Foto: Agustí Codinach para Catalunya Cristiana. Este artículo fue publicado el 5 de octubre de 2025.
El domingo 20 de julio, la diócesis de Barcelona vivió un
acontecimiento extraordinario en la basílica de la Sagrada Familia. El cardenal
Omella ordenó sacerdotes a siete jóvenes de entre 27 y 32 años. La diócesis se
vistió de fiesta ante este gran evento, que llena de esperanza a la Iglesia de
Barcelona.
Siete jóvenes, maduros y decididos, han dado un paso
adelante diciendo sí al proyecto de Dios en sus vidas. Valientes, preparados y
firmes, inician su ministerio en una Barcelona profundamente secularizada,
donde muchos viven al margen de Dios.
Su testimonio, luminoso en medio del mundo, revela que Dios
sigue actuando en la penumbra de muchos corazones. Estos nuevos sacerdotes,
procedentes de distintas parroquias y movimientos, han sido capaces de escuchar
una llamada que despertó en ellos una inquietud profunda. Se han dejado
conmover por una experiencia que lo transforma todo: el encuentro con un Jesús
vivo, que sigue llamando y buscando colaboradores.
Vivimos tiempos en los que muchos se sienten solos, y el
silencio de Dios puede parecer insoportable. Pero Él ve y escucha. Conoce los
anhelos más profundos del corazón humano y, cuando entramos en sintonía con Él,
abre nuevos horizontes.
Como en el desierto, ante Moisés, Dios sigue oyendo el
clamor de su pueblo. También hoy llama a hombres dispuestos a secundar su plan
divino. Escucha la súplica de tantos creyentes que, en medio del desaliento,
siguen esperando.
Estos siete nuevos sacerdotes son enviados a sanar corazones
heridos, a acompañar al que sufre, a anunciar que Dios está cerca. Si para la
diócesis este acontecimiento es motivo de alegría, también lo es para todo el
Pueblo de Dios. Porque el clamor ha sido escuchado. Porque el Señor de la
historia, soberano de las almas, sigue dándonos el alimento de su vida.
El Espíritu Santo —fuerza silenciosa pero real— sostiene a
la Iglesia en medio de sus vaivenes y desafíos. Es su aliento vital, necesario
para que siga siendo en el mundo manantial de agua viva.
Estos siete jóvenes, un día, se atrevieron a abrirse al don.
Con la fuerza de lo alto, rezaron, se formaron y caminaron a contracorriente.
Hoy, en sus testimonios, hablan de libertad, de servicio, de unión profunda con
la voluntad de Aquel que los llamó. Desean que la Iglesia sea una familia.
Quieren escuchar, acompañar, servir. Y en sus rostros, tanto como en sus
palabras, se refleja la alegría. ¡Son felices!
Son el fruto de un sí valiente y de un largo camino de
discernimiento y entrega. Desde ahora, como parte de la gran familia que es
la Iglesia, la vida sacramental será el eje de su sacerdocio, y la Eucaristía
la cumbre de su fe.