domingo, diciembre 31, 2023

Mensaje de Año Nuevo


Apreciados feligreses,

Os deseo de todo corazón un feliz año nuevo. Y también deseo que este año que acabamos de terminar haya sido para todos vosotros de crecimiento humano y espiritual. Que todo lo que ha ocurrido, malo o bueno, os sirva para añadir madurez a vuestra vida y os ayude a ser mejores personas y mejores cristianos. Toda experiencia, si se digiere con paz y lucidez, añade valor a la vida.

Y en este año que se nos abre, con todo lo vivido el año pasado, que cada uno de vosotros sea una persona tenaz con una vocación de servicio y amor a los demás. Sólo así todo aquello que hagamos tendrá sentido.

Todos estamos llamados a una gran misión. Descubrir la belleza de nuestro corazón hará posible que cada día sea una auténtica hazaña. Así viviremos con intensidad, abriéndonos a nuevos horizontes llenos de luz y de vida, con el deseo apasionado de hacer siempre el bien a los demás.

Y si algún día el sol no aparece en el horizonte, dejad que salga en vuestro corazón la luz intensa que tenéis en lo más profundo de vuestro ser. No dejéis que se apague nunca, aunque viváis experiencias dolorosas. Mirad dentro de vosotros mismos y descubriréis un hermoso vergel donde podréis reposar, en silencio, para seguir luchando en el combate diario. Desde el silencio contemplativo podréis reconectar con Dios y seguir avanzando hacia las metas del día a día.

Un fraternal abrazo,

P. Joaquín Iglesias

lunes, diciembre 25, 2023

Creciendo en comunidad

 

El pasado 21 de diciembre, en la parroquia de San Félix, celebramos la Navidad en familia. Este es el segundo año y ha sido una auténtica fiesta. Celebramos que el niño Jesús viene a nuestra vida, este es el motivo del encuentro. La respuesta a la invitación ha sido extraordinaria y ha superado las previsiones. Me ha causado una gran alegría ver a casi cien personas asistiendo a la convocatoria, signo de su mayor sentido de pertenencia a la comunidad. Mientras se desarrollaba el acto sentía una intensa vibración entre los participantes, que llenaba el ambiente de un bello tono festivo. Durante la celebración cada grupo pastoral de la parroquia ofreció alguna actuación: desde canciones, una poesía, un villancico o un baile. Así se desplegó un programa precioso que enriqueció el evento de color y de música.

La alegría era desbordante. Vivimos al unísono el misterio de un Dios que se encarna, abriéndose a la humanidad a través de un niño a punto de nacer. Sentí que realmente allí había una comunidad que crece con mayor consciencia de ser familia con una misión en el barrio.

La parroquia es un espacio sagrado donde vivimos nuestra identidad cristiana. Hemos de arrojar luz y esperanza, como signo de nuestro compromiso con un mundo que parece ir a la deriva o hacia el abismo. Este ha de ser nuestro testimonio firme, en la tarea de mejorar la vida de los demás. Os agradezco que, como comunidad, me acompañéis en esta urgente misión y seáis copartícipes de esta labor evangelizadora.

El jueves 21 sentí un fuego vibrante que ardía. La comunidad se convirtió en una gran familia donde, siendo todos tan diferentes por origen, cultura y edad, hay algo muy grande que nos une: es Jesús, fuente y sentido de nuestra vida.  

Sólo así, trabajando y ahondando en la fraternidad y en nuestra tarea común como pequeño pueblo de Dios, aquí en nuestra demarcación parroquial, estaremos cumpliendo la misión que Jesús encomendó a sus apóstoles: ir y anunciar la buena nueva del Reino de los Cielos. Sólo haciendo cielo en nuestro entorno y con los más cercanos haremos realidad lo que Dios quiere de nosotros.

Una liturgia sin misión y sin fraternidad es insuficiente, porque esta ha de culminar con nuestro compromiso evangelizador. La consciencia de ser pueblo de Dios ha de ir más allá del culto y el consumo sacramental. Nuestra fe no es solo para vivirla en privado. Uno no se salva solo. Nos salvamos como comunidad y como pueblo.

Estos encuentros nos ayudan a tomar el pulso de nuestra realidad como parroquia y el grado de compromiso. Ese día pude constatar que allí había realmente una comunidad vibrante, más consciente de la riqueza que nos une: participar como hermanos de una tarea común. El Espíritu de Dios estaba presente en el corazón de la fiesta.

¡Gracias a todos por participar y hacer posible este gran encuentro navideño!

P. Joaquín Iglesias

domingo, noviembre 05, 2023

Más allá de la muerte

Evangelio: Juan 14, 1-6.

Que no tiemble vuestro corazón: creed en Dios, creed también en mí. En casa de mi padre hay muchas estancias. Si no fuera así, ¿os diría que voy a prepararos un lugar? Y cuando vaya y os prepare un lugar, volveré de nuevo para llevaros conmigo, para que donde yo esté también estéis vosotros. […]

Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al padre si no es por mí.

La Iglesia, sensible y pedagoga, conoce el devenir del hombre: su nacimiento, su crecimiento, su adultez y la realidad que tanto nos inquieta, que es la muerte. Pero la Iglesia sabe muy bien que con la muerte no se acaba todo. No: es un tránsito hacia un proyecto, una vida nueva con Dios.

Hoy es un día para tener una gratitud muy especial hacia aquellas personas que nos han precedido: padres, hermanos, cónyuges, incluso hijos. Han muerto por motivos muy diferentes que a veces provocan inquietud y un profundo dolor por el vacío que dejan. Se ha generado un vínculo precioso con ellos y cuando ese lazo se corta quedamos como si nos faltara el aire. Esta maravillosa realidad humana, la familia, aquella que nos ha dado la vida no sólo física, sino espiritual, cultural y social, dando sentido a nuestra existencia, queda rota con la muerte.

Entiendo que no es fácil retar a la muerte cuando los difuntos han significado un enorme crecimiento para nosotros. Es normal sentir el duelo interior, que a veces cuesta mucho de superar, porque los vínculos con aquellos que queremos son algo profundísimo que nada puede segar. Van más allá de la propia muerte. Es verdad que ya no podemos tocar ni abrazar a ese ser querido cuando le damos el adiós definitivo. Pero también es verdad que nos deja un legado precioso. Es impresionante.

Para ser buen matemático, físico o psicólogo, hay que ir a la universidad, estudiar y prepararse para ejercer una vocación civil y profesional. Pero el legado más sustancial de la persona nos lo da la familia que nos ha ayudado a ser persona. Esto no lo enseñarán en las universidades, que están tan ideologizadas. En la familia está la raíz de nuestra identidad. No seríamos quienes somos sin ella.

La crisis normal de la adolescencia se supera en la adultez y entonces reconocemos cuánto nos ha ayudado la gente buena que nos ha precedido. No sólo familiares, sino amigos y personas referentes en lo moral y en lo vocacional. Ha habido sacerdotes y religioso cuyo papel ha sido fundamental para nuestro crecimiento social y humano.

Hoy es un día que nos recuerda la relación preciosa que tuvimos con nuestros padres, abuelos y seres queridos. Una relación tan intensa no muere: está en el cielo de nuestro corazón. Y por mucho tiempo que pase, siempre estará allí, vivo, el recuerdo maravilloso de cuanto aprendimos de ellos.

Jesús dice: Que no tiemble vuestro corazón. Él sabe muy bien de qué naturaleza estamos hechos. Somos seres sensibles que amamos, generamos vínculos y, cuando se rompen, causan dolor. Pero, a pesar de todo, que no tiemble vuestro corazón. En estos momentos de ausencia Dios también entra en nuestra historia humana. En estos momentos de dolor y ruptura, en que recordamos la belleza de las relaciones que se terminaron, cuando miramos al cielo con dolor preguntándonos por el misterio del ser humano, Jesús nos dice: En casa de mi padre hay muchas estancias.

