lunes, mayo 25, 2015

Pentecostés, el oxígeno de Dios

Podemos comparar la Iglesia a un organismo vivo formado por millones de células: cada cristiano es una célula de este gran cuerpo de Cristo en el mundo.

Para vivir, todo cuerpo necesita respirar y alimentarse. ¿Cuánto tiempo resistimos sin comer? Semanas, quizás meses. Sin beber, en cambio, solo podemos sobrevivir unos pocos días. ¿Y sin respirar? Apenas unos minutos. Sin oxígeno el cuerpo muere.

Si nuestra vida cristiana en la Iglesia carece de vigor es porque nos falta el oxígeno de Dios. Nos falta respirar al Espíritu Santo. También se debilita por falta de alimento. Necesitamos nutrirnos del cuerpo y de la sangre de Cristo, que nos fortalecen y nos dan la energía necesaria para vivir como auténticos hijos de Dios.

Al igual que un cuerpo enferma, nuestra vida espiritual también puede enfermar y morir. Cuando una célula no recibe oxígeno muere; cuando no recibe alimento suficiente envejece. Si sufre carencia de oxígeno y nutrientes, puede intentar sobrevivir, pero degenera y se convierte en una célula enferma e incluso cancerosa.  ¿Qué impide que la célula crezca bien? A menudo el problema está en la mala alimentación: el exceso de grasas que bloquean los vasos sanguíneos, los azúcares y toxinas que contaminan el medio celular… De la misma manera, también en la vida espiritual nos estamos intoxicando. Si no cuidamos bien lo que comemos, nuestra alma enfermará.

¿Qué nos envenena? En primer lugar, las críticas y el mal hablar. Cuando nos llenamos de prejuicios, recelos, desconfianza, ansia de reconocimiento y enfado, estamos tomando “grasas” y “toxinas” que bloquean nuestro crecimiento interior. La comunicación nos alimenta, pero la maledicencia, el comadreo y la envidia impiden que el oxígeno del Espíritu Santo llegue a nuestra alma. Por mucho que nos alimentemos, si la sangre no circula bien los nutrientes no llegarán a su destino. Por muchas buenas obras y méritos que tengamos, si en nosotros no hay caridad y comprensión, de poco nos servirá.

Hemos de hacer dieta: dieta de crítica, de comentarios, de malpensar; dieta de celos y de afán de protagonismo; dieta de orgullo y de creerse mejor que nadie; dieta de cerrazón mental e incapacidad de ponerse en el lugar del otro; dieta de juicios y de condenas. Solo así, limpios de corazón y humildes, el oxígeno del Espíritu podrá penetrar en nosotros, insuflándonos una vida extraordinaria.

La energía que nos da el Espíritu Santo nos renueva, regenera el tejido de nuestra alma, nos rejuvenece y nos da las fuerzas y la inteligencia que necesitamos para ser apóstoles entusiastas. Este oxígeno de Dios nos sana y permite que el buen alimento, el pan de Cristo, entre en nosotros y nos transforme. Si nuestras células están bien oxigenadas, todo el cuerpo funciona bien. Si nosotros estamos bien oxigenados por el Espíritu Santo, el cuerpo de la Iglesia también estará más sano y más vivo que nunca. Así como una célula enferma se multiplica y esparce el cáncer, una pequeña célula viva y saludable hace un bien enorme a las que están junto a ella. Tenemos esta responsabilidad: ser miembros sanos de la Iglesia, bien nutridos por el oxígeno divino y fuertes para llevar a cabo nuestra misión, que es llevar el amor de Dios a todo el mundo.

Joaquín Iglesias
24 mayo 2015

Fiesta de Pentecostés