domingo, noviembre 14, 2021

Fe y obras: lo que Dios quiere de nosotros

«estuve desnudo y me  vestisteis» (Mateo 25, 36)
«Estuve desnudo y me vestisteis», Mateo 25, 36
Lo que Dios hace por nosotros

Dios hace obras grandes en nosotros. María canta en su Magníficat: Dios ha obrado en mí maravillas. Cada uno de nosotros puede decir lo mismo.

Su primera gran obra es crear el universo y darnos la vida. Con Dios, por el simple hecho de existir, estamos en deuda. Nos lo ha dado todo. Por tanto, nuestra primera actitud debería ser de gratitud a Dios por habernos creado. Como decía santa Clara: «Te alabo, Dios mío, porque me has creado».

La segunda gran obra es que nos ama entrañablemente. Tanto nos ha amado, que ha entregado a su propio Hijo, Jesús, hasta morir en la cruz. Dios nos da la vida, y además da su vida por nosotros.

Al amarnos y entregarse, nos redime y nos da la vida eterna. Crea el universo. Crea al ser humano. Nos ama, se entrega y nos salva. Esta es la gran obra de Dios en nosotros.

Ante esta inmensidad de amor, tenemos que responder con fe, obras y actitudes.

Lo que Dios espera de nosotros

Como Padre que nos ama, espera que correspondamos a su amor. Siendo hijos suyos, también espera que nosotros obremos a ejemplo suyo. ¿Cómo hemos de obrar? Leemos en el evangelio de Juan, 6, 29: «Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en el que él ha enviado».

Creer, adherirse a Jesús, confiar en él, ya es una forma de actuar. Porque la fe nos llevará a las obras.

Fe y obras son inseparables. No podemos demostrar nuestra fe sin obras. En la carta de Santiago 2, 14-20 leemos un texto crucial:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.  ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?

La fe sola, según el evangelio, no puede salvarnos: nos salvará con las obras.

Jesús es inequívoco en esta cuestión. Leemos en Mateo 7, 21-23:

No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

A continuación (Mateo 7, 24-29) Jesús explica la parábola del hombre que construye sobre arena: el que sólo cree, pero no hace, su casa se derrumba. El que construye sobre roca es el que tiene fe y pone en práctica lo que cree. Su casa resiste las tempestades.

Y ¿de qué obras hablamos? Jesús nos da la respuesta en el evangelio, con la parábola del juicio final. Serán las obras de misericordia, la atención y el cuidado a las necesidades de los demás, lo que nos abra las puertas del cielo (Mateo 25, 31-46).

Lo que podemos hacer en nuestra vida

En nuestro entorno, con la familia, en el trabajo y en la sociedad, ¿qué podemos hacer?

Demostramos que creemos en Dios cuando somos capaces de amar al prójimo y asumir las responsabilidades de ciertos compromisos que adquirimos.

En el grupo, en la comunidad, que cada cual se pregunte: ¿estoy obrando correctamente en mi relación con los demás? ¿Cumplo el compromiso que he adquirido? ¿Soy persona de confianza? ¿Doy testimonio de coherencia?

Es importante distinguir entre obligación y compromiso. Cuando nos ofrecemos a colaborar, no podemos hacer las cosas por obligación.

Pero sí debemos hacer las cosas por compromiso: cuando me comprometo significa que, libre y voluntariamente, he decidido asumir una responsabilidad. A veces no me apetecerá, pero el compromiso es una decisión que he tomado y debe estar por encima de mis estados de ánimo cambiantes.

Si hacemos las cosas sólo por obligación estamos matando el compromiso. Sin embargo, asumir el compromiso significa una serie de obligaciones: no fallar, ser fiel en los horarios, hacer las cosas con alegría, con espíritu de servicio, pensando en los demás…

Un rasgo muy importante que demuestra el compromiso asumido es la prontitud: hacer las cosas pronto, con diligencia, y felices.

Otra señal de compromiso es ser generoso: con el tiempo y con los recursos. Llegar antes, con tiempo, dar un poco más de lo que se te pide, no regatear. Esto va a contribuir a que las cosas fluyan y crezcan.

Amor y compromiso

Un enamorado corre a hacer lo que le pide la enamorada. Es espléndido, no se despista, está allí. Si no nos enamoramos de Dios, del proyecto, de la misión, iremos a cámara lenta y arrastrándonos, nos moverá el “ir tirando”. Cuando estamos enamorados, nos arde el corazón por hacer feliz al amado.

Adelantarse, saber qué necesita el grupo y dar antes de que te pidan es otra señal de compromiso y entrega. Ofrecerse sin escatimar tiempo es otra señal de amor.

Meditemos despacio. Lo que nos ha de mover no es la obligación, ni el miedo, ni el deseo de complacer o quedar bien ante los demás. Nos ha de mover la gratitud, el amor y la libertad. Acerquémonos a Dios en la oración y en la eucaristía: conozcamos su amor tan grande, sintámonos llenos de su ternura. El agradecimiento y la libertad nos llevarán al compromiso, que es una decisión libre de amar y entregarnos, como lo hizo Jesús. Él es nuestro gran ejemplo y maestro.