Nos apegamos a las personas y a las cosas. Pero nuestra historia no acaba con la muerte. Hay una segunda parte. No vamos hacia el vacío, el sinsentido, la oscuridad. Sería trágico. Si Dios nos ha hecho por amor y con anhelo de eternidad, tiene que haber una segunda parte. Es el reencuentro con nuestros seres queridos, un regalo inmenso.

Ya no vivimos la angustia vital de los filósofos existencialistas que se preguntan por el misterio del dolor, el mal y la finitud humana. Nosotros sabemos que detrás de todo hay un corazón abierto que late, que es Dios.

Por nuestra tradición lógica y filosófica quizás nos cueste entender este salto de fe. Pero si Jesús lo dice, hemos de creer en él. No acabaremos en el hoyo. La muerte es un parto hacia la eternidad, hacia otra dimensión de la vida. Dios no nos deja nunca. Él nos ha creado. Él ha hecho posible el encuentro personal, el proyecto de una familia, sus hijos. Dios sigue teniendo un proyecto para nosotros, y es que de la familia física, de sangre, pasemos a la familia de Dios. Y esta familia nunca se acabará, porque ese es el deseo de Dios.

En casa de mi padre hay muchas estancias, dice Jesús. Podemos imaginarlo como un palacio con muchos departamentos y un jardín maravilloso. No os dejaré huérfanos, no os dejaré solos, insiste Jesús. A donde yo voy estaréis también vosotros. Con su resurrección nos abrirá la puerta de una promesa de encuentro definitivo con él.

Jesús murió en la cruz. Su resurrección era inexplicable, los judíos no podían entenderla ni aceptarla. Pero si Jesús resucita, claro que nosotros también podemos resucitar, por la inmensa misericordia de Dios Padre.

Jesús también introduce una pequeña exigencia para alcanzar esta eternidad: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. ¿Cuál es el itinerario que nos llevará al Padre eterno? El amor, la Iglesia, los sacramentos, la eucaristía. Este es el sendero hacia la plenitud del ser humano que no se acaba aquí, aunque nos cueste desengancharnos de aquí.

Estamos llamados a vivir para siempre. Dios nos quiere tanto que, más allá de la muerte, quiere seguir amándonos y estar con nosotros.

Así sea.

domingo, octubre 22, 2023

Contigo una primavera eterna

Ya hemos entrado en el otoño. En verano, cae sobre nosotros la luz cenital del sol, iluminando todo y dando color a la vida. Los rayos de la custodia también iluminan nuestra alma, dando vida a nuestro espíritu. Como en las estaciones, el ser humano también experimenta cambios en su interior. Ahora, en otoño, baja la intensidad de la luz y oscurece más temprano. Todo declina antes y la luz más tenue nos invita al recogimiento. Pero, aunque sea otoño y las hojas de los árboles vayan cambiando de color, sigue habiendo belleza en el ocre y el castaño que llenan nuestras ciudades y parques. 

. . .

Iniciamos este momento sagrado ante ti, Señor. Tú, que eres suprema belleza más allá de la naturaleza, nos inundas y envuelves nuestra alma. Tu presencia, aquí y ahora, es más luminosa que el sol y más bella que los colores que tiñen el otoño. En este tiempo intermedio, entre la luz del verano y la penumbra del invierno, no hay nada más sublime que contemplar la hermosura de un Dios hecho sacramento: pan que permanece para siempre entre nosotros. Cuando sabemos parar y estar en silencio, podemos darnos cuenta del alcance y el significado de este momento.

La Hostia Sagrada que contemplamos se despliega misteriosamente ante nuestros ojos. Emocionados ante tanto derroche de amor, desde el silencio, saboreamos el don de tu presencia, tan viva, tan real como nuestro aliento. Acurrucados ante este misterio, queremos, desde la intimidad, gustar y paladear las delicias de este anticipo de la eternidad contigo.

Ayúdanos, ahora que empezamos el curso pastoral, a irradiar con nuestro ejemplo y testimonio nuestra fe en ti. Que seamos capaces de anunciar que tú eres el centro de nuestra vida. Que seamos rayos de luz para otros que viven en la oscuridad del pecado. Que nunca nos cansemos de ser fieles a nuestra vocación cristiana. El mundo necesita de cristianos auténticos y valientes, que sepan luchar con firmeza ante un mundo descreído y abatido y que se entreguen a su misión con tenacidad. La victoria es tuya, Señor. Que no olvidemos que para sacar fuerzas necesitamos complicidad contigo, y esto solo será posible si somos capaces de dedicar un tiempo, aunque sea corto, para estar contigo.

Sin prisa, en soledad y en silencio, en esta pequeña tregua en medio de la jornada intensa encontraremos la manera de dar respuesta a tantas inquietudes. Convertiremos estos momentos en un espacio donde vaya creciendo nuestra amistad contigo. Y aunque sean pequeños sorbitos, alimentan nuestra alma y nos dan fuerza y perspectiva para afrontar las situaciones decisivas.

Convertirte en nuestro aliado para nuestra labor evangelizadora nos hará ser conscientes de que estos pequeños oasis de encuentro contigo dan sentido a lo que somos y hacemos.

Volver a estar contigo y empaparnos de algo tan sublime es como parar el tiempo y entrar en otra dimensión: el tiempo de Dios, el cielo en la tierra, una permanente primavera que no se agota. Estar contigo es entrar en el más allá sin abandonar este mundo.

Este rato ante ti, corto pero intenso, nos permite escuchar otra melodía desde el oído del alma. Es tu voz, que nos habla envolviéndonos en tu destello divino. Nos conmueve tanto don inconmensurable. ¡Gracias por tu presencia!

domingo, octubre 01, 2023

Crecer más en Cristo


Iniciamos hoy un nuevo curso pastoral, con el firme deseo de crecer más como cristianos. La parroquia tiene una clara misión: dar a conocer a Jesús en el barrio y en el mundo. Este es el sentido último y la razón más profunda de su tarea incansable de evangelizar, empezando por el rector, como responsable, siguiendo por el consejo pastoral y los responsables de cada grupo, hasta todos los que venimos a recibir el pan sagrado, nos unimos en una tarea común.

Jóvenes, adultos, familias, mayores, todos nos debemos a esta gran misión de anunciar a Jesús, no sólo de palabra, sino con hechos y con la vida, dando testimonio de nuestra unión con él. Pero ¿qué se necesita para ser creíble ante los demás? ¿Cómo podemos llegar a tocar el corazón de las personas?

¿Qué necesitamos?

Para hacer mejor nuestro trabajo evangelizador...

En primer lugar, hemos de tener una relación profunda y rica con Jesús. De aquí arrancará el entusiasmo evangelizador que nos ha de definir como llamados a esta tarea conjunta. Será necesario vivir nuestra fe y nuestra vocación cristiana con intensidad, conscientes de que estamos comunicando algo precioso: un gran tesoro, con amor y siendo conscientes de nuestra llamada a seguirlo, con ilusión y alegría. Este es el distintivo que marca un estilo entusiasmante. Nuestro punto de partida es este.

Hemos de ser conscientes de que pertenecemos a una comunidad. Si sólo venimos a cumplir con el culto no es suficiente. Necesitamos sentirnos parte del gran proyecto evangelizador de la parroquia; es necesario asumir el compromiso de nuestra misión como comunidad. Sin esta fuerte implicación no podremos culminar nuestra vocación cristiana: ser misioneros es inherente a nuestra fe. Sólo así se pueden generar vínculos y lograr una mayor participación de todos y cada uno de los que estamos aquí.

