domingo, agosto 03, 2014

La eucaristía, ¿consumo particular o celebración comunitaria?

Hace algunos años salió publicado en la prensa que en Barcelona la práctica religiosa es de un 10 % de la población, es decir, que cada domingo unas trescientas mil personas acuden a misa. El porcentaje de bautizados, sin embargo, es mucho mayor. Pero lo que me parece más preocupante la falta de implicación. De todos los que participan en la celebración muy pocos están comprometidos con la parroquia y la comunidad. La implicación pastoral es bajísima y arroja un panorama muy sombrío. Tanto, que nos estamos jugando el futuro del relevo generacional en nuestras parroquias.

Los sociólogos cristianos están alarmados ante el enfriamiento religioso cada vez mayor. Se está convirtiendo en un reto al que urge dar una respuesta inmediata.

De la doctrina al testimonio

¿Dónde podrían estar las causa de esta reducida participación? Hay cambios en la educación.  Se han promovido ideologías y filosofías que niegan la dimensión religiosa del hombre o la reducen a un fenómeno psicológico o cultural. También se ha dado un desencanto ante las instituciones tradicionales. Hay un problema de lenguaje: la sociedad civil no entiende el lenguaje religioso. Por parte de la Iglesia, a veces se ha dado un talante duro, demasiado apologético y doctrinal. En algunos sectores eclesiásticos hay un miedo terrible a reconocer que la teología no está acabada, miedo a perder la seguridad en lo que siempre hemos creído, pánico a dialogar con las ciencias y su visión cosmológica. Pero la causa más profunda quizás no es tanto la cuestión intelectual de nuestra fe como el testimonio de nuestra experiencia vital. Nos encorsetamos en la doctrina porque hemos fundamentado la fe en el intelecto, más que en una experiencia viva de adhesión a Cristo. Sin quitarle importancia a la formación intelectual, no podemos reducir la fe a un concepto teológico bien estructurado. No podemos convertir nuestra fe en entelequias mentales. Tenemos miedo a salir de nuestra formación académica y de nuestras instituciones para enfrentarnos a la realidad de una sociedad que rechaza la excesiva rigidez. Nos da pánico salirnos de las fórmulas de siempre. O aprendemos a evangelizar en la intemperie, tirando de nuestra creatividad pedagógica, o esta era glacial congelará el potencial extraordinario que tenemos.

Hemos de aprender a hablar de la verdad no solo como un concepto filosófico y abstracto, sino en el sentido bíblico de la verdad como experiencia, como vida, como persona: la persona de Jesús. La verdad nos hará libres, dice san Juan en su evangelio. Y Benedicto XVI dice que no puedes poseer la verdad, sino que la luz de la verdad es la que te posee.

Gelidez interior

Aunque sea duro reconocerlo, peor que la frialdad social y de la gente que no cree es la gelidez de dentro, la de los que creemos y venimos a misa. Mirar la apatía de la gente de afuera es triste, pero es mucho más inquietante ver la frialdad de la que está dentro de la barca de la Iglesia. Que en una demarcación parroquial de treinta mil habitantes solo asistan a misa unas cuatrocientas personas es muy poco. Pero que, de estas cuatrocientas, solo se impliquen en la comunidad de un 3 a un 5 % está revelando la dramática situación que vive la Iglesia y su incierto futuro. Las causas de esta deserción no están fuera, ni siquiera en la falta de credibilidad en que han caído algunas instituciones eclesiásticas. El problema es la coherencia personal de los cristianos. Para mí esto es lo que realmente está empobreciendo a la Iglesia. ¡Muchos de los que están dentro no vibran!

Falta pasión, entusiasmo, compromiso, adhesión y pertenencia. Si reducimos la fe al ritual del cumplimiento, al precepto por obligación y a la excesiva teoría, nos estamos perdiendo la alegría de una invitación a vivir un encuentro festivo. Mientras que la eucaristía no se entienda como un encuentro gozoso con Cristo estaremos mercadeando con Dios, dándole nuestro escaso tiempo para conseguir algo.

Sorprende ver cómo, una vez acabada la celebración, el templo queda vacío en cuestión de minutos. La gente se marcha a toda velocidad. ¿Dónde está el sentido de pertenencia, de fraternidad, de comunidad? ¿A qué han venido? ¿Cómo no son capaces de quedarse aunque solo sea un rato para compartir y saborear esos momentos eucarísticos con los demás?

Sentirse comunidad viva

Necesitamos salir de esa zona de confort y movernos hacia afuera. Hemos de sacudirnos la rutina y la desidia de cumplir por obligación. Es de la esencia de la eucaristía vivirla y celebrarla no como una actividad de autoconsumo sacramental para acallar la conciencia. Es más, si no nos sentimos parte de una comunidad no entenderemos que lo que da sentido profundo a la Iglesia es el ofrecimiento de Cristo en la eucaristía, y que este don se nos hace como comunidad, como Iglesia. Este regalo no tendría sentido fuera de ella. Estamos hablando de Cristo, que se nos da como don gratuito.

Me entristece percibir que muchas personas que vienen a misa ni siquiera se saludan. Con prudencia me atrevería a afirmar que toda la potencia de la eucaristía solo penetra en el corazón de cada uno cuando este se siente parte de los otros, formando una comunidad viva y comprometida. No digo que el sacramento no tenga valor en sí mismo, pero el no sentirse parte de un todo puede reducir los efectos de su gracia. El futuro de la Iglesia depende del vigor de una comunidad que realmente se lo cree y vive la eucaristía tomando conciencia de la dimensión social y pastoral de su vida cristiana. Ahí está el futuro de la Iglesia: que cada uno, desde el banco donde participa en la misa, vibre de tal manera que se convierta en un impulsor de oxígeno; así toda la comunidad, por ósmosis, respirará y crecerá. Busquemos tiempo para que la Iglesia siga dando buenas razones de esperanza en una vida plena y gozosa. Solo así el aliento del Espíritu soplará con toda su fuerza. Nosotros somos parte de ese aliento. Ojala aprendamos a regalar nuestro tiempo, como mínimo un diezmo, a la Iglesia, a los demás y, sobre todo, al Dios que nos ha regalado todo el tiempo.