domingo, junio 28, 2009

El Himno al amor

Introducción

Pablo fue un entusiasta misionero de la Palabra de Dios. Incansable orador, su ímpetu le llevó a fundar comunidades cristianas allí donde iba a predicar. A estas comunidades les escribió diversas cartas que nos han llegado hasta hoy, revelándonos su pensamiento y sus motivaciones. Para él, Jesús era el centro de su misión y de su vida.

Hoy quiero comentaros las consecuencias prácticas y pastorales de uno de sus más bellos escritos sobre la caridad, el llamado “Himno al amor”. Forma parte de la carta que Pablo dirige a la comunidad de Corinto. Esta comunidad atravesaba una situación difícil y Pablo quiso transmitirle lo que es esencial del amor y las consecuencias que se derivan de esto. En este himno, expresa su vivencia personal. En sus primeros pasos como apóstol, debió sentirse frágil y pobre, pero la certeza de saberse amado le dio fuerza y le hizo comprender que el amor de Dios hacia sus criaturas no tiene límites.

El amor gratuito de Dios requiere una pronta respuesta por parte del hombre. Pablo sintió la rotundidad de esta exigencia. Su respuesta a Dios lo cambió radicalmente. En Pablo hay un sentido profundo de corresponsabilidad pastoral y misionera. Él se convertirá en nexo de todas las comunidades que va creando.

Los carismas, regalo de Dios

Esta carta nos interpela a los cristianos de hoy, hasta lo más hondo de nuestro ser. Pablo escribe a los Corintios: “Ambicionad los carismas mejores”. Nos exhorta a potenciar las cualidades y carismas que nos hacen crecer como cristianos para ponerlos al servicio de los demás. Somos hijos de Dios y hemos recibido dones especiales, cada cual según su manera de ser. Pablo sabe que como criaturas de Dios tenemos dentro su semilla y que por lo tanto somos parte de él.

En la medida en que sepamos potenciar los carismas que Dios nos da, contribuiremos desde la Iglesia a la tarea de la evangelización. Dejar dormir esos carismas es una actitud de negligencia ante la inmensa gratuidad de Dios. Sacar lo mejor de nosotros supone un esfuerzo y unas ganas que no siempre tenemos, pero desde la exigencia evangélica estamos llamados a dar frutos abundantes a partir de los dones que Dios nos ha regalado. El cristiano está llamado a ser fecundo, a fructificar. Si no ejercitamos esas capacidades nuestra vida espiritual se empobrecerá y llegará un día en que nada tendrá sentido.

Poner amor en todo

Pablo continua diciendo: “Aún os voy a mostrar un camino mejor... Ya podría yo hablar las lenguas de los ángeles y de los hombres, si no tengo amor de nada me sirve”. Pablo nos quiere ayudar a ver que los cargos, los títulos, los reconocimientos, la fama, las riquezas y nuestra ciencia, si no están al servicio de los demás, son manifestación de la vanidad del hombre; no somos nada si no tenemos amor.

Si no ponemos amor en las tareas cotidianas, estamos perdiendo el tiempo. Nuestra empresa apostólica puede ser muy grande y podemos pensar que estamos haciendo cosas estupendas. Si no ponemos amor, todo será infecundo y no servirá para nada. Para Pablo, las obras sin amor son como los platillos que resuenan. Si no amamos de verdad y no miramos a los demás como seres dignos de ser amados, de nada nos sirve afanarnos.

Llenar las palabras de sentido

Y continúa Pablo: “Ya podría yo tener el don de la predicación…” Ya podríamos predicar con coraje y entusiasmo, sin amor de nada nos sirve. Si la predicación no surge de una experiencia íntima con Dios, estaremos haciendo un buen discurso retórico pero vacío de sentido. En la predicación hemos de ir más allá de las palabras bonitas, hemos de testimoniar esa vivencia honda con Cristo. Solo así haremos que nuestra palabra interpele a los demás. Cuantas veces buscamos sentirnos bien cuando estamos delante de la gente, porque somos capaces de fabricar un discurso muy correcto y coherente desde el punto de vista de nuestras capacidades oratorias y, sin embargo, nuestro corazón está lejos de los demás. Por eso, más importante que nuestras palabras es lo que somos, nuestra capacidad sincera de llegar al corazón del otro y que éste descubra que Dios le quiere y que desde Jesús la vida tiene un sentido diferente y más pleno. Llegaremos a los demás en la medida que sintamos, vivamos y celebremos nuestra comunión con Dios.

Pablo vivió una experiencia mística a partir del encuentro con Jesús. Esta experiencia le llevó a unirse a Dios más profundamente. Dejó de ser un judío fiel a la Torah para convertirse en un entusiasta seguidor de Jesús y pionero en la expansión del cristianismo fuera de Israel. Su ejemplo nos dice que una persona sin amor no es nada, por mucha experiencia y capacidad intelectual que tenga. El amor da entidad a la persona y sentido a la existencia humana.