No podemos eludir la responsabilidad de anunciar y ser iglesia en medio del mundo. Allí donde estémos viviendo y trabajando los laicos estáis llamados a ser la voz de Jesús en medio del mundo. Pues el mundo, aunque no lo parezca, tiene hambre de él. Nosotros podemos despertar la esperanza y posibilitar que muchos descubran el sentido de su vida y la alegría del encuentro con Jesús, fundamento de nuestra fe. Hemos de convertir San Félix en un referente moral y religioso en nuestro barrio. Las gentes han de encontrarse aquí a gusto, viendo que somos capaces de crear espacios sosegados para escuchar con delicadeza. Interpelar a quienes se acercan, saber dar respuesta a sus necesidades, acoger a toda persona que busca algo. 

Todo esto pide tiempo y dedicación. La misión necesita de estas dos coordenadas: tiempo y espacio. Tiempo para dedicar lo a los demás y un espacio, que es la parroquia, para atender con solicitud amorosa a quienes necesitan paz en sus vidas o, simplemente, alguien que les escuche sin prisa. Dar nuestro tiempo a Dios significa ayudar a otros a crecer.

Pasos a dar

1. Seguir comunicando los eventos parroquiales con ayuda de reflexiones que nos ayuden a todos.
2. Dar testimonio de los grupos y sus diferentes tareas y responsabilidades en las misas dominicales. Tenemos una gran variedad que muestra la riqueza pastoral de la parroquia, y conviene que todos conozcan la realidad parroquial en profundidad, así como las metas y objetivos que nos planteamos al servicio de la evangelización.
3. Pasar memorias anuales de las actividades parroquiales, así como las cuentas, para conocer el dinamismo vital de la comunidad y lo que nos permite realizar toda esta labor. Hay un gran esfuerzo para lograr el sustento del templo, las instalaciones y las diferentes actividades.
4. Ofrecer información a todos aquellos que pasen por el despacho parroquial: es una buena forma de dar a conocer lo que se hace en la parroquia y difundirlo en el barrio.
5. Continuar poniendo carteles informativos sobre las diferentes actividades, es otra vía de comunicación visual importante.
6. Mantener una presencia activa en redes sociales, pues hoy son muchos los que buscan información a través de la Red. No es menos importante estar en los medios digitales. Hay muchas personas que se interesan y van siguiendo con agrado nuestras reflexiones y comunicaciones.
7. Plantearnos un buzoneo en el barrio, somos muchos en la comunidad y cada cual puede difundir en su bloque información sobre lo que la parroquia ofrece.
8. Lo más importante: potenciar la comunicación directa de boca a oreja: es la más poderosa y personal, y en esto todos podemos colaborar. Cada feligrés es un apóstol en potencia. Así lo hicieron los seguidores de Jesús en los primeros tiempos y desde el primer momento: anunciaron y compartieron una experiencia que les cambió la vida.

martes, agosto 15, 2023

María se pone en camino

La propuesta que nos hace la liturgia en esta hermosa celebración de María Asunta a los cielos tiene una enorme profundidad y repercusión en todos nosotros.

María se puso en camino. En Adviento leemos otro texto, en el que María recibe la visita del ángel de Dios. Configura su casa como lugar de oración. Hace de su hogar un santuario, un espacio sagrado, donde se relaciona íntimamente con Dios. En su corazón, desde el silencio más profundo, María contempla, silenciosa.

Ahora vemos a María como una mujer que sale de su casa y se pone en camino. Pasa de la oración a la acción. Desde el silencio, María entiende que su prima Isabel necesita ayuda y se va para estar cerca de ella. Si la oración y el silencio no nos llevan al amor, ese silencio no es del todo profundo. Quizás no está lo bastante conectado con la trascendencia.

El silencio no es simplemente callar; es dejar que otro te hable. El silencio es escucha. María sabe escuchar y deja que Dios le hable al corazón. Y se pone en marcha hacia la montaña. Es decir, un camino ascendente, no fácil, cuesta arriba.

María nos enseña que en la Iglesia hemos de salir, incluso de nuestro propio templo, de nuestras propias limitaciones, de nuestras barreras. Hemos de salir a atender, acoger, ayudar, ser solidarios con personas que lo necesiten.

Un cristiano que ora y no actúa no hace suficiente. Con Santiago, diríamos que la oración nos ha de llevar a la acción, la fe se traduce en obras.

María se pone en marcha para atender a su prima Isabel.

Los niños lo perciben todo

¿Qué ocurre en este contexto familiar, hogareño, hermoso? Tan sólo ver a María, el niño de Isabel saltó en su vientre. Qué debía tener María que esta conexión espiritual llegó hasta el bebé, hasta el que sería primo de su hijo, Juan. Hoy hablamos de la sororidad, la hermandad entre mujeres, que va más allá de la cuestión ideológica. La amistad entre estas dos mujeres hebreas propicia un entorno extraordinario para el futuro armónico de este niño.

Los niños lo reciben todo desde el vientre de su madre. Todo. Perciben si está triste, si está contenta, si está emocionada, su tiene experiencias intensas, de todo tipo. Esto va configurando al niño dependiente de su madre. Qué importante es que cuando sale del hogar interno al hogar externo, a la familia el niño sienta: ¡Qué bien se está aquí! Que no haya una ruptura entre el vientre materno, envuelto en el líquido amniótico, y el espacio precioso de cariño y ternura en el hogar.

Cuando esto no se produce, algo pasará en el niño, porque el bebé necesita afecto, calor y seguridad. Todo cuanto podamos hacer parte de la experiencia cercana, cálida, hogareña, de sentirse querido. Ayer, en un bautizo, decía a los padres: El mejor regalo que podéis hacer los papás a vuestro hijo es que él sienta que os queréis. No sólo que lo queráis a él, que también, sino que perciba que los padres se quieren. Esto es la mejor terapia, la más potente que hay: encontrarse tranquilo, abandonado, sereno, porque sabe que en ese hogar será profundamente amado.

Por eso Juan, el profeta de fuego, sería una voz convincente ante su pueblo y lo daría todo para trabajar en la viña del Señor y ser precursor del Mesías.

Isabel reconoce la amistad con María, y expresa su alegría dos veces: el niño salta en su vientre. El futuro profeta se siente ya contento por la cercanía de Jesús. ¿Por qué salta de alegría? Porque sabe que su hogar será la fuente de su misión futura.

Después del elogio de María a su prima, le dice: «Porque has creído, lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Porque has creído, serás la madre de Dios. Porque has creído, el proyecto de Dios para la humanidad será posible. Porque María ha creído, puede llevarlo en sus entrañas.

Dios hace cosas grandes en nosotros

María reconoce la obra de Dios en su vida y canta: «Mi alma proclama la grandeza del Señor».

Esta canción seguramente afectó espiritualmente al niño. Es un canto hermoso.  «Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.» María se siente pequeña y agradece a su salvador porque ha mirado la humildad de su sierva.

Somos poquita cosa. Aunque veamos que el mundo evoluciona tecnológica, médica y culturalmente, no somos nada. Por mucho que creamos realizar grandes gestas. Dios nos sustenta a cada momento. Lo más importante no es lo que podamos llegar a ser, ni dejar una huella en la historia, en la cultura, en la sociedad. Lo más importante es reconocer que, en el fondo, no somos nada. Pero, no siendo nada, somos capaces de amar, y esto es algo grande. Porque Dios no nos pide que seamos grandes personajes ni emprendamos grandes hazañas. Dios nos pide que nos abramos a él. Que sintamos esa brisa suave en el corazón, su presencia discreta.

Fijaos en María. Hay muchas santas en el calendario que han hecho mucho más que María: Teresa de Jesús, santa Clara y otras santas de vidas impresionantes. Pero María, ¿qué hizo? Rezar. Sólo rezar. Y es la reina de las reinas, la santa de las santas. ¿Qué hizo? Dejarse querer por Dios, dejarse amar. Tan sólo dejarse envolver por la presencia misteriosa de Dios. Y cuando pudo, hizo algo por los demás. María salió a visitar a su prima, y seguramente su estancia con ella fue extraordinaria.

