Sábado Santo – Vigilia Pascual
Lucas 24, 1-12
¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
. . .
Hoy es un día hermoso.
Después de estos tres días en que hemos acompañado a Jesús en su cruz, hasta la
muerte, ocurre algo extraordinario que nadie podía imaginar. De la noche
oscura, en su sentido místico, como lo entendía san Juan de la Cruz, pasamos a
un cambio histórico: y es que Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Para los judíos era
inconcebible; los fariseos, los únicos que creían en una resurrección de los
muertos, la esperaban al final de los tiempos. Los saduceos, como sabemos, no
creían en ella.
De buena mañana unas mujeres, algunas de las que
estuvieron al pie de la cruz, viendo el tormento de Jesús, salen. Salen,
mientras los varones, por miedo, están escondidos. ¿Quizás porque albergaban
algo de esperanza? Una historia tan maravillosa no podía terminar así.
La historia de Jesús
tiene sentido porque ha resucitado. De no ser así, sería la vida de un mártir
más, que creía en lo que decía, pero se quedaba ahí. Cuántos personajes
históricos han surgido y han hecho cosas extraordinarias. Pero la carta
escondida que tenía Dios Padre desconcertó a todo el mundo judío.
Las mujeres, llenas de
dulzura y ternura, van al sepulcro porque quieren embalsamar el cuerpo de Jesús
con los aromas que han preparado para darle una merecida sepultura a aquel que
lo había sido todo para ellas. Los discípulos, desorientados, tienen miedo a
las consecuencias de la muerte de Jesús. Como seguidores suyos, corren el mismo
riesgo de ser detenidos y crucificados. Temen a la muerte. Jesús no tuvo
miedo.
Se encuentran con la
sorpresa de que una piedra inmensa ha sido desplazada ante la oscuridad del
sepulcro. Esto, de entrada, no significa necesariamente que Jesús haya
resucitado. Pero para un judío es importante: el cuerpo ya no está en la tumba.
Y aparecen dos jóvenes
vestidos de blanco que les dicen: «¿A quién buscáis? ¡Ha resucitado!»
¿Cuándo? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo atravesó la piedra, o cómo la desplazó? No lo
sabemos, pero algo nuevo se atisba, algo nace tras la oscuridad del Viernes
Santo.
La vida estalla en su
plenitud: Jesús ha resucitado de entre los muertos, tal como lo había
anunciado.
Este acontecimiento es
fundante de la fe cristiana. Porque si Jesús no hubiera resucitado, como dice
san Pablo, ¡vana sería nuestra fe! Estaríamos haciendo teatro. Pero, porque ha
resucitado, después de dos mil años seguimos reviviendo el acontecimiento que
marca la historia de la humanidad. Tanto, que hablamos de la era cristiana a
partir del siglo I.
Este acontecimiento no es
baladí, ni absurdo. Tiene toda la importancia para nuestra vida espiritual. Si
Jesús hizo el milagro de levantar a Lázaro de su tumba, y de resucitar a la
hija de Jairo, ahora Dios levanta a su hijo. Pero no para volver a morir, como
Lázaro o la niña. Jesús no vuelve a morir. Su vida ya no es una vida
corriente. Su cuerpo está transformado y es luminoso, está en otra dimensión
diferente. Tanto, que, como veremos, Jesús atravesará puertas y muros. Conserva
su parte espiritual, pero su parte física adquiere otro sentido.
Nadie puede quitarnos
jamás la alegría, porque este hecho marca, no sólo la historia de la humanidad,
sino nuestra historia personal. Tiene consecuencias enormes a nivel humano,
social y cultural. Estamos atisbando nuestra propia vida resucitada aquí,
en la tierra. Aquí, ya, empezamos a saborear la eternidad.
A partir de ahora, somos
cristianos pascuales. No nos quedamos en el Viernes Santo. Están muy bien
las procesiones y la devoción popular, pero esta noche, y mañana, las iglesias
tendrían que rebosar. Porque la Pascua es el gran acontecimiento. El dolor de
Cristo queda atrás. La cruz tiene sentido a la luz de la resurrección. Estos
días hemos visto hermosas procesiones con pasos magníficos en muchos lugares de
España, pero ¡cuidado! No podemos quedarnos en el Cristo sufriente del Viernes
Santo. Nos estaría faltando algo.
¿Qué es la eucaristía?
Estamos delante de esta experiencia luminosa, una promesa que se culminará en
nosotros. La eucaristía es el centro de la vida cristiana. Y sí,
recordamos y actualizamos la pasión y muerte, pero también la resurrección. Si
Jesús no hubiera resucitado, no tendríamos eucaristía, ni sacerdotes, ni comunidad.
Y la comunidad fue
creciendo hasta llegar a hoy. ¡Somos dos mil millones de cristianos, contando
todas las confesiones! No seguimos sólo al Cristo que sube al Gólgota; seguimos
a Cristo resucitado. Este salto cambia la historia.
Fuera barreras, fuera
tristeza, fuera angustias, porque justamente él ha podido con todo esto.
Pasamos de las tinieblas de la tristeza, de la oscuridad, del dolor y del
sinsentido, al hecho pascual que justifica toda nuestra fe cristiana.
Por tanto, cuando volváis
a casa, id con el corazón ardiente. Hemos entrado aquí con unas velitas
encendidas en el cirio pascual. Pequeñas, sí, pero suficientes para romper
la oscuridad del templo. Aunque nos sintamos poca cosa, qué hermoso es sentir
que nuestra luz interior puede iluminar a tanta gente. Pero también hemos visto
que, con el viento, las velas se pueden apagar y hay que encenderlas de nuevo.
Esos vientos son el egoísmo, las ideologías, los miedos y el sinsentido, que
apagan nuestro corazón. Pero volvemos a encenderlo, ¿dónde? En el cirio que es
Cristo. No sólo por nuestras capacidades voluntaristas, que ya está bien; quien
nos infunde, empuja y da sentido a nuestra vida es Cristo resucitado. Sintamos
hoy esta resurrección en nuestra vida y os aseguro que la tristeza y el
sufrimiento no podrán apagar nuestra fe y podremos alumbrar a nuestros
hermanos.