Hoy quiero darte gracias, Señor, porque has hecho de tu
entrega y sacrificio en la cruz nuestra libertad y redención.
Te damos gracias porque después de encarnarte en tu Hijo,
Jesús, quisiste permanecer para siempre con nosotros, en el sagrario. Te damos
gracias porque tu vida hecha sacramento se convierte para nosotros en lluvia de
gracia sobre gracia. Te damos gracias porque la eucaristía no solo es recuerdo
y memoria, sino actualización viva y constante de tu presencia real.
Te damos gracias porque tu Santa Hostia se convierte en
alimento y es vida para aquellos que te seguimos y hemos entendido que la
celebración eucarística es la cumbre y centro de nuestra existencia. Es la
razón de nuestra esperanza, el sentido de nuestra vida. La caridad y la fe nos
ayudan a centrar la vida en ti y nos conducen a la plenitud.
Te damos gracias cada vez que te tomamos, porque un rayo de
eternidad penetra en nuestro corazón y nos anticipa el encuentro definitivo en
el cielo. Te damos gracias porque asumiste tu dolor en la cruz. Con tu cuerpo
desgarrado y tu sangre derramada por amor nos salvaste de las sombras del
pecado y te has convertido en sacramento de vida. Abriéndonos tus brazos y
reconciliándonos con Dios nos diste la oportunidad de empezar de nuevo.
Te damos gracias porque, a pesar de que nos sentimos
limitados y débiles, tu pan bendito nos da las fuerzas necesarias para tirar
adelante. Al sufriente lo conviertes en otra presencia tuya, que nunca se rinde
porque sabe que estás con él.
Te damos gracias por los sacerdotes que consagraste a ti,
que te bendicen y reparten con sus manos tu cuerpo y tu sangre.
Te damos gracias porque los sacerdotes, en la mesa del
sacrificio, no solo consagran el pan y el vino, sino que actúan en tu lugar,
convirtiéndose por la gracia del Espíritu Santo en presencia real tuya,
actualizando tu memoria y tu entrega.
Gracias por el don del sacerdocio, sin él no habría
eucaristía. No tendríamos la oportunidad de tomarte ni tener la experiencia
sublime de tu donación.
Gracias por la Iglesia, tu pueblo universal, fiel, que
consagraste para asistir y participar del gran milagro de tu entrega.
Te damos gracias desde la comunidad de San Félix, pequeño
rebaño tuyo, porque nos quieres y cada semana podemos celebrar tu resurrección.
Se abre la puerta de tu sagrario, tu tabernáculo aquí en la tierra, para que
podamos saborear la plenitud del encuentro contigo en el cielo. Gracias porque
inundas nuestro corazón de un amor inconmensurable. Cada domingo somos testigos
de este gesto silencioso pero auténtico y real.
Gracias, Jesús, porque ya no solo decides quedarte en el
sagrario para que podamos contemplarte en adoración, sino que deseas que
nuestro propio cuerpo se convierta en sagrario, en custodia, y permaneces siempre
en nosotros.
Gracias porque cuando te tomamos pasas a formar parte de
nuestra vida, de nuestra sangre, de nuestro ADN.
Contigo tenemos la misma fuerza de Dios adentro, una energía
espiritual que nunca se acaba. Contigo tenemos la vida en mayúsculas, aquí en
la Tierra. Y esto nos da fuerza y entusiasmo para vivirla con auténtica pasión.
1 junio 2013
Fiesta del Corpus
Christi