Y ella canta las grandezas del Señor. Los cristianos tenemos que cantar, porque, pequeñitos como somos, Dios hace cosas grandiosas en cada uno de nosotros. ¿Por qué creéis que estamos vivos? ¿Por qué creéis que tenemos fe? ¿Por qué creéis que estamos aquí? Porque ha hecho algo en nosotros. Sólo por nosotros mismos, por mucha inteligencia que tuviéramos, no podríamos acceder a la trascendencia. Llegaríamos al límite de la experiencia sublime, pero no podríamos trascender.

Hagamos cielo en la tierra

Hagamos de nuestro hogar un lugar precioso de convivencia. Porque la gente está muy necesitada de ello. Uno de los grandes problemas de este mundo son las enormes dificultades que hay en las familias: grietas, resentimientos, violencia contenida (y a veces no tan contenida), soledad, abandono… No hay suficiente ternura, calor, dulzura. Como la que vemos entre estas dos mujeres.

Ojalá María nos ayude a ir experimentando el cielo en la tierra. Ella fue asunta, los ángeles se la llevaron al cielo, dice la tradición. Nosotros podemos hacer un cielo aquí, en la tierra. Será la mejor manera de iniciar el viaje al cielo. María y su prima hicieron un cielo de su casa, de su hogar. El mundo necesita hogares de cielo, para que la familia crezca con alegría, con armonía, con felicidad plena. Si no es así, habrá tensiones conyugales, con los hijos, problemas de identidad, dolor inmenso en el alma… Construyamos espacios de cielo en la familia. La familia de Nazaret fue un cielo. Por eso los dos, María y Jesús, fueron al cielo: uno resucitando y la madre subiendo. Sólo así, haciendo cielo en la tierra, estaremos mereciendo el cielo en el más allá.

domingo, agosto 06, 2023

San Félix, mártir audaz

Félix fue un auténtico testimonio vivo y valiente de su fe. Su gran tesoro era Cristo, como afirmaba con fuerza y convicción. Ante el sufrimiento que le infligieron en su martirio supo mantenerse fiel a Jesús: nunca renegó de su fe. Le ofrecieron poder, riqueza, prestigio, si abandonaba la fe cristiana, pero tal era su fuerza interior que renunció a todo, asumiendo las consecuencias del brutal rechazo que lo llevaría a morir.

Su intenso amor a Jesús era más fuerte que la pompa que le ofrecían y el dolor con que lo amenazaban. No se movió ni un milímetro de sus profundas convicciones. Sin miedo, aceptó con serenidad la muerte como precio a pagar.

Su ejemplo tenaz es un gran modelo para todos nosotros, que pertenecemos a una comunidad bajo su patrocinio. San Félix, para nosotros, ha de ser un revulsivo que nos ayude a vivir con más valentía nuestra fe y nuestra pertenencia a la parroquia. La vocación cristiana supone muchas veces tener la osadía de salir de nosotros mismos, desinstalarnos e iniciar un proceso de conversión interior, el único camino que nos llevará a Jesús. San Félix nos enseña a permanecer fieles en nuestro compromiso, como él hizo. Nos anima a trabajar con ahínco para expandir la buena nueva y contribuir, con nuestra vida y ejemplo, a la gran tarea de dar a conocer a Jesús. Él estuvo dispuesto a todo. No se echó atrás. Con su predicación muchas personas se convirtieron al cristianismo.

Hoy, nuestra labor es más necesaria que nunca. Seamos conscientes de esto. De la profesión de fe hemos de pasar a una evangelización activa, capaz incluso de dar la vida. Nuestra fe cristiana ha pasado a ser una religión de culto y precepto, quizás muy adormecida. En la sociedad, es vista con apatía, indiferencia e incluso desprecio.

San Félix vivió su fe con enorme coraje y hasta las últimas consecuencias. Para los que estamos bajo su protección, su martirio nos ha de impulsar a vivir con mayor entusiasmo nuestra fe comunitaria. Hoy la situación es diferente que en tiempos de San Félix. Pero la evangelización sigue siendo una urgencia, empezando por nosotros mismos. La Iglesia debe autoevangelizarse para despertar de su letargo y ser un testimonio valiente ante los que pasan, ante los tibios y ante los que están en contra de todo.

Encomendémonos a san Félix para que nos contagie su férrea fe y nos ayude a no desfallecer nunca a la hora de testimoniar la presencia viva de Dios en nuestro mundo. Que su sangre, derramada como mártir, sea semilla de una nueva experiencia de encuentro con Jesús y contribuya a que muchos otros, viendo nuestro ejemplo audaz, quieran seguir este camino.

domingo, junio 25, 2023

Pastoral de la escucha

Saber escuchar es un gran reto de la evangelización. Existen innumerables ofertas en el panorama religioso, y se está generando una gran confusión en la sociedad ante la proliferación de sectas y nuevas seudo religiones. Más que nunca hemos de acertar en el diagnóstico para ver exactamente qué podemos ofrecer. Hay opciones muy llamativas, pero vacías de contenido. Muchas veces se cae en la autorreferencia, más que en la nitidez o la coherencia del mensaje. La manipulación sutil y sicológica es un recurso que utilizan algunos grupos, que están más por la labor de captar adeptos que de ofrecer sin imponer. Muchas personas buscan con sinceridad encontrar sentido a sus vidas, pero no se puede aprovechar esta inquietud para inocularles ideas cuya finalidad no es tanto ayudarlas a crecer como hacerlas afines a la causa. En nombre de Jesús, se las invita a seguir al líder de turno, que utiliza su afán de búsqueda para atrapar seguidores.

Desde la libertad y la humildad

¿Cuál sería el antídoto para evitar esto? Frente a las maravillosas ofertas que se nos ofrecen por diferentes canales, a veces desde la autosuficiencia y el deseo de impresionar, no podemos confiar que, por saber mucho, por tener más experiencia o bagaje intelectual, ya estamos capacitados para instruir y guiar.

Esta es una labor compleja y difícil, porque hay que tener muy claros los límites: están marcados por la libertad y la humildad.

A partir de aquí podremos ejercer una labor de apoyo a las personas y ayudarlas a ser ellas mismas, con sus capacidades orientadas a un crecimiento que las lleve a la madurez humana y espiritual. Desde su sagrada libertad, ¿cuál sería la clave para no caer en excesos o desviaciones? ¿Cómo evitar los protagonismos, la sobreactuación y el liderazgo mal enfocado?

La clave está en saber escuchar

Para esto, lo primero que hay que hacer es dedicar tiempo. El sacerdote, en su ministerio, debe priorizar la escucha como un valor intrínseco de su vocación. Es verdad que hay mucho que hacer, pero no podremos ofrecer nada distinto si antes no somos capaces de escuchar. Los que por nuestra función pastoral hemos de hablar mucho, comunicar, instruir, educar, necesitamos un jarabe de humildad: callar más y escuchar más. Puede parecer que, si no predicamos o instruimos, el alcance de nuestra misión queda reducido. Pero yo creo que toda predicación o instrucción ha de partir de una honda y larga escucha. No hace falta demostrar que sabemos mucho o somos los mejores del mundo. Hace falta un oído paciente que no mire al reloj para recoger tantos sufrimientos, tantas dudas, tanta desorientación. El sacerdote que escucha recibe lo más hondo e íntimo de la persona en su búsqueda incesante, que a veces la lleva por callejones sin salida. Es un acto de enorme confianza: está regalando el tesoro de su alma, que requiere de ese acento esencial de nuestra vocación: tener el valor de detenernos y priorizar la oración, el silencio y la escucha.

