afrontar muchas situaciones de dolor, sacrificarse y dejar atrás muchas ataduras. La sociedad mercantilista suele arrebatar o paganizar el genuino sentido de las celebraciones cristianas. Nuestra vida, revestida de Dios y volcada en él, reflejará nuestra madurez. Ésta nos empuja a salir en misión. Estamos en esta vida para hacer algo bueno. Vivimos por el Señor y para el Señor. Esto significa que vivimos para hacer el bien a los demás.

Un adulto es consciente de sus actos y del entorno que le rodea. Un cristiano adulto es también consciente de lo que significa optar por Dios y por la Iglesia. Y esto acarrea problemas a menudo, porque la sociedad rechaza nuestros valores religiosos. El cristiano maduro no esconde sus convicciones y es consecuente. Como adulto, no teme asumir sus valores y sabe que necesita a la comunidad para crecer. La comunidad cristiana se convierte en una bandera ondeante que proclame la esperanza en medio de un mundo caído. El mundo necesita razones para creer, para tener sueños y esperanza.

Jesús en el Jordán toma conciencia de su mesianidad. Es el momento de su madurez espiritual. En el cristiano este momento se da cuando es capaz de ofrecer su vida por aquello en lo que cree. Los primeros cristianos brillaron por su valor y su heroicidad. No temieron afrontar ni siquiera la muerte en martirio. Hoy, tan sólo la prensa y el qué dirán bastan para replegarnos.

Nos apena ver vacías las iglesias, pero aún es más triste que no salgamos a testimoniar afuera. La sociedad debería poder decir, como lo decía hace dos mil años: ¡Mirad cómo se aman!