El mejor sacrificio, el servicio

Sigue diciendo: “Podría incluso repartir en limosna todo cuanto tengo y hasta dejarme quemar vivo”, Pero no lo hacemos por amor y desde el amor, el sacrificio ni la renuncia no tienen sentido, ni tampoco nuestra generosidad. Detrás de todo ofrecimiento ha de haber un deseo sincero de servir a los demás y un profundo amor a Dios y a los hombres. Si no es así sigue siendo una manifestación de vanagloria. También puede esconderse bajo esta actitud un orgullo religioso para sentirse superior. No podemos caer en la rutina, hay que poner amor en todo cuanto hacemos. Si la esperanza y la fe son importantes para la vida, el amor es el fundamento de nuestra espiritualidad cristiana.

El amor comprende y sirve

“El amor es comprensivo y servicial”. En las relaciones con otras personas, hemos de tener claro que hemos de aceptarlas tal y como son, sin pretender cambiarlas. El amor por sí mismo ayudará a crecer y a madurar a la otra persona y quizás pueda llegar a cambiarla, pero no porque nosotros lo queramos. No se trata de anular al otro sino de potenciarlo. Hemos de asumir los límites de los demás y alegrarnos de que el otro sea como es. Solo así el amor madurará y crecerá. En la relación puede haber momentos complejos y difíciles. Puede haber tormentas y vaivenes, pero si el amor es auténtico nada ni nadie lo puede romper, aunque éste pase a veces por situaciones de sacrificio y renuncia. Dios es comprensivo con nosotros y con nuestros límites, nos quiere y nos perdona. Pablo dirá que si queremos amar de verdad tenemos que amar como Dios, desde la comprensión, la aceptación y la tolerancia. Solo así el amor perdurará.

El amor es servicial, está siempre atento a las necesidades de los demás. Por la capacidad de servicio que demostremos a los que tenemos a nuestro alrededor estamos también amando con amor de caridad. El servicio, la generosidad el cuidado, la ternura, la delicadeza son fundamentales para tonificar nuestras relaciones con los demás. La vocación cristiana de servicio configura nuestra identidad de seguidores de Jesús de Nazaret.

Amor que no espera respuesta

Pablo sigue en su carta: “El amor no tiene envidia ni presume, ni se engríe, no es mal educado”. El amor de Jesús es cálido, es humilde y siempre desea el bien real del otro. Por eso hablamos del amor ágape, es decir un amor que ama sin esperar respuesta. Que por si solo, por el hecho de amar, se siente bien y desea la plena felicidad del otro, hasta dar la vida por él, si fuera preciso. Este es el amor trascendido de Jesús, el que recibe Pablo, por esto esta carta es una respuesta de su vivencia del amor.

Amor paciente

“El amor no se irrita”. El que de verdad ama desde este amor de Dios intenta evitar enfados, malas caras, irritación. El amor de Jesús es obsequioso, busca la alegría y el gozo del otro. Hemos de saber que son lógicas las dificultades de convivencia tanto en las familias como en el trabajo. Pero más allá de nuestras avenencias o simpatías, el amor de Jesús trasciende lo puramente humano para instalarse definitivamente en la caridad. Solo de esta manera nuestra vida no será un valle de lágrimas sino una montaña plena de gozo por saber que Dios nos ama.

Amor que perdona y olvida

Dios es el gran olvidadizo, porque nos ama tanto que le es fácil olvidarse del mal que hacemos. Vivir al margen del resentimiento es vivir abandonado en Dios.

El amor tampoco se alegra de la injusticia ni del mal, sigue diciendo Pablo en su carta. El amor auténtico es solidario. Goza siempre con la verdad, con la sinceridad y la transparencia.

Disculpa sin límites, nunca habrá una razón suficiente que nos impide perdonar a los demás. El amor de Dios es espléndido, rebosante hacia todas sus criaturas.

Amor que confía

“El amor cree sin límites”. Es propio de la esencia del amor confiar plenamente en los demás. Aunque somos humanos, estamos llamados a vivir la experiencia de un gran amor que lo trasciende todo: nuestras limitaciones, nuestro pecado, nuestra inteligencia, nuestras capacidades, y cómo no, la muerte. La inmensidad de este amor expresa la calidad de su entrega. Por tanto nosotros, aunque humanos y pobres, estamos llamados a vivir la dimensión eterna del amor aquí. Para Dios nada es imposible. Dios puede hacer de nosotros auténticos aventureros del amor. No pone límites a nuestra capacidad de amar. Quiere que nuestro amor sea infinito como el suyo.
Amor sin límites

Pablo continua: “El amor espera sin límites”. Lo aguanta todo. Solidifica las relaciones. Sobre el amor nada puede perecer, porque siempre hace crecer al otro. No nos podemos rendir ante la apatía del mundo, nuestro amor ha de ser vigoroso y pleno.

En nuestra sociedad vemos que muchos jóvenes e incluso adultos no aguantan nada; sus relaciones se rompen porque su amor es frágil e inmaduro. Pablo nos dice que el amor, si es auténtico, no pasa nunca. Nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Cristo.