Aprender a escuchar no es tarea menor, y es crucial que descubramos que en un diálogo no somos el centro: el centro es el otro, aquel que está dispuesto a abrir su corazón, el cofre más preciado de su vida. Si no tenemos tiempo para esto, hemos de plantearnos si el ejercicio de nuestro ministerio está correctamente enfocado. Me decía un amigo sacerdote que, en vez de ser charlatanes, teníamos que ser «escuchatanes»: esta es la primera clave de la nueva evangelización. Sólo así podremos auscultar la enfermedad de tantos jóvenes, que muchas veces consiste simplemente en que no se sienten escuchados, y esto genera patologías en su alma.

El riesgo del activismo

La prisa y la falta de tiempo son peligrosas. Nos alejan de la agonía de muchos que sólo quieren sentirse en paz. Los sacerdotes no podemos caer en el hiperactivismo pastoral, porque esto nos lleva a creer que todo depende de uno mismo. Esto es dejar fuera a Dios, y si se deja a Dios a un lado, el sacerdocio languidece y se empobrece, con el riesgo de que la gracia que hemos recibido por el sacramento del orden se vaya agotando. El riesgo que corre el sacerdote es ir muriendo lentamente, algo que sucede cuando Jesús deja de ser el centro de su vida. Puede llegar a idolatrar las propias capacidades y talentos.

Escuchar, confesar y dirigir grupos es parte de nuestra vocación sacerdotal. La misa, el confesionario, la oración y el apostolado están íntimamente ligados. Si dejamos una de estas partes, el centro de gravedad del sacerdocio se pierde. Escuchar es el gran tesoro de la pastoral.

domingo, mayo 21, 2023

Días luminosos

Seguimos en el tiempo más luminoso del año litúrgico: la Pascua. El tiempo de los tiempos en la liturgia. La noticia de todas las noticias: ¡Jesús vive! Esto ha de marcar nuestra vida cristiana. De la cruz a la vida, de la oscuridad a la luz. Es un acontecimiento que transforma nuestra existencia. Se podría decir que es el gran acontecimiento de la humanidad. La resurrección de Jesús marca un hito en la historia. Todo lo que hagamos, pensemos y digamos parte de este gran momento.

Pasar de la no-vida a la Vida en mayúscula es un hecho crucial. Salir del abismo de la muerte hace que nuestra vida recobre un sentido pleno.

Nadie antes de Jesús había resucitado, y esto no puede dejar indiferente a nadie. Nos abre una perspectiva nueva. Por tanto, este anuncio es una llamada a vivir con esta certeza, aunque con nuestras limitaciones humanas. Con el resucitado ya empezamos a vivir, aquí en la tierra, la vida de Dios en nosotros.

Todo esto es un gran desafío. La tendencia a engancharse a la tierra es una inercia que nos lleva a endiosar todo lo material. El culto al tener y a nuestras posesiones nos aleja del abandono en manos de Dios. Con la resurrección de Jesús, nos situamos ante un nuevo horizonte. Ya aquí, la experiencia de una vida nueva nos libera de las cadenas y el yugo del pecado.

La alegría ha de ser el signo más importante del cristiano. Es un borrón y cuenta nueva para dejar atrás el pasado e instalarse en la gracia.

Es un salto definitivo: ya no tenemos excusas para vivir trascendidos a pesar de nuestros errores. Hasta esto ha quedado superado. La luz de Cristo ilumina nuestra existencia.

Jesús, tú estás presente en la eucaristía. Tú has querido permanecer con nosotros en el sagrario. Acercándote al altar, brillando en la custodia, quieres estar a nuestro lado, escuchando el latido de nuestro corazón. No te quieres separar de nosotros, jamás. Este es tu deseo. Quieres que sintamos tu respiración, tu cercanía, tu amor infinito. Quieres seguir dándote a través de tu pan y de tu vino. Quieres seducirnos, conquistarnos. No quieres que nos perdamos nunca, ese es tu deseo más genuino: estrechar un fuerte vínculo con tus seguidores. Quieres que percibamos tu caricia y tu aliento para que respiremos contigo y nuestra alma no se empobrezca. Quieres que tengamos vida en plenitud.

Este es tu cometido: que nadie se pierda y que, unidos a ti, nos encontremos con nuestra identidad más primigenia: ser hijos tuyos.

Quieres que, junto contigo, demos vida a los demás. Con tu amor tenemos todo el arsenal necesario para llevar a cabo la misión que nos encomendaste: ser testigos luminosos de tu presencia en medio del mundo.

Hoy disfrutamos de tu presencia, silenciosa, íntima, cercana. A ti también te gusta el silencio con los tuyos. Tú sabes cómo está nuestra alma, qué es lo que nos hace padecer. Quieres que nos cobijemos en tu pecho; quieres que nuestro corazón se fusione con el tuyo y que sintamos el latido de tu amor inconmensurable. Quieres que hagamos esta tregua mensual para estar contigo en esta hora y paladear las mieles de tu corazón.

domingo, mayo 14, 2023

El sacramento de la caricia de Dios

La vida humana pasa por diferentes momentos y etapas que se suceden entre la enfermedad y la salud. Somos frágiles y vulnerables: estamos expuestos a muchas situaciones que pueden amenazar nuestra salud y nuestra vida, causando a veces hondas crisis existenciales.

Nos preguntamos por qué hemos de pasar por ese trance de dolor y sufrimiento. En algunos casos, nuestra vida puede verse hipotecada por problemas graves de salud, o nos vemos obligados a vivir dependiendo de los demás a causa de alguna incapacidad. Es normal que se produzcan resistencias a asumirlo.

Pasar por una enfermedad que va diezmando nuestra vida y nos produce dolor físico y emocional puede provocarnos una rebeldía comprensible.

Hoy, la Iglesia nos ofrece un “salvavidas” a todos aquellos que sentís que estáis naufragando. Ya no sólo por problemas en la salud física, sino en la salud psicológica, existencial y espiritual. Es la totalidad de la persona la que puede sufrir desajustes que se manifestarán en diferentes patologías.

Jesús fue extremadamente sensible al sufrimiento humano y sanar a los enfermos se convirtió en una parte muy intensa de su ministerio. Él quiso asumir sobre sí mismo el dolor de la humanidad, de ahí su cercanía a todo aquel que sufría.

El sacramento de la unción es el bálsamo de la ternura de Dios. A través de este aceite, la gracia de Dios penetra hasta lo más profundo de vosotros, para que toda vuestra existencia, desde la piel hasta el alma, quede impregnada de su fuerza sanadora.

Él nos quiere con salud y felices. Pero no sólo se trata de mejorar en aquello que os preocupa, sino de acoger el don de lo Alto para que os dé el coraje de abrazar con paz vuestra situación. Hoy, los cristianos enfermos y abandonados en manos de Dios pueden dar un gran testimonio evangelizador ante un mundo caído y derrotado. Tener una rica vida espiritual puede impactar en nuestra mejoría, pero cuando aprendemos a abrazar la cruz estamos iluminando a muchos. Unirse al sufrimiento de Cristo es la mejor terapia. No tanto porque pueda reducir el dolor, sino porque desde la cruz de Cristo damos otro sentido trascendente al sufrimiento. Sólo en sintonía con él empezaremos a regenerar las células de nuestra alma.

El bálsamo del sacramento de la unción es el antídoto a la tentación de acortar o terminar nuestras vidas con los medios que se nos ofrecen para huir del sufrimiento.

La vida, incluso enferma, es sagrada y tiene un valor incuestionable que va más allá de las ideologías y de ciertas prácticas médicas. Con el pretexto de acabar con el dolor, están poniendo en cuestión el principio sagrado de la vida.

La Iglesia nos ofrece el regalo de este sacramento que ayuda al enfermo a aliviar su dolor y lo fortalece, dándole paz e invitándolo a confiar en la misericordia de Dios.

domingo, abril 30, 2023

Asombrosa tenacidad


Después de un largo periodo convaleciente a causa de una enfermedad, María Rosa falleció en la madrugada del 17 de abril, después de celebrar el segundo domingo de Pascua, el Domingo de la Misericordia.

En los últimos meses he tenido la gracia de poder atenderla con los auxilios sacramentales y la verdad es que no salgo de mi asombro al constatar la paz con que ha vivido el lento y doloroso proceso de su enfermedad. Para mí ha sido un ejemplo de total abandono y confianza en Dios. Al lado de su fragilidad física pude atisbar una gran fortaleza interior. En sus momentos de mayor debilidad, me impactó comprobar su salud espiritual, firme y entera. La comunión diaria era su alimento. No le preocupaba saber que tenía que morir; lo tenía muy claro y abrazaba su situación con total serenidad. Sólo quería salvar su alma y recibir cada día a Jesús sacramentado. Esto le daba una fuerza insólita y la preparaba para el encuentro definitivo con el Señor. Suave como los pétalos de una rosa, pero fuerte como un roble, esta mujer extraordinaria ha culminado una hermosa vida de entrega vocacional.

María Rosa nació el 21 de abril de 1938. Era la mayor de ocho hermanos, en el seno de una familia hondamente cristiana. Desde muy joven conoció el Opus Dei y en el año 1959 firmó su incorporación a la Obra como agregada. Llevaba a Cristo insertado en su corazón y durante el último periodo de su vida, tomándolo en comunión diaria, se fue acercando cada vez más a él. Percibí una paz inmensa en su interior; no le importaba el tiempo que pudiera pasar, ni el sufrimiento y el malestar que le ocasionaba la enfermedad. Quería llegar limpia y preparada al cielo y ofreció este largo camino a Jesús, sumándose a su pasión.

Durante su agonía, no dejaba de estar atenta a sus compañeras; su energía espiritual era inagotable. Se desveló por los demás hasta el último momento. Cuando ya estaba a punto de deslizarse hacia el cielo, entre aquí y allá, aún seguía dando recados.

A lo largo de mi vida sacerdotal he podido atender religiosamente a muchos enfermos en situaciones límite. Para mí, María Rosa ha sido un ejemplo a seguir. Dios me ha permitido encontrarme con esta joya espiritual: una vida intensa, volcada a Dios hasta el último aliento.

Una vida de entrega apasionada

He tenido la oportunidad de leer su libro de memorias: Atreverse con lo imposible. El título merece una explicación. Recoge la apasionante aventura de una vida entregada. Siempre en la brecha, con el firme propósito de ser fiel a su vocación, la energía de María Rosa no venía sólo de su temperamento tenaz y conciliador, sino de sus profundas convicciones religiosas. Su creatividad arrolladora no dejaba a nadie indiferente. Tenía una enorme capacidad de trabajo y sabía que la profesionalidad y la seriedad formaban parte intrínseca de la espiritualidad de la Obra: como tanto insistía su fundador, el trabajo es un medio de santificación en el mundo.

María Rosa supo responder a las diferentes tareas que se le encomendaron como formadora, gestora y promotora de varios centros de formación ocupacional que llegarían a ser referentes en Barcelona. Se volcó en estos proyectos de promoción de la mujer. Junto con sus compañeras, lo dio todo para favorecer que muchas jóvenes pudieran formarse e insertarse en el mundo laboral. Además, fue la organizadora de numerosos eventos culturales y artísticos y también ejerció como periodista, responsable de comunicación y de contacto con los medios. Su testimonio de fidelidad y entrega impactaba a cuantos la conocían. El celo apostólico formaba parte de su vida y ha dado sus frutos. Para muchas personas, María Rosa fue clave en su crecimiento espiritual.

Amante de la música, la literatura, el arte, el montañismo y experta en cine, ya siendo mayor, se ocupó de otro apostolado: el cuidado y atención a personas ancianas de la Obra. No se jubiló hasta que las fuerzas le fallaron por causa de su enfermedad. Entonces tuvo que dejarse cuidar. Con todo, siguió preocupándose por sus compañeras y jamás desfalleció en su fe.

San Josemaría Escrivá le transmitió su entusiasmo y en su corazón brillaban los destellos de un testimonio vivo. María Rosa no sólo deja un legado espiritual a sus compañeras de camino en la Obra. También ha dejado huella en su entorno. La comunidad de San Félix, su parroquia, y yo, como sacerdote, la recordaremos siempre.

domingo, abril 23, 2023

Adorar a Jesús vivo


Jesús ha resucitado. Estamos en un tiempo de gracia que la Iglesia nos regala para vivir con más intensidad nuestra fe en un Dios vivo que se hace presente en nuestras vidas. Los cristianos celebramos un acontecimiento crucial que da coherencia y solidez a aquello que creemos: es la verdad fundamental de nuestra fe. Sin esta certeza nos disolveríamos en la nada. Todo tiene sentido a partir de este acontecimiento nuclear que asienta nuestras raíces cristianas.

Y es a partir de aquí que la vida del cristiano adquiere un nuevo matiz. Vivimos aquí, en la tierra, con la certeza de haber iniciado ya una vida nueva. Nos convertimos en hombres y mujeres nuevos, llamados a comunicar la experiencia que configura nuestra identidad cristiana. Si creemos en esta gran verdad, nuestra vida debe quedar transformada.

Siguiendo los pasos de Jesús


Jesús, abierto al Padre, culmina su plan para nosotros. Como seguidores suyos, entramos en su dinamismo: si seguimos sus pasos en los evangelios veremos que su relación con Dios era intensa y profunda. Jesús siempre fue dócil a los designios del Padre: predicó en su nombre, atendió a los pobres y a los enfermos por su misericordia: sanó con sus manos y con su voz, expresión de amor a los más desvalidos y a los que sufren. Fue un incansable anunciador de la bondad y la misericordia de Dios. En todo momento hizo su voluntad, incluso pasando por el sufrimiento y el rechazo, la agonía y la soledad de la cruz. Finalmente, Jesús también se sometió a la muerte. Podríamos decir que el itinerario del cristiano ha de ser el mismo de Jesús: vivir con intensidad, en profunda comunión con el Padre; sentirnos hijos suyos, y a partir de aquí seguir sus pasos hasta vivir lo que él vivió.

Convertidos en agentes misioneros de su palabra, nuestro lugar está cerca de los que sufren, acompañando a tantas gentes angustiadas y perdidas que buscan con ansia calor, dulzura, amor. Estamos llamados a repetir con nuestras manos y con nuestra boca las obras y las palabras de Jesús. Nuestra vida, unida a él, ha de ser la suya. Podemos hacer milagros, dar vida a quien no la tiene, esperanza al alma desesperada, fuerza a quienes flaquean y luz a quienes caminan en la oscuridad¡Cuántas tinieblas hay en el mundo!

Insertados en Jesús podemos levantar a muchos derrotados y caídos. No minimicemos este milagro: hacer que la gente se sienta viva y amada. Sólo así estaremos preparados para dar el salto del martirio. La madurez espiritual consiste en asumir las consecuencias de nuestro sí, abrazando, si fuera necesario, el sufrimiento y la cruz, y sabiendo vivir nuestra propia pasión cuando toque.

Dóciles a Jesús, tendremos tal comunión con él, que podremos repetir, con san Pablo: Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en míEsto es necesario para que se cumpla el plan de Dios en cada uno de nosotros. De esta manera, estaremos viviendo con Jesús nuestra propia resurrección, como leemos también: Si Cristo ha resucitado, nosotros hemos resucitado con él.

Vivir el misterio pascual


Ya aquí, en la tierra, vivimos la antesala del cielo. Aunque todavía estemos sujetos a las leyes de la naturaleza, al tiempo y al espacio, nuestra alma está marcada con el sello de una vida nueva. 