Para Pablo, Jesús es la expresión del amor auténtico de Dios.

domingo, junio 21, 2009

El sagrado corazón de Jesús

Una vida entregada por amor

El corazón es un órgano vital que nos mantiene vivos. Es un gran músculo que no para de latir. Su función es bombear la sangre para que llegue a todas las células del cuerpo. Sin él no tendríamos vida. Los poetas utilizan la expresión “corazón” para describir el lugar donde se albergan profundos sentimientos. En las relaciones humanas, cuando se produce una ruptura, se dice que “me has partido el corazón”. Desde la teología, el corazón es un lugar de comunicación íntima con Dios.

El origen de la devoción al sagrado corazón de Jesús está en una experiencia mística que tuvo santa Margarita de Alacoque, joven religiosa que vivió en Francia en el s. XVII. En su visión se le apareció Cristo y le pidió que se uniera a su sufrimiento para desagraviarlo por todos los desprecios y el rechazo a su amor.

Contemplar el corazón de Jesús es contemplar el rostro de un hombre que es capaz de morir por amor. Su corazón atravesado por una lanza expresa hasta qué punto está dispuesto a todo para hacer la voluntad de Dios Padre. Cristo asume el suplicio para redimir a la humanidad. Jesús es la imagen del corazón mismo de Dios. El Padre y el Hijo tienen un solo corazón y un único deseo: la salvación de todos.

El corazón, un sagrario

¿Cómo vivir la devoción al Sagrado Corazón? La mejor manera es imitar a Jesús, sintonizando con él y abandonándonos en manos de Dios Padre. Y esto lo haremos amándole y cumpliendo su voluntad, pese a nuestras limitaciones y pecados; aceptando que el amor tiene dos caras, el gozo y el dolor.

Cuando dejamos que Dios entre en nuestro corazón, lo convertimos en un lugar santo y sagrado. En la eucaristía encontramos a Cristo, vivo y presente. De la misma manera que en la fiesta de Corpus paseamos la custodia, nosotros también llevamos a Cristo en nuestro interior cuando lo recibimos y lo imitamos.

Un amor que cambia la vida

El amor de Dios se enciende en nosotros cuando buscamos una relación personal con Jesús, de tú a tú. Al abrirle nuestro interior, se fragua una amistad profunda que nos hará sentir cada vez más identificados con él. Quien se enamora de Cristo cambia totalmente su vida, como lo vemos en San Pablo. El Saulo perseguidor se convierte en Pablo; Simón el pescador se convierte en Pedro. Cuando se produce un encuentro definitivo con Cristo, la vida da un vuelco para siempre.

Cómo vivir la devoción al Sagrado Corazón

¿Qué podemos hacer para parecernos cada vez más a Cristo?
Amar con intensidad a los demás, tal como son. Dios nos quiere como somos.
Mirar a Jesús en la cruz, descubrirlo en la eucaristía y en las demás personas.
No es suficiente saber, sino que es necesario dar testimonio. Jesús fue coherente: entre lo que dijo e hizo no había diferencia.

La oración nos ha de llevar a entregarnos y a mejorar nuestra vida. Nos ha de impulsar a vivir con más intensidad el amor a Dios y a los demás. La devoción al Sagrado Corazón nos ha de convertir en corazones ardientes en medio del mundo.

domingo, junio 14, 2009

La eucaristía, un gesto de entrega

Toda la vida de Jesús, sus palabras, su mensaje, sus milagros, sus gestos hacia los más débiles, expresa una generosa entrega y un firme deseo de hacer la voluntad de Dios. En su corazón y en su horizonte el anhelo más profundo es unirse al Padre.

Tan claro lo tiene, que pasará por una dura prueba, el camino hacia la cruz. Su muerte deja patente su docilidad extrema al Padre. La cruz de Jesús es el máximo gesto de libertad. Morir por amor, entregarse por amor, pone de manifiesto el deseo íntimo de comunión con Dios. Él se ofrece como víctima propiciatoria para el rescate de la humanidad. Hoy celebramos la valentía de un acto que para nosotros supone purificación, libertad y redención. La entrega y la muerte de Jesús son nuestra liberación.

Un hombre bueno desgarrado en la cruz ha de despertar en nosotros deseos ardientes de convertir nuestro corazón y aprender a mirar con ternura el rostro sufriente del santo de Dios. Ojalá esa imagen de Jesús clavado en cruz despierte en nosotros una nueva fuerza que nos ayude a contemplar con entrañas de madre el sufrimiento del mundo. El cuerpo y la sangre de Jesús, hechos eucaristía, son el cumplimiento de sus palabras antes de subir a los cielos: “Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin de los días.”

El pan y el vino hechos sacramento son la prueba de su presencia permanente en la eucaristía. Jesús sigue estando vivo en la vida de la Iglesia a través de la experiencia sacramental. Sin la práctica asidua de la eucaristía difícilmente entraremos en el misterio de su entrega. Vivificados por la eucaristía, aprenderemos a vivir nuestra vida como un gesto de donación a Dios.