Tenemos 50 días, hasta Pentecostés, para ir penetrando en el misterio pascual y saborear las delicias de este anticipo de una vida plena con él. Hemos de convertirnos en cristianos pascuales, alegres, voceros del gran anuncio y testigos de su misericordia y de su amor.
Jesús no quiere apartarse de nosotros, no nos deja huérfanos y por ello quiere permanecer en el sagrario todos los días, hasta el final de los tiempos.

Antes de habitar en el sagrario, su humanidad se desplegó en el itinerario hacia la cruz, asumiendo el pecado de la humanidad. 
Después, Dios Padre lo resucitó y durante cuarenta días Jesús, hombre-Dios, quiso recuperar a los suyos y reafirmarlos en la fe, comiendo de nuevo con ellos. En estos días tuvo que conquistar a sus discípulos desorientados. Después ascendió a los cielos para volver a bajar en forma de pan, pues quería seguir alimentando a los suyos con su palabra y su presencia.

Hoy contemplamos a Cristo resucitado hecho pan. Como seguidores suyos, podemos seguir alimentándonos de él. 

Hoy estamos aquí porque también nos ha seducido a nosotros. Adorarlo es reconocer que, sin él, deambularíamos perdidos y temerosos. Los rayos de luz de la resurrección iluminan para siempre nuestras vidas.
 

domingo, marzo 19, 2023

De la cruz al sagrario



En este tiempo de Cuaresma, camino hacia la Pascua, cuando la primavera está a punto de estallar, volvemos a ti con el deseo de ahondar en el misterio de tu amor. Tu aceptación serena de la cruz pone de manifiesto tu entrega a la humanidad.

Dios nos crea, cuida y ama. No se desentiende de sus criaturas. Somos parte de la creación pero, además, nos envía a su hijo predilecto para que nuestra existencia material reciba algo más: una vida sobrenatural, con sentido y orientada hacia la búsqueda del bien.

Podemos descubrir el sentido de la vida si nos abrimos a la voluntad de Dios y a sus designios. La Iglesia, sabia maestra, nos propone este tiempo de mayor silencio, un paréntesis para aprender a estar con él y vivir con más hondura nuestra experiencia cristiana. El silencio nos ayuda a interiorizar lo que implica este vínculo con Dios.

La Cuaresma ha de ser una llamada a ser más conscientes del don que tenemos. La presencia de Jesús en la eucaristía expresa su deseo de no dejarnos huérfanos. En la hostia sagrada, él permanece para siempre con nosotros.

A las puertas de la Semana Santa, nos vamos adentrando en el misterio de su pasión y muerte. Dócil a Dios, asume con libertad y por amor el precio de su entrega: su vida como rescate para que no nos deslicemos hacia el abismo del pecado.

Señor, con tu muerte en la cruz rescatas al hombre alejado de ti, roto y desorientado, perdida su identidad más genuina: ser hijo de Dios.

Cuando nos desenraizamos de ti, vamos a la deriva, sin rumbo. Tu cruz fue el último plan para rescatarnos. Llegaste a derramar tu sangre, toda tu vida, aceptando el martirio y un sufrimiento extremo, todo por amor y para salvarnos.

Después de tu resurrección, te conviertes en pan y en vino para que nuestra vida forme parte de ti. Pues cada vez que te tomamos recibimos el pan sagrado.

Yo quisiera que, en este tiempo, aprendamos a callar más y hablar menos. Porque sólo así el silencio será fecundo. Sin ruidos interiores, podremos sintonizar con aquello que tú deseas para cada uno de nosotros.

Dejemos de inquietarnos por todo: tú estás ahí y nunca nos dejas. A veces sentimos vértigo y nos cuesta cambiar de rumbo. Tú eres el único faro que ilumina nuestras vidas y nos da serenidad en medio del combate diario. En ti podemos descansar.

Tú eres nuestra calma, tu corazón es un oasis en medio del desierto árido de nuestra vida. Queremos que la lluvia de tu gracia nos regenere, queremos volver a ti con la confianza y el abandono de un niño.

Queremos, en este tiempo de Cuaresma, desde el silencio más primigenio de nuestro corazón, volver a sellar la amistad que tú nos ofreciste, para disfrutar de una experiencia cercana e íntima.

Queremos ser parte de ti.

Deseamos renovar ese sí que un día te dimos desde nuestra vocación, cada uno según la llamada que le hiciste. Que nuestro vínculo contigo se fortalezca hasta ser irrompible, permaneciendo en el tiempo.

Tú, en la santa hostia, nos enseñaste que tu fidelidad es eterna. Queremos, en estos días cercanos a tu pasión, acompañarte hasta el Calvario, ayudándote a sostener el pesado madero y a empapar tu rostro ensangrentado con el paño de nuestra dulzura.

Queremos solidarizarnos con todos aquellos que llevan una pesada carga en su vida, en especial todos aquellos que injustamente sobreviven ante la indiferencia de muchos, desnudos en la intemperie, moribundos ante la frialdad. Tú sabes muy bien que es esto, Jesús. Tu agonía en la cruz es un grito lanzado a la humanidad, un grito que dice: ¡Basta! Doy mi vida para que otros no tengan que morir.

Desde tu cruz podemos entender que tu amor no tiene límites y que nuestro amor tiene que parecerse más al tuyo. Sólo así entenderemos el profundo significado de tu gesto sublime.

Después, diste un salto cuántico con la resurrección. Hoy podemos contemplarte en este pedacito de pan. Te nos das para que no perezcamos en la indigencia. Subiste al Gólgota y de allí al cielo. Desde el cielo, bajaste de nuevo para permanecer siempre a nuestro lado. Cruz, cielo y sagrario forman un itinerario para reencontrarnos contigo hoy.

domingo, marzo 12, 2023

El gozo de decir sí


«El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en fuente de agua que brota hasta la vida eterna.» (Juan 4, 13)

Celebramos esta fiesta de aniversario sacerdotal. Tengo que agradecer a Dios este regalo que me hizo, este don tan sublime, tan hermoso: escogerme entre los suyos para comunicar con entusiasmo su Palabra. De esto hace 36 años, fue en la parroquia de San Isidoro de Barcelona. Allí inicié mi ministerio sacerdotal.

Estoy profundamente agradecido a Dios porque quiso llamarme a ejercer como pastor de una comunidad, a transmitir a la gente esperanza. Que la gente descubra que el amor tiene sentido, que la tristeza no puede quitarnos la alegría, y que a pesar de los vaivenes de este mundo vale la pena mantenerse firme en la vocación.

Fue un sí que di antes de mi ordenación sacerdotal, cuando tenía casi la edad de Oriol, nuestro catequista. Un sí que para mí supuso un cambio radical de rumbo en mi existencia. La palabra sí es muy corta, dos letras: sí. Sí de silencio y sí de intensidad. Si no hay silencio intenso difícilmente se puede captar la profundidad de Dios. Los cristianos, y muy en especial los sacerdotes, necesitamos silencio. Corremos el riesgo de caer en lo que algunos sociólogos cristianos llaman activismo, también en el campo pastoral. A veces el trabajo nos puede quitar, no tanto la alegría, sino el tiempo para lo esencial, que es nuestra relación con Dios.

En esta relación con Dios es como creces de verdad, pues dejas que él entre en tu vida.  Si no hay un diálogo íntimo con Dios, difícilmente nos daremos cuenta de que su plan se hace realidad cuando te abres totalmente a él.

Un sí. Un sí que cambió mi vida personal y mi proyección. Como cualquier joven de esa edad soñaba con casarme, tener hijos, formar una familia y trabajar en mi campo. Pero Dios tenía otro plan. Recuerdo que le dije al sacerdote que me acompañaba en este proceso que no sabía si Dios me llamaba a ser cura. La verdad es que nunca lo había pensado; venía de una familia totalmente alejada del ministerio que estoy ejerciendo. Pero él me dijo: No importa. Él te hará ver. Tú dile que sí. Es suficiente, y él te irá mostrando lo que quiere.

Y fue así. Me abrí a todo lo que pudiera venir. Era joven y no me cerré a esta posibilidad. Y quizás porque no me cerré él entró. Esto es lo que tenemos que hacer todos los cristianos. Vuestra vocación de padres y madres de familia también requiere un sí. Un sí a Dios en el cónyuge, un sí a Dios en los hijos; un sí a la vida, un sí a ser testimonio vivo de su presencia en medio del mundo. Por tanto, después de todo este tiempo estoy muy agradecido por haber recibido este don inmerecido, porque es algo muy grande. Es un plus que Dios me hizo y soy consciente de ello, por eso quiero vivir mi vocación con una total entrega, bebiendo de la espiritualidad y del sacerdocio de Cristo.

El sacerdocio de Cristo va mucho más allá de las estructuras. Jesús fue una novedad para su pueblo. Él quiso que el anuncio de la buena nueva llegara a los suyos, que tenía cerca; pero también a los samaritanos y a todo el mundo. Toda la humanidad es objeto de este gran anuncio y llamada a vivir en plenitud.

Un sí te cambia de dirección y de proyecto, pero también te arriesga a lanzarte en el vacío, porque nunca sabes lo que pasará. Lo que sí sabía y tenía muy claro, cuando recibí las órdenes del Cardenal Jubany, mientras estaba tumbado en el suelo, es que le decía sí para siempre.

Y es verdad que no todo es tan fácil. Pero ¡qué hermoso! Ninguna dificultad, ningún problema, por grande que pueda ser, jamás me ha impedido mantener la fidelidad a Dios y a mi sacerdocio.

El sacerdocio es un compromiso para siempre. Y no vale flirtear con el mundo, donde tanta gente cae en la autosuficiencia, en el campo pastoral, intelectual y académico. Siempre estaremos pisando el límite para no caer en el abismo de la autorreferencia, algo que sucede en la misma Iglesia. Por tanto, dije sí para siempre y os puedo decir que, después de 36 años, me siento feliz de haberle dicho que sí a él, sin dudar en mantener mi fidelidad.

Algunos dicen: el sacerdote renuncia a muchas cosas buenas. Es cierto. El sacerdocio significa dejar de vivir una serie de experiencias. También puede haber una sobrecarga de exigencia moral. Pero yo os digo que no es que te pierdas mucho; es que lo ganas todo. Todo.

Y os he ganado a vosotros, la comunidad de San Félix. Hoy, mi familia sois vosotros, familia cristiana, familia que me acompañáis en el sacerdocio, y os agradezco enormemente que me hayáis acompañado en este día, en que me consagré. Esta experiencia es extraordinaria y marca toda mi vida. No importan las dificultades; es tan grande lo que he recibido, son tan hermosas las experiencias que voy acumulando en mi madurez humana y espiritual, que siempre estaré en deuda con mi Señor.

Porque, dentro de nuestras limitaciones humanas, es importante saber que con Dios se superan todas las tormentas, todos los vaivenes, todos los naufragios. Al final, no sabes cómo, siempre llegas a puerto. Él te ha escogido y nunca dejará que te pierdas. Estará vigilando.

Ojalá nuestra vocación en otros ámbitos, como el familiar, también la viváis como un rotundo sí a Dios. Ojalá viváis el matrimonio como un regalo precioso, porque es necesario. Se necesitan hogares cristianos para que surjan vocaciones cristianas; padres cristianos y, por qué no, futuros sacerdotes para la Iglesia.

Pienso que este don a veces me abruma, por ser tan grande, pero da una alegría inmensa que lo disipa todo. Porque yo sé que Dios es como este sol que hoy luce, en este cielo azul, tan luminoso. Dios quiere que vuestro corazón también esté lleno de luz, como mi sacerdocio; quiere que seamos rayos luminosos para los que viven en la oscuridad, almas perdidas que necesitan esa cercanía de Dios. Los sacerdotes, y todos los cristianos bautizados, somos instrumentos de este amor vivo de Dios en medio del mundo.

Como todo adolescente, yo tenía sed de trascendencia, sed de Dios. Y justamente el día que yo le dije sí a Dios, estaba delante de un pozo. Era un jovencito de 18 años y estaba haciendo unos campamentos con mi comunidad de Vilapicina. Allí, enfrente del pozo, tuve la experiencia de beber el agua de la plenitud. Y a partir de aquel día luminoso inicié mi camino hacia la ordenación en un día como hoy. Ya era de noche, eran las ocho de la tarde, pero dentro de mí era de día.

Por tanto, ¿qué os puedo decir? Hoy siento una enorme gratitud a Dios, a la Iglesia, a la comunidad cristiana y también a todas aquellas parroquias por donde he pasado. Ellas me han ayudado a madurar en la fe. Badalona para mí fue decisiva, porque allí me curtí en el yunque, donde Dios modeló mi corazón ejerciendo como rector por primera vez.

Doy gracias a Dios por tanto gozo y tanta plenitud.



domingo, febrero 19, 2023

Tú en lo cotidiano

Después de un día ajetreado, metidos en nuestra inercia y preocupaciones, queremos hacer un paréntesis y convertir este espacio en un oasis de paz. A veces nos cuesta tener serenidad en medio del combate diario. Ante la presión de tantas responsabilidades y trabajos, nos agotamos y el cansancio nos quita paz y alegría. Creemos avanzar, pero a veces tenemos la impresión de que perdemos el rumbo y no vamos a ninguna parte. 

Necesitamos parar y volver a mirarte, Señor, tú que nos señalas el rumbo. Necesitamos que nos des esa paz que tú solo puedes darnos, porque sale de tu corazón. Volvemos a ti porque necesitamos el calor de tu presencia, la dulzura de tu mirada, la quietud de tu silencio, el bálsamo que repara las heridas de nuestra alma, tantas veces desorientada porque nos alejamos de ti. Sin tu apoyo todo es más difícil de sobrellevar; contigo las cargas se hacen más llevaderas. 

La humildad de reconocer que siempre estás ahí es un antídoto que nos cura de nuestra soberbia y autosuficiencia. El solo voluntarismo frente a los problemas es insuficiente, y más cuando nuestras fuerzas desfallecen. Sabemos que confiando en Ti, aunque no siempre soluciones los problemas, podemos vivirlos de otra manera. Desde ti todo es más soportable, tú nos proteges en medio de las olas gigantes. Hemos de saber y confiar que tú no permitirás el naufragio. Tu mano protectora nos sostiene.

Es más difícil mantener la calma en medio de un maremoto interno que en medio de las tormentas y los grandes vientos, como narra el evangelio. Tú hiciste amainar el viento, hasta la calma total. Tú puedes calmar las sacudidas de la vida, que se tambalea como un barco entre las olas de nuestras dudas. Basta dejar que Tú seas señor de nuestra vida y lleves el timón. Sólo así las aguas de esos mares interiores se calmarán. Sabemos que lo hiciste y lo sigues haciendo con la barca de la Iglesia, zarandeada por tantas críticas y divisiones. Sabemos que nunca dejarás que la Iglesia sea absorbida por esas mareas de contradicciones que nos quieren alejar de tu corazón para perdernos en la noche oscura. Sabemos que la Iglesia no está formada solo por hombres. Tú estás al timón y el Espíritu Santo con la fuerza de lo Alto, dirige la nave para llevarla a buen puerto. Lo hiciste con los tuyos, y lo haces con nosotros hoy.

Nos puede parecer que callas. Tu silencio nos puede resultar insoportable y podemos tener la tentación de pensar que estás lejos, indiferente a nuestros padecimientos. Hemos de creer que, aunque no hables, tu presencia es tan real como el oxígeno que respiramos. Tenemos que llenarnos de coraje y no ser cobardes. Tú estás allí, en medio de cualquier situación que nos hace tambalear. Contigo a nuestro lado no tenemos nada que temer.